lunes, 19 de octubre de 2015

Y si no puedo bailar...

Aurora llegó a casa de las Silva mucho antes de lo que había estipulado con Celia. Sabía que no debía salirse del plan, que era importante mantener las horas de llegada de las invitadas y asegurarse de que nadie sospecharía de la reunión que habían organizado para aquella misma tarde, pero estaba tan nerviosa que el piso se le quedaba pequeño, que el parque se le hacía interminable y que en su corazón notaba la presión de todos los pensamientos encontrados golpeando para salir.
--¡Señorita Aurora! ¡Qué sorpresa! No la esperaba hasta dentro de una hora --dijo doña Rosalía con un tono amable y una mueca que hizo evidente su nerviosismo.
--He pensado que quizá necesitasen algo de ayuda y he decidido adelantar un poco mi llegada.
Aurora contestó de un modo tan natural que Rosalía no pareció darse cuenta de que era evidente que llevaba meditando la excusa más de media hora.
--No se preocupe por eso --respondió Merceditas sonriente al ver a la invitada --. Nosotras nos encargamos que para eso estamos. Usted debería subir a ver a la señorita Celia, lleva todo el día encerrada en su habitación leyendo y escribiendo y ni siquiera a bajado a comer. Que no digo que esté haciendo nada malo --se santiguó para colmó de doña Rosalía --pero como usted ya sabe que...
--¡Merceditas!
--Si, Merceditas calladita --respondió asumiendo el papel que la correspondía y que nunca lograba llevar a cabo.
--Discúlpela. Está nerviosa por la reunión --dijo juntando las manos para controlar la preocupación de su estridente risa--. Suba si quiere. La señorita Celia está en su habitación como bien ha indicado Merceditas. La acompañaría pero aún nos faltan cosas por preparar. Si me disculpa.

Aurora disculpó a Rosalía encantada y tras entregarle el bolso, el abrigo y el sombrero comenzó a subir las escaleras. La convicción con que pisó los primeros cuatro escalones comenzó a desvanecerse en el quinto. Subir de nuevo a aquella habitación la ponía nerviosa, no solo era el saber que Diana las vió, sino la pequeña discusión que produjo su insistencia por querer cumplir con las reglas impuestas por la misma. No quería arriesgarse a que Diana pudiera volver a entrar y decidiera cambiar de opinión y tampoco quería tener que enfrentarse al resto de las hermanas si por casualidad fueran ellas las inoportunas. Quería a Celia, pero también se quería a si misma lo suficiente como para saber que un beso, por muy deseado que fuera, por muy bueno que supiera, no merecía las vejaciones, los latigazos o las duras descargas del doctor.
Llamó a la puerta con una frase martilleándole en la cabeza, una frase que sus propios pensamientos habían generado para enfrentarla consigo misma, una frase que hizo que el saludo a Celia no fuera el esperado de una persona enamorada; Hay besos que lo merecen todo y que si se van no regresan jamás.  Ella quería esos besos, quería mantenerlos, pero sentía tanto miedo que como una leona herida lo único que sentía era la necesidad de defenderse.
--Aurora. He cerrado la puerta, me he asegurado de que Diana este abajo y de que mis hermanas no nos interrumpan. ¿Tanto pido? --preguntó Celia calmada sentándose sobre la cama ante la negativa de Aurora a besarla.
--No, no es eso. Le prometimos a tu hermana que respetaríamos sus normas y además no quiero arriesgarme a que nos descubran de nuevo. Ella misma dijo que no todas serían tan comprensivas.
--Aurora --dijo con dulzura sujetando sus manos --, no va a entrar nadie. No hace falta que sean tan precavida.
--No podemos bajar la guardia en ningún momento --dijo endureciendo el tono.
--Creo que exageras con tantas precauciones.
--Y tú todavía no te das cuenta del riesgo que corremos.
--También corremos riesgo entrando en una habitación de hotel y ayer no pareció importarte --respondió Celia arrepintiéndose casi de inmediato.
--Será mejor que bajemos porqué no nos estamos entendiendo bien --propuso Aurora al darse cuenta de que sus miedos la estaban venciendo y que Celia no era la culpable de ello pero si la que lo estaba pagando.


Mientras Celia cogía todo lo necesario para no perder detalle de la charla de Emma Goldman y la mirada de Aurora intentaba deshacer el hielo que parecía estar cubriéndola buscando el calor de su espalda, Diana lidiaba con doña Rosalía que comenzaba a verse desbordada por los acontecimientos.
--Señorita Diana. En la puerta hay un número alarmante de mujeres. Me dijo que en la reunión serían cinco o seis...
--Eso es lo que me han dicho Rosalía --respondió Diana intentando justificar el incesante sonido del timbre --. Miré, por ahí bajan Celia y Aurora, tal vez ellas puedan ayudarla.
El anuncio de que al menos serían quince las mujeres que faltaban por llegar, sin incluir a Emma Goldman y sus "escoltas" casi provocó el desmayo de doña Rosalía que a pesar de ello se recolocó el traje ante el aviso de que aquella señora ya estaba en la puerta.
Tras las presentaciones oportunas para con las anfitrionas, Celia dio paso a la traducción de las palabras de aquella mujer que se había declarado gran admiradora del hecho de que Diana, en su gestión de Tejidos Silva, decidiera subir el salario de las mujeres de la fábrica. Su pasó por una empresa textil en EE.UU. le había llevado en gran medida a tomar las riendas de aquella lucha que creía tan necesaria y sabía de lo que hablaba.
--Hoy nos hemos reunido aquí porque los hombres que llevan las riendas de este mundo aún no están preparados para dejar que pensemos en público --comenzó a decir Celia por boca de Emma que se erigía firme y convincente ante todas las presentes --. El elemento mas violento en la sociedad es la ignorancia, pero el hecho de que en esa ignorancia nos ignoren no significa que no podamos hacernos oír. Nosotras tenemos el poder de pensar, de sentir, de recordar... y ellos no quieren ni que pensemos, ni que hablemos y mucho menos que recordemos las injusticias que a lo largo de los siglos hemos tenido que soportar siendo las madres, las abuelas o las hermanas de esos mismos hombres. La sociedad nos impone amarles, pero no les impone a ellos ese mismo acto para con nosotras. Somos sus floreros, las firmas de sus herencias, las que aseguramos los linajes de los que tanto alardean y sin embargo no nos creen con derecho a formar parte de esta sociedad mas allá de los cafés o los eventos sociales. Si el amor no sabe como dar y recibir sin restricciones, no es amor, es una transacción. El amor es libre --Celia tuvo que detenerse, no pudo evitar perderse en la mirada de Aurora que no le había quitado ojo en todo el discurso a pesar de tener al lado a su admirada Emma --, tan libre como podemos serlo nosotras, pero para ello tenemos que poder bailar --de nuevo el cruce de miradas detuvo la traducción e invitó al recuerdo de la fiesta del Ambigú en la que fue Celia quien por precaución cortó las pretensiones que Aurora tenía de bailar con ella. Aquella mirada silenciosa, tan silenciosa que las allí presentes esperaban el final del discurso de Emma, sirvió de disculpa mutua --. Y si no puedo bailar, no quiero estar en su revolución --tradujo Celia al fin con más efusividad de la que había podido presentirse en las palabras originales.
--Nos quedamos con este mensaje final de la señorita Goldman. Muchísimas gracias --remató Diana para dar por finalizado el mitin provocando los aplausos de todas las allí presentes que se vieron interrumpidos por el timbre persistente de la puerta.
--¡Celia! --dijo inquieta Aurora que sintió un ligero mareo de miedo al levantarse.
--¿Quién llama de esta forma? --preguntó igual de inquieta Celia.
--No sé --respondió Diana más sorprendida que asustada --. Voy a ver.
Mientras Diana se dirigía a la puerta Aurora y Celia hicieron que todas las mujeres se apartasen de las zonas del salón que podían verse desde la entrada.


--¿Qué quieres Elisa? ¿Qué formas de llamar son esas? Doy fe de que te enseñaron mejores modales, por mucho que digas que esta ya no es tú casa o que no nos consideres tus hermanas.
--No he venido a discutir Diana --respondió la pequeña con su altanería intacta --. He venido porque creo que deberías saber algo...
--No es buen momento para que nos anuncies un nuevo chantaje, un nuevo capricho o ambas cosas a la vez.
--Ya pero es que es importante --dijo intentando pasar por alto aquellos comentarios. Había decidido contarle a Diana la conversación que había escuchado entre don Ricardo y el señor Montaner, y era consciente de que las consecuencias de hacerlo hacían probable que en breve tuviera que volver a esa casa que había repudiado y que en el fondo añoraba.
--Ya. Pero es que no es el momento --contestó Diana impasible cerrándole la puerta en las narices provocando la ira de la muchacha que de nuevo vió fracasados sus intentos de comportarse de la manera adecuada que tanto la pedían y que tan pocas recompensas le reportaba.

Quitándole importancia y volviendo rauda al salón para aliviar las tensiones que suponía se habrían generado ante la espera, Diana entró sonriente para alegría de todas.
--Disculpad la interrupción. Estos muchachos de hoy en día no se molestan ni en aprenderse las direcciones de los envíos.






(Las frases en cursiva son tomadas del avance o de la biografía de Emma Goldman. El final es especulativo, como todo, pero más  ;-) )

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