– ¿El qué Celia?
¿Y lo más importante, quienes?
– No te hagas la
tonta tú también por favor. Tú siempre has sido sincera conmigo.
– ¿Hablas de
Aurora y de Camilo?
– ¿De quién si
no?
-- No lo sé,
podrías estar hablando de Martorell o de Elisa, en la cena parecía
interesado en ti y el comentario de tu hermana ha sido de lo más
desafortunado.
–¡Y que
comentario de Elisa no lo es!
–Pues también
tienes razón.
Cuando he entrado en
la habitación de Celia para ver que tal estaba, esa ha sido nuestra
primera conversación. Yo esperaba encontrarla dormida, vencida por
las lágrimas que contuvo durante la cena y durante esa conversación
con doña Rosalía en la que el ama de llaves, como buena madre, hizo
que no sabía aun sabiéndolo todo, pero estaba despierta. Sentada
frente a la ventana y a oscuras, contemplaba la hermosa luna llena
que, no sin esfuerzo, había conseguido sortear los edificios
madrileños para que Celia pudiera dejar sobre ella todo cuanto le
atormentaba. Ni siquiera se giró para mirar quien osaba colarse en
su habitación a esas horas tan intempestivas, sabía que era yo y
noté como su cuerpo se relajaba ligeramente ante la oportunidad de
desahogo que le concedía mi intromisión. Me senté detrás de ella,
al borde de la cama. Su silla quedaba a escasos centímetros de mí y
pude rozarle el pelo con las manos. No me miró, no hizo falta, ni
siquiera cuando sonrió se giró para seguir hablando conmigo porque,
esa sonrisa apenas duró un instante, el tiempo que tardó en
comenzar a hablar de nuevo.
– No entiendo para
que ha venido a Madrid. Si hubiera seguido sin responder a mis cartas
al final me hubiera dado por vencida y lo de hoy… Lo de hoy si que
me ha descuadrado completamente. ¿Sabes? Yo no creo en las
casualidades, por lo menos no en una de este calibre. Aurora sabe
perfectamente que suelo ir al Ambigú. ¿Por qué ha tenido que ir
allí si no quiere verme? ¿Si no quiere saber nada de mí? ¿Si tan
feliz está con su nueva vida?
–¿De verdad
piensas que ella ha ido al Ambigú queriendo?
–¿Qué insinúas?
– preguntó incorporándose ligeramente y poder así mirarme. Al
parecer, mi pregunta, merecía su completa atención –¿Crees que ha
sido su hermano quien ha insistido en que fueran allí?
El rostro de Celia, ante la posibilidad de que hubiera sido Camilo quien hubiera
provocado el encuentro, se iluminó como si por su mente, de repente,
todo cobrase sentido, aunque estaba claro que nada lo tenía.
–Yo no insinúo
nada, pero Aurora no es una mala persona, lo sé yo y lo sabes tú.
Sabes que nunca haría nada que te perjudicase…
Celia clavó sus
ojos en los míos y sentí sus dudas. Creo que pensó que era lo que
estaba haciendo allí si no me había enterado de nada de lo que
había ocurrido y tuve que aclararle que, en mi humilde opinión, las
palabras y los sentimientos de Aurora, era dos cosas completamente
diferentes.
–¿Crees que me
sigue queriendo? –preguntó entre confusa y esperanzada.
–¿Tú que crees?
–Creo que si me
quisiera no me alejaría de ella del modo en que lo hace. Me hace
daño y lo sabe, desde que ha llegado no ha dejado de tirar por
tierra todo cuanto me enseñó, todo por lo que luchamos juntas, todo
lo que pensaba que era y peor aún, todo lo que pensaba que era yo.
–Tú puedes seguir
siendo sin ella.
–Lo sé, pero no
quiero y no es de mí de quien estamos hablando.
–¿Por qué te
enfadas conmigo? –pregunté con una doble intención que en el
momento no entendió pero que no tardaría en descubrir.
–Porque estoy
enfadada con ella y porque me haces pensar en cosas que no quiero
pensar. Porque no entiendo a Aurora y no entiendo el mundo. Porque
creo que me quiere pero no debe hacerlo y porque creo que su hermano
ha provocado el encuentro a propósito aunque no entiendo con qué fin. Siento que la Aurora que
llevo viendo dos días está encerrada en una vida de la que no sabe
como salir y quisiera sacarla y no puedo hacerlo y…
Celia enmudeció de
repente y volvió a sentarse de frente a la ventana, como si la luna
hubiera llamado su atención y necesitase volver a centrarse en ella
para soportar la conversación.
–¿Crees que
Aurora me aleja de ella para protegerme?
–Creo que sí.
–¿Y entonces por
qué insistió en venir a la capital para hacerse esa revisión de la
que hablaba Camilo? ¿Por qué se presentó en mi casa?
–Celia, ya sabes
que yo no puedo ser contigo lo clara que quisiera, pero hay muchas
formas de pedir ayuda y tal vez, si Aurora decidió venir a verte, fue
porque confía en ti más de lo que confía en ella misma.
–¿Y de qué se
supone que me protege?
–No lo sé, eso
deberías preguntárselo a ella.
Cuando Celia volvió
a girarse, yo ya no estaba en la habitación. Me hubiera quedado toda
la noche allí, pero Celia ya disponía, a mi parecer, de la
información suficiente como para ir atando cabos y aunque más tarde
volvería a verla, Aurora me reclamaba desde la habitación de
invitados del piso de su hermano.
Cuando llegué,
lloraba abrazada a una almohada que empapada ya no sabía que hacer
para consolar a esa mujer que había perdido la fuerza que le
caracterizaba, esa que marcaba su mandíbula cuando respiraba segura
de sí misma.
Me senté a su lado
y con cariño acaricié su espalda. Sentí en la tela de su camisón
el calor que da la desesperación y le acerqué el vaso de agua que
inmóvil descansaba sobre la mesilla. Se incorporó avergonzada y con
la palma de su mano intentó deshacerse sin éxito de las lágrimas
que descendían por su rostro, bordeaban su barbilla y se perdían
por su cuello acongojado.
–Yo no quería ir,
pero Camilo… – comenzó a justificarse entre hipos y aceleradas
respiraciones.
–Camilo parece un
hombre de costumbres y ya sabes que nadie le pone el café como se lo
ponen en el Ambigú –dije intentado darle un poco de tregua a su tormento.
–Le dije que
quería volver a casa, que estaba cansada, se lo dije y el insistió,
como si supiera que Celia iba a estar allí, como si quisiera
provocar ese encuentro.
–¿Por qué iba a
querer hacer eso?
–Tu no le conoces,
pero esa forma de llamarla, tan insistente y mal educada, eso no ha
sido una casualidad, yo no creo en las casualidades y menos si mi
hermano esta involucrado en ellas… ¿Qué me dices de como ha
conseguido convencerla para que viniera a sentarse? Haciendo que se
sintiera culpable del malestar que siento con mi embarazo, cada vez
que lo pienso, me dan ganas de…
–Tranquilízate
Aurora. Así no vas a conseguir nada…
–¡Van a vender la
fábrica! ¿Tú sabes lo que eso debe suponer para ella? ¿Para sus
hermanas? Bastantes problemas tiene ya como para tener que soportar
mis desplantes y mis malas contestaciones…
– Y si piensas así
¿Por qué sigues haciéndolo?
–No tengo más
remedio –dijo abrazando sus rodillas – ¿Crees que a mí me gusta
hablarle así? ¿Restregarle mi embarazo? ¿Hablarle de los nombres
que hemos elegido para el bebé que estoy esperando o de lo estupendo
y maravilloso que es mi marido?
Su forma de formular
aquella última pregunta me hizo comprender que ella nada había
tenido que ver con la elección de aquellos nombres y debo reconocer
que me alivió bastante porque, si la elección de Alfonsa hubiera
surgido de Aurora, creo que me hubiera levantado de allí y lo habría
dado todo por perdido.
Cuando no miraba me
detuve en ella, era otra persona, bueno, en realidad era la de
siempre intentando no ser y aunque se puede vivir así eso te mata
cada día y supe, por experiencia, que Aurora estaba muriendo poco a
poco. La rabia de su mirada había perdido contundencia, su
desconsuelo y esa manera de medir sus palabras me hicieron comprender
que todas las dudas que Celia tenía sobre la Aurora que había
escrito las cartas, la que se había presentado en su casa y con la
que había coincidido en el Ambigú, estaban completamente
justificadas.
Tuve tentaciones de
sacar de mi pluma un ramo de rosas. Un ramo atado con un lazo verde y
dejarlo sobre la cama para que al sacar la cabeza de entre sus
rodillas pudiera cubrirse los ojos con él y viajar asi hasta la habitación de
Celia, pero tuve que contenerme y para resarcir mi culpa la rodeé
con mis brazos y esperé a que se durmiera para meterme en sus sueños
y guiarla hasta un camino en el que nadie pudiera decidir por ella,
al que el miedo que parecía sentir no pudiera acceder, un camino en
el que al final la esperaría la Celia valiente que dispuesta a todo
se enfrentaría sin dudar al dragón del que no pude deshacerme y que
las separaba. De mi mano se rindió a Morfeo y volví a casa Silva
dispuesta a ataviar a Celia con la armadura irrompible que da el amor
convencida de que solo ella podría derrotarlo, pero, decidida, había
emprendido sola el camino y dormida frente a la luna, le gritaba a
aquel dragón que se apartase de aquel camino que era suyo, porque la
mujer que esperaba al otro lado era suya. Su cuerpo, su corazón y su
razón, una razón parecida a la que yo he entregado por ellas y por este ejército que
espera a los lados de ese camino dispuesto a curar cualquier herida
que la batalla pueda provocar.
Adriana Marquina
La historia de estas 2 mujeres, me.fascina...
ResponderEliminarY, desde aquí, a las dos actrices, Candela.y Luz: "Chapeau!""
Y, por supuesto, Adriana: "Merci!"
ResponderEliminarGracias a ti por tomarte el tiempo de leerme. Un beso.
EliminarAdriana, tienes un don de palabra maravilloso! Lo admiro igual que tu mente tan creativa. Un aplauso! No sé a qué te dedicas pero creo que deberías pensar en ser escritora o guionista. Gracias por compartir tu talento con nosotr@s!
ResponderEliminarPues no me dedico a ello pero luchando estoy por conseguirlo. En breve sacaré mi primera novela y confío en que no sea la última. Muchas gracias por tus palabras. Un placer tenerte por aquí.
EliminarQue Don por Dios!! No lo pierdas nunca,felicitaciones por lo que nos compartes y tu futura novela; bien merecido lo tienes. Gracias!! Saludos
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