miércoles, 2 de diciembre de 2015

Se llamaba Alba

Colgar el teléfono nunca había sido tan complicado. Tanto Celia como Aurora hubieran deseado que esa llamada fuese eterna, pero ambas sabían que eso era imposible, aunque no contaban con que la llamada se cortase antes de poder recordarse que se querían y que se echaban de menos.
Aurora intentó, alentada por la anciana, ponerse de nuevo en contacto con ella para despedirse como era debido, pero la telefonista le comunicó que en Madrid estaban teniendo problemas con la línea y que no conseguía realizar la conexión.
--No se preocupe --dijo la anciana al ver que Aurora colgaba el teléfono con la decepción recorriéndole el rostro --. Puede venir cuando quiera y volverlo a intentar.
--No sabe cuanto se lo agradezco --respondió la enfermera aún sentada en aquella horrenda silla --, es solo que, aunque pueda parecerle extraño, me hubiera gustado decirle, al menos, dos palabras más.
--La comprendo --dijo cerrando el periódico e invitándola a sentarse de nuevo a su lado en aquel sillón que parecía ser parte de ella y cuyo estampado estaba tan descolorido como su arrugada piel --, aunque a veces no es necesario utilizar las palabras exactas para decir te quiero.
Aurora, que se había levantado y se dirigía hacía el lugar indicado con desgana, quedó paralizada ante aquella afirmación en el medio de aquel enorme salón cargado de recuerdos que, amontonados, descansaban sobre estanterías, mesas y mesitas de diferentes tamaños y que parecían haberse detenido muchos años atrás.
--¿Qué hace ahí parada? ¡Venga a sentarse conmigo! --insistió aquella mujer de pelo canoso e inocente sonrisa.
--Discúlpeme, es solo que no esperaba...
--¿No esperaba que una anciana como yo supiera lo que es el amor? --interrumpió sonriendo, como si disfrutase del desconcierto de Aurora.
--No. No quería decir eso, es solo que...
--Querida niña, debería sentarse a mi lado. ¿No creerá usted que es la primera mujer en el mundo que se enamora de otra mujer verdad?
Aurora no sabía bien que hacer. Un escalofrío atravesó su espalda al escuchar aquellas palabras y comenzó a sentir el corazón tan acelerado que no fue capaz de distinguir si se debía al miedo, a la incertidumbre o si iba a salírsele del pecho de pura alegría. Avanzó hacia el sofá y se sentó posando las manos sobre las rodillas, dispuesta a escuchar. Aquella señora, que al contrario que el resto de mujeres del pueblo parecía hablar solo cuando tenía algo interesante que decir, dejó los anteojos sobre la mesa, dio un sorbo a su taza de café, ya frío y miró a Aurora desde la profundidad de unos ojos que parecían haberse apagado hacia años y que sin embargo brillaban como los de una chiquilla entusiasmada el día de su cumpleaños.
--Disculpe mi osadía, pero tenía entendido que usted era viuda --acertó a decir Aurora aunque sin atreverse a mirar en aquel vacío abarrotado de vida.
--Y así es. Viuda, rica, con una familia que se ha olvidado de mí y con el recuerdo de una joven a la que dejé en Barcelona hace ya demasiados años.
Una nostalgia repentina abrazó a aquella mujer tan fuerte, que hizo que tuviera que dejar sobre la mesa la taza temblorosa de café a riesgo de derramarla.
--Disculpe, no pretendía...
--¡Como vuelva a disculparse la prohibiré volver a usar ese cacharro! ¿Me ha entendido? --dijo recobrando la fuerza, las ganas de hablar y cogiendo de la mesita de café que tenía al lado el marco de una fotografía antiquísima que le entregó a Aurora después de acariciarla con ternura.
--Se llamaba Alba, ya ve, casualidades de la vida. --Aurora sonrió y sonrió aún más al ver a aquella joven vestida con el uniforme oscuro de lo que aventuró sería un internado --. Esa fotografía me la envió cuando nos separamos. Era la única que tenía, aún era una niña, pero no importa, porque cuando la miro veo en ella a la mujer con la que me crucé un día en el portal de mis padres y que me sonrió como deben sonreír los ángeles. Era la hija de nuestros nuevos vecinos, yo tenía diecinueve años y mi madre acababa de prometerme con el hijo de una de las familias más importantes de la ciudad. Recuerdo que lloraba tanto que apenas me mantenía de pie. Ella me sujetó en el rellano y me llevó a dar un paseo. No habló en todo el camino, simplemente miraba al horizonte y sonreía. Yo la pregunté, cuando al fin pude dejar de llorar, el porqué de aquella sonrisa y me dijo que siempre había soñado con conocer Barcelona, que la parecía una ciudad mágica, que estaba convencida de que allí cualquiera podría ser cualquier cosa, que en aquellas calles abarrotadas de gente desconocida, podría ser libre. En mi inocencia le pregunté que para qué y ella me respondió algo que...
--¿Qué fue lo que le respondió? --preguntó Aurora impaciente pues en su mente no pudo evitar acordarse del primer paseo que dio junto a Celia.
--No sea impaciente joven, la impaciencia nunca trae nada bueno --respondió avergonzando ligeramente a Aurora que bajó la mirada involuntariamente --. No se avergüence mujer, entiendo que la historia le genere curiosidad, pero hace demasiado que no se la cuento a nadie y si me lo permite... no quisiera dejarme ningún detalle --aclaró de nuevo con una sonrisa a la que nada podía negársele --. Me respondió que allí, podría ser libre de amar --Aurora levantó la mirada, miró a la anciana que miraba la fotografía que aún descansaba entre las manos de Aurora y se la entregó como si estuviera devolviéndole el corazón --. Yo no entendí a que se refería. Yo no sabía lo que significaba aquella palabra, lo que era amar, yo era lo que la gente esperaba que fuera, una joven obediente y sumisa sin opinión propia y sin vida, pero no lo sabía. No sabía que yo no era yo hasta que la conocí a ella.
--La comprendo --acertó a decir Aurora que la miraba con la expectación de quién espera el final de una obra de teatro maravillosa.
--Sé que lo hace. Seré una anciana recluida...
--¡Recluida no está, me dijeron que se había ido de viaje! --cortó Aurora intentando animar la pesadez que de nuevo se estaba apoderando de ella.
--Fui a Barcelona, a llevar flores a la tumba de Alba. Fue un viaje de placer dolorosísimo, pero tranquila --añadió --, usted no tenía porqué saberlo, de hecho, no lo sabe nadie y hace ya demasiados años que ocurrió como para no poder hablar de ello. Me costó, no se lo voy a negar, pero ella se merece que la recuerde y yo, lo hago a diario.
--Discul... --Aurora calló ante la mirada amenazadora de la anciana.
--Como la decía, sé que lo hace. Este lugar es muy pequeño y la gente habla demasiado. Si dejé que viniera a llamar fue porque supuse el por qué necesitaba hacerlo. Ojalá hubiera tenido yo un cacharro de esos entonces.
--Es todo un avance --respondió de nuevo Aurora que hacía rato no sabía donde quería llegar la mujer.
--Es todo un avance dado el estancamiento del mundo. Mírenos, nos separan más de cincuenta años y usted va a cometer la misma locura que cometí yo cuando tenía su edad.
--¿Qué locura?
--Casarse Aurora, casarse con alguien a quien ni siquiera conoce, a quien no ama, a quien no será capaz de hacer feliz y con el que tampoco lo será.
--No tengo elección --sollozó reteniendo la lágrima que intentaba acariciarle la mejilla.
--Si la tiene. Todo en esta vida tiene remedio, menos la muerte y se lo digo yo que vivo con ella desde hace mucho tiempo.
--¿Y qué me propone que haga? --preguntó esperanzada, como si esperase que aquella señora que acababa de devolver a su sitio el marco con la fotografía de Alba tuviera la solución a todos sus males.
--No sé lo que debes hacer, pero si sé lo que no. El deber no dura para siempre, todo lo que debes hacer hoy, mañana ya no existirá, sin embargo eso que sientes, el amor hacía esa chica que imagino encantadora y tan fuerte como tú...
--Más.
--...si puede hacerlo. Deberías luchar por él, por ella, pero sobre todo por ti. Porque tú te casarás, para, en tú caso, sacar a tú familia de una ruina que ya quisieran muchos para si, en el mío, para hacer perdurar un apellido que lo único que ha recibido han sido invitaciones a eventos banales con personas banales y que carga con unas tierras que ni mi marido ni yo pisamos jamás. Te casarás y tendrás unos hijos a los que querrás pero que se irán tarde o temprano para cumplir con sus deberes, si tienen suerte, con sus deseos, pero se irán igual. Te casarás y te pasarás la vida amontonando recuerdos vacíos sobre mesillas polvorientas para no sentirte sola cuando podrías ser feliz en una casa sin nada, pero con ella.
Aurora cerró los ojos despacio, como si aquellas palabras hubieran marcado el final de la obra, la bajada de telón. El rojo de aquella tela y sus ribetes dorados quedaron tras ella, al otro lado, su capa de enfermera abandonada, las calles desiertas de Madrid y Celia. Sola, en aquel escenario, ante un centenar de espectadores burlones que la señalaban con el dedo sin ni siquiera conocerla, se derrumbó derrotada por un destino que no tenía cabida en el guión y que sin embargo se había convertido en el actor protagonista.
--Yo no quiero esa vida --dijo mientras rompía a llorar desconsoladamente.
--Sé que no es fácil pequeña --respondió la anciana con el cariño más sincero y puro que Aurora había recibido jamás --, pero tenerla o no, solo depende de lo que tú estés dispuesta a perder o a ganar y puedo asegurarte que nada de esto --dijo extendiendo los brazos y mirando a su alrededor para mostrar lo ostentoso de su enorme casa --, ¡nada!, vale lo que perdí. Así que enciende de nuevo las luces y busca la manera de atravesar esa tela, porque las butacas que ahora ves llenas, tarde o temprano se quedarán vacías, estés delante, o detrás de ese telón rojo sangre; de vida o de muerte, pero eso ya, has de decidirlo tú.

9 comentarios:

  1. Estoy sin palabras, con ganas de abrazar a esta venerable anciana, de decirle no sabe usted como la entiendo. Es lo que tiene que el amor de tu vida aparezca cuando tienes un compromiso, que ni aún buscado por ti misma soportas no haber roto las barreras.
    No se por qué dices que puede que no entendamos algo, mira que yo suelo leer entre líneas, lo tengo que repasar.
    Muchas gracias, de verdad eres un sol. Besos

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  2. Imaginé cuando le diste protagonismo en tu anterior paralelo q era porque tenía un pasado con alguna mujer. Y me duele su dolor, pero también siento ese cierto gozo que queda de un amor al que renunciaste pero solo en apariencia, porque por dentro bulle toda la vida.
    Le vendrá bien a nuestra adorable enfermera tener ese pequeño escape, no solo por el "cacharro" que le permite comunicarse con Celia. Alguien que le mira a los ojos viendo de verdad, y no quedando solo en el exterior.
    Dale las gracias a tu musa, o musas de mi parte. Otro abrazo

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  4. Simplemente impresionante Adriana. Debo decirte que te sigo desde el primer relato y con cada uno te superas, eres capaz de transmitir tristeza y esperanza a la misma vez y hacernos sentir cada una de tus palabras.

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    1. Muchísimas gracias. Es un honor tener seguidoras tan fieles capaces de sentir lo que pretendo transmitir.

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  5. Muy bonito el relato, imaginación tienes un rato.

    Sólo una cosita, cuidado con los laísmos ;-)

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    1. Lo sé y mira que intento que no se me cuelen pero estoy tan hecha a ellos... que me cuesta verlos. Es lo que tiene ser Castellana de pura cepa. ;-)

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  6. Adriana es un placer leer estos paralelos que sin duda son una belleza de principio a fìn. No quiero ser densa por eso no te escribo en cada uno de los que leo, pero quiero que sepas, como te lo dije la anterior vez que te escribì que el libro se viene sin ninguna duda!!! Sos increíblemente brillante por los sentimientos que volcas en cada escrito y la forma como los expresas de una manera tan personal e inigualable. Todo mi respeto y admiración para vos. Un gran cariño desde Bs.As.

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