domingo, 1 de noviembre de 2015

Sin secretos

Aurora llegó al Ambigú con la tristeza aprendida de quién espera otra decepción pesándole sobre los hombros caídos. Celia, sin embargo, lo había hecho con la esperanza de quién confía enmendar un error involuntario. Ambas se entendieron nada más mirarse, a pesar de todo, se conocían bien y ninguna de las dos podía soportar la idea de perderse, al menos, no por los motivos que les habían llevado a aquella situación. La sorpresa inicial de Aurora ante la puntualidad insólita de Celia y el motivo explicado de aquella excepcionalidad, consiguieron que recuperase la plenitud de una sonrisa que incluso ella misma añoraba. Confesaron ser conocedoras de los desatinos que habían provocado la discusión del día anterior, se disculparon, cada una a su manera. Celia, con la pluma mojada en la punta de su lengua, escribió en el aire cargado del local la declaración de amor más hermosa que Aurora había escuchado jamás. Una declaración presente, cargada de un futuro idílico ante el que tuvo que reprimir la vergüenza que sobreviene a la incongruencia de las acusaciones vertidas desde la rabia. Enrique, tan atento e inoportuno como siempre, interrumpió la conversación con su habitual simpatía. Dejó sobre la mesa los dos cafés que Celia había pedido al llegar y se giró sin percatarse de que a su espalda una pasión contenida se había convertido en la caricia inocente de dos amantes que se deseaban con premura.
--Tengo que volver a casa, he prometido que ayudaría con los preparativos de la boda de mi hermana Francisca y no puedo fallarle --dijo Celia apesadumbrada --, pero esta tarde te paso a buscar por la consulta y nos vamos al Excélsior. Nos encerramos y nos olvidamos de Petra, del miedo y del mundo ¿Te parece?
--Me parece perfecto --respondió Aurora con los ojos brillantes de ternura y los labios ardientes de pasión.


Las siete de la tarde llegaron enseguida. Al contrario que en ocasiones anteriores, el minutero parecía haber empatizado con sus ansias y corrió casi tanto como ella cuando lo vio anunciar la hora de la salida.
--Que desconsiderada soy. Ni siquiera te he dado opción de ir a casa a cambiarte--dijo Celia sonriendo al verla doblar la esquina tras la que estaba esperando.
--No te preocupes. No pretendo llevarlo puesto mucho más tiempo --contestó golpeando con complicidad el hombro de Celia que no pudo evitar mirar a su alrededor para ver si alguien más había escuchado aquella insinuación.
--¿Vamos entonces?
--Al fin del mundo si es ahí donde quieres llevarme.


Sonrientes y alborotadas llegaron hasta la acera opuesta a la entrada principal del hotel. Aurora entraría primero y Celia esperaría unos minutos para hacer lo propio, pero cuando Aurora comenzó a avanzar, Celia le sujetó el brazo deteniéndola.
--¿Qué pasa? --preguntó la enfermera.
--Pasa que esa que acaba de entrar es mi hermana Adela --respondió Celia con los ojos tan abiertos que parecían salírsele de las órbitas.
--¿Estás segura?
--Tanto como que no voy a arriesgarme a que nos vea --respondió emprendiendo una marcha frustrada hacia ninguna parte.
--¿Vamos a mi casa? --propuso Aurora alegrando la cara de Celia que maldecía su mala suerte.
--¿No te importa? Sé que no te gusta que te vean entrar acompañada, no quisiera que por mi culpa alguien informase de que estás viviendo en un lugar en el que no deberías vivir. 
--Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir --sentenció agarrándose del brazo de Celia.


--Me encanta tu casa Aurora. La primera vez que estuve aquí no pude decírtelo, pero me encanta. Es tan tú que me dan ganas de cerrar la puerta por dentro y quedarme en ella para siempre.
--La puerta ya esta cerrada y el "para siempre" mejor que sea estando desnudas ¿No crees? --preguntó acercándose a Celia tan despacio, tan melosa e insinuante que esta no acertó más que a asentir.
Con la delicadeza que se espera, la misma que desespera cuando ansías ser amado en plenitud, Aurora se deshizo del abrigo de Celia y lo dejó colgado en el perchero mientras la invitó a pasar delante de ella. Aquel acto de cortesía no fue más que la excusa que necesitaba para envolverla entre sus brazos, para cubrirla con el peso de su capa azul de enfermera.
--¿Por qué lleváis capa? --preguntó Celia sonriente mientras disfrutaba de los besos con los que Aurora había comenzado a cubrirle el cuello.
--Porque quieren que sintamos sobre nuestros hombros la responsabilidad que implica nuestro trabajo --respondió mientras desabrochaba con agilidad los botones de la falda que cayó al suelo junto a la combinación.
--Suena como si quisieran asustaros --respondió girándose para quedarse frente a ella.
--Ahora ya sabes que a mi lo único que me asusta es perderte --respondió quitándole la camisa beis que tanto molestaba.
--Hazme el amor y cállate --susurró.


Aurora obedeció hechizada por la magia del contoneo insinuante con el que Celia se deshizo de la camiseta. Sus manos acariciaron cada centímetro de piel que iba quedando al descubierto. Cubrió con ellas sus pechos y dejó que su rostro desapareciera entre ellos. Los besó y en un arrebato la levantó hasta dejarla sentada sobre la mesa del comedor. Los besos, ansiosos, ardientes y tan apasionados que Celia sintió la necesidad de abrir las piernas para sentir el frío de la madera en su interior, se vieron interrumpidos por una corriente que la estremeció antes de tiempo.
--¿Nos vamos a la cama?
--No. Deja que cargue un rato con esta pesada carga --respondió apoderándose de su capa azul, cubriéndose con ella los hombros, abriendo la veda a la caída de la ropa de Aurora que se acercó a cerrar la ventana abierta dejando tras de si el resto del uniforme.
--Sus deseos son ordenes para mi --respondió asiéndose a la costura de la única prenda de ropa que seguía cubriendo el cuerpo de Celia al verla tumbada sobre la mesa, al ver que había doblado las piernas para levantar la cadera que mostraba la petición callada de quien no dispone de un solo segundo más.
--Me encanta tu cuerpo desnudo --dijo besándola los muslos al paso del algodón que los acariciaba.


Gateando por la mesa se colocó sobre ella hasta taparla con su cuerpo, hasta que sus caderas quedaron encajadas, hasta que los pechos se acoplaron y sus bocas se encontraron de nuevo en una pasión añorada que había decidido no dar tregua alguna al recato. Celia abrazó a Aurora con las piernas y gimió sin pudor ante el envite de su cadera. Sintió el calor de su apetito y se amarró a sus glúteos tersos para marcar el compás de la música silenciosa que las mecía. Una música que las dejó extasiadas, exhaustas, expuestas, que se apoderó del aire, del anochecer y del tiempo. De la vida y de la muerte a la que creyeron entregarse, a la que se hubieran entregado sin remilgos, sin miedos, sin secretos...


Adriana Marquina

1 comentario:

  1. No es banda sonora, pero para mi, encajo perfecta. All Of The Stars - Ed Sheeran.

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