martes, 9 de febrero de 2016

Esto, vas a pagármelo

Cuando Aurora llamó al timbre de la casa Silva, todas las hermanas estaban ya al tanto de que pasaría allí un par de días. Celia le había contado a Diana cual era su situación y a pesar de que no estuvo muy de acuerdo con la decisión que la enfermera había tomado, la de no regresar a Cáceres con su marido, entendió lo difícil que debía resultar para ellas todo aquello y accedió a la petición de Celia. Con su ayuda sería mucho más fácil convencer al resto, aunque, en cuanto supieron que Aurora tenía problemas en casa --ninguna de las dos amplió más aquella información pues no fue necesario-- accedieron a que se quedase sin dudar. Todas sabían lo que era tener problemas con el cónyuge y ninguna estaba en labor de dar lecciones de moralidad.
Durante la cena, los temas de conversación fueron bastante variados y entretenidos, igual que los comensales que llenaron la mesa del salón y que casi provocan el infarto de Merceditas a medida que iban anunciando su llegada. Diana y Salvador, Francisca, Adela y Germán, Elisa, Blanca y Celia y Aurora. Hacía tiempo que no coincidían todas las hermanas y estaban tan a gusto que el momento de retirarse a las habitaciones se alargó más de lo normal. Cuando llegó, Aurora se ofreció a dormir en la cama de Rosalía, Celia le había contado que estaría fuera algún tiempo y la enfermera no quería que ninguna de las hermanas sospechase nada en absoluto, pero Diana insistió en que durmiera en la habitación de Celia y a Francisca le pareció lo más apropiado teniendo en cuenta que ella dormiría con Luis en la habitación en la que este descansaba.
--No, de verdad que no es necesario. A mi no me importa dormir abajo.
--De eso nada --replicó Adela --, yo soy la hermana mayor y no voy a permitirlo. Duermes con Celia y no hay más que hablar.
--Sí --añadió Blanca --, estarás mucho más cómoda y hace más calor.
Celia y Diana, que permanecieron calladas durante toda la conversación, hablaban sin hablar. Diana, con una mirada que hubiera amedrentado al más rudo caballero, le hizo saber a Celia que debía comportarse y Celia, cual dama indefensa e inocente, asintió haciéndole ver que tenía intención de hacerlo.

Una vez en la habitación y después de haber pasado ambas por el cuarto de baño para asearse y ponerse los camisones, Celia cogió la silla del tocador y la colocó detrás de la puerta, nunca se había dado el caso de que alguna de sus hermanas entrase en plena noche sin llamar o que Merceditas decidiera abrir para despertarla por la mañana, pero quiso asegurarse por si acaso aquella noche, alguien decidía hacer una excepción.
--¿Qué haces? --susurró Aurora sentada al borde de la cama de Francisca mientras colocaba las zapatillas al lado de la mesilla.
--Me aseguro de que nadie nos moleste --respondió Celia mientras de un saltito quedaba de rodillas a su lado con esa sonrisa irresistible que solo ella sabía poner.
--Ni lo sueñes Celia. Tus hermanas duermen en las habitaciones contiguas y...
Celia, calló aquella frase con la que Aurora solo hubiera conseguido ponerse más nerviosa, con un beso tierno y silencioso al que fue incapaz de resistirse.
--Celia pueden oírnos...
--Ya sé que pueden oírnos, pero... --comenzó a decir mientras se levantaba y rodeaba la cama para arrodillarse frente a Aurora -- ...estoy segura de que sabrás estar calladita.
--He dicho que no --contestó cuando los labios de Celia se separaron de los suyos --. Yo también tengo muchas ganas de hacer el amor contigo, pero no aquí. Es demasiado arriesgado.

Celia, resignada, se metió en su cama con el ceño fruncido. No estaba enfadada, quizá un poco molesta, pero comprendía a Aurora aunque, no pudo evitar romper a reír de repente.
--¿Dé que te ríes? --preguntó Aurora que ya estaba tumbada y tapada hasta los hombros.
--Me imaginaba la cara que pondrían mis hermanas si entrasen y nos vieran durmiendo juntas.
--Pues a mí más que risa, me provoca miedo.
--También, pero ¿te imaginas la de Adela? Con lo recatada que es ella seguro que se desmaya antes de decir uno de sus; ¡Por Dios!

La carcajada de Aurora ante aquella visión fue inevitable y para compensar el plantón que acababa de darle a Celia y tras apagar la luz de la mesilla, extendió el brazo hacía la cama de esta reclamando su mano. Celia hizo lo propio y con los dedos entrelazados se susurraron "Te quiero" y cerraron los ojos. Bueno, en realidad Aurora cerró los ojos mientras Celia esperaba atenta a que la respiración de la enfermera se escuchase calmada. Estaba acostumbrada a dormir acompañada y sabía distinguir perfectamente el duermevela del sueño profundo y, cuando consideró que Aurora estaba en esa primera fase en la que no estas dormido pero no puedes reaccionar ante nada, soltó su mano y se levantó despacio, con cuidado de no hacer ruido, de no tropezar con la mesilla y, sobre todo, de no sacarla de ese estado hasta que no se hubiera colado en su cama.

Cuando Aurora sintió que las sábanas se despegaban de su cuerpo y que un soplo de aire frío se colaba bajo ellas, se giró inconscientemente dándole la espalda a la escritora, gesto que esta agradeció y que aprovechó para acurrucarse sobre su espalda con cautela.
Con la yema de los dedos de su mano izquierda, la única que le quedaba libre ya que con la otra lo más que podía hacer era sujetarse la cabeza, comenzó a acariciarla. Empezó dibujando con ternura la marcada curva de su mandíbula, la cual, dormida se le notaba aún más que despierta pues apretaba los dientes de forma inconsciente. Sonrió ante aquel hecho que casi había olvidado y agradeció que la tenue luz que se colaba por la cortina de la puerta y que tantas noches había aliviado sus miedos infantiles, le dejase admirar tanta belleza. Cuando sus dedos rozaron el lóbulo de la oreja, lamentó no llegar para poder morderlo con dulzura así que, se conformó con besarle el hombro mientras rodeaba con cariño los dos lunares que indicaban el descenso hacía la clavícula. Una vez en ella y maldiciendo lo cerrado que era el camisón, no tuvo más remedio que cambiar de estrategia pero, cuando introdujo la mano por debajo de las sábanas, Aurora se la sujetó sobresaltándola ligeramente antes de poder si quiera llegar a la cintura.
--Eres mala --susurró con picardía mientras giró ligeramente la cara en dirección a Celia.
--Al parecer a tu sonrisa, no le importa demasiado.
--Ni a ella, ni a mí --respondió de nuevo en un susurro tras el cual no pudo evitar morderse ligeramente el labio inferior.
-- Entonces... ¿Sabrás estar calladita?
-- Lo juro --respondió liberando la mano de Celia a la que ayudó con el rebelde camisón que había decidido enredarse en sus piernas.

La tensión en el cuerpo de Aurora, que a pesar de estar más que dispuesta a dejarse llevar, era inevitable, desapareció por completo cuando la mano de Celia ocupó el lugar de la tela. Con largas e interminables caricias fue recorriendo de abajo arriba el muslo y cuando se topó con la costura de la ropa interior que le impedía deleitarse en la totalidad de su cuerpo, no tuvo más remedio que deshacerse de las sábanas, del edredón y la colcha. Se incorporó y dejó que toda la pesada ropa de la cama cayera al suelo e invitó, mientras ella se colocaba entre sus piernas, a que Aurora se tumbase bocarriba. Terminó de levantar el camisón y sujetó con cariño la cintura de algodón de las braguitas de Aurora. Con cuidado y tan despacio que la enfermera creyó morir, las deslizó por sus piernas mientras seguía el recorrido con los ojos. Fue tal la desesperación que provocó en la dueña, que olvidándose de donde se encontraban, se incorporó y se deshizo del camisón de Celia que quedó desnuda ante ella.
--Eres preciosa --susurró ante aquella imagen que le obligó a ponerse de rodillas para quedar a su altura, a extender los brazos y permitir así que Celia hiciera lo mismo que ella acababa de hacer.

Los camisones, las sábanas y la ropa interior, se convirtieron en uno solo y lamentaron estar en el suelo pues, lo que estaba a punto de suceder sobre aquella diminuta cama, era algo tan bonito, tan sincero y puro, que hubieran deseado haberse quedado para formar parte y permanecer en el recuerdo.

En Cáceres, en esas noches de insomnio en las que Celia se colaba en su cama y se acurrucaba a su lado desnuda, Aurora había tenido tiempo de estudiar cada uno de los lunares que cubrían el cuerpo que ahora tenía delante y, haciendo alarde de su buena memoria, comenzó a recorrerlos a besos. La primera línea que trazó, fue de hombro a hombro para después bajar al pecho que latía acelerado. Los pezones erizados esperaban ansiosos a la traviesa lengua que pasó de largo solo para hacer sufrir un poco más a su dueña que entrecortaba su respiración a cada centímetro que Aurora recorría. Sonriendo, como cuando sabes que estas haciendo algo tan bueno que es malo, volvió a subir y pasó por encima de ellos de nuevo, sin rozarlos, dejando que su respiración los calentase, sacando de quicio a Celia que no pudo evitar arañar ligeramente la espalda de Aurora que, entre sombras, se dibujaba bajo sus ojos entrecerrados.
--Vas a matarme.
--No tengo intención --respondió justo antes de regalarle a cada uno un mordisquito para después subir hasta los labios de Celia y callar los gemidos que pretendían escaparse con un beso.

Las manos, las de ambas, sujetaban con fuerza la cadera de la otra para mantener sus cuerpos unidos. En lo que se tarda en coger aire para seguir besando y en un movimiento tan rápido que Celia no tuvo tiempo de reaccionar, Aurora se levantó de la cama y se puso de pie tras ella. Beso a beso, recorriendo su espalda de lado a lado, sin dejarse un solo centímetro de piel, con una mano en el pecho de Celia y la otra en la cadera, fue guiando a Celia hasta el cabecero de la cama al que se amarró sin remedio para mantener el equilibrio que sus piernas parecían haber perdido. Ella se quedó de pie, bueno, a medias, porque dejó que su muslo izquierdo mantuviera separadas las piernas de Celia a la vez que le servía como apoyo.
--Prométeme que no vas a gritar --susurró mientras deslizaba su mano derecha cintura abajo.
--Te lo prometo --respondió Celia mientras buscaba la boca de Aurora con desesperación.

Los papeles se habían invertido, en realidad se habían equilibrado, porque, en aquel momento, el miedo no tenía cabida en aquella habitación en la que los gemidos mudos se abrieron paso ante las manos de aquellas dos mujeres que deseaban tanto y desde hacía tanto tiempo amarse, que se olvidaron de todo menos de estar en silencio.

La mano derecha de Aurora cubrió el pubis entregado de Celia, mientras que la de Celia buscaba como abrirse camino entre el nudo de piernas y brazos que la tenía prisionera para poder llegar al de Aurora que esperaba ansioso la solución a aquella maraña. Ambas lo consiguieron casi a la vez y, al ritmo de la cadera de Aurora que era la única que disponía de la libertad suficiente como para moverse, comenzaron un baile de caricias lentas al que sus labios se rindieron sin remedio. Un baile cada vez más rápido, más pasional, mucho más tórrido que ningún otro baile que hubieran bailado con anterioridad. Ya habían hecho el amor más veces, pero no hay sexo como el sexo del reencuentro con alguien a quien creías haber perdido. Tanto fue así, que las promesas de silencio se convirtieron en un sacrificio. Celia sacrificó su hombro y Aurora la parte superior de su brazo, pues cuando sintieron sus dedos prisioneros, cuando supieron que se acercaba el momento en el que la explosión de la tensión acumulada les haría gritar sin remedio, ambas decidieron utilizar la piel ajena como silenciador.

Rendidas, sudorosas y con la sensación de tener los dientes ajenos marcados en el cuerpo, se dejaron vencer, Celia sobre la cama de Francisca y Aurora sobre la de Celia que le quedó más a mano a la inercia de su cuerpo. Sus ojos se encontraron al cabo de un par de exhaustos minutos, brillaban con tanta fuerza que Celia no pudo evitar girarse para comprobar que la puerta seguía cerrada.
--¿Lo he hecho bien? --preguntó Aurora refiriéndose al silencio que había prometido.
--Lo has hecho estupendamente --respondió Celia sonriendo mientras bajaba de la cama y se arrodillaba frente a Aurora.
--Siento si te he hecho daño --susurró mientras buscaba con las yemas de sus dedos las marcas de sus dientes en el hombro derecho de Celia --, tengo la sensación de que he apretado mucho más fuerte que tu.
--Tranquila --dijo incorporándose ligeramente, empujando suavemente a Aurora que no tuvo más remedio que dejarse caer sobre la cama, dibujando con sus labios la ligera curva de su vientre, besando antes de morder los huesos aún marcados de su cadera entre los que se detuvo para mirar hacia arriba y ver como Aurora se cubría la cabeza con la almohada --Esto, vas a pagármelo con creces.

Adriana Marquina

14 comentarios:

  1. ...justo, acabo de terminar de visionar el capítulo de hoy y, pasando por aquí, me encuentro con tu última cosecha...y...me va a dar algo!...me encanta!

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  2. De infarto mujer!!! Y te preguntas porque se te colgó el ordenador..? Agradece que solo hiciera eso y no se incendiara

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  3. P.D: ...como Victor Dumas, soy parisina!...;-)...

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  5. Y yo me pregunto cuando sera el día que harás un libro. Eres estupenda en lo que haces siempre.

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  6. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  7. Me ha encantado, como escribes mujerrr!! Te soy sincera yo no soy muy fan de los fan fiction, pero este me ha fascinado,he vivido el paso a paso y me has hecho volar.

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  8. Adriana por Dios!!!! jaja a mi también se me tildó el ordenador. Me encanta como escribes! Saludos de Argentina

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  9. No sé porqué pero siempre te leo y jamás comento tus publicaciones por mucho que me gusten, pero quería decirte que aunque normalmente no me gustan mucho los fanfictions, este me ha enganchado terriblemente porque debe ser muy difícil tomar prestados personajes, darles una voz, un sentimiento y devolverlos sin mayor cambio. Tú nos das una visión de ellas desde adentro, las entiendes, las conoces. Escribir una historia, cualquier tipo de historia no es fácil, pero tú al escribir una historia como esta tienes un reto mayor porque si ellas fueran tuyas bailarían al compás de tus teclas,porque podrías hacer con ellas lo que quisieras. Ellas no son tuyas y logras que lo sean, tú logras que bailen sin cambiarlas, sin dejar de ser ellas mismas y eso se agradece mucho.
    Un abrazo lleno de admiración.

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  10. Muy elegante y fino.. !! Chapó !!

    Ana72

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  11. Hot, hot!
    Como dicen por ahí, de infarto, elegante y fino.
    Me han dado ganas de volver a escribir erótico :)
    Saludos!

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  12. Es impresionante la elegancia que demuestras al detallar una escena de pasión y entrega absolutas. Me encanta. Muchas gracias. Un abrazo

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  13. No respondo comentario a comentario porque serían más extensos que el propio paralelo, pero gracias. Gracias de corazón a las de siempre, a las nuevas y a todo el que quiera perderse en las líneas de estos escritos que me reportan tantas sonrisas. Es un placer crearlos y más aún ver como llegan y hacen sentir. Gracias sinceras.

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