miércoles, 17 de febrero de 2016

Un par de lecciones

Las obras de la escuela ni siquiera habían empezado cuando Celia se acercó a mirar y para colmo, cuando llegó a casa, ninguno de los niños que le había sido asignado para comenzar a dar clases en casa se había presentado. Aurora estaba limpiando e intentó apaciguar los demonios que estaban haciendo decaer a Celia. Le ofreció un desayuno calentito y la alentó a no perder la esperanza mientras volvió a colocar en el saco de las virtudes la vehemencia que Celia había arrojado al de los defectos.


Estaban a mitad de ese desayuno, mirándose como solo se pueden mirar las personas enamoradas, cuando unos pequeños golpecitos en la puerta anunciaron la llegada de tres de los niños a los que ya no esperaban y a los que sin embargo recibieron con la mejor de sus sonrisas. Aurora comenzó a recoger la mesa mientras Celia guardaba los gorros de los pequeños, pero la enfermera se dio cuenta de que los pobres no podían apartar la mirada de la lata de galletas y no pudo evitar ofrecerse a prepararles un buen desayuno. Ambas se habían dado cuenta de que estaban hambrientos y para alentarles a dejar de lado la vergüenza que parecían estar sintiendo, Celia se inventó un juego con las migas de aquellas galletas de las que probablemente ni eso quedase.


Celia decidió acompañar a los niños a sus casas y ellos, que habían comenzado sin saberlo a confiar en la nueva maestra, fueron contándole, sin ver en sus tareas problema alguno, que era lo que hacían durante el día. Cuando la escritora regresó, Aurora se dio cuenta enseguida de que algo le rondaba por la cabeza, pero estaba emocionada e intentó transmitirle que haberla visto tan dulce y entregada a sus alumnos no hacía más que evidenciar algo en lo que ella siempre había creído; que Celia, sería una gran maestra. A pesar de sus intentos, no pudo cambiarle la expresión, Celia estaba preocupada, pero al hacer alusión a las galletas que acababa de preparar para el día siguiente, esta bromeó sabiendo que Aurora estaba excusando en los niños la glotonería que últimamente estaba atacándola sin remedio, pero esa sonrisa fue una ilusión que desapareció de pronto y en su huida provocó que Celia se abrazase al vientre de Aurora, a ese vientre en el que se estaba gestando un bebé al que no pudo evitar imaginar y para el cual deseó, casi en una promesa, un mejor futuro que el de aquellos pobres chiquillos del barrio que no tenían más remedio que trabajar y trabajar para poder ayudar en sus mas que humildes casas. Ambas sabían que tenían que hacer algo y Aurora sonrió estando de acuerdo con la mirada iluminada de Celia que propuso antes incluso que las palabras con las que estaba a punto de explicarse. Estaba de acuerdo, pero la idea que había tenido no le pareció la más adecuada y sin embargo no pudo negarse porque, ni su corazón, ni su profesión, hubieran permitido que por su culpa, aquellos niños perdieran la oportunidad que Celia quería brindarles, además y aparte, le hubiera sido imposible hacerlo teniendo delante la sonrisa de esa maestra de la que estaba más que dispuesta a aprender un par de lecciones.


Cuando terminaron de cenar y de preparar la charla que Celia pretendía mantener con las madres de sus alumnos sobre lo importante que era que tuvieran una educación que pudiera sacarles algún día de la miseria en la que estaban sumidos, se metieron a la cama. Al ser la tercera noche que pasaban allí, el piso ya había comenzado a coger el calor que un hogar merece y decidieron leer un rato antes de apagar la luz.
--¿Quieres que apague la luz? --preguntó Celia cuando vio que Aurora cerraba su libro y se acurrucaba bajo las sábanas.
--Puedes seguir leyendo un rato si quieres, pero si la apagas, tampoco me importa.


Su tono pícaro y su sonrisa provocadora obtuvieron una respuesta inmediata. Celia apagó la luz y se disponía a acurrucarse junto a ella cuando cayó en la cuenta de que habían dejado encendida la pequeña lámpara del salón. Se levantó, cogió su bata y salió corriendo a pasitos cortos de la habitación que habían hecho algo más íntima con unas cortinitas que la separaban del resto de la casa. Cuando estuvo al otro lado, Aurora la detuvo.
--Que divertida te ves desde aquí.
--¿Y eso? --preguntó Celia al otro lado.
--Tu cuerpo entre la luz y las cortinas hace sombra y parece que estoy en el cinematógrafo. Me ha hecho gracia.
-- Pues voy a enseñarte algo, que jamás verás en uno.


Celia se quedó en silencio y volvió a acercarse a la cortina pero no apagó la luz, sencillamente comenzó a contonearse frente a ella, disfrutando de las risitas nerviosas que se escapaban de los labios de Aurora en cuanto conseguía dejar de mordérselos con deseo. Dejando que cayera por su espalda tan despacio que parecía que no iba a llegar a tocar el suelo nunca, se deshizo de la bata y Aurora, que a pesar de estar disfrutando sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo, no pudo evitar sugerirle que volviera a la cama que iba a quedarse helada. Celia ignoró el comentario y con los brazos cruzados sobre su vientre sujetó con sutileza el camisón que le cubría el cuerpo. Comenzó a subirlo poco a poco y tras la cortina, las piernas desnudas de aquella mujer que divertida jugaba con la tensión de la que observaba, comenzaron a dibujarse con exquisita perfección. Aquel ascenso vertiginoso, dejó al descubierto la cadera, después el vientre, el pecho y terminó acariciando la melena suelta que, al verse liberada de la tela del camisón, ondeo dulcemente para caer sobre el contorno de unos hombros perfectamente dibujados.
--¿Vas a venir ya o vas a seguir torturándome mucho rato?


Aquella pregunta no obtuvo respuesta verbal, pero la física también dejo a Aurora sin palabras. Desnuda, con el vello erizado y la piel entregada, atravesó aquella cortina que nadie sino ella podía haber estrenado mejor. Aurora estaba tapada hasta los hombros, apoyada sobre la almohada que había puesto en el cabecero para no clavarse la forja que lo decoraba, e intentaba contener esa sonrisa que anuncia que tu no te has quedado quieta pero que aún no quiere ser descubierta. Con ella retenida invitó a Celia a que subiera a la cama, pero antes de hacerlo, comenzó a tirar de la ropa de la cama para destapar a una Aurora que, resistiéndose sin demasiada gracia, fue tumbándose con cada tirón que Celia daba y que cuando estuvo tumbada del todo, cedió y soltó para que al fin pudiera deshacerse de ella sin problema. Para sorpresa de Celia, el cuerpo de Aurora fue apareciendo, tan desnudo como el suyo, bajo las sábanas y cuando estas llegaron a su cintura, comenzó a moverlo al ritmo de una melodía imaginaría, lento y sin embargo tan embriagador que Celia no pudo resistirse y sobre el que se deslizó melosa hasta que sus labios se unieron en un beso apasionado que liberó el deseo que ambas habían estado conteniendo.


La estampa era preciosa, ambas se miraban con esa mirada que ilumina, esa que calienta el cuerpo y mece el alma, que la ensalza y la venera, que le otorga la belleza pura a una piel que inevitablemente queda grabada más allá de la retina que la observa, pero, a pesar de ello, de lo que ambas disfrutaban viéndose desnudas, no pudieron evitar rescatar aquellas sábanas de las que Celia acababa de deshacerse. Las caricias frías de sus pies congelados así lo reclamaron y bajo ellas, en ese mundo al que solo los amantes pueden acceder, entrelazaron las piernas, se acariciaron las espaldas y en un susurro que pareció perderse dentro de Aurora, Celia le hizo comprender que; su casa, siempre estaría donde estuviera ella y que ella, siempre sería su casa.




Adriana Marquina

3 comentarios:

  1. Muy bonito ,como siempre ;)

    Hay que hacer un llamamiento,para que cierren las cortinas de la cocina ,que tanta paranoia de Aurora por que las descubran y se dejan todo abierto para que las viejas de visillo de la corrala fisgoneen y haciendo ese striptease las pueden pillar. ;)
    Y comentar que entonces tener cama y varias habitaciones era un lujo y había familias en los que dos o tres personas dormian en una misma cama y no pasaba nada(aviso para Aurora).;)

    Ana72

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Qué bonito has escrito. Mi hogar es el lugar en que tu estás. Eso es hermoso, lo recuerdo de una película. Muchas gracias.

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