martes, 6 de octubre de 2015

Una noche de 1913

Aquella noche la casa Silva estaba vacía. Las hermanas habían decidido acudir al Real. Francisca Silva estrenaba a su Barbarina y nadie quería perdérselo. Doña Rosalía y Merceditas aprovecharon la ocasión para disfrutar del ambiente distendido del Ambigú mientras Raimundo contaba sus anécdotas desde el escenario. Salieron de la casa a eso de las ocho de la tarde. La ciudad estaba prácticamente desierta, el viento gélido de Febrero no invitaba a estar de paseo por las calles de Madrid. Don Luis las esperaba en la puerta con las invitaciones en la mano. A su lado, Germán, Salvador, Rodolfo y Aurora esperaban ansiosos al coche de caballos que dejaría a las Silva en la puerta del teatro. Cada uno tenía un motivo para estar allí y sin embargo su conversación había estado plagada de excusas que nada tenían que ver con la realidad. Dos preciosos corceles negros doblaron la esquina, tiraban de un elegante coche lacado en negro que iba apoderándose de la escasa luz de las farolas de la calle y que se detuvo ante ellos acrecentando el nerviosismo. Adela Silva descendió con su bondadosa sonrisa dibujada en la cara, saludó amablemente a los presentes y se colocó al lado de Germán intentando disimular el brillo de sus ojos. Diana la siguió con una altivez que desapareció cuando el señor Montaner le tendió la mano amablemente. La elegancia de Blanca dejó inmóvil a Rodolfo, que pensando en sus negocios no se percató de las miradas que robaba su querida prometida. Todos se miraban y sonreían, nadie parecía darle importancia al hecho de que Celia Silva no estuviera en el coche, todos menos Aurora que al ver al cochero cerrar la puerta sintió una punzada en el corazón.


--¿Dónde esta Celia? --preguntó dirigiéndose a Adela que se acariciaba el pelo coquetamente para deleite de Germán.
--No se encontraba bien. Nos ha dicho que no nos preocupásemos, que era una simple jaqueca y que te preguntásemos si te importaría acércate a echarle un vistazo, cree que puede ser consecuencia de la terapia y como tu eres su enfermera...
--Por supuesto que no me importa. Debería haberme avisado, hubiera ido directamente allí.
--Ha sido repentino --argumentó Blanca como excusa --, hemos supuesto que ya estarías aquí y no teníamos manera de avisarte. Espero que no te importe perderte la actuación, Celia nos ha dicho que eres una gran seguidora de esta obra.
--Ya habrá más días. ¿Os importa si utilizo vuestro coche? No quisiera demorarme, las jaquecas por la terapia pueden ser muy fuertes.
--Por supuesto que puedes usar nuestro coche. Ya contábamos con ello --dijo Diana indicándole al cochero que volviera a abrir la puerta --. Hemos traído una llave de más --añadió haciéndole entrega de ella --. La habitación de Celia esta a la derecha. La segunda puerta.


El camino empedrado de las calles del centro de Madrid y la preocupación por su querida Celia, le quitaron la elegancia que Aurora le había supuesto al paseo. Agradeció al cochero la amabilidad y rapidez a la hora de abrirle la puerta y ascendió las escaleras de la casa Silva dejando tras ella los modales inculcados. Introdujo la llave en la cerradura y empujó la pesada puerta. Agradeció que la luz de la escalera estuviera encendida, volvió a cerrar y ascendió por ella, esta vez con cautela, hasta la planta superior de la casa. La puerta indicada estaba entornada, dentro no parecía haber luz alguna y sin embargo la oscuridad no era completa. Empujó ligeramente la madera y cruzó el umbral. El ventanal del balcón estaba abierto de par en par, en el medio, como si se tratase de un cuadro, la figura de Celia se dibujaba entre sombras.


–¿Qué haces ahí asomada? –preguntó tiernamente mientras se acercaba hasta ella –Si tienes jaqueca no deberías, podría darte un mareo y…
Celia giró la cabeza despacio, Aurora pudo ver su sonrisa y supo cual iba a ser su respuesta antes de que ella pudiera contestar.
–No tienes jaqueca ¿verdad?
Celia volvió a sonreír y con un ligero gesto invitó a la enfermera a situarse tras ella. Busco sus manos a tientas y las colocó sobre su vientre.
–Podrían vernos –le susurró Aurora al oído.
–Podrían, pero no lo harán –contestó ella –. Madrid esta desierto. Ahora solo estamos ella –dijo mirando a la luna llena que comenzaba a ascender entre los edificios –, tú y yo.
–¿Por qué has mentido a tus hermanas?
–Porque quiero devolverte el regalo que me hiciste.


Al decir aquellas palabras Celia se giró. Clavo sus ojos en los ojos de Aurora que la miraba confundida aunque sonriente y la beso con la ternura con la que besa un alma noble. Entre beso y beso retrocedieron hacia el interior de la habitación. La cama de Celia se topó con las piernas de Aurora obligándola a sentarse sobre ella. Ambas rieron mientras Celia cerraba la ventana y corría las cortinas. La tenue luz de la escalera que entraba por la puerta dibujó el cuerpo desnudo de Celia cuando esta al volver a girarse se desprendió de la bata que la cubría.


–Quiero ser la libertad que cubra tu cuerpo –dijo ante la atónita mirada de Aurora que admiraba su aterciopelada piel.


Las manos de Aurora se agarraron a la cintura de Celia con delicadeza. Como si sujetase un pequeño pájaro caído del nido, como si tuviera miedo de romper aquel cuerpo que había visto retorcerse de dolor en las sesiones con el doctor Uribe. Sonrió ante la insensatez de aquel hombre; ¿Podía haber algo más bello en el mundo? Se dejo recostar a besos, desnudar con las caricias de Celia que leía sobre cada centímetro de su piel. Se sintió morir cuando sentada sobre ella se deshizo del pasador del pelo. Su melena morena, rizada como la espuma de las olas del mar, cubrió sus hombros. Sujetó su cintura y con el primer balanceo elevó la cadera para convertirlas en una. El silencio se vio roto por una pequeña carcajada de complicidad que dio paso a sutiles gemidos que lo inundaron todo. La mano de Aurora se deslizó por su propio vientre, se interpuso entre sus sexos y se perdió en la humedad de los labios de Celia que se entregó a ella con absoluta devoción. Se amaron hasta que no pudieron más y cayeron rendidas sobre la cama en la que Celia Silva acababa de despertar del mejor sueño de su vida.
 

(Espero que os haya gustado, me ha picado laovejarosa jejej)

4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. "Gustado" es poco... así que aquí empieza el Paralelo Aurelia... trataré de leerlo lentaaaamente, (aunque no lo creo). Menuda encomienda te creaste, mis respetos.

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    1. Aún leo hoy este comentario. Sí, aquí empieza la andanza de esta historia paralela que tantas alegrías me está dando. Gracias por esos respetos y por leerme y apreciarlo.

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  3. ¡Qué pena no haberlo descubierto este blog antes! ¡Qué bonito escribes y qué imaginación tienes!! Te admiro y prometo desde este momento leer tu cada escrito!

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