viernes, 21 de abril de 2017

Agradecida

Qué triste es ese momento en el que te alegras de que algo que te ha hecho feliz, termine. Aunque sepas que lo había hecho hace tiempo, aunque lo estuvieras esperando. Y no es que te alegres por maldad, si no que te alegras porque prefieres que dejen en paz tus recuerdos, que dejen de reírse de ellos, de pisarlos, de menospreciarlos, venga de quien venga. Porque sí, eso es lo que ha pasado con seis hermanas, o al menos lo que me ha pasado a mí, pero antes de daros mis motivos y de decir algunas cosas que necesito decirles a las Aureliers y a quien quiera haya sido el responsable de llevar a pique el barco, quiero agradecerle al equipo que hizo posible el maravilloso comienzo y a todas las personas que se involucraron y creyeron en la fuerza de la mujer y, sobre todo en lo que a mi concierne, en la fuerza de la mujer lesbiana, que nos regalaseis tantos y tantos momentos que nunca olvidaremos. A las seis actrices que han llevado estos dos años el apellido Silva quiero darles la enhorabuena porque, me gustase más o menos el personaje, siempre los habéis defendido con la profesionalidad y el cariño que merecían. Ha sido un auténtico placer veros trabajar, tanto a vosotras como al resto del elenco que rodeaba la vida de las Silva, pero tengo que centrarme en Candela y Luz, que espero ya sean conscientes de lo que han supuesto para muchas su Celia y su Aurora. Gracias, una vez más y de todo corazón, por vuestras interpretaciones y por vuestra implicación. Por la constancia y el apoyo. Por cada una de las sonrisas que nos habéis regalado fuera y dentro de la pantalla. Ojalá podamos veros juntas en un futuro, ya sea en otra serie o en un teatro que os aseguro llenaréis porque os merecéis todo lo bueno que pueda depararos esa profesión que amáis. ¡Qué placer haberos visto trabajar juntas! ¡Qué placer haberos podido conocer! ¡Qué, Placer!

Y ahora sí voy a hablaros de lo que he venido a hablar porque como era de suponer, no podía no decir nada en este último día de Seis Hermanas. Tengo la sensación de que se han reído de “mi vida”, de mi forma de amar, de la “batalla” en la que llevo peleando desde que con doce años supe que me gustaban las mujeres, desde que con diecisiete decidí dejar de esconderme y puse en una balanza lo que me hacía feliz y lo que estaría dispuesta a pagar por serlo, porque sí, ser lesbiana muchas veces implica pagar un precio y ese precio a veces es mayor de lo que creemos vamos a poder soportar. A veces se hace cuesta arriba, bueno miento, siempre es cuesta arriba, pero al final las piernas se acostumbran y llega un momento en el que te das cuenta de que subir, merece la pena.

Digo que tiene un precio, pero no hablo de dinero, nada de lo que he hecho nunca por mi o por los demás, ha sido por eso. Hablo de la familia, de los amigos, de los trabajos, de la gente que te cruzas por la calle. De todos los que aparecen y se van porque no llegan a comprender que seas capaz de amar a otra mujer. Y no lo entienden porque nadie se lo ha explicado, no al menos de la forma en la que deberían haberlo hecho. Las lesbianas llevamos el estigma del pelo corto y la camisa de cuadros (aunque alguna nos haya robado el corazón), de la tijera y el consolador, de no saber lo que es una buena polla, de ser mujeres frustradas llenas de desilusiones heterosexuales o peor, de abusos. Lo que el mundo enseña del amor homosexual, lo que la historia cuenta, lo que el presente sigue enseñando en más ocasiones de las que debería, es que estamos enfermas, que somos viciosas, que nunca podremos ser felices porque no nos lo merecemos, porque somos antinaturales. ¡Naturales! ¡Madre mía! Y podría entender que esto pasase hace cien años, que la gente tuviera miedo a lo desconocido porque era lo que les decían que tenían que hacer, pero ¿ahora que ya se ha demostrado por activa y por pasiva que nos somos eso que demonizan? ¿Qué hay cientos de plataformas con cuya ayuda se podría reeducar esa imagen? ¿Por qué no se hace? ¿Por qué no se enseña? ¿Por qué no se educa? Y lo más importante, ¿Por qué nos tienen miedo? Yo nunca me he metido en la cama de nadie, no al menos con prejuicios morales de lo que está bien o está mal (entiéndase claro siempre que ambas partes estén de acuerdo y tengan capacidad para tomar libremente esa decisión), sin embargo, en mi cama se mete todo el mundo y me juzgan y me critican y me dicen que no está bien y me amenazan con el infierno sabiendo que me someten a él. Evidentemente teniendo la edad que tengo me es completamente indiferente ver en televisión una pareja lésbica estereotipada, ver que un hombre (o varios) se meten en la relación, ver cómo se las juzga, insulta o incluso agrede porque, en mi cuesta arriba, he aprendido que las cosas que no merecen la pena, resbalan y que las que sí, suben contigo.

Eso me pasó con seis hermanas, con Celia y con Aurora, que de pronto, dos personajes de televisión subían conmigo y entonces decidí que no, que eso no debía serme indiferente. No por mí, sino por todas las mujeres que veían la cuesta desde abajo, que subían sí, pero a gatas, que se daban de frente con lo que va cayendo una y otra vez y llegan a pensar que el ascenso es imposible. Yo también estuve ahí y tuve gente que me tendió la mano, no mucha, pero me aferré a ellas porque tenía claro que mi objetivo era la cima, pero no del éxito para con los demás, si no para conmigo y me di cuenta que teniendo dos manos libres, porque hace tiempo que dejé de subir a gatas, no podía no ayudar, o al menos intentarlo porque, al igual que en su momento mis referentes se fueron, sabía que estos también se irían y no me parecía justo que al hacerlo, hubiera quienes volvieran a subir en solitario o que, sencillamente, volvieran a dejarse caer. Había que hacer que entendieran que por muy solas que creyeran estar en el mundo, hay cientos, miles, millones de mujeres en su misma situación y en ello me involucré, con más o menos tino, pero esperando conseguir un corazón libre más, capaz de soltarse y unirse para ayudar, o al menos, uno con un eslabón menos en su cadena. No esperaba nada y, sin embargo, me llevé algo que buscaba hacia mucho, algo a lo que tenía miedo. Me llevé palabras de personas que necesitaban mis palabras. Palabras que pensaba no servían para nada, que había llegado a creer no merecían la pena que, en cierto modo, tiraban de mi hacía atrás sin que me diera cuenta y que gracias a quienes las leyeron con cariño, con el de verdad, hoy me han liberado de ese peso. Os estaré eternamente agradecida. Pero volvamos al tema que nos atañe, al tema por el cual estoy escribiendo esto y ese no es otro que el final de seis hermanas, el definitivo, el, como decía, agradecido.

Agradezco que se termine, aunque para muchas de nosotras terminase hace tiempo; aquel día en el que alguien hizo oídos sordos a palabras sabias que supieron ver la necesidad del motivo por el que empezó todo; una visibilidad positiva, educativa, necesaria, en un horario y en una cadena de la que nadie lo hubiera esperado jamás y de la mano de dos actrices que se dejaron la piel, los ojos y los oídos en hacer algo digno que representase lo que muchas reclamábamos desde hacía mucho tiempo. Lo agradezco porque no puedo, ni podré, aplaudir nunca el giro que le dieron a algo maravilloso, no porque desee que la gente que ha trabajado en el proyecto tenga que buscar ahora otro trabajo. No sé si sería porque no supieron seguir, porque no les dejaron o porque sencillamente no les interesaba que la gente desde sus casas pudiera comenzar a comprender que el amor entre dos mujeres no tiene nada oscuro u obsceno, que es, simplemente amor. Un amor como otro cualquiera, con su inicio tembloroso, sus miradas vergonzosas y sus roces inocentes. No les interesaba que hubiera quienes descubrieran lo duro que es darse cuenta de lo que te sucede y pudieran ponerse una hora al día en nuestra piel. Ni que se viera el trato que se recibía por él (escenas durísimas pero necesarias), que aun hoy se sigue recibiendo en muchos países, porque lo mismo se llevaban las manos a la cabeza pensando cómo es posible que a un ser humano se le torture solo por amar o peor, que vieran que eso se puede superar porque no hay tortura que pueda evitar que sintamos y, además, que es posible encontrar ese amor que anhelamos hasta hundidos en la más bochornosa mierda. El miedo es el arma más poderosa y estoy segura de que hubo alguien con miedo que se encargó de difundir ese miedo de tal manera que pronto llegase de nuevo hasta nuestras televisiones para barrer la esperanza, la naturalidad, la ilusión, el sueño, el puño en alto. Para barrer el amor que transmitía una verdad que la gente no tiene por qué conocer porque entonces perderían el miedo que tantas bocas alimenta. Un miedo convertido en hombres reclamando sus trofeos, en vecinas escandalizadas que apedrean a quienes les ayudaron, en seres sin corazón capaces de utilizar el amor para venganzas sin sentido. En palizas, violaciones, embarazos, secuestros, insultos… Porque eso es lo que te esperaba si eras lesbiana en mil novecientos catorce, porque ese es el legado que te han dejado, el que tienes que asumir, el que utilizan para decirte que tienes que permanecer callada y nosotras no nos estábamos callando.

Estábamos gritando de alegría, aplaudiendo de corazón, sonriendo de esperanza. Estábamos diciéndole a las mujeres que no se atrevían que se atrevieran, que no estaban solas, que se sentasen acompañadas a ver la historia de Celia y Aurora porque estaba tan bien llevada que las iba a ayudar a que ellos las comprendieran. Estábamos diciéndoles que podían ser libres respaldadas por una cadena que no ha sido libre jamás. ¿Cómo no íbamos a apoyar algo así?

Porque sí, podemos ayudarnos entre nosotras, a nivel individual o colectivo, pero siempre desde la utopía, desde la experiencia de las que ya se han atrevido y esa experiencia, desgraciadamente a veces ha sido tan negativa que no se ha podido superar y se manifiesta con la intención de que al resto no le suceda lo mismo que a ti y en algunos casos, da miedo. Miedo. De nuevo el miedo. No sé si sería capaz de recordar todas las veces me metieron miedo a mí. Y no digo que fuera con mala intención, no se me ocurriría juzgar a quienes intentan ayudar aunque su ayuda, no ayude en nada. Por ese miedo, o por todo lo contrario, porque haya sido demasiado bonita que, aunque en menor medida, también hay quienes pintan la andadura como un camino de rosas sin espinas sin tener en cuenta que no todas las semillas tienen la suerte de ser plantadas en las mismas tierras.

Celia y Aurora tenían esa mezcla que hace que la decisión de ser o no ser la tomes por ti misma, esa que te hace pensar, valorar lo bueno y lo malo, que consigue que te des cuenta que a veces perder también te puede hacer ganar y que ganar no implica necesariamente que no puedas perder. No eran ni blancas, ni negras, eran neutras, eran esa parte que te dice; “Como salgas del armario vas a perder” para después hacer que esa pérdida merezca la pena. Que ponen en una balanza el valor que le damos a lo que nos hace felices. Ellas representaban la naturalidad que hace que quienes se alejan vuelvan, o no, pero que si lo hacen, lo hacen para siempre, para quedarse, para apoyarte, para tratarte de una u otra forma por quien eres, no por lo que eres. Y sí, a veces hay que dar segundas oportunidades a las personas que quieren enmendar un error. Enseñaban que las cosas por las que vale la pena luchar duelen con alegría, que no todo es malo o bueno. Bajo mi punto de vista, ayudaban a que la flor indefensa se convirtiera en un hermoso fruto capaz de elegir que boca se lo podría comer y cual no. Sencillamente, eran mujeres amándose aprendiendo juntas como vivir la vida.

Pero llegó ese miedo del que os hablaba y con él los intereses de personas que son incapaces de ver más allá de sí mismos aunque presuman de girar la cabeza trescientos sesenta grados y es que siempre hay quien le saca provecho al miedo de otro porque vende más una paliza que un beso, un violador en libertad que una mujer insumisa, un matrimonio de conveniencia que el amor, una manipuladora ruin, un tío malvado, un músico drogadicto, un muchacho despechado, un marido maltratador, una venganza sin sentido, una asesina en libertad que se hace millonaria como recompensa a sus acciones y un sinfín de etcéteras que seis mujeres fuertes, valientes y luchadoras capaces de comerse un mundo que no deja de ser de los hombres. Llegó y se las comió y se jugó con algo con lo que todavía no se puede jugar porque sigue siendo de cristal y puede romperse. Y se rompió, o lo rompieron. Rompieron la magia, el encanto, las despertaron de golpe, nos despertaron de golpe y las niñas y no tan niñas empezaron a ver como la compañía que tenían al lado se levantaba del sofá porque no querían ver lo que el mundo tenía para su hija lesbiana. Eso que por un momento, pudo llegar a hacerle dudar sobre si todo lo que le habían enseñado, era mentira, Y empezaron otra vez “los te lo dije”, los “estás enferma”, los “te vas a quedar sola”, los “¿qué hemos hecho mal?” y los golpes en la mesa, las puertas que se cierran, las lágrimas que caen, los timbres que no suenan y las palabras que no se dicen porque ¿Quién en su sano juicio le diría a quien está viendo eso a tu lado que eres lesbiana?

Y muchas no queríamos creerlo, no entendíamos que estaba pasando, como era posible que estuvieran ignorando los aplausos externos y lo que es peor, los internos. Pero ahí seguíamos, explicándoles a quienes necesitaban explicación que lo importante es lo que habían dejado, que no pasaba nada, que su momento llegaría, que sería difícil pero que pasase lo que pasase con Celia y Aurora no dejaban de ser dos personajes de televisión, que lo son, pero las entiendo. Entiendo que cuando estas apolillándote dentro de un armario cerrado a cal y canto, la luz que entra cuando alguien abre para meter una bolita de alcanfor te llame la atención y que metas el dedo en la puerta para no volver a quedarte a oscuras y que respires aire limpio y te aferres a él como si no hubiera mañana y que no quieras que nadie toque tu dedo por si cierran sin querer, que incluso en tu inocencia quieras capturar la luz que ves para meterla en un bote de cristal y dejarla ahí para siempre. Yo también puse el dedo y siento deciros que me lo pillé, ese y los otros nueve, porque si hubo algo que hice bien fue enfrentarme a mí misma, al yo que empujaba desde fuera con fuerza y no dejé que nadie me dijera que no podía vencerme, ni nadie, ni nada. Tiré mis puertas sabiendo que otras se abrirían, pero para no dejarme volver y que otras se cerrarían, pero para no dejarme marchar y me refugié en ellas hasta que comprendí que las personas que se habían quedado al otro lado de las abiertas también lloraban, que la preocupación que sentían era la misma que me había mantenido luchando contra mí misma, el “qué dirán” que tanto daño puede hacer, pero es que es lo que nos han enseñado. Así que volví y entré sin llamar y levanté la cabeza y les hice entender que lo único importante para mí era lo que decían ellos. Obviamente hablo de mi familia, de la que me alejaron y a la que tuve que enseñar que, si estaban cerca, nada malo podría pasarme, nada de eso que les habían dicho que me pasaría. No fue fácil, claro que no, pero lo que conseguí lo conseguí ganándome algo que nunca hubiera logrado ganar a gritos, su respeto. Eso es lo único que le debemos enseñar a quienes ruegan aprender, respeto y es que es muy común escuchar frases como “no me entienden” o “no lo entienden” y yo me pregunto; ¿Qué tienen que entender? Yo no nunca necesité entender por qué mis padres se enamoraron y se casaron, pero respeto (y agradezco), que lo hicieran. No necesito entender por qué hay quienes creen en dios, pero lo respeto. O porqué hay quienes manipulan, engañan, utilizan y después tiran a otras personas, pero también lo respeto, aunque me defienda, porque con el paso del tiempo he aprendido que el respeto es lo único que necesitamos para ser felices, pero una tonta, tampoco es que sea. Respeto, propio y ajeno, aunque no siempre tiene porqué ir acompañado de palabras amables. Hay quienes reparten amor y te hablan bonito mientras te ponen la zancadilla y quienes te ponen la zancadilla y dicen lo que no quieres oír para demostrarte su amor. Parece contradictorio, pero no lo es, porque los primeros pretenden que te partas la boca contra el suelo para venir después con el “te lo dije” odiado, con el “yo ya lo sabía” y los segundos pretenden haciendo lo mismo que no te cruces con los primeros sin llegar a comprender que de lo primero te recuperas y que, sin embargo, de lo segundo, podrías no hacerlo. Iba a poner un ejemplo, pero el otro día leí que cuando escribimos para los demás solemos menospreciar la inteligencia de los lectores y yo confío en la vuestra, siempre lo he hecho y siempre me la habéis demostrado.

Y la conclusión de todo esto, que ya no sé ni si tiene sentido, es sencilla:

PODÉIS SER QUIENES QUERÁIS SER, independientemente de lo que diga una serie de televisión, de lo que digan vuestros padres, de lo que hagan o dejen de hacer vuestros amigos, de las veces que os caigáis, de las que os tiren, de lo que os juzguen u os critiquen porque siempre habrá quien lance piedras desde arriba, pero no todas llevaran la palabra lesbiana grabada, aunque haya quienes crean que sí. A mí, me ha dado más quebraderos de cabeza dar mi opinión y demostrar que soy capaz de pensar sola, que ser lesbiana, pero no supe que era eso y no lo otro hasta que no dejé de pelearme contra la rabia que sentía al no comprenderme. Fue entonces cuando dejé de culpar a los demás de mi condición sexual, de utilizarla como excusa para todo, “esto me lo dices porque soy lesbiana” “esto me lo hace porque soy lesbiana” y un sinfín de cabreos más que no me llevaban a nada más que discusiones absurdas con personas que no merecían mi tiempo y que encima se llevaban la razón porque mi argumentación era bastante escasa. Así que me detuve y me conocí y al hacerlo empecé a disfrutar de ella, de mí, porque sí, disfruto enormemente de mi lesbianismo, lo mismo que de mis ojos de diferente color, de la lectura o de una buena película. Las “cosas”, tienen para los demás la importancia que nosotros le damos y claro que empezar a ser consciente de que amas “diferente” es importante ¡Y claro que quita el sueño y atrae a las pesadillas! ¡Y claro que cuesta conocerse y quitarse el escudo de la rabia! Pero llega un día en el que te das cuenta de que eso ya no importa, solo que ese día no depende de nadie más que de ti y si me aceptáis un consejo os diría, que dejéis de pensar que sois lesbianas, que dejéis de compararos con otras lesbianas, que dejéis de “excusaros” en que sois lesbianas y empecéis a disfrutar de ser lesbianas. Si no lo hacéis por vosotras (que por dios espero que sí), hacedlo por todas las mujeres que como Celia y Aurora, se dejaron la piel y casi la vida por una libertad que sabían nunca llegarían a conocer.

Adriana Marquina



domingo, 2 de abril de 2017

La Estupidez en Burgos

Anoche, llegó a Burgos La Estupidez y llevo pensando que diría de una obra que iba a ver por tercera vez desde que compré las entradas hace ya dos meses. Lo pensaba porque también escribí mis impresiones las dos veces anteriores y no quería repetirme, pero claro, no pensé en que encima de un escenario, las cosas, nunca se repiten. Reconozco que esta vez iba nerviosa, no por mí, yo ya sabía que lo que iba a ver me iba a encantar, sino por la compañía que llevaba conmigo. Cuando vi que por fin mi ciudad le abría las puertas de uno de sus teatros a la compañía Feelgood y a su atrevida apuesta, me consta que no sin esfuerzo por su parte, no dudé un instante en coger el teléfono y proponer el plan a mi familia. Les expliqué un poco por encima de qué trataba la obra, el trabajo que lleva detrás, la buena aceptación que ha tenido en cada una de sus actuaciones y la ilusión que me hacía compartir con ellas, sí, en mi familia el número de mujeres es bastante superior al de hombres, una tarde diferente, una tarde de teatro. Para mi sorpresa, mis tres tías, las tres hermanas de mi madre, dijeron que sí en seguida y no solo dijeron que sí, además me ayudaron a convencerla a ella para que también se animase a estar sentada tres horas en un lugar en el que no se puede fumar, en el que no te puedes levantar y en el que hay más gente rodeándote de la que suele ser capaz de soportar. Compré las entradas de inmediato, primera fila para ellas, segunda para mí porque más personas de las que pensaba se me habían adelantado y esperé paciente a que llegase el día. Ese día fue ayer y los nervios me comían por dentro porque las conozco y conozco su exigencia. Pensaba en si las gustaría lo que estaban a punto de ver o si me mandarían a freír morcillas, porque a veces les han gustado cosas que yo he odiado y viceversa y cuando ha sido el viceversa me ha tocado aguantar las críticas y os aseguro, que no son mujeres con miedo a decir lo que piensan en cada momento.

Las luces se apagaron, el Motel abrió y tras los primeros cambios de personaje la gente empezó a murmurar, a preguntarse qué estaba pasando, quién era quién, qué hacían todos en la misma habitación. Había quien preguntaba, había quien explicaba y había quien pedía silencio. Yo miraba de reojo a las cuatro cabezas que tenía delante, temiendo lo peor, no os voy a engañar y ellas lo saben así que no pasa nada, pero estaban atentas, ajenas a lo que yo estaba escuchando así que me centré en conocer a Alfonso Mendiguchía (en las otras dos ocasiones era Javi Coll quien interpretaba sus papeles) y me alegré de hacerlo porque el tío se ha adaptado a la obra, a los personajes, al texto y a la velocidad de una forma admirable.

Las primeras carcajadas del público, entre las cuales me incluyo porque La Estupidez es uno de esos “chistes” que no te cansas de escuchar cuando sabes que quien lo cuenta tiene un don para hacerlo, llegaron más rápido de lo que yo pensaba. Burgos no es una ciudad precisamente cálida y eso, aunque a mí cuando me lo dicen me enfade, hace que las personas que llevamos el frío de sus calles en la sangre, tampoco lo seamos en exceso, o al menos, no inmediatamente. Eran carcajadas sinceras, salidas de lo más profundo de la necesidad que tenemos en esta ciudad de poder disfrutar de algo tan bueno como esta obra, o eso sentí yo, que disfrutaba a la par del público que me rodeaba y de los cinco diamantes que al reflejo de los focos habían pulido detalles que hacían imposible apartar la vista del escenario. Enhorabuena.

La obra continuaba, llevaríamos como hora y media entrando y saliendo de la habitación y, a excepción de las constantes preguntas que seguía haciéndose en voz alta una señora que tenía detrás, todos habíamos asumido ya que éramos estúpidos y estábamos encantados cuando ocurrió algo maravilloso, algo que solo puede darse en el teatro. Fran Perea, que siendo el oficial Wilcox vio como al pantalón de su uniforme se le rasgaba toda la pernera, no pudo contener el ataque de risa que le provocó seguir al lado de una Ainhoa Santamaría desatada. Fue inevitable. El aplauso que por un instante detuvo la obra, fue inevitable y en ese preciso instante en el que ellos se recomponían, supe que ya se los habían ganado a todos, a mis tías y a mi madre incluidas, que se reían tan a gusto, que no pude evitar querer detener el tiempo en ese instante, pero no se detuvo y gracias. Descanso, cigarro rápido al gélido frío de la noche burgalesa — ¿Os está gustando? Sí — y vuelta para dentro a bailar con el hit de Carola y comprobar que, al fin, la señora de detrás había asumido también su estupidez.

Siguieron las risas, las historias de los veinticuatro personajes fueron tomando todo el sentido que una obra con este título puede tomar. Habitaciones revueltas, noticias inquietantes y secretos revelados. Sirenas de policía, luces fuera y Burgos aplaudiendo a los cinco actores; Fran Perea, Toni Acosta, Javi Márquez, Ainhoa Santamaría y Alfonso Mendiguchía que, en medio de su recompensa, detuvieron los aplausos para que se los dedicásemos a una de las personas, paisana de la ciudad, que hicieron que La Estupidez fuera posible. Sois grandes. Y justo antes de ese momento, ocurrió algo que me hubiera hecho perder las manos en una hoguera si hubiera apostado, mi madre se levantó, os juro que pensé que iba a ponerse el abrigo para irse cuanto antes, pero no. Dejó sus cosas en el asiento y os aplaudió de pie. ¡MI MADRE! ¡DE PIE! No sabéis lo que es conseguir eso, no sabéis lo que me hizo sentir eso.


Cuando vi La Distancia de rescate (no penséis que me he vuelto loca que viene a cuento de lo que os quiero explicar, aunque no sé si después de la parrafada alguien habrá llegado a este punto), sentí que algunas heridas de mi corazón sanaban. Algunas personas ya lo saben, pero mi padre falleció hace cuatro años y mantenía dentro de mí una mezcla de rabia, culpa y preguntas sin respuesta que hacían difícil ser. Pues bien, creo que algo así le ocurrió ayer a mi madre. No de la misma manera, no en lo profundo de la reflexión del ser humano, aunque La Estupidez lleva consigo una carga dignísima de analizar, porque ayer no fue lo que se decía, si no lo que se conseguía y conseguir que mi madre me llamase al llegar a casa para decirme que por favor les diera las gracias a los actores de su parte, fue algo que no olvidaré jamás. Y eso voy a hacer, aunque empiece con las mías. Gracias por hacer que mereciera la pena convencerla para que saliera de casa, por hacer qué durante dos horas, más luego otra, se olvidase de que entre sus dedos no había un cigarrillo que le calme una ansiedad de la que se olvidó viendo como entrabais por una puerta siendo unos y salíais por otra siendo otros. Creo que las puertas del teatro consiguieron algo parecido con ella anoche, porque sin duda, se rio sin miedo. Sí, sin miedo a sentirse culpable de deshacerse estando despierta de la pena que sigue sintiendo, la que como una sombra se ha ido apoderando de ella, encerrándola más en sí misma, susurrándola que el mundo no la perdonaría que dejase de llorar cuando todos nos morimos por verla sonreír. Os doy las gracias de su parte, que emocionada me decía que hacía muchísimo tiempo que no se reía tanto y os las doy de la mía, que hacía muchísimo tiempo que no la veía reírse así, frente a mí, junto a sus hermanas, junto a las personas que seguimos aquí, porque hay veces en que es difícil no quedarse con las que se han ido, sobre todo cuando no entiendes el por qué. Así que gracias, gracias por devolverme ese trocito de madre que perdí junto a mi padre aquel fatídico día, por darle forma a las palabras que hacía tiempo quería decirle y no sabía cómo. Ayer La Estupidez me enseñó que hay personas que, sin pretenderlo, que sin tan siquiera saberlo, tienen en su poder el puñadito de arena necesario que ayuda a construir el dique que frena el río de la pena de quienes han quedado a merced de la ola. La ola de mi madre desde ayer es un poco menos brava, y volverá, insistirá, pero no podrá con esa arena, no podrá con sus risas, no podrá con la libertad que sentí en su voz cuando hablaba conmigo. Esa ola, no podrá con La Estupidez. 

Adriana Marquina