viernes, 12 de febrero de 2016

Distintas formas de ver la vida

El rostro de Celia languidecía paso a paso. Volver a casa después de la conversación con Francisca no estaba resultando sencillo. Llevaba toda la semana intentando ahuyentar a los miedos que incansables le rondaban y aquella discusión no había ayudado en absoluto. Mentir a Camilo no fue sencillo. El hermano de Aurora parecía preocupado de verdad por el paradero de su hermana y a pesar de que Celia sabía que en su momento, él estuvo de acuerdo con la terapia por la que le hicieron pasar, no pudo evitar sentirse culpable. No le gustaba mentir, pero llevaba tanto tiempo pensando en lo que querían los demás que se había olvidado de cerrar las manos y, ahora que había conseguido atrapar sus deseos, estaba dispuesta a hacer lo que fuera por procurar que siguieran estando ahí. Supo, incluso antes de subir corriendo las escaleras por las que Aurora desapareció cuando sus miradas se cruzaron, que la visita de Camilo iba a traer largas conversaciones plagadas de dudas, pero, lo que no esperaba, era que Aurora se disculpase. Para Celia, aquella disculpa era innecesaria, pero la sintió tan sincera que esperó a que terminase para dejar hablar a sus temores. Aurora, se disculpaba porque temía estar obligándole a hacer algo que tal vez no quería hacer, sin darse cuenta de que Celia, lo hacía porque de verdad la quería. Aquella disculpa avivó las brasas de los miedos de la escritora, unas brasas que prendieron los de Aurora cuando esta intentaba apagarlos y sobre las cuales, al final, no tuvieron más remedio que lanzar un cubo de agua fría con la fuerza de un pasado que ninguna había olvidado y al que, sin embargo, ambas eran incapaces de regresar por mucho que su recuerdo les hiciera sonreír.

Todo había cambiado, todo menos el amor que se profesaban y eso a ella le bastaba. Le bastaba hasta que la visión de las maletas de la enfermera, preparadas para regresar a una vida que no le haría feliz pero que le daría la oportunidad de ser libre, volvió a apoderarse de ella. Sabía que el embarazo estaba jugando con Aurora, que lo mismo la elevaba hasta la nube más alta del cielo, que la llevaba hasta lo más profundo de la más profunda cueva y tuvo que sentarse en uno de los bancos del parque ante la duda de, si al regresar, ella seguiría estando en casa. Había pasado toda la noche reviviendo el momento en que llegó y la encontró decidida a marcharse, toda la noche luchando contra las lágrimas que perdidas se colaban en sus oídos impidiéndole escuchar la respiración de la enfermera que, atacada por su propio cuerpo había caído en un sueño profundo que Celia envidiaba y al que sin embargo era incapaz de rendirse. El miedo que sintió al pensar que, quizás al regresar, Aurora no estuviera, a que hubiera decidido romper su promesa de esperar unos días o peor, a que se hubiera encontrado en el pasillo con Francisca y esta la hubiera echado de casa, hizo que se levantase corriendo y volviera a emprender el rumbo hacía una casa a la que no sabía si quería entrar, porque no sabía lo que iba a encontrar dentro de ella, y a la que sin embargo no veía el momento de llegar, porque no soportaba seguir sin saberlo.

Con ese dilema guiando sus pies andaba, cuando, al llegar a la puerta, Bernardo apareció ante ella como si de un ángel de la guarda se tratase. Iba preocupado por los preparativos de la boda de Diana, aunque más que preocupado lo que estaba era asombrado y cuando buscó en Celia la complicidad que le confirmase que la directora de tejidos Silva había perdido el norte, cayó en la cuenta de que algo más importante le ocurría a esa otra Silva que se mostraba ante él como un alma en pena. Bernardo y Celia tenían una complicidad exquisita, una complicidad que era capaz de ir más allá de lo que se decían o de lo que veían a simple vista y las palabras de Celia, que fueron más una reflexión en voz alta que una contestación en sí, hicieron saltar las alarmas de Bernardo que no dudó en interesarse por ella. Celia se justificó, recurrir a la mudanza, a todo lo que suponía irse de casa y cambiar de vida, le estaba sirviendo con todo el mundo, pero él no era todo el mundo, él sabía que palabras utilizar para asomarse a un corazón que ansiaba recibir visita. Comenzó a hablar pero reconoció en la mirada de Celia el cansancio de quien tiene que volver a escuchar la misma retahíla y decidió, como buen abogado, cambiar de estrategia. La incitó a estar feliz por haber conseguido su sueño, a dejar de lado los comentarios disuasorios sobre el barrio al que la habían destinado y, viendo que eso tampoco funcionó, que la señorita se quedó a medio decir, dejó a un lado el estatus y le tendió su corazón, sus oídos y una mirada tan sincera que Celia no tuvo más remedio que contarle la verdad, una verdad que él intuyó incompleta, que intentó completar comprensivo, que a punto estuvo de hacerla gritar que su hermana Francisca era incapaz de entender que ella amaba a otra mujer y que nada ni nadie podría hacer que eso cambiase, que era incapaz de ponerse en su lugar, de compartir con ella la presión social de un amor prohibido, que justificaba la terapia inhumana por la que tuvo que pasar, que se empeñaba en decirla que su soledad le hacía confundir sus sentimientos y que intentaba defender sus argumentos con una preocupación que solo se preocupaba de ella misma. A punto estuvo de hacerlo, pero no era el lugar, ni el momento y a pesar de que estaba casi segura de que Bernardo lo entendería, prefirió no arriesgarse a estar equivocada y lo resumió en que ambas tenían distintas formas de ver la vida. Bernardo lo entendió e intencionadamente lo comparó con su amistad con Salvador, pero, antes de irse, le hizo saber que se iría mucho más tranquila si arreglaba esas diferencias con su hermana, unas diferencias que ella no le había explicado y a las que sin embargo él aludió con la mirada.

Mientras Celia dejaba el abrigo y bajaba a la cocina a beber un poco de agua que le aclarase la garganta y las ideas, Francisca entró sin querer en el baño cuando Aurora estaba recogiendo sus cosas. Quiso disculparse y salir de allí de inmediato. Encontrarse con ella después de la discusión con Celia le provocó un nerviosismo que tuvo que controlar ante la cordialidad de una Aurora que más que agradecida se sentía en deuda con ella y el resto de hermanas y que expresó con una sonrisa tan sincera, que no tuvo más remedio que quedarse. Ante la franqueza de la enfermera, Francisca solo pudo desearle una pronta reconciliación familiar, pero Aurora se vio en la obligación de hacerle ver que para que eso ocurriera, antes tenían que comprenderla y que era algo bastante improbable. Para cuando Celia llegó a la puerta del baño donde dedujo que estaría Aurora al no encontrarla en la habitación, las sonrisas habían desaparecido. Francisca acababa de confesar que conocía las intenciones de ambas de irse a vivir juntas a Arganzuela y la escritora decidió quedarse en silencio para escuchar la respuesta de su hermana ante la sentencia anticipada de una Aurora consumida por el miedo a la que se le quebró la voz al revivir un pasado que, para su sorpresa, no iba a repetirse. La cantante no negó su incomprensión hacia la relación de ambas e incluso admitió haberse sentido escandalizada, pero confesó haber estado pensando y se sinceró con aquella mujer con la que apenas había cruzado palabra para hacerle comprender que para ella, su hermana, era mucho más que eso, que era una amiga, su mejor amiga y que sabía que si no le había contado nada era porque temía su reacción. Desde la puerta, Celia escuchó como Francisca había llegado a una conclusión que le hubiera gustado escuchar mucho antes, unas palabras que explicaban algo que ella había intentado hacerle comprender en varias ocasiones, unas palabras que no iban dirigidas a ella y que, sin embargo, le llegaron tan dentro que dolieron, no por duras, porque no lo eran, sino por sinceras, porque en ese momento no comprendió como su hermana había tardado tanto tiempo en darse cuenta de que eso era precisamente lo que las estaba separando. Un dolor que desapareció casi de forma inmediata, que liberó el labio que el nerviosismo tenía prisionero para dejar que una sonrisa meciera la esperanza de que Francisca, su hermana, hubiera vuelto a ser esa amiga que creía haber perdido. Una amiga que es capaz de reconocer la derrota, de asumirla y de entregarle el mérito a quien lo merece, que se alegra por el bienestar de la persona a la que quiere aunque le duela admitir que nada a colaborado en él, bien por egoísmo, bien por miedo, bien por cabezonería o inmadurez, en cualquier caso, algo sin importancia siempre y cuando el sentimiento salga del corazón, y el de Francisca, salía del centro de su mismísima alma. Habló de Celia con tanto cariño que consiguió que Aurora se enamorase un poco más de ella, que sus ojos se llenasen de unas lágrimas que no cayeron pero en las que podía apreciarse el orgullo de estar frente a una persona capaz de haber aprendido a respetar algo que para ella era tan importante, de una persona capaz de quedarse sin palabras con solo imaginar que algo malo pudiera pasarle a su hermana, esa por cuya felicidad acababa de desprenderse de todos sus prejuicios.
En las miradas de ambas podía sentirse el alivio, el final de algo que estaba a punto de comenzar desde cero. Francisca, a pesar de que ya creía tener clara la respuesta, no pudo evitar preguntarle a Aurora si de verdad quería a su hermana y en la afirmación quebrada de su propia voz, la Aurora valiente que creía haberse perdido en sí misma para siempre, se encontró de nuevo en el orgullo de su sonrisa. Ninguna fue capaz de contener las lágrimas por más tiempo y Celia tampoco pudo permanecer al margen de aquella escena un solo segundo más, avanzó y se descubrió ante las dos mujeres que, sin saberlo, acababan de transformar su vida, en vida. Porque, en aquel frío cuarto de baño en el que acababan de abrirse el corazón, le devolvieron a Celia la esperanza que la niña asustada que hacia unos minutos había decidido quedarse a escuchar desde la puerta, le había prometido a la mujer que acababa de atravesarla.


Adriana Marquina

5 comentarios:

  1. Me encantó!! Debo confesarte que en cierto punto me descolocan un poco tus paralelos. No se si es mi imaginación (que es bastante) o tenés la facilidad de hacer que vea lo que escribís y despues me resulte dificil saber si lo vi en los capítulos o no. Algo es seguro, el éxito que tenés al escribir es porque atrapás desde el primer momento y eso es un Don.Gracias por compartirlo!! Saludos

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  2. Me encantó!! Debo confesarte que en cierto punto me descolocan un poco tus paralelos. No se si es mi imaginación (que es bastante) o tenés la facilidad de hacer que vea lo que escribís y despues me resulte dificil saber si lo vi en los capítulos o no. Algo es seguro, el éxito que tenés al escribir es porque atrapás desde el primer momento y eso es un Don.Gracias por compartirlo!! Saludos

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  3. ¡Pon una Celia Silva en tu vida!...como hermana, como amiga...y ya, el no va más,...como pareja!...esa mujer es ...un ser "extraordinario"!

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  4. ...es un ser, que te reconcilia.con.la.humanidad!...
    Y está claro.que, la interpdetación de Candela Serrat tiene todo que ver en ello!...Bravo, Mademoiselle Serrat!...;-)...

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  5. Y, Adriana,....Merci por compartir tu arte!...;-)...

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