domingo, 28 de febrero de 2016

Ni siquiera tu

Acoger a Lorenza en casa fue una gran idea.
Cuidar de ella le estaba devolviendo a Aurora la ilusión por salir de casa, por volver a ejercer esa profesión que adoraba, esa para la que había nacido y a la que sin embargo parecía haber renunciado por el miedo que tenía a dejarse ver o, peor aún, a que la vieran. Estaba feliz, feliz de sentirse útil de nuevo y Celia estaba tan orgullosa de ella, del gran paso que había dado al proponer dicha acogida, al escucharle decir que estaba dispuesta a buscar un empleo, que no creyó necesarias las gracias con las que Aurora parecía estar pidiéndole perdón por haberse perdido y las que, sin embargo, escuchó con cariño porque sabía que aquellas palabras más que para ella, Aurora las decía para sí misma, para despedir ese estado taciturno y temeroso en el que se había acostumbrado a vivir y del cual, al fin, parecía dispuesta a deshacerse. Fue tal la satisfacción que invadió a la enfermera que el delicado beso con el que Celia se despidió antes de irse a trabajar no le bastó. Con un movimiento rápido y cariñoso al que la profesora no pudo resistirse, sujetó su mano y dejó que la inercia las dejase de nuevo frente a frente sin más objetivo que regalarle el primer beso de una Aurora que, ahora sí, estaba decidida a ser feliz.


Celia salió de casa sonriendo, ansiosa por llegar a clase y al mismo tiempo con ganas de regresar para seguir disfrutando de la mujer que, al otro lado de la puerta, imaginaba el contoneo de su cintura descendiendo las escaleras mientras contenía con el dedo índice pegado a los labios la libido que aquella imagen y el sabor del beso que permanecía aun en ellos le hacía sentir. Tal fue el ensimismamiento con el que Aurora se quedó mirando aquella puerta, que no se dio cuenta que Lorenza ya se había despertado y que, tras la cortina que tantas veces le había servido de refugio, había observado la escena con tal desasosiego que volvió a tumbarse en la cama antes de que Aurora pudiera darse cuenta.


Decidida como estaba a ser ella de nuevo y tras comprobar que Lorenza dormía, cogió su abrigo, el pomo de la puerta y salió al rellano de aquella corrala que, gracias al valor con el que acababa de llenar sus pulmones y que se apoyaba en el que Celia le había ido prestando día a día, le pareció mucho menos peligroso de lo que creía recordar. Aquel patio estaba vacío, pero la calle estaba abarrotada de gente que iba y venía de un lado a otro, que pasaba a su lado y le rozaba, que le pedía paso cuando la carga que llevaban les impedía esquivarla con agilidad y que la miraba sin mirarla haciendo que se sintiera el centro de atención de un lugar en el que prestarle atención a alguien era lo menos importante. Paralizada sintió la necesidad de aflojar un poco la vuelta de su bufanda, tras hacerlo, apretó los puños y los guardó en los bolsillos de su abrigo junto a la desconfianza contra la que estaba luchando y que sintió vencer con aquel gesto. Cogió aire de nuevo y comenzó a andar calle abajo, sin rumbo y sin intención de preguntar, de momento, donde encontrar trabajo porque no podía dejar sola a Lorenza durante mucho tiempo así que, simplemente, paseó por su nueva vida mientras observaba la vida de los demás, un privilegio que hacía meses no se permitía y al cual supo, no volvería a renunciar.
Sonriente regresó a casa, pero esa sonrisa se desvaneció al abrir la puerta y ver a Lorenza preparada para marchar. No entendía lo que estaba ocurriendo y tampoco obtuvo respuesta al preguntarle a aquella niña que parecía haber visto al mismo demonio que era lo que estaba pasando, porque estaba huyendo o porque el brillo de sus ojos se había transformado en repulsión. Intentó acercarse para tranquilizarla y Lorenza se apartó como si fuese a contagiarle algo, como si la mujer que tenía delante le diera asco. Confesó que les había visto besarse y rogó que no la tocase, que no intentase retenerla ya que, en su ignorancia, Lorenza creía que la amabilidad de aquella mujer escondía esa intención contra la que ya había luchado más veces y es que, la ignorancia es tan atrevida que no se plantea la duda, que no valora el daño y que no deja ver más allá porque hace que en el mas allá no exista nada.
Lorenza salió de aquella casa sin preocuparse por el daño que sus acusaciones e insultos podían haber provocado y casi me atrevería a decir que se fue más asustada de lo que dejó a Aurora porque, aunque la enfermera comenzó a sentir que le faltaba el aliento y que los barrotes contra los que había luchado parecían estrecharse de nuevo, su miedo no era nuevo. Pero Lorenza, Lorenza nunca había recibido la ayuda de nadie y se vio de repente en medio de la calle sin saber a donde ir, con una presión en el vientre que apenas le permitía avanzar cinco pasos sin doblarla de dolor, huyendo de las únicas personas que conocían su problema, que, enfermas o no, le habían abierto sin preguntar las puertas de una casa en la que los paseos inquietos de Aurora se sucedieron hasta que Celia entró por la puerta.
--¿Qué te pasa Aurora? --preguntó cuando al entrar la encontró esperándola de pie frente a la puerta y con la mirada derrotada --¿Dónde está Lorenza?


La voz temblorosa de Aurora no consiguió articular palabra hasta que Celia, después de quitarse el abrigo y la bufanda a toda velocidad, le sujetó los hombros para tranquilizar los nervios que tenían su cuerpo entumecido. A medida que la enfermera iba explicándole lo ocurrido con Lorenza, Celia no pudo evitar recordar las palabras de Petra, los reproches de Miguel, la recomendación que Cristóbal les hizo a sus hermanas y que la llevó hasta la consulta del doctor Uribe. No pudo evitar sentir de nuevo en su espalda el cuero de la fusta o en sus manos el papel de las hojas de sus libros resquebrajándose. Le dolieron las sienes, la mandíbula y el cuerpo entero cuando el escalofrío que lo recorrió le recordó las descargas a las que había sido sometida y de pronto, cuando estaba a punto de dejarse llevar de nuevo al abismo del pánico, perdió su mirada en los ojos de Aurora y recordó el abrazo con el que aquella enfermera a la que no conocía de nada y que parecía comprender su miedo como nadie, volvió a meter dentro de su frágil cuerpo la vida que sentía escapársele. Con la fuerza de aquel abrazo se armó de valor, le temblaba la voz, pero estaba decidida a hacer que Aurora, que parecía verse ya traicionada, comprendiera que debía tranquilizarse porque Lorenza, al igual que ellas, tenía más que perder de lo que podía ganar contando su secreto. Se abrazaron buscando la calma, una calma que entre promesas pareció encontrar el hueco que alivió el latir acelerado de sus corazones, unos corazones que se paralizaron a la vez cuando alguien comenzó a golpear la puerta con ansia. Aurora imaginó tras ella a su marido y a su hermano, al cuerpo entero de policía que advertidos por Lorenza estaban dispuestos a detenerlas, pero Celia tenía que ser valiente, era como si sintiera que nada malo podía pasarles si se atrevía a abrir, como si al otro lado de aquella puerta fuera a encontrar la razón en la que había intentado hacer entrar a Aurora y casi así fue, era Lorenza, estaba de parto, asustada y desvalida como la niña que era, rogando una ayuda que ya tenía y de la que ni Celia ni Aurora se habían olvidado.


La noche fue larga, tanto que cuando salió el sol no fueron capaces de apreciar su luz, les había costado mucho conseguir que Lorenza mantuviera la consciencia después del primer desmayo, el parto no fue sencillo, el bebé venía de nalgas y de no ser por lo pequeño que era no hubieran podido hacerlo solas. Aurora estaba agotada, Celia satisfecha de ver lo que había sido capaz de hacer esa mujer que la miraba aun preocupada por la reacción de la joven que exhausta descansaba sobre su cama y optó por alabar su esfuerzo, por hacerle comprender que tanto ella como el pequeño le debían la vida y que siendo así, las probabilidades de que Lorenza las delatase, eran mínimas. Aliviada se llevó la mano al vientre y Celia sintió que aquel gesto escondía algo más que el cariño hacia el bebé que dentro no dejaba de crecer. Tenían que pensar que harían cuando naciera, que le contarían al mundo y de nuevo Celia, que parecía decidida a cargar sobre sus hombros con todos los contratiempos que fueran apareciendo en el camino, expresó la posibilidad de fingir una viudedad que les daría la excusa perfecta para explicar porqué dos mujeres, una de ellas con un bebé, vivían sin la protección de un hombre.


Lorenza, que hacía un rato había despertado, miraba al techo avergonzada. Perdida en su pintura desconchada intentaba reunir el valor para levantarse y presentarse ante las dos mujeres que desayunaban entre susurros y que, a pesar de sus insultos, habían vuelto a abrirle las puertas de su casa para salvarle la vida, a ella y a ese bebé al que aun no conocía y ante el que tampoco tenía muy claro como presentarse. No sin esfuerzo se levantó de la cama y salió de la habitación arrastrando los pies, no sabía lo que iba a encontrarse pero si hubiera tenido que apostar no hubiera apostado por las sonrisas con las que se topó, ni con la ternura, ni siquiera con el ofrecimiento de aquel agua que no quería y que se tomó sin rechistar como muestra del agradecimiento que sentía y para el que aún no había reunido el valor porque, estar agradecido es sencillo, pero por alguna extraña razón no lo es encontrar las palabras adecuadas para expresarlo y mucho menos dejar que salgan si entre ellas has de incluir un perdón que sientes no merecer.


El bebé era pequeño, tanto que la fragilidad de su piel hizo que Lorenza se viera reflejada en él. Ella también era una niña y sabía que no iba a ser capaz de cuidarlo como merecía pero Aurora frenó aquel pensamiento que no llevaba a nada bueno ofreciéndole algo que comer. Mientras, Celia, que respiró aliviada al comprobar que Lorenza parecía dispuesta a dejar que siguieran ayudándoles, se deshacía por dentro con cada sonrisa que Aurora regalaba a Lorenza sin saber que en realidad, si Aurora sonreía, era por ella.
Aquel ofrecimiento deshizo el nudo del perdón y aunque intentaron hacerle comprender que no era necesario, Lorenza insistió en disculparse. No había sido justa con ellas, no había sabido devolverles el favor y sabía que la única forma de hacerlo era guardar el secreto con el que les había demonizado y que, sin embargo, no escondía mas que el amor de dos ángeles que sin separarse de su cama habían velado por ella y su hijo durante toda la noche.
Prometió hacerlo, prometió que con ella su secreto estaba a salvo y dejando tras de sí un alivió mucho más intenso de lo que jamás hubiera imaginado, volvió a sentarse en la mesa para descansar aun sabiendo que la inquietud por el futuro de ese niño que rompió a llorar al dejar de sentir a su madre delante, no le dejaría hacerlo.


Acoger a Lorenza en casa fue una gran idea.
Celia y Aurora comprobaron que el miedo no tiene porqué ganar la batalla y ella, ella comprendió que el amor del que había oído hablar era real, que puede ofrecerlo cualquiera, que no siempre la gente espera algo a cambio, que no entiende de clase social, ni de edad y que puede aparecer en un solo segundo, por muy largo o doloroso que haya sido el camino, para aferrarse tan fuerte al corazón, que ya no importa nada más, ni siquiera tu, porque no sabía lo que iba a hacer con aquel niño, pero si tenía claro que fuera lo que fuese, sería lo mejor para él.


Adriana Marquina

2 comentarios:

  1. Muy bonito.
    Realmente gracias a Lorenza ,Aurora sale de su prisión de cuatro paredes.

    Ana72

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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