viernes, 16 de octubre de 2015

Habitación número veintiuno

La prudencia de Aurora tuvo a Celia despierta toda la noche. Estaba necesitada de besos, de caricias, habían sido unos días difíciles, llenos de tensión y necesitaba sentir de nuevo sus labios, sus manos recorriendo su cuerpo y la respiración entrecortada de quién se deja llevar entre sábanas. Respetaba sus miedos, aunque no comprendía porqué no quería compartirlos con ella. Suponía que eran recuerdos demasiado dolorosos y que era muy probable que Aurora los mantuviera cerrados bajo siete llaves por su propia seguridad, pero, lo que de verdad la dolía, era la desconfianza. Ella había llorado en su hombro, se había roto una y otra vez ante la promesa de que ella recogería sus pedazos y sentía una impotencia demoledora cuando pensaba que tal vez Aurora no la viera capaz de hacer lo mismo por los suyos.
Se levantó y guardó su vestido negro. El luto ya no era necesario, Cristóbal estaba vivo y con la crema del color de su camisa esperanzada bajó a desayunar. Con el primer trago de café se quitó de la cabeza toda la negatividad con la que se había levantado y decidió acercarse al Excélsior a reservar una habitación. Después se acercó a la floristería e hizo enviar un ramo de flores a la consulta del doctor Uribe. Entre las manos temblorosas de Aurora, la nota que Celia había firmado con el nombre de Fermín, decía lo siguiente;


TE ESPERO A LAS DOS
DONDE ME REGALASTE
LA LIBERTAD DE SER YO
Meine Liebe
(H 21)

Las dos de la tarde tardaron en llegar mucho más de lo que Aurora hubiera deseado. A pesar de su recato ella también deseaba volver a estar con Celia y sus pasos acelerados dejaron constancia de ello en los diez minutos que tardó en llegar hasta el hotel.
--Buenas tardes. Tengo una reserva. Habitación veintiuno --indicó educada al recepcionista que amablemente confirmó que efectivamente su hermana estaba esperando en dicha habitación.
Las escaleras hasta el segundo piso aceleraron más los latidos de su corazón. Siempre era un riesgo reservar una habitación para dos mujeres pero sonrió ante la astucia de Celia que aprendía a buena velocidad.
Abrió la puerta con la llave que el muchacho la entregó y comprobó que el número de la puerta era el que tenía que ser al encontrarse la habitación en penumbra. Entró y sonrió ante el camino de velas y pétalos de rosas que indicaban el camino a seguir. Con cautela avanzó por él y volvió a sentir el nerviosismo de la primera vez cuando descubrió que su destino era el baño. Abrió la puerta entornada y sintió el calor del vaho que difuminaba la luz de las velas que decoraban los estantes y el lavabo. Quedó paralizada al descubrir a Celia dentro de la bañera. En su rostro angelical se adivinaba una sonrisa pícara que provocó la inmediata caída al suelo del abrigo de Aurora, de su bolso y de su camisa.
--¡Estás loca! --dijo ante la copa de vino que Celia la ofreció desde la bañera.
--He pensado que después de trabajar te vendría bien un baño relajante.
La falda de Aurora quedó olvidada sobre la silla del tocador y cuando estuvo completamente desnuda, para deleite de Celia y del espejo que como invitado especial disfrutaba del espectáculo, se introdujo muy despacio en la bañera. Las manos de Celia guiaron su cuerpo para que quedase perfectamente encajado entre sus piernas.
--Hoy yo seré tu respaldo --dijo dejando que Aurora se recostase sobre ella, abrazándola con cariño, cubriéndola los hombros de espumosos besos.
--No se me ocurre mejor lugar para descansar.
Una sonora carcajada rompió el silencio de aquel baño. En los planes de Celia no estaba el descanso y las caricias con las que comenzó a cubrir el pecho erizado de Aurora lo dejaron claro. Mordió con dulzura el lóbulo de su oreja derecha y con sus piernas cubiertas de espuma acarició las piernas de Aurora que se entregaron a ellas sin remedio. Deslizó con cuidado su mano por el costado, buscaba el hueso de su cadera amada, ese hueso al que se aferraba como salvavidas. Apretó y clavó ligeramente sus uñas en él provocando que el cuello de Aurora se tensase hacía su boca y se recreó en la firmeza de su muslo aterciopelado.
--Hoy voy a ser yo quién marque el compás de tus gemidos --susurró y dejó que su mano ágil se deslizase por el vello de su pubis hasta el clítoris de Aurora que recibió aquellas caricias con total devoción y entrega.
Las caricias comenzaron lentas, el ritmo lo marcaban los besos retorcidos y el sonido de las gotas que se escapaban del grifo mal cerrado de la bañera. El agua permanecía en calma, en una calma que Aurora rompió al aferrarse a los muslos de Celia que, al sentir la presión de aquellas manos ansiosas, aumentó la velocidad y el recorrido de sus dedos. Aurora gemía y sonreía, se sentía dichosa, algo desconcertada pues estaba acostumbrada a llevar las riendas, pero se rindió a ella hasta tal punto que incluso el agua de la bañera parecía estar de más y decidió instalarse en el suelo. Sintió en la curva de su espalda la cercanía del final y Celia la sujetó junto a sus pechos con fuerza mientras mordía su hombro con sutileza. La última sacudida del cuerpo de Aurora aprisionó con dureza la mano de Celia y cuando al fin pudo destensar los músculos de las piernas sintió como la palma de aquella mano que acababa de hacerla rozar el cielo cubría con cariño los latidos acelerados que se habían instalado en sus labios.
Se miraron, y sintieron como la satisfacción y la vergüenza se fundían en una sonrisa compartida. Se besaron con ternura los labios, se acariciaron las lenguas en un intento por recobrar el aliento y brindaron con la copa en alto por los sueños cumplidos y los que quedaban por cumplir.

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