sábado, 26 de diciembre de 2015

Por extraño que parezca

Hemos llegado a unas fechas bastante señaladas. Podemos creer en la Navidad o no, eso ya depende de lo que sienta cada quien, pero desde el Paralelo me gustaría haceros un regalo y como no podía ser de otra manera viene envuelto en una de mis locuras. Feliz Navidad y gracias por seguir leyéndome a pesar de que Aurora ya haga tiempo que no esté en la serie, a pesar de que lo que se avecina con Celia pueda parecer desesperanzador y a pesar, precisamente, de mi locura.


El ramo de flores llegó a casa Silva a eso de las seis de la tarde, Merceditas lo recogió entusiasmada y subió a la habitación de Celia, la destinataria, para entregárselo. Justo en ese mismo momento, un ramo de idénticas características, apareció ante los ojos de Aurora en su casa de Cáceres. Era un ramo sencillo, dos rosas rojas y una blanca atadas con un lazo de seda verde. En ambos había una nota, ambas decían lo mismo:


Si confías en mí, venda tus ojos con la esperanza de ese lazo.
Yo estaré esperando en la habitación de siempre.

Como podréis suponer, ese ramo y esa nota, fueron enviados y escritos por mí. No voy a deciros que fue fácil que cedieran a la sugerencia. Celia, después de todo lo ocurrido, de las amenazas y el ataque a Sofía, se mostró un tanto reticente a vendarse los ojos a pesar de que su corazón dio un vuelco al imaginar a Aurora en Madrid de nuevo, en su habitación, esperando para verla entrar por la puerta. Aurora, leyó la nota dos o tres veces seguidas, cada vez que lo hacía miraba a su alrededor auto convenciéndose de que seguía en Cáceres y que por tanto sería imposible, por mucho pañuelo de seda que utilizase o muchas ganas que pudiera tener, llegar hasta aquella habitación. Fue curioso ver como las dos se sentaron al borde de sus respectivas camas con el pañuelo de seda entre las manos, dudando mientras lo acariciaban, mientras se perdían en ese color que las instigaba a confiar. Respiraron a la vez, sin saberlo, profundamente y tras el golpe de cabeza afirmativo con el que se infundieron valor mutuo, colocaron el pañuelo sobre sus manos y se cubrieron los ojos anudándolo con cautela sobre sus nucas.

--¿Puedo quitarme el pañuelo ya? --preguntó Celia que, tras haber sentido el impulso de una fuerza desconocida parecida a la que se siente cuando sueñas que te caes, andaba un tanto inquieta.
--Si me lo permites, me gustaría ser yo quien deshiciera ese nudo.

El corazón de Celia se encogió al escuchar aquella voz frente a ella. Era una voz que conocía bien, quebrada, dulce, como traída del mismo centro del corazón de Aurora que esperaba expectante la respuesta. Aquella voz, con la que habréis vuelto a leer la frase, con la que habréis retomado una esperanza que últimamente anda algo apagada, dejó a Celia sin la suya, que solo acertó a girarse para acceder a la petición. El pañuelo cayó despacio, mecido por el viento inexistente y Celia abrió los ojos para comprobar que ya no estaba en su habitación, si no frente a la cama de aquel hotel que tantas veces la había sentido desnuda.
--¿Cómo...? ¿Cómo es posible? --preguntó mirando a su alrededor, buscando en el rostro de Aurora una respuesta que ella tampoco tenía.
--No lo sé. Hasta hace un minuto yo estaba en...
Aurora se quedó en silencio, no pudo terminar la frase. Los ojos de Celia se habían clavado en ella, cristalinos como la fina capa de hielo de un charco. Ambas se miraron con ternura, se añoraban, tenían demasiadas cosas que preguntarse, demasiadas cosas que aclarar, cosas que velaban el amor que intentaba hacerse un hueco entre las contradicciones que aceleraban sus corazones expectantes.
Celia bajó la mirada hacia el vientre de Aurora, pero tenía el abrigo doblado sobre su brazo izquierdo y no pudo apreciar si bajo él escondía la barriga de una embarazada, tampoco si en su mano lucía una alianza y la confusión se apoderó de ella de un modo en el que me vi obligada a intervenir.
--Disculpad que me entrometa --dije después de llamar a la puerta y de que Aurora, al reconocerme, me dejase pasar --. He sido yo quien os ha traído hasta aquí. En mi mundo es Navidad y este es mí regalo --ambas se miraron entre sí compartiendo confusión --. Yo envié las flores, sé que os añoráis y siento que os necesitáis y aunque nada de esto sea real, estoy segura de que podréis sentiros como antes...
--Nada es como antes --respondió Celia afligida mientras en su cabeza recordaba la carta de Aurora, su paso por la cárcel, el miedo que pasó con las amenazas o la culpabilidad por la herida de Sofía.
--Lo sé Celia. Sé todo lo que has pasado, lo que estás sufriendo, lo sola que te sientes y puedo asegurarte que para ella --dije señalando con la mano a Aurora que escuchaba atenta y apesadumbrada --, tampoco esta siendo fácil, por eso os he traído hasta aquí. Vedlo como un sueño si queréis, si eso lo hace más posible, pero disfrutadlo porque no sé cuantas ocasiones tendré de volver a hacer que esto suceda.
Ambas me miraron como si estuvieran viendo ante sí a una loca que ha perdido el norte y con él el juicio.
--Vamos a hacer una cosa. Cuando yo salga de esta habitación me llevaré conmigo vuestros tormentos, me los quedaría para siempre pero debo devolverlos cuando vosotras decidáis salir, ese, es un poder que todavía no he desarrollado. Saldré y os dejaré a solas, el momento que viváis aquí dentro lo decidiréis vosotras. Si alguna de las dos no está de acuerdo que me lo diga, puedo hacer que esto termine ahora mismo si lo preferís.
Ninguna dijo nada. Aurora me miró agradecida y pude ver en sus ojos que añoraba ser ella misma, que estaba deseando romper las cadenas a las que se había atado y por las que había renunciado a sus valores. Valores que no había perdido pero que escondía en un baúl por un bien que no era el suyo y que sin embargo sentía como propio en un deber que no comprendía y por el cual, ya no le estaba permitido luchar. Ella amaba a Celia, la amaría toda la vida y aunque nadie lo supiera y nadie pudiera verlo, seguiría siendo así para siempre. Celia me miró pensativa, estaba valorando el daño que podría hacerle volver a estar a solas con Aurora, lo sola que podría volver a sentirse cuando mi proposición terminase. Sentí como por su mente pasaban otra vez las frases de la carta, como aquellas palabras le dolían mientras explicaban una felicidad en la que no terminaba de creer. Como sopesaba hasta que punto creía en mí, en la promesa de que al irme me llevaría todo cuanto frenaba su deseo.
--¿Recordaremos esto cuando nos vayamos?
--No Celia, por lo menos no todo, os dejaré las sensaciones, esas que se tienen cuando sabes que has soñado algo hermoso y sin embargo no consigues recordar el qué, no me esta permitido cambiar el rumbo de vuestras vidas y esto lo cambiaría.
--Así que cuando te vayas te llevaras nuestros temores...
--Sí, todo lo que os ha ocurrido desde la ultima vez que os visteis aquí desaparecerá.
--...y cuando nos vayamos nosotras esto no habrá ocurrido ¿no?
--Así es Celia.
--¿Qué podemos perder entonces?
--Nada.
--¿Y ganar?
--Eso, tendrás que descubrirlo por ti misma.

Cuando cerré la puerta del hotel sentí sobre mis hombros una carga que no era mía. Había prometido llevarme sus temores, pero lo que no sabía era que pesaban tanto. Los de Aurora estaban enmarañados, enredados en una pelea de deberes y quereres que me obligó a detenerme. Miré hacia atrás, hacia la puerta que acababa de cerrar y sentí compasión por ella. Por la falsa libertad en la que había decidido vivir, por el dolor de su corazón a medida que la pluma avanzaba mintiéndole a sus sentimientos sobre el papel de aquella carta que creyó también haría libre a Celia. Por haberse convertido en una mujer sin voz de cuyos silencios dependía la felicidad de las personas que nunca habían comprendido que la suya dependía, precisamente, de no estar callada. Los temores de Celia pesaban casi tanto como los de Aurora, pero por los suyos no sentí compasión sino comprensión. Comprendí la soledad que le atemorizaba, esa que incluso se había apoderado de su sueño por ser maestra, esa que se acuesta contigo cuando te sientes tan diferente que no encuentras tú lugar y de la que, hasta que aprendes que si no eres su amiga no se irá jamás, huyes en direcciones que te llevan a la compañía de personas que no entienden que esa soledad no es moneda de cambio para el amor.

--¿Qué es eso que hay sobre la mesa? Parece una carpeta y mía no es.
--Mía tampoco.
Despacio se acercaron hasta la mesa y durante un segundo dudaron si debían o no, abrir aquella carpeta que, sin querer evitarlo, olvidé sobre ella al irme. Finalmente lo hicieron, sentadas al borde de la cama, Celia comenzó a leer lo que ponía en mis notas con el nerviosismo en la voz de quien siente estar haciendo algo que no debería hacer.

En la vida todo pasa, la felicidad presente es corta por lo que no deberíais sacrificar la futura, buscadla y construidla, no estáis solas. No lucháis solas, ni siquiera lo hacéis por vosotras si no por las mujeres que desde su silencio os necesitan. Rendirse no es una opción. Recordad las palabras de la lucha, las promesas de amor que os hicisteis, recordad eso y triunfaréis. Perder a quién se ama no es sencillo, pero que eso no sea impedimento para retomar vuestra vida, vuestros sueños en un punto en el que ambas acariciasteis la felicidad con la punta de los dedos. Los baches hay que superarlos, debemos sobreponernos a las cosas malas que nos suceden en la vida, no dejéis que nadie os condicione porque si no lucháis vosotras por lo que queréis, por lo que deseáis, nadie lo hará. Sois nuestras amigas, nos hacéis sentir bien, a gusto con lo que somos, nos lleváis de la mano en este caminar y aunque la vida sea como una atracción de feria, en la que a veces estás abajo y no sientes que mañana puedas estar arriba, debemos seguir luchando por lo que queremos, por eso que somos. No debemos conformarnos con lo que debemos o tenemos que hacer, porque al sucumbir a ello dejamos pasar lo que de verdad queremos o merecemos. Debéis luchar, ya queda poco sufrimiento, pronto las cosas volverán al lugar del que nunca debieron alejarse. Perder a una persona no es razón para perderse a uno mismo, para dejar de ser quién se es, tenéis en vuestras manos la esperanza de muchas mujeres que confían en vosotras, no perdáis la vuestra, eso debe ser lo último de lo que desprenderse. Os merecéis superar los obstáculos, el amor que os espera tras ellos, porque aunque el cielo este nublado, el sol nunca desaparecerá.  Os necesitáis; Celia, te necesita más que nunca, aunque las circunstancias de tu vida te obliguen a mentir, a no luchar. Ella sigue amando sus libros, las letras, lo humano y sigue admirando y valorando a las mujeres como tu Aurora, que siendo un vendaval apareciste para enseñarle lo que era el amor, un amor que permanecerá por encima del tiempo, al que no deberías renunciar de esta manera porque tu ausencia duele tanto que no es solo Celia la que ha perdido la esperanza, la ilusión, tú también lo has hecho porque te añoras a ti misma y deberías intentar volver a serlo, porque nada es más doloroso que perder la oportunidad de amar. No os deis por vencidas, ni aún estando vencidas.

Tras leer aquellos apuntes, Celia y Aurora, siendo de nuevo ellas mismas por completo, mirándose sin comprender bien por qué en aquel folio se hablaba de ellas de esa manera, permanecieron inmóviles y en silencio varios minutos. Cuando fueron capaces de asumir todo cuanto acababan de leer, se abalanzaron, la una sobre la otra para perderse en el beso apasionado de dos amantes que hace horas que no se ven. Sus lenguas se entrelazaban al compás de su acelerada y a la vez contenida respiración. Aurora sujetaba la cara de Celia mientras ella se abrazaba a su cintura para evitar que entre sus cuerpos quedase un solo espacio. Los labios fueron cediéndole la oportunidad al cuello y cuando quisieron darse cuenta yacían bajo las sábanas blancas de una cama que las acogió como si nunca hubieran dejado de visitarla. Entre beso y beso se miraban y se rieron con esa carcajada que te hace sentir vergüenza al escucharla ridícula y que sin embargo no se puede controlar. En la calle... Iba a escribir que era de día, que la gente caminaba de un lado a otro, de tienda en tienda, de café en café o de banco en banco, pero la calle no existía para ellas, así que tampoco lo hará para vosotras.
La promesa de que me llevaría sus temores, pareció no surtir efecto sobre la piel de sus cuerpos que se enredaban entre caricias rápidas, tiernas y pasionales, una mezcla de anhelos con los que se desprendieron de las sábanas que empezaban a molestarles. Entre besos, caricias y te quieros susurrados, se quedaron dormidas, envueltas en un abrazo cálido para el que ambas sintieron que habían nacido y del que ninguna de las dos se hubiera querido separar.

Yo tampoco hubiera querido hacerlo, ni separarlas, ni dejaros con las ganas de escuchar gemidos inundando la habitación, pero el sonido que de verdad importaba, el que me ha hecho llevarlas de nuevo hasta allí, no era ese, si no el de sus corazones marcando el ritmo de un pasado que anhelamos y de un futuro en el que confiamos a pesar de este presente incierto al que, por extraño que parezca, no le cederemos nuestra ilusión.

6 comentarios:

  1. ¿Y yo qué te digo ahora?

    Que gracias por propiciar su encuentro, por esa ensoñación que consigue que estén en la misma habitación, con los mismos temores y anhelos.
    ¿Sabes lo que consigues? Que tenga esperanza en que vuelvan a estar juntas, a ser felices a pesar de todos los impedimentos.
    Y también que me disculpe por los momentos en que me he enfadado por la situación.

    Hoy no me enrollo más, pero añadiré que eres excelente, increíble y que somos muy afortunadas de tenerte en nuestro grupo.

    Un enorme abrazo campeona. Raquel

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  2. Dharma75- Descubrí este blog hace una semana...¡Me fascina!...

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    1. Acabo de ver tu comentario y no sabes cuanto te agradezco que utilices, precisamente, esa expresión jejeje Muchísimas gracias de verdad

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    2. Espero ansiosa tu próximo capítulo...

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    3. ...la historia de estas 2 mujeres, me llega...de una manera muy especial...

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  3. Cuanto sentimiento, que descripciones... Es maravillo.
    Es una historia de amor preciosa. Menos mal que no se quedó enterrada en el cementerio de las Musas, no dejes nada ahí. Que ninguna entrada del blog quede enterrada bajo Burgos.

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