martes, 6 de octubre de 2015

Ella me ha salvado

Los primeros rayos de sol entraban por la ventana del despacho cuando Diana Silva entró en él. Sonrió al ver a su hermana Celia dormida sobre la mesa. Su brazo derecho hacía las funciones de almohada y la pluma de su mano izquierda se había resignado a caer sobre el folio al que aún no le habían puesto el punto final. El recuerdo de una Celia niña, dormida con un libro entre las manos, atravesó su mente y la mantuvo unos minutos observándola con cariño. Dudó si debía despertarla, pero pensó que si no lo hacía ella lo haría la casa que en unos minutos comenzaría a llenarse con el ruido del ajetreo de Merceditas y Rosalía preparando el desayuno y el de sus hermanas abriendo y cerrando ventanas, puertas y grifos. Se puso en su piel un instante y concluyó que ella preferiría que las manos suaves de alguna de sus hermanas la despertasen, así que se acercó a ella con cautela y la zarandeo por los hombros dulcemente. Susurró su nombre un par de veces y no obtuvo respuesta alguna. La beso en la mejilla con la esperanza de que el roce de sus labios terminase con sus sueños de una forma agradable pero no consiguió nada. Desesperada recurrió al único acto que funcionaba cuando quería despertarla de pequeña; cogió la pluma y la introdujo en el tintero, después, tiró del folio que tapaba con su mano. El efecto fue inmediato. Celia levanto la cabeza sobresaltada. Como si la estuvieran robando la vida, como si un fantasma se estuviese apoderando de sus pensamientos.


--¿Qué haces? --dijo arrebatándole el folio de las manos.
--Tranquila --contesto Diana paciente que sabía que aquella sería la reacción de su hermana --. He tratado de despertarte por las buenas pero no ha habido manera. ¿Has vuelto a escribir? --preguntó alegrándose.
--No --respondió Celia contundente arrugando la carta para Nadie con su mano mientras trataba de esconderla. 
--¿Y qué es eso que escondes con tanto ímpetu y tan poco éxito?
--No es nada Diana --contestó intentando recuperar el tono natural de su voz --. Unas notas que tomé anoche para las clases con la sobrina de Aurora.
--Así que notas... --dijo con su típica suspicacia --Celia. Te conozco demasiado bien como para saber que no te quedarías dormida escribiendo unas notas. Ya sabes que puedes contarme lo que quieras. Hace tiempo que no hablamos y aunque llevas unos días muy contenta sé que la terapia no ha tenido que ser fácil para ti.
--No. No fue fácil --el recuerdo del dolor hizo que su tono fuera más hostil de lo normal --. Pero ya estoy curada. No tienes de que preocuparte.
--Celia --comenzó a decir sentándose sobre la mesa --. No estoy preocupada, ya te dije en una ocasión que prefería a mi hermana de antes y es con ella con quien me gustaría hablar. Me da igual lo que diga la gente mientras tú seas feliz, pero si eres feliz me gustaría que lo compartieras conmigo. No estoy en una posición que me permita dar lecciones precisamente.


Celia dudó un instante. Sabía que Diana no era como sus otras hermanas. Entre sus virtudes no estaban ni la prudencia de Adela, ni la displicencia de Blanca, ni la efusividad de Francisca y muchísimo menos el egocentrismo de Elisa. Diana era diferente, era fuerte, comprensiva y luchadora. A Diana le daba igual salir de casa en pantalones y montar en motocicleta con su novio como acompañante. A Diana le había escuchado hablar como a las mujeres del grupo de sufragistas al que acudió con Aurora y sabía que sus palabras al decir que prefería a la Celia de antes eran ciertas pero...


--¿Vas a contármelo o no? --preguntó Diana algo impaciente al escuchar los primeros ruidos de la casa.


Celia agachó la mirada y giró la cabeza hacía el lado contrario en un quiero y no debo que llamó la atención de la perspicacia de su hermana.


--Es por Aurora ¿verdad? --Celia la miró sorprendida confirmando sin querer sus sospechas --¡Lo sabía! Hablas de ella igual que hablabas de Petra. Solo te pido que tengas cautela no quisiera que volvieras a...
--Tranquila Diana. No volveré a... --ella tampoco fue capaz de terminar la frase pero no pudo evitar acariciarse las muñecas --Aquello fue una tontería y Aurora es diferente... Aurora... Ella es como yo.
Los ojos de Diana se abrieron como platos mientras Celia trataba de controlar su sonrisa, mezcla del nerviosismo de su confesión y la ternura del recuerdo de los besos de la enfermera.
--Ya sabía yo que ese Uribe no es más que un impostor --respondió en contra de lo que Celia esperaba --. El amor, vaya a donde vaya, es amor y por mucho que se empeñen en lo contrario nunca podrá ser una enfermedad.


Celia no pudo evitar levantarse y abrazar a Diana. La rodeo con los brazos como quien se agarra a una boya en el mar después de haber estado nadando a contracorriente durante horas. Los brazos de Diana la apretaban con fuerza mientras de sus ojos brotaban las lágrimas con las que tantas noches había empapado la funda de la almohada y con las que aún tenía que andar luchando.


--¿Te quiere? --susurró en su oído recordando sin querer su propia batalla.
--Si. Creo que si --respondió --Ella me ha salvado Diana.


Al escuchar aquellas palabras Diana la separó ligeramente sujetándola por los hombros con un cariño y un orgullo que hacía meses añoraba sentir en una de sus hermanas.


--Si es así nos ha salvado a las dos. Cuando te vi tumbada en el suelo del baño sobre aquel charco de sangre… Yo no he sabido ayudarte, pero ella me ha devuelto a mi hermana. A la niña que leía, que escribía, que soñaba. Ella te ha devuelto a mis brazos y eso... Eso nunca podré agradecérselo lo suficiente. Si ella te hace feliz, se feliz, porque nadie puede serlo por ti. Nadie puede amar por ti. Nadie puede ser tú y yo quiero envejecer con tu sonrisa. Esa que ella me ha devuelto y que espero se mantenga para el resto de nuestras vidas.

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