viernes, 22 de marzo de 2019

Impresiones Bailar en la oscuridad


Antes de escribir estas opiniones, me he informado un poquito mejor sobre Bailar en la Oscuridad, porque sí, no había oído hablar de esta película hasta que comenzó a fraguarse la obra teatral homónima que se esta representando actualmente en el Fernán Gómez de Madrid.

Evidentemente voy a hablar de la segunda, porque la primera sigo sin verla y, sinceramente, tampoco es que quienes me han hablado de ella me hayan despertado demasiadas ganas. El sábado pasado tuve el gusto de poder verla y tengo que decir que no sé ni lo que voy a decir, porque solo me han quedado preguntas que empiezan por porqués que no tienen final y que se convierten poco a poco en defensa o juicio de una situación que espero no tener que vivir nunca y que siguen dando vueltas desde entonces.

Me pregunté por qué una mujer le ocultaría a su hijo una y otra vez dónde se encuentra su padre si el motivo de la desaparición del mismo no lo decidió él. Si seguro que hubiera preferido volver para estar que no hacerlo. Me pregunté por qué una mujer le ocultaría a todo el mundo una enfermedad que va a ser, irremediablemente, inocultable. Por qué no se dejaría ayudar cuando era obvio que necesitaba ayuda. Por qué prefería tener un hijo enfadado, frustrado, deshecho, que contarle la verdad. Por qué bailaba cuando yo gritaría. Por qué pactaría con el diablo. Por qué se dejaría encerrar.

Intenté ponerme en su lugar, pero me sacaba de quicio. Marta Aledo, consiguió que Selma, me sacase de quicio.  Uno de los papeles de Luz Valdenebro, el de la amiga fiel que no falla, hasta que lo hace, pero por ti, fue para mí mucho más comprensible. Me dio la sensación de que fue su actitud quien generó todas las preguntas, pues paciente, va viendo lo que su amiga no quiere ver (y para ver esto a lo que me refiero no hacen falta los ojos), sin lograr que a esta se altere lo más mínimo. Era como si nada le removiera, como si solo viviera para lo que nos decía que vivía. ¡Y nosotras ahí, sin entender absolutamente nada! Pero es que solo vivía para eso.

Los papeles que interpretan Jose Luis Torrijo, Fran Calvo e Inma Nieto, tampoco te dejan tranquila del todo. Todos ellos tienen una parte inquietante, independientemente de quién sean en cada escena. Cada uno en su lugar y con su sombra, y no, no estoy hablando de la de los focos. Todos ellos son personajes encerrados, quizá, irónicamente, se librase de esta afirmación la carcelera. Encerrados en sus miedos, en sus dudas, en los noes que no son capaces de decir, en los te quiero que dejan escapar o en el materialismo de quien se siente nada cuando lo es todo, cuando eres tanto que todo lo demás importa poco, hasta la vida. La tuya, esa que crees que amas y las que arrastres contigo para seguir haciendo cierta la mentira.

Y si ya tenía preguntas antes de que Selma se viera arrastrada, se multiplicaron cuando tras las rejas, seguía cantando. Viendo, sin ver, que no era capaz de ver nada, de darse cuenta de nada. Álvaro de Juana, que interpreta a su hijo, empezó a provocar en mí una especie de rabia contenida que se mezclaba con tristeza, decepción y esperanza. Pero no la esperanza de que todo saliera bien con su madre, si no sobre la libertad que supondría la pena impuesta por la cabezonería incontrolada. Porque sí, para mí, la lealtad había perdido el sentido tras las rejas y permanecer ahí por no fallarle a quien no estando te lo está arrebatando todo, no tenía sentido. O sí, porque quizá esa fuera su manera de regalarle a su hijo la libertad que ella le estaba robando convencida de que lo importante está en lo que se puede ver. Y es que, yo sentía a través de él, la impotencia que aprieta cuando ni lo que se dice, ni lo que se hace, ni lo que se siente, merece la pena lo suficiente como para que a quien tú más quieres considere la posibilidad de quedarse a tu lado, aunque no os vayáis a poder ver. 

Yo resumiría todo este embrollo con una frase: La vista o la vida. Porque desde el sábado me pregunto, si es que la historia va de eso ¿a qué le daría más valor? Pero es que aún no sé de que va la historia, porque hay tantas preguntas que pueden hacerse acerca de ella, que estoy segura de que para cada espectador será una historia diferente. Yo solo me quedé con la sensación de que cuando las sombras de las personas bailan entre sí, nada bueno puede salir de ellas. Que apagan la luz más cegadora e incendian el infierno más congelado con melodías pegadizas de las que no puedes salir. Que hacen que nos preguntemos, sin haber estado ahí, lo que hubiéramos hecho nosotros. Lo que hubiéramos sentido nosotros. Qué canciones hubiéramos cantado nosotros. Me pregunté muchas cosas viendo la obra de teatro. La magnitud del escenario permitía que las interrogaciones de las decisiones que no comprendía se fueran arremolinando en los rincones sin luz. El cambio de personajes sin que para ello fuera necesario el cambio físico de las actrices, o de los actores, demostraba que la misma persona puede ser muchas a la vez dependiendo de lo que se espere de ella en según qué momentos. Las canciones te sacaban del drama sin que el drama dejase de estar presente. Me pregunté muchas cosas viendo la obra de teatro, respondí otras, comprendí una, y fue que hay batallas, por las que morir, no merece la pena.  

Adriana Marquina