domingo, 15 de noviembre de 2015

Un duelo sin distancia

Los libros esperaban, abandonados sobre el escritorio, a que Celia fuera capaz de dejar de pensar y concentrarse. Sus ojos, clavados en una nada de la que se sentía partícipe, eran incapaces de encontrarle sentido a las palabras que los llenaban. Los recuerdos de Petra se cruzaban con el miedo y la incertidumbre de no saber de Aurora que, como si hubiera podido sentir la preocupación de Celia, entró en ese mismo instante en la habitación. La escritora, que había guardado la carta a Petra con intención de arrojarla al fuego de la chimenea para que su humo llegase hasta la destinataria, se levantó al verla con el entusiasmo de quien encuentra algo que creía perdido para siempre. Necesitaba verla, sabía que esa añoranza era egoísta, que el motivo por el cual la había echado tanto de menos, por lo menos desde que ocurrió lo de Petra, no era otro que aprovecharse de nuevo de los poderes que, a pesar de no llevar puesta, le otorgaba aquella capa azul de heroína que parecía pesarle sobre los hombros mucho más de lo habitual. Aquel peso, los pasos lentos de Aurora y el aire de la habitación que se cargó con los secretos que escondían, hizo que el abrazo que ambas ansiaban, aunque por motivos diferentes, tuviera que esperar a los reproches nerviosos de Celia y a las explicaciones afligidas de Aurora.
El abrazo tuvo que esperar, y además tuvo que transformarse, que permitir que la irónica presencia de Petra se interpusiera entre sus cuerpos. Ambas la sintieron. Celia, confesó su egoísmo, Aurora, sintió el puñal que portaban sus palabras. Un puñal que atravesó una coraza que ya venía rota y con el que no pudo lidiar al sentir el frío del acero. Un acero que atravesó piel y alma, que rasgó la venda con la que se había sujetado el corazón tras leer en el periódico la desgraciada noticia y que cayó arrastrando el filtro que retenía sus temores. No era el momento, no era el lugar, por no ser, ni siquiera era ella misma, aunque Celia no se hubiera dado cuenta, pero no pudo evitar decir lo que sentía y una vez dicho, no pudo soportar el silencio que evidenciaba que no estaba equivocada, que no era la única que se había dado cuenta de que en aquel abrazo, habían sido tres.


El aire de la habitación del hotel donde Aurora había quedado en esperar a Celia, había perdido el aroma de sus cuerpos desnudos. Tal vez estuviera escondido entre las sábanas blancas, pero Aurora se negó a deshacer aquella cama. Necesitaba buscarlo, lo añoraba casi tanto como había añorado a Celia durante aquellos días, como había añorado el consuelo que necesitaba y al que tuvo que renunciar, de nuevo, aunque esta vez sin culpa, en favor de la pobre Petra. Lo necesitaba, pero sabía que si lo encontraba toda la convicción con la que pretendía arruinarse la vida desaparecería y no podía permitírselo.


Pensando, en la oscuridad con la que venía envuelto su futuro, estaba, cuando Celia entró en la habitación con la ilusión de quien confía en haber encontrado la solución adecuada para deshacerse de un problema inoportuno y persistente, sin razón de ser y sin sentido. Quizá no era una solución a corto plazo, ni fácil, pero una solución al fin y al cabo, la única que podía prometer cumplir en aquel momento. Ignorando el estado de Aurora, en el que confundió el enfado ajeno con el propio, comenzó a hablar, a explicarse, a dejar que las palabras que había estado encajando como las piezas de un puzle monocromático salieran de su boca y de sus ojos sinceros. El alivio de Aurora al comprobar que sus celos, los celos de los que había dudado y que ahora más que nunca representaban ese fantasma que a punto había estado de volverla loca, no habían sido infundados, liberó la carga de oxigeno con la que intentaba controlar los latidos de su corazón desbocado. Un corazón que se moría por aceptar la propuesta de Celia, que se moría por salir de aquel pecho magullado y posarse en aquellas manos que nerviosas sujetaban la suya. Posarse y quedarse en ellas para siempre, cumpliendo una función más importante para su dueña que la de mover su sangre, en aquel instante congelada. Necesitaba estar presente, hacerse visible, para que cuando cualquier atisbo de duda resucitase a Petra, Celia pudiera mirarlo y recordar que el amor, real y correspondido, es el motor más poderoso para encontrar la felicidad plena que él estaba dispuesto a mostrarle. Pero no pudo, quería hacerlo, pero Aurora no se lo permitió. Calló a Celia con los ojos y en aquel silencio doloroso sintió, por primera vez, como el hilo que mantenía conectados corazón y cerebro, ambos agotados, se rompía. Ambos supieron que debían separarse, que debían dejar de andar por aquel camino soleado que llevaban recorriendo juntos desde que comenzaron a sentirse diferentes, especiales, poderosos y que ahora se bifurcaba hacia dos senderos tenebrosos cubiertos por la niebla densa tras la que se esconden las peores pesadillas.
Celia, perdida entre los árboles muertos de aquellos caminos, atisbó entre la hojarasca la presencia de otra mujer que no existía e hizo sonreír ligeramente a Aurora que reconfortada por aquellos celos estuvo a punto de dejar que el sol volviera a salir.
--Voy a casarme Celia --dijo sin creer sus propias palabras, cerrando definitivamente las cortinas, sumiéndolas a ambas en aquella angustiosa oscuridad.
Aquella sentencia golpeó a Celia directamente en el centro del pecho. El orgullo que sentía tras haber sido capaz de desnudarse de aquella manera ante Aurora desapareció en un instante. Las piezas del puzle le explotaron dentro y arrastraron con ellas el resto de argumentos que tenía preparados para convencerla de que su amor por ella era sincero, que estaba segura de que lo que seguía sintiendo por Petra era irreal, un sentimiento idílico sacudido por la perdida, un amor que desaparecería cuando fuera capaz de encontrarle un lugar adecuado para estar sin interponerse.
Atónita, escuchó los motivos de boca de una Aurora que no reconocía. La fortaleza de aquella mujer había desaparecido por completo. La vida se le había fundido en el fuego rojo de sus ojos consumidos, sus puños en alto yacían sin fuerzas sobre la cama. Celia tardó en reaccionar, el aluvión de imágenes que se apoderó de su mente la mantuvo paralizada unos segundos. Las vio a ambas disimulando las caricias de sus manos en el banco de madera en el que se comían a besos con la mirada, arropadas por las sábanas de aquella misma cama, de la misma habitación y la dulzura de aquellas caricias se volvió amarga al imaginarse el cuerpo de Aurora bajo el cuerpo de un hombre que ni siquiera la amaba. Aurora intentaba hacerla comprender algo en lo que ni ella creía, algo que para ninguna de las dos era un consuelo, algo que hizo que Celia se levantase con rabia, poseída por la ira que se siente cuando nada tiene sentido. No la importó que pudieran oírla, no la importaba nada, ni siquiera ella misma, solo quería comprender porqué Aurora tenía que renunciar a la vida y a pesar de que ella intentaba explicarle que se debía a su familia, Celia no entendía en favor de que. Aquellas personas ya le habían destrozado la vida una vez y ahora que había conseguido vivir tranquila, de una manera más o menos soñada, volvían a condenarla a la desgracia.
Los gritos de Celia clavaron aún más el puñal en aquella herida auto infligida y Aurora la reprochó que en vez de intentar sacarlo estuviera girándolo sin piedad.
Celia seguía amando a Petra y a pesar de saber que aquel motivo no tenía el peso suficiente, que no tenía la culpa de su caída, se aferró a él para justificar un final al que se había entregado tras haber perdido las fuerzas en busca de una escapatoria que no encontraba y que Celia clamaba con desesperación.
Aurora hubiera gritado que Celia tenía razón, que era consciente de que iba a destrozarse la vida, pero aquel grito fue incapaz de asomarse a sus labios y Celia no pudo seguir viendo como aquella mujer, su referente, su salvadora, su heroína, se derrumbaba ante ella tras un cristal que la propia Aurora había blindado impidiendo que nada, ni siquiera ella, pudiera rescatarla. Celia lo vio claro y a pesar de los ruegos de Aurora, decidió marcharse de aquella habitación que había pasado de mecerla sobre las nubes del cielo, a sumergirla en un infierno cuya lava no podía soportar un solo segundo más.


Celia salió de allí destrozada, dejando tras de si a una Aurora igual de destrozada que ella y que estaba siendo atacada con crudeza por las pesadillas carcajeantes que sin piedad le mostraban su desgraciado porvenir. Quería huir, salir de aquellos pasillos que parecían interminables. Sabía que Aurora tenía razón, no podían terminar de aquella manera, aquel no podía ser su ultimo encuentro, aquellos gritos y reproches no podían ser el recuerdo de un amor que de tan intenso les había abierto las puertas de un mundo inventado. Un mundo que, de tener que cerrar, merecía una llave dorada, con sus iniciales grabadas, con sus labios unidos, compartiendo latidos. Lo sabía y cayó rendida sobre una pared que pareció derrumbarse con ella, como si aquel hotel la arropase, como si aquellas paredes, que tantas rupturas habían presenciado, tampoco pudieran creerse el porqué de aquella.
Volvería a verla, estaba segura, pero no en aquel momento, no con aquel duelo sin distancia en el que podía sentir el cañón del revolver quemándole la piel.

1 comentario:

  1. ¿Cuánto te ha costado escribir todo ésto?
    Porque siento que te has roto al escribirlo, como yo al leerlo. Igual que percibí el viernes en esas miradas destrozadas por el dolor y la rabia en las palabras y en los gestos.
    Madre mía, Aurora, la gran y bella enfermera se tiene que entregar a un hombre para salvar a su familia de la ruina. Qué egoísmo, maldita sea, qué manera de destrozarle la existencia, de lograr lo que no consiguieron con el odioso tratamiento para "curarla"
    Entiendo la desolación de Aurora en todos los aspectos, porque es arrollador no poder estar con lo que mas amas en el mundo, que renuncies incluso a respirar, porque de hacerlo, será imposible que se pueda someter al brusco cuerpo de un hombre.
    Que se resigne a no perderse mas en las manos, palabras, besos y miradas de Celia que tantas veces le ha curado a ella las cicatrices de una existencia tan difícil.

    No creo que puedas imaginar cómo me afecta el sacrifico de Aurora, ese renunciar a vivir, porque será una muerta en vida, si la suerte y circunstancias no dan un giro que le salve de ese espanto.

    Que no soportes que te rocen porque no son las manos ni el aliento que amas y deseas con ahínco.

    Y Celia, la pronta muerte de Petra ha desenterrado lo que ya tenía bastante curado gracias a Aurora, y ahora se queda sin las dos de un plumazo, consciente además de que su novia dejará de ser ella misma.
    Y sabedora de que es culpable de no amar a Aurora en la misma proporción, pero lo peor, lo que mas le arrasa es que no tenga el coraje o la opción de decir a su familia que no lo hará.
    Ya no volverá a ser esa supermujer con su sexy aspecto de enfermera, esa capa que ojalá fuera de invisibilidad para sacarlas a ambas de este momento tan trágico.

    Albergo la esperanza de que como en otras ocasiones seas capaz de vislumbrar que nuestra adorada enfermera vuelve siendo ella misma, y que su reencuentro sirve para que se amen mutuamente con reciprocidad. Confío en ti y tiemblo por lo que escribirás tras la despedida de mañana.

    No te he dicho que es excelente por no repetirme y porque se me acaban los calificativos.

    En fin no me extiendo mas, que al final escribo yo en tu blog y me dirás que te usurpo la página. Y no quiero que me odies ni un poco que estoy para pocos odios.

    Gracias guapa hoy eres mas Cielo de Castilla que otros días si cabe.

    Un abrazo. Raquel

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