jueves, 25 de febrero de 2016

No va a cambiar nunca

A pesar de que la idea de proponerle a Lorenza pasar el resto del embarazo en casa había sido de Aurora, esta no había dejado de moverse de un lado a otro de la casa desde que la pobre muchacha salió de allí con la sonrisa inocente de quien siente por primera vez la generosidad y la bondad humana.
Estaba nerviosa, Celia la observaba de reojo mientras fregaba los platos de la cena y sonreía ante el movimiento descontrolado del trapo que llevaba en la mano y con el que le atizaba a cualquier objeto que aguantase las constantes sacudidas. Ordenó los libros, colocó las sillas, la mesa, estiró bien la cama y limpió los cristales de todas las ventanas. Perfumó el baño y se aseguró de que en la cocina tuvieran todo lo necesario para ser tres a la mesa. Dobló la ropa y reorganizó el armario para dejarle sitio a la que Lorenza trajera consigo que, aunque supuso no sería demasiada, no iban a dejarla en una silla.
--Aurora --dijo Celia con cariño mientras le sujetaba la cintura por detrás para parar su frenético arrebato de maruja maniática y compulsiva -- ¿Quieres hacer el favor de parar? La casa esta perfecta, limpia y ordenada, más ya no puedes hacer, por mucho que insistas no vas a conseguir que lo viejo que la afea se convierta en nuevo.
--¡Ay! ya lo sé Celia --respondió recostándose sobre ella mientras dejaba que el cansancio se apoderase de su cuerpo --, es solo que estoy nerviosa. No sé si ha sido tan buena idea invitarla a que viva con nosotras, este piso es demasiado pequeño y...
--Ha sido una idea estupenda Aurora, no te preocupes --dijo mientras con sus manos guió el giro que dejó sus miradas frente a frente--. Lorenza estará bien aquí y así no tendrás que hacerlo todo tu sola, te recuerdo que también estás embarazada y te vendrá bien un poco de ayuda.
--Ya lo sé --repitió como si ella misma se estuviera resultando demasiado pesada --, es solo que tal vez no sea el mejor momento para tener a nadie aquí. Tú tienes mucho trabajo en la escuela y aún no has vuelto a ver a Elisa ¿Qué pasa si las cosas en tu casa no mejoran y necesita venirse aquí? Por mucho que queramos sería imposible acogerla.
--Eso no va a pasar --respondió Celia que al mirar a Aurora cayó en la cuenta de que esa frase salía de su boca con demasiada frecuencia --. En serio, Elisa va a estar bien ya lo verás. Hablé con Beatriz y me prometió que no iba a volver a aplicarle un castigo como el del otro día y a Luis no creo que le queden ganas de entrometerse en unas cuantas semanas. Además, --el tono cariñoso de Celia tenía a Aurora completamente embelesada -- está Francisca, ella sabe lo que ocurrió y no va a consentir que se repita.
--Tienes razón, lo siento es que...
--Ni es que ni nada --replicó dándole un beso fugaz --, vamos a sentarnos un rato, tienes que estar agotada.
--No te creas, creo que mis niveles de adrenalina están disparados, seguro que si me pongo, puedo darle otro repaso a la casa antes de dormir.


La mirada inquisitiva de Celia se apaciguó con la sonrisa de Aurora que no pudo evitar sacudirle el trapo en el culo para hacerle comprender que estaba bromeando.
--La verdad es que yo pensaba que íbamos a aburrirnos más.
--Celia, tienes cinco hermanas, quieras o no, aburrirse no es una opción.
--La verdad es que en eso, tengo que darte la razón, pero debo admitir que no pensé que las primeras en venir a visitarnos fueran a ser Blanca y Elisa. Hubiera apostado que sería Adela, o Francisca que sé que ella es muy de cotillear.
--Por lo que me has contado ninguna de las dos tiene mucho tiempo libre ¿no? Francisca está todo el día vigilada por Luis y Adela entre su embarazo y el Ambigú, no creo que pueda sacar mucho tiempo para venir a vernos, no vivimos precisamente cerca la verdad.
--¡Vaya! veo que por fin estás entrando en razón --el guiño de Celia le hizo comprender a Aurora que aquello no era un reproche si no más bien todo lo contrario --, me alegra ver que estás más tranquila.
--Sí, bueno, ver a Lorenza ayer tan asustada, tan consumida, me hizo darme cuenta que si sigo encerrándome en mí misma voy a terminar igual que ella y no quiero vivir así, no te lo mereces.
--No deberías hacerlo por mí, sino por ti, yo voy a quererte igual, sé quien eres y eso no va a cambiar.
--De momento.
--No va a cambiar nunca.


Aurora se levantó de su butaca y se acercó hasta la de Celia, le sujetó con cariño la cara y le dio un beso para después preguntarle si quería una manzanilla calentita antes de irse a acostar. Celia sonrió y asintió con la cabeza, en su rostro se había dibujado la inocencia de una niña a la que acaban de concederle un capricho sin necesidad de pedirlo y con esa sonrisa angelical y el brillo del amor en los ojos, se quedó mirando las gotas de lluvia que comenzaban a golpear el cristal de la ventana del salón.
--¡Por cierto! ¿te he contando que el otro día cuando te fuiste dejé la puerta abierta?
--¿Abierta? --preguntó Celia extrañada girándose hacía la cocina desde donde Aurora hablaba.
--Con abierta quiero decir sin echar la llave --aclaró mientras llenaba el cazo de agua.
--No me lo habías contado, pero ya lo sabía --respondió con ese tono que empleamos cuando nos sentimos orgullosos de alguien que no sabe que lo estamos.
--¿Ya lo sabías?
--Claro.
--¿Y cómo es eso posible? --preguntó sentándose en el reposabrazos de su butaca mientras esperaba a que el agua estuviera caliente.
--Pues porque en este edificio se escucha todo Aurora, me detuve al salir para comprobar que no me había dejado nada y oí cómo girabas la llave, me sentí un poco decepcionada porque pensé que no había servido de nada lo que habíamos hablado, pero cuando comencé a andar de nuevo, volví a escuchar la cerradura y me sentí tan orgullosa de ti que a punto estuve de darme la vuelta y entrar a darte un beso.
--¿Y por qué no lo hiciste?
--Bueno, creí que era un momento que tenías que disfrutar tu sola.


La sonrisa de Celia y el burbujeo del agua que había comenzado a hervir, hicieron que Aurora se levantase para terminar de preparar las infusiones, pero antes de ir a la cocina, volvió a besarla y le susurró un gracias que reforzó aún más esa fortaleza interna que ella misma sentía recomponerse día a día.
--¿Qué tal el juego de las galletas? --preguntó Aurora ya con las infusiones sobre la mesa.
--La verdad es que ha ido muy bien. En cuanto le he dado a Pedrito, que siempre es el primero en levantar la mano cuando hago una pregunta, su paquetito con las galletas, el resto de la clase ha levantado la mano entusiasmada. Son unos niños bastante aplicados la verdad.
--Eso es porque eres una gran maestra.


Las sonrisas de ambas, que se calentaban las manos con la taza a la vez que intentaban enfriar con pequeños soplidos la manzanilla que ardía dentro, se turnaban entre sus miradas y el cristal de la ventana que ya estaba completamente cubierto de gotas.
--Hace una noche espantosa --dijo Aurora envolviéndose en su toquilla.
--Ninguna noche puede ser espantosa si duermes a mí lado.
--Entonces deberíamos prepararnos para lo que se nos viene encima.
--¿Y tienes alguna idea?
--Bueno... digamos que sí.


Aurora dejó la taza sobre la mesa y cogió con cuidado la de Celia para hacer lo mismo con ella mientras con la otra mano le invitaba a levantarse. La guió hasta la habitación y entre besos y caricias comenzó a quitarle la ropa. Se desnudaron mutuamente, despacio, disfrutando de la piel que iba apareciendo ante sus ojos enamorados, besaron cada centímetro y se acostaron sobre aquella cama de la que no podrían disfrutar en algún tiempo pero sobre la cual se disponían a detener el que les quedaba. Bajo las sábanas, en ese mundo suyo en el que los miedos no tenían cabida alguna, sus manos se convirtieron en las manos de un escultor que con pasión da forma a aquello que ama. Los muelles del somier cedían ante el peso de sus cuerpos y el colchón, que ya iba conociéndolos, se amoldaba a los movimientos del baile al que los gemidos y las carcajadas impacientes ponían banda sonora. Celia ya había estado con Aurora en aquella cama, pero la pasión con la que la mano de la enfermera se perdió entre sus muslos le hizo comprender que algo en ella estaba cambiando, que volvía a sentirse a salvo, que las plumas que le abrigaban estaban secándose al calor de su ternura, de su comprensión. Que la mujer libre a la que conoció estaba saliendo de la prisión en la que ella misma se había encerrado y que volvía a saber lo que quería; en aquel momento, era su cuerpo, al que la presión justa de sus dedos complacía con las caricias que sus gemidos precisaban. Aurora estaba disfrutando del placer ajeno, de ese que te marca la espalda y te inunda los oídos con respiraciones entrecortadas, estaba disfrutando de su Celia entregada y a su vez de su propio resurgir, porque entre aquellas sábanas, el calor de la mirada de Celia, prendió de nuevo las brasas de la mujer fuerte y luchadora que Aurora nunca había dejado de ser.

Adriana Marquina

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