sábado, 6 de febrero de 2016

Un beso suicida

El sol estaba a punto de esconderse y Celia no había terminado de prepararse. El concierto de Francisca empezaba en menos de media hora, pero había estado tan ocupada dándole ánimos a su hermana que empezó a prepararse cuando tendría que estar saliendo.
Solo le quedaba ponerse los guantes y coger el abrigo cuando Merceditas entró en la habitación para avisarle de que tenía una visita esperando abajo. No quería hacerla perder más tiempo, pero no pudo evitar distraerse halagando la hermosura de la escritora, no era muy habitual verla tan elegante y para cuando quiso anunciar que Aurora era quien esperaba, ésta ya se había tomado la licencia de subir.

Apareció por la puerta con el rostro descompuesto, con la mandíbula y los puños apretados, con la mirada firme de quien tiene muy claro lo que va a decir y el porqué, pero tuvo que contenerse ante la tranquilidad de Celia, esa tranquilidad que nace de quien ya no espera nada.

Merceditas, obedeciendo a la señorita que no titubeó un instante, cerró la puerta con cuidado y las dejó solas. Aurora sintió la necesidad de avanzar, de pasar por delante de Celia, de pasar sin mirarla, despreciando a cada paso a la mujer que la observaba con cautela, que intentaba adivinar a que se debía esa visita, que no pudo evitar el reproche de lo inoportuno del momento elegido porque ya estaba cansada de no tener nada que decir en toda esa historia. Aurora no podía mirarla, no porque no quisiera sino por todo lo contario y tuvo que coger fuerzas para girarse y enfrentarse cara a cara a ella, a su rostro angelical y a esos ojos profundos y sinceros que la miraban buscando algo que parecían no hallar, al cuello de esa señorita de alta cuna a la que odiaba porque en realidad no podía dejar de amarla.


De los labios de Aurora salieron estas palabras; he venido a decirte algo importante y Celia se entregó como quien se deja caer hacia el vacío de un abismo sin fondo en un sueño profundo. Se entregó dispuesta a soportar todo cuanto esa mujer tenía que decir sin saber, que Aurora, de tanto intentar mantenerse en pie sobre la fina línea que separa el amor del odio, había caído sobre la parte más difícil de gestionar.

La odiaba y se lo dijo y Celia no dio crédito pero Aurora la odiaba de verdad, tanto que su odio no era otra cosa que amor reprimido, tanto que entre reproches no pudo evitar dejar escapar la declaración de amor más firme que había hecho en su vida porque, cuando odias por amor, es porque amas sin remedio y Aurora no podía remediarlo. La odiaba. La odiaba por seguir aun en casa cuando llamó al timbre con la esperanza de no encontrarla, la odiaba por estar preciosa, por parecer una princesa cuando ella intentaba convertirla en sapo. La odiaba por todas las noches de insomnio en las que su cuerpo desnudo se acostaba a su lado sin piedad, por los besos que le robaba cuando conseguía cerrar los ojos y dormir, por tener que despertarse después sin ellos. Aurora sabía que eso era culpa suya, que si no se hubiera ido podría tener cada mañana esos labios que inmóviles esperaban su momento para poder hablar como desayuno, por que, esas cartas anunciaban que había llegado el momento de empezar a cumplir sueños y sin embargo ella ya había elegido crear pesadillas. La odiaba y se odiaba porque sabía, al igual que supo en sus respuestas anteriores que el contenido de sus palabras haría daño, que, si hubiera respondido como sentía, habría impedido que Celia pudiera olvidarla, pero, le pesaba tanto la necesidad de contestar a esas cartas que por más veces que había intentado romper seguía escondiendo, que para evitar condenarla a ese tormento, decidió buscar una excusa creíble con la que presentarse en Madrid y poder así ser tan cruel ante sus ojos que fuera ella quien definitivamente decidiera no seguir estando ahí. Pero Celia no lo hacía, Celia, simplemente parecía asumir y Aurora se vio en la necesidad de volver y destruirla y destrozada la dejó cuando salió de esa habitación en la que cuanto más sincera había querido ser, más había mentido.

La casa parecía haber oscurecido cuando Aurora salió de la habitación y sintió en el pecho mucho mas miedo del que hubiera creído poder soportar al encontrase de frente con su orgulloso reflejo en el espejo que descansaba en el rellano del primer tramo de escalera que acababa de descender y ante el cual no pudo evitar detenerse cuando sintió de nuevo las palabras de Celia en sus oídos; Yo tampoco te quiero volver a ver. Unas palabras que sonaron tan francas que no pudo evitar reírse de sí misma, de lo estúpida que estaba siendo, de la locura que acababa de cometer. Una locura que le hizo sentirse tan avergonzada y tan tonta que fue incapaz de no volver a subir a esa habitación en la que había pisoteado el amor verdadero.

Abrió la puerta despacio, con la expresión vacía de quien a pesar de haberlo dado todo en la batalla, ha perdido y dejó que de su debilidad escapasen las dos verdades que tenía prisioneras y que en sus ojos cansados se reflejase la luz de la pequeña sonrisa que se escapó de una Celia que al girarse esperando encontrar a Merceditas se topó con la Aurora a la que había estado buscando desde que recibió la primera carta, esa de la que seguía estando enamorada y a la que le perdonó en un segundo haber estado a punto de arruinarle la vida, porque, Celia, nunca había estado tan dispuesta a renunciar a algo por lo que ella hubiera seguido luchando como hasta ese momento y es que Celia, a pesar de parecer una niña alocada con mil pájaros en la cabeza, sabía mejor que nadie que para conseguir lo que uno quiere, no hay que rendirse jamás y que, de haberse rendido, no habría podido perdonárselo.

Tanto añoraban el sabor y la suavidad ajenos, la libertad que irónicamente las apresaba, los latidos de esos corazones que parecían salirse del pecho y que acelerados no podían ser sin el otro y la fortaleza de esas manos que detienen el tiempo, que recorren el cuerpo ansiado, que no hablan pero dicen tanto como los ojos cerrados en los que los sueños se suceden, que, se fundieron en un apasionado beso suicida que no era sino el comienzo de los que vendrían, de esos por los que estaban dispuestas a dar la vida, porque juntas, acababan de decidir que; para vivir muriendo, preferían morir amando.

Adriana Marquina

3 comentarios:

  1. Muy elegante y la última frase de diez.


    Ana72

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  2. Me has emocionado absolutamente, aún mas que otras veces. Tengo un nudo en la garganta y el estómago con unos nervios impresionantes. Porque plasmas todo lo que sentí al oír las crudas palabras de Aurora, que llevando la contraria a su mirada disparó contra el amor que sentía por Celia.
    Podría destacar algo, pero es que me quedaría corta.
    Solo gracias una vez más, por regalarnos esta maravillosa historia.

    Un abrazo. Raquel

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  3. Me dejaste sin palabras...solo gracias!!

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