jueves, 28 de enero de 2016

Era ella, era Aurora

Antes de empezar:
Gracias Luz. Gracias Candela. Vuestro trabajo cada día es más espectacular, no hay palabras que describan el agradecimiento que siento por lo que hacéis.
Perdón Aurora. Perdón Celia. Este paralelo se presenta complicado y tal vez no acierte con vuestros sentimientos, pero lo intentaré.
Gracias, siempre, al ejército, por estar aquí y confiar en mí aún cuando yo dudo y por leerlo y releerlo hasta encontrarle el sentido a mi locura.


-- ERA ELLA, ERA AURORA --


Celia Silva había decidido quedarse en casa toda la tarde para seguir preparando el ajuar con el que comenzaría su nueva vida. Abriendo y cerrando los cajones de su escritorio se encontraba cuando Merceditas llamó a la puerta de la habitación. Había pedido que no la interrumpieran, escoger que llevarse y que dejar, estaba resultando más complicado de lo que parecía en un principio, pero la criada parecía entusiasmada y le transmitió ese entusiasmo anunciando una visita que, según ella, iba a hacerle mucha ilusión.


Celia no esperaba a nadie, pero no pudo evitar bajar las escaleras como cuando era una niña. Adoraba las visitas sorpresa. El pasador de la escalera lo sabía y aquellos peldaños que la habían sentido crecer también, su descenso rápido y su sonrisa inocente llevaban años actuando de la misma manera, fuera quien fuese la persona que esperaba abajo, aunque en aquella ocasión, aquella figura que hubiera reconocido incluso en la más absoluta oscuridad, la obligó a detenerse de golpe. Era ella, era Aurora. Por un instante su corazón se paralizó y con él su cuerpo y sus pensamientos. El mármol de la escalera creyó resquebrajarse, la vidriera estuvo tentada a oscurecerse y Celia... Celia solo acertó a sujetarse las manos preguntándose porque le daba la espalda.


Dijo su nombre en voz alta, no supo como pero lo dijo, tal vez porque necesitaba comprobar que no se trataba de un sueño, que era real, que tras tanto tiempo esperando iba a poder perderse de nuevo en la miel de aquellos ojos que tanto le endulzaban la vida. Aurora tragó saliva, cerró los ojos y levantó la barbilla en un acto desesperado porque aquella voz no traspasase la barrera de palabras tras la que había encerrado las ganas de volver a ver a la mujer que sin que nadie pudiera evitarlo seguía colándose cada noche en sus sueños y se giró decidida a no condenarla de por vida a un amor imposible. Celia se dio cuenta casi de inmediato de que aquel reencuentro no iba a ser el esperado, pero a pesar de que Aurora intentó con todas sus fuerzas mantenerse firme, sus miradas se dijeron en un segundo lo que llevaban callando meses sin que ninguna de las dos pudiera evitarlo. Tanto fue así que la escalera recobró la vida y en un empujón con el que se deshizo del miedo invitó a Celia a sonreír, a abalanzarse sobre el cuerpo inerte de una mujer que intentaba no ser y que fue cuando nadie la miraba, cuando el perfume de Celia se apoderó del aire que respiraba, cuando sus corazones acelerados se apoyaron el uno sobre el otro, cuando cerró los ojos y contuvo su mano para no acariciar aquella espalda que bajo la blanca camisa aún guardaba el recuerdo de sus besos. Y esa mano, al terminar el abrazo, fue la mano que se despide de un tren que parte con la mitad de tu vida en el interior, con una mitad a la que no te has atrevido a decirle que se quede porque tienes miedo de no tener suficiente camino que entregar.


Celia intentó ser consecuente consigo misma, ser la amiga que Diana le había sugerido ser y preguntó por un embarazo que dolía y se alegró por la respuesta que a su parecer mentía y sonrió como sonríe alguien que no comprende porqué una mirada esquiva los ojos de quien te está entregando el alma, aunque ese alma, esté rompiéndose con cada palabra.


Cuanto más hablaba Aurora menos comprendía Celia y a pesar de que la luz de sus ojos casi se había apagado, intentó mantener la esperanza en su sonrisa para ver si con ella dibujada en el rostro conseguía hacer volver a la mujer que se escondía tras la crudeza de unas palabras en las que estaba segura ni tan siquiera ella creía. Todo sonaba a excusa, a justificación, parecía que se hubiera aprendido aquellas palabras de memoria, como si hubiera estado ensayándolas meses o peor aún, como si alguien las hubiera escrito para ella. Sin embargo reconoció a Aurora en el "Porqué" que se le escapó tras explicarle con todo el cariño con el que fue capaz de mecer sus palabras, que solo quería que supiera que había aprobado el examen de la escuela de maestras y vio como se transformaba de nuevo en una desconocida tras el abatimiento de un suspiro que se deshizo de golpe de todo cuanto la explicación de Celia, en apariencia inocente, llevaba implícito consigo; todos los sueños que tenían para cuando eso ocurriera, unos sueños, que ya no podían hacerse realidad.
Aurora se fue a un pasado que Celia no alcanzó y desesperada por la sincera ingenuidad de la escritora, por esa farsa que ya no sabía como soportar, se agarró a los barrotes de su propia cárcel intentando que Celia se alejase de ellos de una vez y para siempre tapizándolos de un futuro que no estaba dispuesta a perder por su culpa.
--Yo no soy peligrosa.
Esas palabras, nacidas del recuerdo de los miedos que Aurora le había dejado conocer y la respuesta de esta, no hicieron más que confirmar que todavía seguían ahí, que incluso se habían hecho más grandes, más fuertes, que eran ellos quienes hablaban, que toda la oscuridad de su mirada se debía a ese temor.

Celia la conocía y con cada palabra que Aurora pronunciaba, confirmaba aún más sus sospechas de que algo le ocurría, de que no era ella misma. Confirmaba, que algo más que un matrimonio por conveniencia y un embarazo se interponía entre ellas y buscando el qué, hizo que pareciera que no comprendía porque no era posible la amistad y la amistad no era posible porque estaba claro que Aurora aún la amaba, porque si se escribían, se llamaban o volvían a verse, el papel que Aurora estaba intentando interpretar quedaría al descubierto y de no poder ser, sería mejor no ser nada.
Le hizo prometer que desaparecería de su vida del todo, que no le escribiría más ni preguntaría a su hermano, porque Celia no merecía cargar con la esperanza de un amor que ella ya no podía entregarle y por el que sin embargo hubiera dado la vida en el mismo instante en el que detuvo sus palabras tras el primer "yo", ese que iba seguido de un "te amo" que le hizo sonreír ligeramente, que le hizo cambiar el gesto y relajar el rostro apenas un segundo y que sin embargo terminó con un "ya no existo para ti" del que sintió la necesidad de huir a riesgo de caer rendida ante el amor que Celia seguía dispuesta a entregar.


Adriana Marquina

2 comentarios:

  1. Pues hija, para dudar lo haces divinamente, ¿no te has planteado escribir relatos cortos? Yo, ahí lo dejo :o)
    Ana72

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  2. Me encantó, lográs poner las palabras correctas a las expresiones y sentimientos que dejan entrever. Gracias!!

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