martes, 6 de octubre de 2015

Aprendiendo a ser

La habitación de Celia parecía el escaparate de una tienda de ropa. Estaba tan nerviosa por la cita con Aurora que había sacado todas sus faldas, las camisas y algún que otro abrigo. Tenía todos sus lazos sobre la mesa, sus tres sombreros colgados del tocador y dudaba si llevar uno de sus bolsos o alguno de los de Francisca. Estaba contenta, solamente habían quedado para ir al Ambigú a ver a su hermana, pero los reparos que había sentido a la hora de contarle a Aurora su inapropiado sueño habían desaparecido ante aquella ventana abierta y se sentía entusiasmada. El olor del pelo de la enfermera se convirtió en un empujón para dejarse llevar, para dejar volar la imaginación que habían intentado arrebatarle y que sin embargo seguía intacta. Sonreía y rebuscaba y rebuscando en el armario de su hermana se topó sin quererlo con la máscara de la Bella Margarita. Toda su felicidad desapareció de golpe cuando la tomó entre sus manos. Cerró la puerta con llave, un dolor agónico se apoderó de ella. Los ojos vacíos de aquella identidad sin vida provocaron en ella un sentimiento contradictorio. Miró la máscara y se miró así misma en el espejo, por primera vez fue consciente de que la Celia que ella había creado había desaparecido. La fachada era la misma, pero dentro de sus ojos reconoció un abismo diferente. Se levantó molesta, no había nada que odiase más que la gente que se ahogaba en si misma. Entró en el baño, abrió el grifo del lavabo y dejo que el agua corriera silenciando la rabia de su llanto. Se lavo la cara, se miró de nuevo, respiró hondo y volvió a la habitación dispuesta a encerrar en el armario el objeto de su tropiezo, pero al hacerlo sintió el desconcierto del color áureo de su pátina y no pudo evitar sujetarla con cariño.


--¿Cómo lo haces? ¿Cómo puedes vivir sin ser?


La máscara no contestó y sin embargo un escalofrío recorrió su espalda, se apoderó de su cuello y fustigó su pecho con vehemencia. Sacó sus dedos de los agujeros vacíos, acarició la pluma que la decoraba y se cubrió el rostro con ella. Se miró de nuevo en el espejo y rompió a reír. Rió tan fuerte que sintió vergüenza de sí misma, rió con tantas ganas que el estómago comenzó a dolerle, rió con tanta desesperación que tuvo que retarse. Se colocó de nuevo frente al espejo, se quitó la máscara como quien se quita el cansancio con las manos y comprendió que aquel objeto solo era cuando le dejaban ser. Se sonrió como si estuviera presentándose y en ese preciso instante supo que Aurora no hacía otra cosa que enseñarla a ser.


--Esta mañana estabas muy contenta, pero ahora... estás radiante.
Aquel fue el saludo de Aurora cuando abrió la puerta de su casa, donde habían quedado y vió a Celia ante ella con su camisa blanca, su falda ceñida y su lazo granate anudado al cuello.
--Tú tienes la culpa de que así sea --contestó fingiendo estar enfadada por estar contenta.
--No ha podido darte tiempo de volver a soñar conmigo --dijo bromeando mientras cerraba la puerta --. Dame cinco minutos, voy a la habitación a por mi abrigo y nos vamos al Ambigú. Me apetece mucho ver actuar a tu hermana.


Aurora desapareció por el pasillo por el que aquella misma mañana había guiado a Celia hasta la habitación de sus sueños, pero la Silva no se quedó esperando. La siguió como quien persigue un aroma que le es familiar pero que no consigue ubicar en piel alguna.


--¿Quieres saber por qué estoy tan contenta? --preguntó desde la puerta del dormitorio de Aurora asustándola ligeramente.
--Por supuesto --respondió cerrando el armario y acercándose a ella como muestra de máxima atención.
--Porque he decidido que voy a dejar de soñar para poder empezar a vivir.


Celia dio un paso al frente. Sujetó el rostro de Aurora con delicadeza y beso sus labios con la misma ternura con la que ella la había besado en su habitación la tarde anterior. Se miraron y sonrieron. Se perdieron en un nuevo beso, más largo, más apasionado, tan inapropiado para aquellos tiempos como sus pretensiones. Las manos de Aurora sujetaron la cintura de Celia para poder acercarla aún un poco más. Sus lenguas se juntaron en una caricia tan placentera que todo el vello de sus cuerpos se erizó ante tanta ternura. Como si el tiempo se estuviera deteniendo, Celia se deshizo del nudo de su lazo y guió las manos de Aurora hasta el primer botón de su camisa.


--Celia... --susurró mirándola a los ojos --¿Estás segura?
--¿Qué ves en mis ojos cuando clavas así tu mirada en ellos? --preguntó sin dejar de acariciar la espalda de Aurora.
--Te veo a ti --respondió apartando con cariño un mechón de pelo que se había colado entre sus labios y que colocó con cuidado tras la oreja de Celia.
--Entonces si, estoy segura.


Cayó el lazo al suelo, la camisa de Celia al suelo, después la de Aurora y sus respectivas faldas. Se deshicieron de sus enaguas impolutas y se dejaron caer sobre la colcha de flores que cubría la cama de Aurora y que ya nunca más sería suya. La luna, aún llena, sonreía a través de la ventana y sintió tanta dicha por poder ser testigo que decidió darles la iluminación precisa para tan bello momento. Sus cuerpos desnudos daban vueltas, el uno sobre el otro y el otro sobre el uno. Sus labios, convencidos del sabor que dejaban en sus bocas se empeñaban en permanecer en su sitio a pesar de los mordiscos que se regalaban. En un giro rápido Aurora consiguió hacerse con el control. Tumbó a Celia sobre la cama, boca abajo y cubrió a besos cada una de las cicatrices que las unía. Después la invitó a girarse, besó sus muñecas y con cuidado las sujetó por encima de su cabeza. Celia se dejó hacer y Aurora comenzó a cubrir con besos su cuello. Descendió por sus clavículas y se detuvo unos segundos ante sus pechos que, pequeños pero firmes, se entregaban a su boca con total devoción. Jugó con sus pezones. Primero con el derecho al que abandonó cruelmente cuando la rugosidad se apoderó de él. Después hizo lo mismo con el izquierdo y comenzó a descender hacía el ombligo. Cedió ante las súplicas de Celia y soltó sus manos, pero solamente lo hizo para poder amarrarse a su cadera mientras se perdía entre sus piernas. Acarició con la lengua su clítoris endurecido y volvió a subir hacia la cintura. Tan solo se detuvo unos segundos, el tiempo que tardó Celia en entregarle por completo sus húmedos labios, sus piernas abiertas... Con más cariño del que nunca hubiera imaginado, leído o soñado, Aurora introdujo en ella su dedo índice y volvió a bajar para besarla al compás. Una, otra y otra vez...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si tienes algo que decir, hazlo aquí: