miércoles, 9 de marzo de 2016

¿Habéis pedido un deseo?

Tras la llamada de Adela, Celia y Aurora se quedaron preocupadas, tanto que ninguna de las dos conseguía conciliar el sueño. Celia intentaba leer en el salón mientras que Aurora preparaba la masa para una nueva hornada de galletas. Cada una intentaba no ponerse en lo peor a su manera y aunque confiaban en que Lorenza estuviera sana y salva y en que consiguiera llegar a casa de Adela de nuevo, no podían disimular los nervios.
Cuando me acerqué hasta Arganzuela, mi intención, dado que hacía mucho tiempo que no tenían una noche para ellas solas, era colarme en su sueño, prepararles una cena deliciosa en una mesa decorada al detalle y celebrar con ellas y la botella de champán que llevaba en la mano, el día de la mujer trabajadora. Para hacerlo tendría que explicarles algunas cosas más, algunos de los avances que la lucha de cientos de mujeres como ellas han ido consiguiendo con el paso del tiempo, pero las vi tan alicaídas que pensé que era mejor llevarlas a dar un paseo.
No fue fácil convencerlas, esperaban que Adela llamase diciendo que todo estaba bien y que Lorenza ya había regresado, que estaba asustada y helada de frío pero que al fin podían dormir tranquilas, pero al final accedieron. Aurora, porque nunca había paseado de noche por la ciudad y mi promesa de que no nos encontraríamos con ningún malhechor que pudiera hacernos daño pareció animarla a ello, Celia, porque quería disfrutar junto a Aurora de eso que les estaba ofreciendo y que nunca antes nadie les había propuesto.
Cogieron sus abrigos, se aseguraron de haber apagado todas las luces de casa exceptuando la de la mesita del salón porque les daba miedo que alguien pensase que al estar la casa vacía podría robar impunemente y salieron tras de mí agarradas del brazo como si la mismísima parca les estuviera rondando. Eran las diez de la noche y verlas tan asustadas provocó un ataque de risa en mí que no comprendieron bien pero al que sin embargo se unieron de puro nerviosismo.
--¿Dónde vamos? --preguntó Aurora al doblar la primera esquina y ver que la escasa luz de la calle principal se alejaba de nosotras.
--Voy a llevaros a un... a un sitio que confío os va a encantar.
--¿No nos vas a decir dónde? --replicó Celia que intentaba mantener la compostura.
--No me creeríais.
Mi respuesta hizo que se mirasen con desconcierto, pero ninguna de las dos se movió de mi lado y a medida que íbamos caminando y que comprobaron por ellas mismas que, como les había prometido, podían caminar tranquilas y seguras, fui viendo como sus cuerpos, sus gestos y sus miradas se relajaban.
El cielo de Madrid por aquella zona de la ciudad en la que ninguna luz artificial podía eclipsarlo, era espectacular y cuando ambas se dieron cuenta de ello, rogaron que nos detuviéramos un par de minutos para admirarlo. Como no podía ser de otro modo accedí a ello y me apoyé junto a ellas en la fachada de lo que parecía un establo a contemplar las estrellas de ese cielo de 1914 que seguía siendo el cielo de los cuadros, de los cuentos, de los sueños. El de las historias de amor que son para siempre. Las vi tan concentradas en los luceros que tuve que hacer que uno cayera para que volvieran a la tierra de la que estaban intentado huir.
--¡Qué bonitas son las estrellas fugaces! --dijo Celia sonriendo mientras buscaba la mirada cómplice de Aurora.
--Casi tanto como tú Meine Liebe --susurró la enfermera intentando que no la escuchase.
--¿Habéis pedido un deseo? -- ambas asintieron --Bien, pues vamos a cumplir uno de ellos.


Girando la esquina entramos en un callejón que de estrecho que era parecía más una cueva. Los tejados de madera que se sobreponían entre sí sobre él, le permitían mantener el suelo seco en los días de lluvia y las paredes frías en los días que hacía mucho calor. Era un callejón que muy poca gente conocía y en el que ninguna mujer de aquel entonces que estuviera en su sano juicio hubiera entrado jamás, pero ni yo soy una mujer de entonces, ni ellas habían conseguido recuperar toda la cordura que les roba mi locura así que me siguieron sin poner una sola pega.
Al final de aquel callejón que apenas tendría cinco o seis metros de largo, había una puerta de madera que parecía haberse equivocado de barrio. Su brillo y elegancia le hubieran permitido estar en alguna de las mejores casas de la Castellana o de Chamberí y sin embargo allí estaba, esperando a que alguien golpease la aldaba dorada que le engalanaba la fachada.
--¿Vas a llamar? --preguntó Celia que no dejaba de mirar hacía atrás como queriendo asegurarse de que nadie nos cerrase el paso.
--¿Yo? --respondí señalándome con mi propio índice --Yo ya sé lo que hay ahí adentro así que, si queréis descubrirlo, debéis llamar vosotras.
--¿A la vez? --preguntó Aurora que parecía más que dispuesta.
--Aldaba hay de sobra --respondí guiñándoles un ojo bajo la tenue luz del candil que colgaba sobre la puerta.
Se miraron, sonrieron y pusieron sus manos sobre el enorme espejo de venus que era la aldaba para golpear con ella la puerta un par de veces. Una voz al otro lado preguntó quien llamaba, la contraseña para entrar era "ejército" aunque dependiendo de lo que se celebrase también te abrían la puerta con "rebaño". Aquel día, sin duda, la segunda opción era la más apropiada. Una mujer de pelo corto, casi blanco, abrió la puerta y las invitó a entrar.
--¿Cómo no me dijiste que las traerías aquí?
--Bueno, a veces tú también necesitas que te hagan algún regalo ¿no?
Aquella mujer, a la que todas conocíamos como la "Lanas" porque sus abrazos abrigaban tanto como los mejores jerséis de Cachemir, cogió los abrigos de ambas y los guardó en un armario que tenía en la entrada.
--Aquí los armarios solo los utilizamos para guardar la ropa --dijo guiñando un ojo mientras cerraba las puertas de aquel.
--Es una expresión que utilizamos en nuestra época --tuve que aclarar ante las miradas atónitas de Celia y Aurora que parecían no entender nada--, cuando una mujer que ama a otras mujeres, como vosotras, que ahora descubriréis que somos unas cuantas, no se atreve a decirlo, el motivo es lo de menos, decimos que está metida en el armario.
--¿Ella también ama a otras mujeres? --preguntó Celia anonadada mientras seguíamos a Lanas por un pasillo.
--¿Ella? No, ella no, ella solo ama a una, a la suya, su mujer.
--¿Su mujer?
--Sí Aurora, sí, su mujer. Por eso os insisto tanto en que toda vuestra lucha tiene una importancia tremenda, porque nosotras, dentro de cien años, podemos estar casadas.
El orgullo que se apoderó de sus rostros en aquel momento fue indescriptible, sus caras brillaban y cuando pensaba que no podía haber sonrisas en el mundo que describieran mejor la felicidad, sus caras se iluminaron todavía más cuando, al atravesar la cortina que dejaba atrás el pasillo, se toparon con un barracón que, con mucho esfuerzo y cariño, las mujeres que esperaban dentro habían convertido casi en un hogar.
--¿Qué lugar es este? --preguntaron al unísono mientras el silencio acallaba los murmullos que se habían apoderado del ambiente, nunca mejor dicho, del local.
--Aquí es donde venimos las mujeres que amamos a otras mujeres a pasar las tardes. Al principio éramos dos locas, pero poco a poco fuimos descubriendo que de locas está el mundo lleno y día a día y paso a paso, hemos construido este lugar.
--¿Y qué hacéis aquí? --preguntó Celia mientras miraba de un lado a otro sin poder dejar de sonreír--Me recuerda a las reuniones que organizábamos Dumas y yo, solo que con mucha más gente.
--Pues hablamos, hablamos mucho y de muchas cosas además.
--Son...¿Tertulias?
--Algo así, sí. La verdad es que aquí donde las ves, cada una de estas mujeres tiene algo que ofrecer.  Es divertido preguntar y obtener respuesta inmediata, o estar algo decaída y que te digan algo que te alegre. Lo cierto es que en eso, somos unas expertas.
--Bueno, con nosotras acabas de hacerlo.
--Sí, pero si soy sincera, en realidad lo he hecho por ellas.
--¿Qué queréis tomar chicas? --preguntó Lanas desde detrás de unas cajas apiladas que hacían las veces de barra --Aprovechad estos cinco minutos de margen que os están dando porque en cuanto que reaccionen vuestra paz, va a verse seriamente perjudicada.
--¡No me las asustes anda! No la hagáis caso, son inofensivas. Es solo que si ellas están aquí hoy es gracias a vosotras y os están tan agradecidas que probablemente se amontonen un poco, pero no se lo tengáis muy en cuenta.
--No creo que sea para tanto --respondió Aurora con esa cara con la que miramos a alguien cuando lo que dice nos parece una exageración.
--¡Claro que no! Aquí todas tenemos nuestra historia, solo que sin la vuestra muchas no habrían podido superar la suya o comenzarla. Mirad, aquel grupo de niñas de allí, es un grupo maravilloso aunque, ahora que me fijo, algunas no son tan niñas pero a lo que voy; Todas ellas, todas, se planteaban que era lo que les estaba pasando, que era eso que sentían, eso que les atormentaba en las noches al mismo tiempo que les hacía soñar y que las tenía todo el día con la cabeza en otro lugar sin ni siquiera saber donde. Un día, así como por casualidad, se toparon con vosotras, probablemente primero contigo Celia, aunque ahora ninguna os conciba separadas. Ese encuentro, las trajo hasta aquí, con sus carreras de fisioterapia, con sus plumas recién salidas, con sus exámenes y sus dudas, con todo aquello que les impedía ser y que sin embargo ahora les da esa fuerza con la que la juventud lo empuja todo, incluso a nosotras que podemos parecer inamovibles pero que no lo somos. Aquel otro grupo que veis a la derecha, ya había superado todo eso, todas sabían perfectamente quienes eran, lo que eran y porqué lo eran y sin embargo, vivían, como os he explicado antes, dentro de un armario de dos puertas en el que ahora, una de ellas deja entrar la luz de libertad que a oscuras parecía inalcanzable. Algunas, como aquella muchacha que veis allí, lo dejó todo atrás para empezar a vivir y ha sido tal su valentía, que donde antes pedía ayuda, ahora la ofrece. Otras intentan tirar la puerta que queda a patadas, aunque pronto se darán cuenta que cuanto más fuerte golpean, más difícil es de abrir. Es un grupo muy divertido que respira el aire de la esperanza del "todo es posible" y que al final se ha dado cuenta de que si se unen entre sí, nunca más volverán a sentirse solas. Allí tenéis a las que ya superaron las preocupaciones del primer grupo y arrancaron las puertas de sus armarios. Son las que tienden la mano, las que si estás triste te animan, las que siempre tienen el mensaje oportuno en el momento oportuno y te hacen dudar si son capaces de leerte la mente aunque la mente este separada por cientos o incluso miles de kilómetros.
--No entiendo esta última parte --dijo Celia mirándome con extrañeza.
--Ni yo, pero puedo asegurarte que es de las cosas más gratificantes que te pueden ocurrir.
--¿Y aquellas de allí? --preguntó Aurora señalando a un grupo de lo más variopinto.
--Aquellas son las tremendistas y las que las rodean son las optimistas. Como en todas partes siempre tiene que haber un roto para un descosido, pero  son capaces de amoldarse a cualquiera de los otros grupos si la ocasión o la diversión lo requiere. A veces son las que ponen la cordura que despistada decide abandonar al resto.
-- ¿Y en que grupo estáis vosotras? --preguntó Celia adelantándose a Aurora que sonrió evidenciando que habían pensado lo mismo que ella.
Lanas y yo nos miramos y sin dudarlo y al unísono respondimos.
--En ninguno y en todos a la vez.
--Mirad, yo vengo a eso de las cinco y veinte y abro la puerta. Si esta marmota que tenéis al lado se ha despertado a tiempo, abre conmigo, pero por norma general tengo que ser yo quien la despierte, por mucho que la fastidie reconocerlo. Abrimos y esperamos a que venga quien quiera, así de sencillo. Por supuesto vosotras estáis más que invitadas a venir cuando queráis.
--Y aquí... ¿son libres de hacer lo que les plazca?
--Aquí, pueden ser, quien necesiten ser.

FELIZ DÍA DE LA MUJER A TODAS

Adriana Marquina

5 comentarios:

  1. Las acciones del pasado,son la realidad del presente.

    Muy bien explicado. :-)

    Ana72

    ResponderEliminar
  2. Pero qué bonito esto, por dios. Desde ya mismo soy la Comandante Lanas. Gracias Adriana, por todo.

    ResponderEliminar
  3. Que lindo esto que escribes Adry, me ha fascinado la forma en que nos íntegras a todas y cada unas, incluso a las que vivimos al otro lado del charco. Gracias!!

    ResponderEliminar
  4. Me encantó, leerlo me sacó una sonrisa desde que lo empecé hasta ahora y me hizo muy bien. Seguro me sacará una sonrisa cada vez que lo recuerde. Y aunque sin participar mucho me siento parte...Gracias!!!

    ResponderEliminar
  5. uyyyy recien veo esto! que lindo sentirse parte del rebaño..

    ResponderEliminar

Si tienes algo que decir, hazlo aquí: