miércoles, 7 de octubre de 2015

Mañana a las cinco

El encuentro con la policía tras la manifestación con las sufragistas dejó a Celia al borde de un ataque de nervios. Después de la emotiva despedida a Merceditas volvió a centrarse en su objetivo; tenía que sacar a Aurora del calabozo y no sabía como conseguir el dinero para hacerlo. Revolvió de nuevo su habitación. Buscaba algo que poder subir al monte de Piedad pero no encontró nada con el valor suficiente. Las primeras ediciones de algunas de las novelas que sobrevivieron a la ambición del doctor Uribe a penas le darían unas cuantas pesetas y sabía que no serían suficientes por lo que, con resignación y rabia, las colocó de nuevo en la estantería de su habitación que, sin saberlo, soportaba más peso del que podía resistir. Doña Rosalía se interesó un par de veces más por saber si había encontrado la solución, pero dejó de hacerlo cuando descubrió a Celia sentada a los pies de su cama. Lloraba con angustia, el miedo a que Aurora pudiera encontrarse en las mismas condiciones en que se encontró su hermana Adela se apoderó de su interior en forma de nudo corredizo. Aquella cuerda invisible apretaba más cada minuto que pasaba, pero a pesar de eso, Rosalía decidió no molestarla. Había visto a Celia en su momento más bajo y supo que en aquella ocasión podría ponerse de nuevo en pie. No pasó ni media hora cuando creyó haber dado con la solución. Bajó corriendo al despacho aunque anduvo como la dama que esperaban que fuera cuando pasó por delante del salón donde todas seguían recordando las meteduras de pata de Merceditas. Supo que se trataba de una especie de homenaje que sus hermanas animaban con fervor y sintió que aquel momento debería vivirlo para poder conservarlo, pero no podía y Merceditas hablaba como para estar recordándola durante días. Abrió con cuidado el primer cajón del escritorio y vio el estuche de cuero que buscaba. Lo cogió entre sus manos dispuesta a salir corriendo para poder empeñar lo que había en su interior pero al hacerlo sintió el peso enorme de la culpa en ellas. Tal fue la carga que tuvo que sentarse para comprobar si el contenido de aquel estuche seguía siendo el mismo que la última vez que lo abrió.
Levantó la tapa con cautela y respiró tan hondo que pudo percibir el olor de su padre saliendo de su interior. Sonrió resignada, aquel hombre que no entendía sus pretensiones, que no comprendía sus sueños y que nunca hubiera permitido que se hubiera implicado en semejante lucha, seguía aleccionándola incluso muerto. La dureza de su pensamiento la transportó, en un intentó por aliviar la culpa que se acababa de apoderar de ella, a una tarde de verano de hacía ya muchos años en la que mientras ella leía apoyada en el tronco del almendro del jardín, sus hermanas mayores corrían detrás de su padre rogándole que repitiera el único truco de magia que conocía. Recordó que su padre la llamó en un par de ocasiones y que al final casi tuvo que obligarla a prestarle atención. Celia conocía aquel truco desde hacía mucho tiempo y consideraba más útil empaparse con las letras de sus novelas, pero al final accedió a su chantaje emocional. Su padre las enseñaba una moneda vieja que luego hacía desaparecer al cerrar el puño. Todas sabían que tenía un hilo enganchado que metía la moneda en la manga de su camisa cuando estiraba el brazo y sin embargo todas lo aplaudieron como si de verdad creyeran en sus poderes,
--Celia cariño --preguntó su padre acercándose a ella al ver que no aplaudía -- ¿No te ha gustado?
--Si me gusta padre --respondió la pequeña educadamente --, es solo que cuando ya conoces el truco no tiene gracia.
Su padre se quedó mirándola unos segundos. Conocía a su hija, sabía que era distinta a sus hermanas, sabía que algo les alejaba, que la mente inquieta de su pequeña no se conformaría con una respuesta cualquiera. Finalmente se sentó a su lado, la sujetó las manos con fuerza y la miró a los ojos. Celia confiaba en la gente que la miraba a los ojos y él lo sabía.
--Es cierto que no tiene gracia cariño, pero tienes que saber que lo importante al hacer algo, es la ilusión. Sin ilusión nunca llegarás a ninguna parte, ni siquiera a esconder una moneda en la manga de tu vestido.


Terminó de abrir la tapa de la caja y sujetó entre sus dedos la pluma de plata de su padre. Era la pluma con la que había firmado el primer contrato de tejidos Silva y de la cual no se había desprendido desde entonces. Ella siempre la había admirado, no por su belleza, cuyas filigranas hacían indiscutible, si no por su poder que se la antojaba inmenso desde sus ojos de niña inocente. La observó unos segundos y sintió como la mentira de aquella frase de su padre le era al fin revelada. La ilusión no la había llevado a ninguna parte, es más, había sido el autor el que empezó a romper el sentido de sus propias palabras al no dejar que estudiase en la Sorbona. Si no hubiera sido por aquella decisión ella podría haberse ahorrando demasiado sufrimiento. Cerró la tapa y salió decidida de casa. Aquel sería el pago de su padre a sus sueños rotos.


--¿Dónde va con tanta prisa señorita Celia? --preguntó una voz a sus espaldas que le resultó familiar pero que no consiguió ubicar hasta girarse.


Era Gloria, una de las mujeres del grupo de sufragistas.


--¡Gloria! ¿Os han soltado? --preguntó abrazándose a ella con una confianza con la que aún no contaba.
--No. Yo también he conseguido escapar --dijo calmando la llamativa efusividad de Celia --, precisamente vengo ahora de la asamblea de liberación.


Celia la miró confundida. Qué hubiera tenido el coraje de subirse sobre aquel banco a decir las palabras que ninguna se había atrevido a decir, no implicaba que estuviera enterada todavía de como funcionaba el grupo y tuvo que pedir que le aclarase aquello.


--Verás, nosotras cuando entramos en el grupo pagamos una cuota a la semana. Con ella pagamos las fianzas de las que son apresadas en una manifestación, pero siempre votamos antes para decidir como hacerlo.
--¿Habéis pagado la fianza de Aurora? --preguntó sin darle importancia a lo que Gloria acababa de explicarle.
--Todavía no. Tienen que pasar al menos una noche en el calabozo, pero iremos mañana a primera hora.
--Iré con vosotras.
--De eso nada. Aurora ha dejado claro que te mantuviéramos al margen del pago. No quiere que nada te relacione con nosotras, pero nos ha dado un mensaje para ti; "Meine Liebe, mañana a las cinco donde besarte es imposible"


Celia sintió que el corazón se le iba a salir del pecho y no supo diferenciar si el rubor que notaba apoderándose de sus mejillas se debía al mensaje o a la cita en sí. Gloria la sonrió cómplice cuando por fin se atrevió a mirarla y siguió caminando como si nada hubiera ocurrido. Emprendió el camino de vuelta a casa y dos pasos mas allá volvió a mirar el estuche que llevaba entre sus manos. La rabia había desaparecido y volvió a abrirlo. La pluma apareció ante ella agradecida, aliviada, dispuesta a servirla para el resto de su vida, su plata brillaba y sintió en ella el guiño de su padre comprensivo. Comprendió entonces que iba a ser la ilusión la que iba a mantenerla con vida hasta el día siguiente. A las cinco.



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