martes, 6 de octubre de 2015

Es tarde...

Aún sentía en su cuerpo el calor del cuerpo de Aurora cuando Merceditas abrió la puerta de la casa. Llevaba en el rostro dibujada una sonrisa tan inmensa que la curiosa criada no pudo evitar preguntarle a qué se debía tanta felicidad. Celia la cogió de las manos y la hizo girar al son de una canción sin melodía que provocó una estridente risotada.


–¿A qué se debe este escándalo? –preguntó doña Rosalía saliendo por la puerta de servicio que daba acceso a la cocina.
–No se enfade con Merceditas. He sido yo –dijo recobrando la compostura que el ama de llaves tanto insistía en mantener –Ahora si me disculpan subiré a mi habitación. Necesito descansar.


La luna, que la había guiado y protegido en el camino de vuelta, sonrió al saberse conocedora del motivo de su cansancio, pero a pesar de que era cierto que notaba su cuerpo agotado, su mente inquieta la impidió conciliar el sueño. Su hermana Francisca hacía rato que había llegado del Ambigú, pero al contrario de lo que esperaba, a penas hablaron unos minutos. La cabeza de su compañera de cuarto estaba en paz y hacía rato que dormía plácidamente en la cama de al lado. Celia miraba al techo, en el lienzo blanco de la escayola seguía viendo los hombros desnudos de Aurora, sus grandes pechos aterciopelados y la curvatura que se apoderó de su espalda en el último segundo de su máximo placer. Sin poderlo evitar acarició sus manos, como si en ellas esperase encontrar los restos de la piel de su compañera. Sonrió y se abrazó a si misma en un último intento por conservar el calor que había tenido que abandonar a toda prisa. Se acurrucó bajo la pesada ropa de su cama que, al contrario de lo que esperaba, la agobió más de lo que la tranquilizó y por fin decidió levantarse. Temía que su constante movimiento despertase a su hermana y sabía que la dicha que sentía no le iba a permitir contarle una mentira, pero también tenía claro que no iba a poder contarle la verdad. Con tiento y cautela se abrigó con la bata y salió de la habitación. Bajó las escaleras agarrada a la barandilla para no tropezar y entró en el despacho de su padre al que sin querer pidió perdón. Encendió la pequeña lámpara de la mesa y sacó de los cajones una de las carpetas que había utilizado en la escuela de maestras y en la que tenía varios folios en blanco. Pluma en mano comenzó a escribirle a Nadie. Era consciente de que el destino de aquellas palabras sería la lumbre de la chimenea del salón, pero aún así comenzó a llenar con ellas el papel granulado que hacía tanto tiempo no utilizaba.
Querido Nadie.
Esta noche no puedo dormir, no puedo dejar de pensar en sus labios, en sus caricias... El tacto de su piel se ha apoderado de mis ojos cerrados y el olor de su cuerpo se me presenta como un escalofrío constante del que no puedo deshacerme. Siento en los pechos su lengua húmeda y en las piernas el ritmo de su cadera. Nuestros gemidos se han convertido en una partitura y sin embargo sé que nadie será capaz de volverla a cantar con tanta pasión. Mis poros añoran las yemas de sus dedos calmados y no puedo evitar estremecerme cuando recuerdo sus labios sellando las heridas de mi cuerpo entregado. ¡Ay querido Nadie si hubieras podido sentir el amor que yo he sentido esta noche! Nunca hubiera podido imaginar que un estallido pudiera provocar tanta calma, ni que tanta calma pudiera provocar semejante estallido. Si pudiera gritar gritaría. Gritaría que he hecho el amor con una mujer. Con una mujer maravillosa como ninguna otra. ¿Ninguna? ¡Ay Nadie, a ti no puedo engañarte! Ha sido maravilloso, perfecto, pero debo reconocer que mi insomnio se debe a una duda. Una duda que no debería tener derecho a existir, una duda de esas que te atormenta aun sin sentido y de la que por mucho que corras no puedes escapar. No dejo de pensar en ella y sin embargo cuando cierro los ojos el rostro de otra mujer se me presenta como una pesadilla de la que no quieres despertar. ¿Hubiera sido tan maravilloso si la piel hubiera sido la de Petra? Nunca lo sabré, tampoco sé si quiero saberlo, me hizo tanto daño... me dejó tantas cicatrices... me volvió tan loca que nubló mi juicio y se rió de mi cordura, pero... si no hubiera sido por ella, si ella no hubiera aparecido en mi vida, si no me hubiera enseñado con su gentileza, su bondad y su empatía, con su sonrisa pura e inocente, con su constancia y tesón lo que es el amor, seguiría sin sentirme digna de una pasión como las de mis novelas. Esas novelas que el doctor me hizo romper con la esperanza de ser olvidadas y que sin embargo dejó grabadas a cuero en mi piel. No. Si no hubiera sido por ella nunca habría conocido a Aurora. El destino es caprichoso, ahora lo sé y a veces para ganar hay que perder y no siempre perder significa no ganar. Es tarde. Tan tarde que la tinta del tintero protesta cuando introduzco en ella la punta de mi pluma. Es tarde. Tan tarde que el folio se está quedando sin espacio y ruega comprensión. Es tarde. Tan tarde que su perdón no tiene la fuerza suficiente como para sacar de mi pecho el corazón de Aurora, ni de mis dedos su tacto, ni de mi boca su lengua. Es tarde...

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