miércoles, 4 de noviembre de 2015

El elixir que acarició sus gargantas

El olor del corazón de Merceditas recorrió la casa Silva como un vendaval cuando bajo la atenta mirada de Blanca destapó el plato que llevaba con cariño en la bandeja. Conocía a las hermanas incluso mejor de lo que se conocía a sí misma. Había crecido con, por y para ellas, y a pesar de que sabía que no era su lugar, no podía evitar sentirse una más de la familia. Aunque su sitio estuviera en la cocina, sabía que aquellos pasteles, le servirían de acceso a las sonrisas que siempre habían llenado la casa y que añoraba desde hacía tiempo.
La felicidad de las hermanas fue llegando, y llenando el salón, en forma de halago, de gula, de la inquietud que se siente dentro cuando intuyes algo en lo que esperas no haber fallado, en el entusiasmo que se desprende cuando ves que has acertado. La euforia del momento las unió alrededor de la mesita del salón mientras Meceditas las observaba desde la puerta. Aquella reunión estaba teniendo lugar gracias a ella, pero no era su momento y tampoco lo quería, la bastó con el recuerdo de aquellas cuatro niñas que, portando en sus vestidos los bordados cándidos de la inocencia, repartían los pasteles de forma equitativa mientras se apartaban de la cara las guedejas que se escapaban de los pasadores que les sujetaban el cabello. Volvió al presente en un pestañeo y acarició aquel recuerdo con una sonrisa en los labios. Después, se retiró con el orgullo reservado para las madres del que a veces se apoderaba sin permiso y continuó con las labores que había dejado apartadas para preparar aquella dádiva que cumplió su objetivo con creces.
Diana fue la primera en dejar que el sabor de aquella dicha se apoderase de sus modales de señorita y confesó haber sorprendido a Don Luis en el baño con tal desparpajo que ni siquiera Blanca, cuyo hastío había desaparecido tras el primer bocado, pudo evitar bromear al respecto. Adela sonreía ruborizada y miró hacía el techo agradeciéndole al altísimo no haber sido ella la importuna. Celia las miraba fascinada. Admiraba a las tres mujeres que tenía delante y en el brillo de sus ojos podía adivinarse que, a pesar de sus edades, nunca dejaría de sentir la admiración de una hermana pequeña. Diana imitó a Don Luis, apenas llevaba dos días en casa y sus "sugerencias" ya empezaban a llenar el pequeño vaso que tenía destinado para la paciencia. Sabía que era una falta de respeto, que burlarse de la gente no era lo correcto o lo que se esperaba de una dama bien educada, pero fue su manera de desahogarse, de deshacerse de la pesada carga de los valores que tanto tiempo llevaban viciando el aire de aquella casa en la que se lloraba más de lo que se reía y en la que se pensaba más en lo de fuera, que en los cimientos que la hacían extraordinaria.
Entre todas convencieron a Blanca para que se quedase a dormir y cuando aceptó la propuesta Adela creyó conveniente celebrar la decisión. Se levantó, discreta como siempre y entró en el despacho de su padre al que creyó ver sentado detrás de su mesa con todos los sentidos puestos en lo que se acontecía en el salón y que asintió benévolo al ver que Adela se hacía con una de las botellas de vino que él guardaba para las ocasiones especiales. Aquella, sin duda, lo era.
Su entrada en el salón fue alabada con la picardía que solo las mujeres fuertes son capaces de expresar sin palabras. Celia buscó cuatro copas mientras Diana abría la botella y siguieron el recorrido de aquel líquido carmesí como si fuera el curso de su propia sangre la que se vertía dentro de ellas. Sorbo a sorbo fueron alejando los miedos de las palabras que guardaban dentro y que no decían, bien porque no sabían como hilarlas o por el simple hecho de que no querían defraudar a nadie.
Blanca fue la primera en comenzar a hablar. Sujetar la copa entre sus dedos la llevó a recordar la última vez que bebió, obligada.
--Brindo por que todas las copas de vino deberían servirse para celebrar el amor y no para imponerlo --dijo con la cabeza alta, segura de lo que sentía, aplastando con sus palabras aquel recuerdo del que decidió deshacerse en aquel preciso momento, al menos, por aquella noche.
--Estoy contigo --dijo Adela intuyendo a que se refería su hermana --. Hay hombres a los que esa definición les viene grande.
--Blanca --dijo Diana en tono compasivo mientras levantaba la copa --. Eres más fuerte de lo que crees, deberías imponerte tú también. No me gusta verte así.
--No es tan fácil Diana, pero hoy haré una excepción --respondió con su inocente sonrisa.
--Me parece una idea estupenda --añadió Celia --. Brindemos por esas copas de vino de las que hablas.
Todas alzaron las copas y las chocaron entre si con menos delicadeza de la que pretendían, pero sin tener que lamentar más daño que unas cuantas gotas de vino derramadas sobre la mesa.
--Deberíais hacer un brindis cada una. Yo me siento algo mejor y me gustaría que tuvierais la oportunidad de desear algo, de confesar algo o de admirarlo.
--Pues no se hable más --respondió Adela levantando su copa en alto --. Yo quiero brindar por los hombres consecuentes, por aquellos que aman de verdad, que se enfrentan al mundo y que te hacen sentir única.
El silencio se apoderó del salón un instante. Blanca no pudo evitar recordar a Cristóbal, recordar su amor por él y maldecirse por haberlo dejado escapar. Diana también dudó un instante, pero izó su copa con el encanto de la sonrisa de Montaner en su reflejo.
--¿Pero existen hombres así? --preguntó Celia provocando que sus hermanas rompieran con carcajadas sus reflexiones.
--Pocos, pero alguno hay --respondió Adela llevándose la copa a los labios en un gesto que no pretendía otra cosa que frenar su impulso de confesar.
--Germán es un buen hombre --dijo Blanca provocando el atragantamiento de Adela a la que Diana tuvo que ayudar a recuperar el ritmo normal de su respiración con un par de golpecitos en la espalda --. ¿Qué pasa? --preguntó con una picardía en la mirada que no era habitual en ella -- ¿Acaso no lo es?
--Si. Si que lo es Blanca --confesó Adela dejando la copa de vino vacía sobre la mesa --. Es un gran hombre, es honrado, atento, amable y...
--Y te quiere --sentenció Celia rellenando la copa de su hermana.
--Y me quiere.
--Brindemos por eso entonces --propuso de nuevo Blanca que miraba a su hermana con la envidia sana de quien se alegra de verdad por alguien.
Aquel brindis fue más controlado y la mesa se sintió excluida de la celebración al no sentir sobre ella resto alguno del elixir que acarició sus gargantas.
--Sé que no he sido muy discreta con el tema, que las habladurías van corriendo por Madrid como la pólvora, pero os aseguro que...
--No hace falta que asegures nada Adela. Te conocemos y conocemos a Germán. ¡Que digan lo que quieran! o acaso seguís escuchando que Diana Silva se puso unos pantalones una vez --todas rompieron a reír ante el recuerdo de su hermana subida en la moto, gafas incluidas.
--Estabas muy graciosa --dijo Celia entre carcajada y carcajada.
--Tanto que ya se han olvidado de mí. También se olvidaran de ti Adela.
--Eso espero --dijo con la esperanza pesarosa tan habitual en ella y que tanto adoraban sus hermanas.
--¿A quién le toca? --preguntó Blanca que también se había rellenado la copa.
--A mí --dijo Diana recolocándose en el sofá, como si lo que fuera a decir necesitase de una atención plena --. Yo voy a brindar por las mujeres fuertes. Por aquellas que no se rinden, que son capaces de enfrentarse a la sociedad, al que dirán que aprieta más que un corsé y a lo que se supone se espera de ellas. Brindo por la lucha, por un futuro que auguro nuestro y por la dulce venganza.
--Ahí es nada --dijo Adela ojiplática, ligeramente escandalizada por las palabras de su hermana y sin embargo con un orgullo templado que levantó su copa con sorprendente ansía.
--¿Venganza Diana? --preguntó Blanca enarcando una ceja que pidió la explicación de aquel sentimiento.
--Si. Dulce venganza --repitió socarrona --. La venganza que no daña pero que da lecciones, que coge las riendas perdidas e instiga al caballo a obedecer.
--¿Estás comparando al señor Montaner con un caballo? --preguntó Celia divertida llenando de nuevo su copa y la de Diana.
--¿Montaner? --preguntó Blanca -- Yo creía que eso ya se había terminado.
--Y lo ha hecho. Bueno, digamos que tengo la puerta entornada.
--Si, para darle en las narices --añadió Adela provocando de nuevo el alborozo en el salón.
Las copas chocaron de nuevo entre si. Tintinearon y recorrieron con su sonido la casa. Todas agradecieron que Don Luis no estuviera pululeando por allí y que doña Rosalía estuviera en la cocina preparando la cena.
--Solo quedas tú Celia --dijo Adela con la mirada maternal con la que no podía evitar mirar a su pequeña soñadora.
--Puesto que Diana me ha robado mi brindis... --dijo golpeando con el hombro la rodilla de su hermana que la miró con una disculpa innecesaria.
--¿También ibas a brindar por la dulce venganza? --preguntó de nuevo Blanca a la que el efecto del vino comenzaba a hacer efecto.
--No. Aunque no la descarto, no te creas --advirtió Celia divertida --. Yo voy a brindar por el amor prohibido --dijo recobrando la seriedad que reservaba para los grandes discursos.
Las tres hermanas la miraron atentas, aquel anuncio paralizó sus corazones. Los de Blanca y Adela se vieron de nuevo atrapados en Cristóbal y Germán respectivamente. El de Diana se paralizó ante el temor de que fuera a confesar su relación con Aurora y se removió en su asiento mientras ordenaba el aluvión de argumentos favorables necesario para rescatarla de aquella inconsciencia.
--...Por el amor prohibido. Ese que no se comprende y del que poca gente quiere hacerse cargo. Ese que te quema por dentro y que te remueve las entrañas. El que de puro gozo te hace sentir culpable, que te lleva y que te llena, que te cura y te hiere, que te da la vida y te la quita.
El silencio se adueño de nuevo de aquel circulo de miradas esquivas que evitaban ser leídas. Aquellas palabras habían calado más hondo que el vino. Todas sabían de lo que hablaba, lo habían confesado minutos antes, una por una sin excepción y todas la miraron esperando que ella también lo hiciera. Pero permaneció en silencio, con la sonrisa orgullosa de quien sabía que iba a dar en el clavo.
--¿No vas a explicarnos a que viene este brindis? -- preguntó Adela con la copa aún levantada valorando si aquello había sido una confesión o un ataque a las conciencias de las presentes.
--Viene a que el amor es maravilloso Adela, aunque duela.
--Si duele no es amor --dijo Blanca algo apesadumbrada pensando en Rodolfo.
--Precisamente es cuando duele que lo es --respondió la pequeña haciendo una mueca que le hizo comprender a su hermana que estaba pensando en la persona incorrecta y en el dolor equivocado.
--¿Y tú como sabes todo eso? --preguntó Diana que queriendo parecer la de siempre para no levantar sospechas lanzó un dardo envenenado que ya no pudo recoger.
--Bueno --dijo mirándola con un odio que no sentía pero con el que la habría fulminado en aquel mismo momento --. Digamos que me lo han contado.
--Pues has de decirle a Aurora que se ande con cuidado, llenarle a una niña el estómago de mariposas y la cabeza de pájaros es muy fácil --dijo Adela alargando mucho la "u" del muy mientras colocaba su mano en la barbilla pensativa.
--Si Celia. Ese "amor prohibido" del que hablas ya te trajo problemas una vez ¿O acaso lo has olvidado? --preguntó Blanca intentando mantener la compostura de la reprimenda que freno gracias a la mirada benevolente de Adela.
--No os preocupéis --interrumpió Diana bajo la atenta mirada de Celia, intentando enmendar la enorme metedura de pata --. Puedo aseguraros de que no lo olvidará en la vida y nosotras tenemos parte de culpa, así que espero que respetéis esas mariposas y pájaros de los que hablas y que con tanto cariño y discreción cuida Celia. ¿Brindamos?
Todas levantaron la copa, todas menos Celia que tardó un segundo más mientras se recomponía y agradecía el capote de Diana que a pesar de haberla lanzado al ruedo le concedió la indulgencia del exigente jurado.
--Por cierto --comenzó a decir Diana sin pensar en la pregunta que iba a hacer a continuación mientras apuraba el escaso vino que quedaba en la botella en cuatro partes iguales --, hablando de discreción. ¿Qué hacen Cristóbal y Marina en el Excélsior?
Blanca se atragantó con sus propios celos antes de explicarles que habían decidido instalarse allí mientras les entregaban la maravillosa (no pudo evitar hacer un gesto de irónica ostentación) casa que se habían comprado en la otra punta de Madrid.
--¿Y tú como te has enterado que están instalados allí?
--Me lo dijiste t...
--Se lo habrá dicho Montaner. ¿El también esta instalado allí verdad? --interrumpió Celia con la malicia en los ojos de la dulce venganza de la que Diana había alardeado en su brindis.
--Bueno pero eso ya lo sabíamos --argumentó Adela que comprendió por donde iba la melliza.
--¿De primera mano? --preguntó de nuevo disparando a discreción.
--No sé porque dices eso Celia.
Los nervios de Adela, que no era capaz de controlar el movimiento de sus dedos cuando se veía sobrepasada por una acusación o un problema, llamaron la atención de Blanca.
--¡Adela! ¿En el Excélsior? Vale que sea un hotel discreto, pero Germán tiene su propia casa, no entiendo la necesidad de gastar el dinero de esa manera.
--¿Y tú como sabes que es discreto? --preguntó Diana enredando aún más la maraña de hilo en que se estaba convirtiendo la conversación.
--Se lo habrá contado Damián, el recepcionista, ¿Os acordáis de él? La pretendía cuando eran unos mocosos.
--¿Damián trabaja en el Excélsior? --Celia asintió ante la pregunta de Adela dejándose tan descubierta como la que más.
--Veamos que yo me entere --dijo Diana intentando calmar las inquietudes que se estaban apoderando de cada una de ellas --. ¿Todas hemos estado en el Excélsior?
Las miradas esquivas, las sonrisas retenidas y las manos sudorosas, fueron dando paso a los tres asentimientos de cabeza que avalaron la afirmación de las respuestas silenciadas por la vergüenza.
--¡Pues brindemos por él entonces! --propuso Diana poniéndose en pie, invitando con la mano libre a que sus hermanas hicieran lo mismo.
Celia fue la primera en dar el paso. Había estado con Aurora en el hotel y no se arrepentía, aquellas cuatro paredes les regalaban la intimidad que el mundo las negaba y pensó que se merecían el brindis que Diana proponía. Tras ella se levantó Adela. El recuerdo de las promesas de Germán, esas promesas que había cumplido y con las que tan feliz la hacía a diario la impulsaron a ello. Blanca sin embargo no se levantó. Dudaba de si alguna de sus dos visitas al hotel merecía ser celebrada y en caso de elegir la segunda, no sabía si debía celebrar algo que tanto mal le había hecho a su vida y a la de su acompañante.
--Blanca --dijo Celia interrumpiendo sus pensamientos --, la decisión es sencilla; ¿Has cumplido algún sueño entre las sábanas del hotel?
Blanca sonrió recordando las manos de Cristóbal recorriendo su cuerpo con cariño, como si fuera un escultor terminando de moldear su última obra de arte. Recordó sus besos apasionados y el respeto y admiración con que se deshizo de su ropa y la despertó al día siguiente.
--Si --respondió levantándose decidida --. Y si vosotras habéis luchado hasta alcanzar los vuestros, yo lucharé hasta que recupere los míos.
--¡Por el hotel Excélsior! --dijo Diana izando su copa.
--¡Por el Excélsior! -- repitieron las demás recobrando la alegría del momento con el orgullo de quien sabe estar viviendo un momento inolvidable latiendo en sus gargantas saciadas.



3 comentarios:

  1. A tus pies me rindo, madre mía, ¿todo esto ha salido de tu maravillosa cabecita?
    Este discurso de Celia es cosecha tuya? " Por el amor prohibido. Ese que no se comprende y del que poca gente quiere hacerse cargo. Ese que te quema por dentro y que te remueve las entrañas. El que de puro gozo te hace sentir culpable, que te lleva y que te llena, que te cura y te hiere, que te da la vida y te la quita. "

    Adoro esa complicidad que recreas entre las hermanas, que hayas plasmado lo que siente cada una de ellas por su amor.

    Que se reflejen los sentimientos por cada uno de sus enamorados al levantar las copas en el brindis.

    No quiero resultar pesada, no me extiendo más. Gracias una vez más por compartir tu ingenio con nosotras,

    Un abrazo. Raquel

    P.D, disculpa que no haya hecho comentario hasta ahora, no he tenido mucho tiempo y quería leerlo bien y responderte como mereces, que no creo que lo haya conseguido

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    Respuestas
    1. Siempre lo consigues!
      Todo es mío. Cada palabra jejeje y si de mi cabecita y corazón directo a los dedos y al teclado!
      Me alegra de que te guste y de que hayas sido caoaz de "verlas" y sentir su complicidad. Fue un placer escribirlo la verdad. Me lo pasé muy bien ejjeje

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  2. Eureka!!!! tu comentario existe, jajaja, no se ha borrado, me alegro. Eres genial, me implico mucho, leo entre líneas, y mi mente va desgranando así que releeré. Y ahora que parece que sobre nuestras protas se ciernen malos momentos, iré a leer lo positivo, mi ánimo no me permite algunas veces ver o leer asuntos desagradables. No digo que no te vaya a leer, no es eso, pero habrá días que no sea tan capaz de responder
    Gracias una vez más por compartir tu creatividad con esta pandilla de locas. Yo soy mater locatis, porque seguro que soy la mas mayor de todas, y estoy como un cencerro. Lo bueno es que ese espíritu que se atreve a llevarle la contraria al calendario y al cuerpo, me ha permitido los últimos años aceptarme y quererme (de vez en cuando) como soy.

    Vale ya dejo el testamento, lo prometo. Un abrazo. Raquel

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