lunes, 1 de febrero de 2016

Crítica de La Estupidez


AVISO:
No es paralelo Aurelia, pero si os gusta el teatro, el buen teatro y queréis conocer mi opinión sobre La Estupidez, no dudéis en seguir leyendo.



¿Y que digo yo de La Estupidez si nunca había oído hablar de Rafael Spregelburd?

Comenzaré diciendo que me senté en mi asiento, voy a ahorraros las vivencias previas por si la crítica, al igual que la obra, se presenta larga, aunque confió, que al igual que ella, sea completamente soportable, es más, espero que sea igual de agradable leerla como lo fue verla.

Segunda fila, casi rozando el escenario, delante; una puerta tras la que más tarde descubriría un baño al que mi imaginación asignó una bañera amarillenta y un inodoro que, demasiado cerca de la pared, me resultaba claustrofóbico. Una cama, sobre ella un espejo que me devolvía la imagen de la gente que atenta, o no, esperaba a que comenzase la obra, otra puerta, la de la entrada y tras la cual sin ver, pude ver un pasillo estrecho en el que el papel pintado se había ido desconchando con los años. Un minibar y un ventanal enorme tras el cual una barbacoa y una mesa esperaban solitarios a que el sol se pusiera por un horizonte desértico en el que, misteriosamente, no vimos un solo alacrán.

Un cartel luminoso e irónicamente roñoso, anunciaba que era lo que estaba viendo; la habitación de un Motel de esos en los que a las series americanas les encanta enviar a sus experimentados criminólogos porque siempre aparece un cadáver. Una habitación, en la que a lo largo de la obra nada cambia (miento pero luego lo explicaré) y sin embargo, todo es diferente dependiendo de quien o quienes, más bien dicho, estuvieran dentro de ella, pero esto, también lo descubriría más tarde.

Luces apagadas, silencio sepulcral, Toni Acosta y Javier Márquez, ambos en silencio como nosotros, permanecían atentos a las explicaciones de una cinta de casete que te presenta a dos estafadores con una labia y una imaginación tan desbordantes que tienes que creerlos aunque ni ellos mismos sepan que es lo que están diciendo, a escena. De fondo, tras la cortina y como si de verdad nadie los estuviera viendo, una pareja de policías representada por Fran Perea y Javi Coll, se disponen a esperar a que den las nueve para registrarse y poder darse una ducha, compartida, que se ve interrumpida por una insoportable mujer a la que da vida Ainhoa Santamaría y que, ofuscada en unos pensamientos sin filtro, besa la moqueta en una aparición estelar.

Durante la primera media hora, tres cuartos quizá, quien sabe, por mi cabeza solo pasaba una pregunta; ¿Cómo? Y es que, en medio de un imposible de cambios de vestuario y carreras en las que tuve que contener el aplauso repetidamente, fueron apareciendo uno a uno y de la mano de los cinco actores que han decido arriesgarse a interpretar semejante estupidez, parte de los veinticuatro personajes que me mantuvieron pegada a la butaca las dos horas que tardó en llegar el descanso. Dos horas, que si hubieran sido media, tampoco me habría sorprendido, porque, a pesar de que hay quienes dicen que la obra se hace pesada, hubiera esperado otras dos para salir a fumar y llegar a la conclusión de que, eso que estaba viendo, debía ser la famosa magia del teatro. Una magia en la que tuve que sumergirme sin remedio, en la que en realidad me obligaron a bucear, porque Perea, Acosta, Coll, Márquez y Santamaría, eran y dejaban de ser en un abrir y cerrar de ojos para ser de nuevo. Un cigarro que me permitió disfrutar, del mismo modo y con la misma magia o incluso más, de la segunda parte de aquella locura que me tenía perdida y a la que sin embargo no podía quitarle los ojos de encima y es que, fue curioso ver que da lo mismo ganar ciento cincuenta y un dólares a la ruleta divididos entre cinco por noche, quitando los decimales, eso sí, porque si no las cuentas no cuadran, que ganar dos millones, que veinte mil dividos entre cuatro. Tanto es así, que incluso daba lo mismo poder hacerse millonario, que estar arruinado. Sea como fuere, el caso es que si eres estúpido, lo eres dentro de tus posibilidades y sobre ese escenario, las probabilidades de serlo crecían a la misma velocidad con la que cambiaba de fondo ese espejo en el que se reflejaba al principio parte de una sociedad que se cree inteligente por estar viendo una obra titulada "La Estupidez" y con el que, obra de arte, tras obra de arte, nos van llevando de una habitación a otra con pasmosa habilidad.

Dicho esto, que puede ser tan acertado como desacertado e incluso tan estúpido como yo que puedo no haber entendido nada, solo me queda ponerme de nuevo en pie para aplaudir, de uno en uno y con franqueza al atrevido elenco que, lejos de amedrentarse o dejarse llevar por el cansancio del día a día, nos regaló una maravilla, digna de "no comprender".

Adriana Marquina 

2 comentarios:

  1. Gracias Adriana. Por venir a vernos, por disfrutar, por contarlo y por hacerlo tan bien.Un fuerte abrazo de Javi Coll en nombre de tod@s l@s Feelgood.

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    1. Gracias a vosotros por regalarme precisamente eso, vuestra compañía y por darle vida a esa maravilla de la que aún hoy me siguen viniendo imágenes y detalles que me hacen sonreír mientras sigo aplaudiendo. Un beso para todos.

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