martes, 6 de octubre de 2015

Tú, por eso, no te preocupes

Las sábanas, las mantas y la colcha mullida de la cama de Aurora cubría sus cuerpos hasta un poco más arriba de la cintura. La respiración de la dueña de aquella guarida se perdía en el oído de Celia que, recostada de lado, dejaba que el cuerpo de su salvadora la protegiera con cariño. Las dos permanecían calladas y sin embargo la habitación no estaba en silencio. El roce de la mano que Aurora subía y bajaba por el costado de Celia chocando contra la tela de la sábana emitía un ligero sonido que transportó a la receptora de las caricias a la orilla de un mar que no conocía y con el que, a pesar de eso, había soñado en cientos de ocasiones. Había estado allí hasta hacía unos minutos, sonriendo entre beso y beso, gimiendo entre caricias y sintiendo el sudor que regala el verdadero aroma de la piel amada. Había estado allí, pero la relajación que sentía en su cuerpo la hizo recordar la conversación que había tenido aquella misma mañana con su hermana Diana. La descarga de tensión y la carga del miedo a volver a ser traicionada pudieron con su mirada.


--¿Estás bien cariño? -- susurró Aurora  sacándola de su ensimismamiento.


Celia adoraba su voz rasgada, ligeramente ronca cuando estaba preocupada y sin embargo tan femenina que parecía acariciarle la piel.


--Si --contesto girándose en un intento fallido de que sus ojos respaldasen aquella respuesta.
--Sé que hay algo que te preocupa. Ya te darás cuenta de que a mí no es fácil engañarme --dijo sonriendo, regalándola un comprensivo beso en el hombro que provocó que sus ojos preocupados terminasen de cristalizarse.
--Esta mañana le he confesado a Diana nuestra relación --confesó finalmente apartando la mirada –.
Me ha descubierto dormida sobre una carta que sentí la necesidad de escribir ayer y ha deducido que entre tú y yo hay algo más de lo que intentamos aparentar. 
–¿Le escribías a alguien sobre mí? –preguntó con una mezcla de sorpresa y orgullo que frunció su ceño divertido. 
–No. Le escribía a Nadie sobre mí, sobre nosotras, sobre esto… –creyó innecesario hablarle de su duda, pero los ojos sinceros de Aurora no se lo permitieron –. No podía dormir, una duda se apoderó de mis pensamientos y siempre me ha funcionado ordenar mis ideas ante un papel.
–Una duda… ¿Sobre Petra? –Celia la miró confundida –¡No me mires así! Es lógico que te plantees ciertas cosas, el primer amor es difícil de olvidar, pero no es imposible… –afirmó como si supiera bien de lo que estaba hablando –¿Eso era lo que te preocupaba?
--Pensaba que te enfadarías. Sé que es importante mantener esto en secreto.
--Celia, por supuesto que es importante mantenerlo en secreto, pero para el panadero, el tendero, la alta sociedad exquisita y para el doctor Uribe, él por descontado, pero nunca me enfadaría porque se lo contases a tus hermanas, siempre y cuando tú estés segura de que lo que haces y Diana no me parece una mujer que se escandalice fácilmente. Respecto a Petra… no voy a decirte que me resulta agradable, pero es algo por lo que tienes que pasar y sinceramente, prefiero pasarlo a tu lado.
--Tenía miedo de contártelo. Ahora mismo no podría soportar perder las caricias de tus manos.


Aurora sonrió benévola. Sintió como propio el miedo que Celia acababa de exponer y no pudo evitar abrazarla con fuerza en un acto de propio consuelo. Unió su estómago a la espalda fría de su amada y aspiró el aroma de mujer que sin pretenderlo la embaucaba. Se elevó ligeramente sobre su codo para poder secar con su otra mano las lágrimas de niña que brotaban de los ojos de Celia y comenzó a formar una tela de araña de besos que atrapó cualquier pensamiento que pudiera seguir rondando aquella mente inquieta. Dejó su cabeza libre para que la mano con la que estaba sujetándola pudiera agarrar el cuello tenso de Celia y con la otra agarró su hombro con la única intención de evitar que un acto reflejo la impidiera morder la piel que se le presentaba como un regalo. Acarició su brazo con los labios sin otra intención que la de medir su longitud a besos, pero esta variaba dependiendo de lo que tardase Celia en llenar sus pulmones de aire y no consiguió sacar nada en claro. Deslizó la mano por su vientre muy despacio, admiraba cada centímetro que dejaba tras de sí mientras imaginaba el siguiente y cuando la hubo perdido entre las sábanas, cuando sintió en la yema de sus dedos la urgencia de Celia, cuando confirmó que ya nada la preocupaba, comenzó a coordinar sus palabras con los gemidos que curiosos intentaban no emitir sonido alguno;


--Nunca perderás las caricias de mis manos cariño. Mis manos se hicieron para tu cuerpo ¿Lo ves? --preguntó ejerciendo un poco más de presión a sus caricias -- Igual que mis labios se hicieron para tu piel, que mi voz se hizo para tus oídos y que mis ojos se hicieron para mirarse en los tuyos. Si nos perdemos nos encontraremos de nuevo en las huellas que nuestras manos dejarán en nuestra piel, tú, por eso, no te preocupes --dijo aumentando la velocidad de su mano mientras disminuyó la de sus palabras --. Seguiremos la misma estrella fugaz y guardaremos en su rastro el secreto de nuestro deseo... --Celia curvó su espalda ante aquella visión mágica -- Inventaremos palabras que para el mundo no signifiquen nada y crearemos con ellas el nuestro propio. Inventaremos un mundo como este, un mundo idílico al que tú y yo tendremos acceso privado. En el que tú y yo nos perderemos cuando la realidad nos ahogue. Lo haremos todo despacio, todo  --Celia sintió que moría de placer cuando comenzó a sentir en su interior la determinación de Aurora que a su vez mordía el lóbulo de su oreja --. Incluso el amor cariño... --susurró -- ¡Qué bien sabe esa palabra en mi boca desde que tiene significado! Cariño... --repitió al sentir su dedo prisionero --Cariño... --Insistió cediendo a la mano de Celia que buscaba con insistencia colarse en su declaración –¡Oh si! Cariño...

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