martes, 20 de octubre de 2015

Como nunca antes

Haber tenido que huir de la policía de aquella manera tan brusca hizo que algo se removiera en Celia y Aurora.
Estaban en el jardín, abrazadas sin que importase nada en absoluto quien pudiera verlas. Por un segundo las mismas imágenes atravesaron sus mentes, y las visiones en las que su separación se repetía sin cesar no dejaban de hacer temblar sus manos. Sintieron miedo, el miedo que llevaba días aplastando a Aurora, el mismo miedo que Celia había sido incapaz de sentir.
--Perdóname --dijeron al unísono, buscando la sinceridad de aquella palabra en sus ojos, deseando besarse en los labios al ser conscientes de que estaban a salvo.
Aquella complicidad hizo, para sorpresa de todas las allí presentes, que rompieran a reír. Se consideraron unas tontas y se rieron por ello, también de lo que el orgullo es capaz de romper, de lo difícil que es quererse y dudaron si era el hecho de hacerlo a escondidas aunque ambas supieran que no. Se rieron de la carrera hasta el jardín, de la cara de Emma Goldman al creerse descubierta, del amago de desmayo de doña Rosalía y de la seriedad en la cara de Merceditas. Se rieron y volvieron a mirarse, se besaron sin tocarse y se dieron un abrazo plagado de susurros.
--He sido una tonta Celia --comenzó a decir Aurora a cuya voz se asomó el quebranto de la tensión acumulada.
--No digas eso. Solo es que no comprendo porqué te cuesta tanto confiar en mí--respondió Celia abrazándola más fuerte.
--No es por eso Celia --dijo Aurora dejando que la primera lágrima cayera por su mejilla.
--Déjame demostrarte que yo no voy a fallarte.
Diana salió al patio para informar que ya podían ir saliendo y se acercó hasta ellas sin percatarse de lo íntimo del momento que rompió sin querer hacerlo. 
--Aurora ¿Estás bien? --preguntó al ver a la enfermera secándose las lágrimas con el reverso de la mano.
--Si, si. Discúlpame, ha sido la tensión del momento.
--Lo comprendo, yo también he pensado que nos llevaban a todas detenidas --dijo intentando quitarle hierro al asunto mientras miraba a Celia buscando en su cara el rastro de la culpabilidad de haber estado haciendo algo indebido y que no encontró --, por eso creo que debemos celebrar que todo haya salido bien. Sería un placer que te quedases a cenar --propuso volviendo a dirigirse a Aurora que, sorprendida, no supo muy bien que decir mientras que la sonrisa de Celia iluminaba el jardín en el que ya empezaban a apreciarse las primeras sombras del anochecer.
Aurora iba a negarse, iba a hacerlo pero no pudo. No pudo rechazar la invitación de Diana que tan bien se estaba portando con ella y no pudo porque Celia la miraba a los ojos con tanta intensidad que la sentía dentro, que sentía que si se negaba de nuevo rompería algo precioso que no quería perder.
--Por supuesto. Será un placer cenar aquí con vosotras--respondió comprometida.
--No se hable más. Esta noche seremos seis a la mesa de nuevo, Blanca nos ha anunciado que viene a cenar también --aclaró.
--¿Está segura? Celia me había comentado que iban a cenar todas juntas y no quisiera importunarlas.
--Estoy segura --contestó sonriendo --. Será bien recibida en la mesa no se preocupe y deje de hablarme de usted que esa fase ya la hemos superado --añadió para tranquilizar su evidente nerviosismo antes de volver a meterse en casa.
--¿Lo ves? Diana nos apoya --dijo Celia sujetando sus manos tan sonriente que Aurora no supo como reaccionar --¿Qué pasa? --preguntó resignada.
--¿Qué pasa si no las caigo bien? ¿Si se dan cuenta de que soy algo más que una amiga?
--¿Cómo van a darse cuenta de eso? Tú eres una actriz experimentada --respondió con la ironía justa para provocar en Aurora una de esas sonrisas torcidas que tanto la gustaban y que hacía días echaba de menos.


La partida de billar con la que decidieron gastar el tiempo hasta que la cena estuviera servida, se vio interrumpida por la llegada de Adela y de Francisca que se presentaron a Aurora con la cordialidad y las sospechas respectivas.
--Hola Aurora. Soy Adela, la hermana mayor, es un placer conocerla al fin. He oído hablar mucho de usted.
--Es curioso. Su hermana Diana se presentó con las mismas palabras --respondió con la mejor de sus sonrisas manteniendo la compostura.
--Yo soy Francisca y si la soy sincera también tenía muchas ganas de conocerla. Si me disculpáis voy a subir a mi habitación hasta la hora de la cena.
Las rodillas de Aurora temblaron ante la mirada reprobatoria que Francisca le regaló a Celia antes de irse y se alegró sobremanera ante la invitación de Adela a sentarse en el salón mientras esperaban a Diana y a Blanca.
--Celia me ha contado que trabaja usted como enfermera. Debe de ser un trabajo precioso. Poder ayudar a los demás cuando más lo necesitan, estar a su lado en los momentos difíciles... --Celia y Aurora se miraron cómplices -- Estoy segura de que hace usted una labor magnífica.
--Si que la hace si. Es una gran profesional.
--Debe de serlo para que la admires de esa manera. Tú no eres una mujer fácil de impresionar.
--¿Quién no es fácil de impresionar? --preguntó la voz inconfundible de Diana a sus espaldas.
--Hablábamos del trabajo de Aurora, del apoyo que debe de ser para los enfermos -- explicó Adela mientras Diana tomaba asiento al lado de Celia --. La decía que nuestra hermana no es una mujer fácil de impresionar y que sin embargo ella lo ha conseguido.
--La señorita Aurora ha conseguido muchas cosas --respondió Diana mostrando un orgullo que acarició a Aurora como un soplo de aire fresco. Nunca, hasta Celia, había sentido que nadie pudiera estar orgulloso de ella. Todo lo había conseguido sola y no estaba acostumbrada.
--De ser así creo que va siendo hora de que nos tuteemos ¿No cree? --Aurora asintió en el preciso momento en que sonó el timbre --Esa debe de ser Blanca.


--Señoritas --dijo doña Rosalía antes de retirarse mientras Blanca besaba a sus hermanas --, en unos minutos estará lista la cena.
--Buenas noches. Soy Blanca, la hermana mayor de Celia --dijo Blanca al llegar a Aurora que se había puesto de pie para presentarse.
--Yo soy Aurora y no me diga que también tenía usted ganas de conocerme porque no sé si podré aguantar tanta presión.
Celia, Adela y Diana se rieron ante la divertida cara de Blanca que no acabó de entender del todo a que se refería Aurora exactamente.


--Me gusta ver que te diviertes --susurró Celia mientras se dirigían a la mesa donde los platos esperaban perfectamente colocados.
Aurora no quiso contradecirla. Era cierto que estaban teniendo una conversación amena, divertida y que ella se mostraba partícipe, pero sentía que el corazón iba a salírsele del pecho y eso la estaba martirizando.
La cena transcurrió mucho mejor de lo que los nervios de Aurora habían presagiado. Era verdad que con el tiempo había aprendido a comportarse en sociedad, a ocultar el deseo de sus miradas, a controlar que gestos de cariño estaban permitidos entre dos amigas y cuales no, pero también era cierto que siempre había evitado las situaciones comprometidas en las que el control no dependía de ella, siempre, hasta que conoció a Celia por la que lo daría todo y a la que sin embargo no le estaba permitido dar nada. Francisca había bajado para que excusasen su ausencia, no se encontraba bien y prefirió no cenar con ellas. Adela y Blanca eran tan cordiales y serviciales que se hacía imposible no mantener una conversación civilizada con ellas y Diana... Diana observaba atenta mientras alababa la labor de su hermana como interprete en la reunión de la que Blanca no tenía conocimiento y a la que sorprendentemente no puso ningún pero.
--Creo que va siendo hora de que vuelva a mi casa --dijo Aurora al escuchar el reloj dar las doce de la noche.
--De eso nada señorita --interrumpió Rosalía --. Usted no se va a ir a ninguna parte a estas horas. No son horas para que una dama decente ande por la calle. Usted se queda a dormir aquí. Yo misma le cambiaré las sábanas a la cama de Francisca para que pueda quedarse en ella.
--¿En la cama de Francisca? --preguntaron las cuatro hermanas a la vez.
--Si. La señorita Francisca no se encontraba bien y ha decidido dormir en el cuarto de invitados para no contagiar a su hermana. ¿Algún problema? --preguntó doña Rosalía frunciendo el ceño como si hubiera algo que ella no sabía pero que debería saber.
--No hay ningún problema Rosalía--dijo Diana para alivio de Aurora que bebía agua sin cesar.
--Yo prefiero irme a mi casa.
--Cuando a doña Rosalía se le mete algo en la cabeza no hay quién se lo saque --aclaró Adela --. Es mejor llevarse bien con ella. No sabes el genio que se gasta.


A regañadientes y con un enfado que se hizo presente cuando Celia cerró la puerta de la habitación, Aurora tuvo que aceptar quedarse a dormir y utilizar uno de los camisones de Diana que ella misma llevó voluntariosa a la habitación.
--Espero que no se os ocurra hacer ninguna tontería --sentenció antes de irse de nuevo a su habitación.
--Celia, esto es una locura, yo no debería, yo no debería estar aquí, no, no debería Celia.
--Aurora, prometo que no haremos nada que no quieras hacer, pero deja de dar vueltas que vas a conseguir que vengan todas a ver si estamos bien.
Aurora cesó sus pasos nerviosos y entró en el baño para acicalarse y cambiarse. Se lavó la cara con agua fría y observó la calavera que se reflejaba en el espejo. ¿Qué la estaba pasando? ¿Por qué tenía tanto miedo? Se sentó en el borde de la cama de Francisca que doña Rosalía había dejado abierta para ella y esperó a que Celia saliera del baño. Se había propuesto mantenerse firme, pero cuando salió la encontró envuelta en un mar de lágrimas silenciosas que cubrían su rostro y resbalaban por sus brazos descubiertos.
--Aurora...--dijo Celia arrodillándose ante ella mientras sujetaba de nuevo su rostro -- No puedes seguir así, no puedes seguir sin contarme que es lo que te ocurre, que es eso que tanto te atormenta y no me digas que tienes miedo de que mis hermanas te descubran porque eso no va a ocurrir, ¿Me oyes? No va a ocurrir.
--Creo que lo sé Celia pero...
--¿Pero?
--Tengo miedo. Mucho miedo y no es por la posibilidad de tener que volver a pasar por la terapia. Ya no --confesó dándole un beso tierno en los labios que compensó todos los negados --. Confío en ti Celia, confío más en ti que en mi misma y eso es lo que me esta rompiendo. No quiero sufrir, no quiero que mañana te des cuenta de que yo no soy lo que estabas esperando y decidas seguir sin mi. Si te perdiera por un despiste, por una tontería, por la incomprensión de otra persona, me moriría, no podría perdonármelo jamás.
--Aurora cariño --dijo dejando que hundiera su rostro empapado en su hombro --. No voy a dejar que te mueras, no tendrás nada que perdonarte porque eso no va a ocurrir. No vamos a volver a pasar por eso, ya te dije que antes huiría de aquí de tu mano, sin pensarlo Aurora, sin mirar atrás.
--Ya te he dicho que no tengo miedo por eso.
--¿Entonces de qué?
--Celia, me he enamorado de ti. Me he enamorado de ti como nunca antes me había enamorado de nadie. Me gustan tus ansias por cambiar el mundo, tu energía. Me caen bien tus hermanas, la relación que tienes con ellas, podría estar viendo como hablais o como discutis durante horas. Yo nunca he tenido nada parecido y me parece una gran suerte poder disfrutarlo.
--¿Y eso es malo?
--Eso es lo mejor que me ha pasado nunca, podría formar parte de esto toda la vida y por eso no quiero arriesgarme, por eso prefiero ser prudente. No creí que pudiera sentir esto que siento y tengo miedo de que la felicidad que ahora me inunda pueda terminar por ahogarme.

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