viernes, 9 de octubre de 2015

Si eso ocurriera

Aurora esperaba, sentada sobre la cama del hotel, la llegada de Celia. Habían quedado que se verían a las cinco, pero Celia dependía de la duración del funeral de su amigo Cristóbal y ya pasaban más de y media. La inquietud comenzaba a hacer mella en ella. Había estado observando el movimiento de la ciudad desde la ventana, sonriendo por la ignorancia de los viandantes. Ninguno podía imaginarse lo que había pasado en aquella habitación un par de días antes y se sintió dichosa por formar parte de un mundo invisible aunque lamentó el coste que eso suponía. Diez minutos más tarde se sentó en la butaca que, colocada frente a la cama, había sido testigo de excepción de su encuentro furtivo. Acarició los brazos de madera y sintió en sus manos la complicidad de quien te mira sabiendo que guardas un secreto. Aquella sensación se apoderó de su sonrisa, de su presente y con él de su cordura. No le había dado la importancia suficiente al hecho de que Diana, una de las hermanas mayores de Celia, tuviera conocimiento de su relación con ella. Cuando Celia se lo comunicó se mostró comprensiva, indulgente, sintió tanto nerviosismo en la confesión que se olvidó de ella misma, de su pasado, del dolor punzante que la sobrevino sin avisar y que la obligó a abandonar su fortaleza a los pies de la cama.
Hecha un ovillo, llorando como si se estuviera desgarrando por dentro, como si sus dos mundos se hubieran derrumbado sobre su pecho, la encontró Celia al entrar en la habitación. Llegaba con los sentimientos encontrados. El funeral había sido demasiado doloroso y a pesar de ello las ganas por encontrarse de nuevo con Aurora la habían mantenido con el corazón alegre.
Con ternura dijo un par de veces su nombre, pero al no obtener respuesta alguna decidió agacharse a su lado y levantar con cariño su rostro hundido.
--¿Qué te pasa cariño? --preguntó clavando sus ojos en los ojos rotos de Aurora --¿Ha ocurrido algo?
Aurora no contestó. No podía hablar, no sabía que decir, simplemente se acurrucó en el hombro de Celia y siguió llorando unos minutos más. Celia esperó con paciencia a que el nudo que parecía haberse formado en su garganta desapareciera.
--Perdóname --se disculpó Aurora intentando recomponerse el rostro con las manos, levantándose, no sin esfuerzo, para poder sentarse en el borde de la cama.
--No tengo nada que perdonarte. Yo estoy aquí --dijo sujetándole la barbilla en un gesto de verdad absoluta y sincera -- y voy a estar aquí rías o llores, pero si no me cuentas que te ha llevado a sumirte en esta tristeza no podré ayudarte.
Aurora dudó un instante. ¿Cómo podría decirle, después de haber alentado sus palabras ante la confesión de que su hermana conocía su secreto, que ese simple hecho la daba pavor?
--Aurora... sea lo que sea puedes contármelo. Puedes confiar en mí --animó Celia al adivinar en sus ojos que era el miedo el que la atormentaba.
--Es por tu hermana. Por Diana.
--¿Por Diana?  --Celia la miró extrañada, entre todas las opciones que había barajado en aquellos minutos de sollozos nunca hubiera incluido aquella -- ¿Qué es lo que te preocupa de mi hermana?
Aurora rompió a llorar de nuevo, pero aquellas lágrimas no anunciaban más que un secreto a punto de ser revelado. Celia sujetó sus manos comprensiva, dispuesta a escuchar cada palabra, dispuesta a comprender porqué Diana estaba provocando que una mujer tan fuerte como Aurora se mostrase ante ella como un cachorrito indefenso y apaleado.
--Cuando conocí el motivo por el cual estabas sometiéndote a la terapia con Uribe --comenzó a decir al fin --, te confesé que yo también había pasado por lo mismo ¿Lo recuerdas? --Celia asintió con la cabeza, no quería hablar, no quería interrumpir el desahogo de Aurora  -- Lo que nunca te he contado es el como llegué a ella. Tú, intentaste suicidarte, intentaste evitar que lo que considerabas un problema afectase a tus hermanas, a tu entorno, pero mi motivo fue completamente diferente. Yo jamás intenté quitarme del medio --Celia permanecía en silencio, sin replicar nada de aquella afirmación con la que no estaba del todo de acuerdo pero que no sintió como un ataque si no como un preámbulo a su confesión --. Yo sabía desde pequeña que algo en mí era diferente. Mis amigas tenían las pretensiones de cualquier mujer; casarse, tener hijos, llegar a ser una dama de la alta sociedad --un atisbo de sonrisa se dibujo en sus labios ante aquel recuerdo --, pero yo no. Yo quería estudiar, viajar, ser libre, no quería depender de un hombre el resto de mi vida y sin embargo sentía que no me importaría vivirla acompañada de otra mujer. Cuando hice mi puesta de largo, mis padres me obligaron a ir acompañada de un joven de buena familia al que escogieron por influencias, pero cuando apareció en la fiesta con su familia quedé prendada de su hermana. Ella era un poco más mayor que yo y algo me dijo que yo tampoco había pasado desapercibida ante sus ojos. La fiesta pasó y pasé semanas viéndome con aquel joven como excusa para poder seguir viéndola a ella hasta que, un día, me llevó a su habitación con una excusa y me besó. Estuvimos juntas mucho tiempo aunque yo seguía saliendo con su hermano y a ella la pretendía otro joven que tampoco sospechaba de nuestros quehaceres. Ella me convenció para preparar nuestra huida, me susurraba que seríamos felices, que nadie impediría que cumpliéramos nuestros sueños. Ella juraba que daría la vida por mí en caso de ser necesario y sin embargo... --la voz de Aurora volvió a quebrarse ante el recuerdo --. ¡Me entregó Celia! Me había jurado que jamás permitiría que nadie me hiciera daño y me dejó de manos del mismísimo diablo un día en el que su madre sin avisar entró a la habitación y nos vio besándonos. Comenzó a gritar, a llamarme enferma, a decir que había intentado aprovecharme de ella. Faltaban dos días para fugarnos y decidió que su estatus, su herencia y su cuello eran más valiosos que nuestro amor, que nuestros sueños y que mi propia vida.
--Yo no voy a traicionarte Aurora --dijo al fin Celia con una ternura que hacía imposible dudar de sus palabras.
--¿Y tu hermana? ¿Qué pasa si tu hermana habla? ¿Si al igual que aquella vez me delata a mí y tu decides salvarte? ¿Qué ocurrirá entonces? --el miedo y la rabia hicieron que Aurora, en un intento desesperado por espantar a los fantasmas que la rodeaban, volviera a apoyar su frente sobre el frío cristal de la ventana -- Yo no te arrastraré conmigo si eso ocurriera, pero no creo que fuera capaz de volver a superarlo.
--No vas a tener nada que superar Aurora. Diana no hablará. No permitirá que vuelva a pasar por esa inhumana terapia y puedo asegurarte de que tampoco te delatará a ti. Ya no eres una niña y yo tampoco lo soy. No permitiría que nada te ocurriera, que ningún mal nacido con aires de grandeza te sometiera a ningún castigo por amarme. Si algo así ocurriera, si mañana nos descubrieran y quisieran aleccionarnos, cogería tu mano con fuerza y huiría contigo tan lejos de aquí que solo te daría tiempo a meter en la maleta el recuerdo de las sábanas de esa cama que nos esperan con impaciencia.

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