martes, 6 de octubre de 2015

El sueño

La voz de doña Rosalía anunciando el desayuno terminó de despertar a Celia. Llevaba un rato remoloneando en la cama, sonreía con los ojos cerrados bajo la atenta mirada de Francisca quién, a pesar de haberse acostado mucho más tarde que ella, llevaba un rato observando la felicidad de su hermana.


--¿Has descansado bien? --preguntó pícara al verse descubierta.
--Lo cierto es que si --respondió Celia mientras introducía los pies en las zapatillas y se cubría con la bata que, al contrario de lo que hubiera deseado se encontraba sobre la cama y no en el suelo.
--Parecías contenta.
--Eso es porque lo estoy --respondió antes de entrar en el baño dejando a Francisca con las ganas de seguir preguntando.


Removiendo el café sin demasiado entusiasmo, Blanca sintió, al igual que Francisca, que Celia estaba más contenta de lo que en ella venia siendo habitual en las últimas semanas. Sonrió intentando contagiarse de su entusiasmo pero no tuvo éxito, tenía demasiados problemas como para preocuparse de su hermana, a pesar de ello, se dispuso a preguntar, pero el teléfono interrumpió sus intenciones y agradeció, a pesar de las horas, aquella interrupción.


--Señorita --dijo Rosalía dirigiéndose a Celia --. Es una llamada para usted.


Celia se levantó rauda. Sorprendida por sentirse reclamada. Nadie llamaba nunca preguntando por ella, pero una intuición le hizo adivinar de quien sería la voz que aguardaba al otro lado de la línea. Cuando colgó se excusó ante su hermana, ante Francisca que entraba en el salón y ante Rosalía que esperaba ansiosa una explicación de porqué se iba sin desayunar y que no obtuvo. Subió a su habitación, buscó en su armario que ponerse y se aseguró de que el lazo que cerraba el cuello de su camisa quedase perfectamente alineado. Cogió su sombrero y se dirigió al Ambigú donde su interlocutora la había citado.


--Siento haberte hecho venir con tantas prisas --dijo Aurora nada más verla llegar.
--¿Ha ocurrido algo? --preguntó Celia mientras dejaba su sombrero en una de las sillas vacías.
--No. Siento si te he asustado. Es solo que el doctor Uribe me ha dado la mañana libre y no se me ha ocurrido mejor plan que pasarla contigo. Tal vez debería haberte avisado de que no era nada importante, parecías tan contenta por teléfono que las ansias por verte me han nublado el juicio.
--No te preocupes. A mi tampoco se me ocurre un plan mejor para pasar la mañana --respondió añorando el calor de sus cuerpos en el sueño.
--No pareces muy convencida --respondió Aurora sin poder disimular su repentina preocupación.
--Lo estoy. Es solo que...


La respuesta de Celia se vio interrumpida por Antonia. Aquella mujer dicharachera, de carácter fuerte pero de gran corazón, llevaba un rato esperando, por respeto, a que las mujeres se saludasen, pero aquel era un local en el que se debía consumir y ella no estaba dispuesta a servir de lugar de reunión gratuito así que se acercó para preguntar que era lo que iban a tomar.


--Denos un segundo Antonia --respondió Aurora intrigada por la respuesta que había quedado a medias en los labios de Celia que aquella mañana parecían más carnosos que nunca.


No sin protestar accedió a la petición de la señorita. Cuando volvieron a verse solas, Celia intentó dar marcha atrás en lo que iba a decir antes de ser interrumpidas, pero la dulzura de Aurora, su mirada cautivadora y la caricia de su mano contra la de ella, la convencieron de que con ella podía ser sincera.


--Es solo que he soñado contigo y me siento un poco avergonzada --susurro.
--Pues ese sueño tienes que contármelo.
--¿Aquí? --dijo mirando a su alrededor.
--Aquí no. Conozco el lugar perfecto.


Ante la atónita mirada de la tabernera, que de sobra sabía que aquellas dos mujeres no iban a dejarle ni un real aquella mañana, ambas salieron del local sonriendo con una complicidad que no pasó desapercibida para Gabriel que entraba en aquel preciso momento.


--¿Dónde me llevas? --preguntó Celia algo inquieta cuando Aurora abrió el portón de un edificio que parecía estar abandonado.
--Este edificio era de mis abuelos. Ahora pertenece a mis hermanos. Ellos me desheredaron al conocer mi enfermedad --dijo sonriendo, golpeando ligeramente y con complicidad su hombro contra el hombro de la Silva --, pero no viven en Madrid y como nunca vienen por aquí decidí instalarme en uno de los pisos.
--Pero esto está en ruinas.
--Parece que esta en ruinas --dijo mientras ascendían por las escaleras de madera desgastada que daban acceso al último piso.


Aurora tenía razón. Aquel piso no estaba en ruinas. Era el piso más espacioso que Celia había visto jamás. Sus techos eran tan altos que las enormes lámparas de araña que colgaban de los apliques en el techo parecían pequeñas. Las molduras de la escayola eran preciosas. Decoradas con detalle, podía intuirse en sus dibujos el cariño del artista. De las paredes colgaban una serie de cuadros que iban del negro al gris, del gris al marrón y del marrón al rojo. El campo de girasoles amarillos dejó a Celia paralizada.


--¿Te gustan? --preguntó Aurora rodeándole la cintura con los brazos. Celia no pudo evitar estremecerse.
--Son preciosos.
--Los he pintado yo --le susurró al oído enamorándola un poco más --. Simbolizan las etapas de mi vida.
--No sabía que pintabas.
--Hay muchas cosas que aún no sabes de mí --dijo cogiendo su mano para guiarla a otra de las estancias de la casa.


La habitación a la que accedieron estaba vacía. Completamente vacía. No había lámpara, ni molduras, ni cuadros. Las paredes estaban pintadas de un blanco impoluto y la madera del suelo estaba perfectamente pulida y barnizada. Los únicos elementos que daban vida a aquel lugar eran dos sillas colocadas ante un enorme ventanal que permanecía cerrado. La mano de Aurora, su sonrisa y la mirada de quien espera sorprender al ser amado invitaron a Celia a tomar asiento. Aurora abrió con brío las puertas, Madrid se mostró ante Celia con la majestuosidad con la que apareció en su sueño. No pudo evitar sonreír de nuevo mientras Aurora acercaba su silla a la de ella y tomaba asiento a su lado.


--Esta es la ventana de mis sueños --comenzó a decir mientras acomodaba su cabeza en el hombro de Celia que sentía la paz que Aurora estaba regalándole --. Desde ella soñaba contigo mucho antes de conocerte y no se me ocurre mejor lugar para que tu me cuentes ese sueño tuyo que me tiene tan intrigada.

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