lunes, 21 de diciembre de 2015

Se sentía sola

El día de Celia no comenzó de la mejor manera, la conversación con su hermana Diana no fue sencilla. Pedir paciencia y comprensión para una persona que por tu parte no merecería ninguna de las dos cosas no había resultado sencillo, pero conocía a su hermana y pensó que nada bueno saldría de ella de haberla instigado a la conversación que pretendía mantener con don Luis.


Por suerte, Carlos y Sofía se acercaron hasta la casa Silva para proponerle algo que no estaba en sus planes inmediatos y a lo que sin embargo accedió encantada. Eran contadas las ocasiones en las que alguien contaba con ella para algo... digamos, social, y aunque eso le importaba más bien poco, el hecho de que la pareja hubiera pensado en ella como dama de honor para su enlace, le hizo una ilusión infinita. Si Sofía no fuera Sofía, ni Carlitos Carlos, hubiera dicho que no con toda probabilidad, pero en parte se sentía en deuda con ellos después de lo ocurrido, aunque bien era cierto que la pedida se llevó a cabo precisamente por eso, a que Sofía no le había dado importancia al hecho de que la puñalada no fuese para ella y a que Carlos le había pedido perdón por su reacción en el hospital, seguía pesando más la parte culpable de su conciencia, que la que no lo era.
Aceptó y sonrió al verlos ilusionados, pero esa sonrisa desapareció en cuanto ambos preguntaron quién sería su acompañante, bueno, a decir verdad no desapareció, sino que se transformó en un cinismo que odiaba y al que últimamente acudía demasiado. Celia no había caído en eso y la impertinencia de la pareja al elucubrar sobre la respuesta de que acudiría sola, le hizo sentirse un tanto incómoda. Habían halagado su belleza y su saber estar, incluso su inteligencia, pero para aquellos niños, la sociedad era la sociedad y no comprendían que una mujer pudiera ser feliz rodeada de libros, que no necesitase la compañía de un hombre, que no quisiera ser un florero más.
Se despidieron amablemente, al fin y al cabo ellos no tenían la culpa de que no tuviera acompañante y Celia fue a por sus libros para comenzar el ensayo de clase práctica que había preparado para Merceditas. Mientras, Carlitos, al otro lado de la puerta, sentía un arrepentimiento del que intentó hacer partícipe a Sofía sin lograr que sus palabras tuvieran efecto alguno sobre ella.


La frustración de Celia tras el intento fallido de dar clase a Merceditas, clases a las que se unió Raimundo, la mantuvo delante de su escritorio, paralizada, durante un buen rato. Ella los conocía de sobra y se decía a sí misma que no todos los alumnos serían como ellos, que seguramente dios se había esmerado demasiado al entregarles el don de la labia y el enredo, que los demás, serían jóvenes educados, con un poco más de nivel y menos distracciones en la cabeza, pero aún así, la inseguridad que aquellos dos charlatanes habían hecho florecer dentro de ella, la mantenía inquieta. ¿Cómo era posible que su "buenos días" les hubiera dado para estar discutiendo cinco minutos? ¿Qué siendo tan incultos tuvieran tanto de que hablar? Un atisbo de sonrisa se dibujó en su cara al recordar a Raimundo preguntándose por qué existían los verbos irregulares, sintió que en el fondo él tenía razón, que nos complicamos la vida demasiado, pero aún así se desmoronó de nuevo mientras buscaba una respuesta que conocía, aunque estuviera siendo incapaz de encontrarla. Apenas quedaba tiempo para el examen y cuanto más miraba el minutero del reloj de su habitación, más cosas se le iban olvidando. El vacío era tal, que incluso comenzó a temer olvidar su nombre. Intentó tranquilizarse, cogió aire y lo fue soltando despacio por la boca, pero tardó tanto en hacerlo que la siguiente bocanada que cogió fue desesperada y terminó con la poca calma que había logrado en la primera. Bebió agua, ordenó los libros que necesitaba para asistir a la reunión con una de sus antiguas profesoras y salió de casa confiando en que el consejo de Merceditas sirviera para algo. Ella siempre se enfrentaba a las cosas de cara y andaba dispuesta a vencer aquella batalla en la que aún perdiendo, ganaba, cuando se topó con Elisa.


Discutieron, no podía ser de otra manera, hacía meses que la altanería de su hermana pequeña había alcanzado el límite, pero la soberbia con la que se enfrentaba al mundo seguía forzando aquella línea imaginaria. Celia sentía que Elisa era así, en parte por su culpa, aunque sus hermanas, su padre y Rosalía, tampoco habían ayudado demasiado. Era una niña cuando su madre falleció y no se dieron cuenta a tiempo de que concediéndole todos los caprichos que se le antojasen no conseguirían que fuera feliz. No le enseñaron a perder porque era la pequeña y pataleaba con tanta rabia y tanta fuerza que temían pudiera hacerse daño, así que jugaran a lo que jugasen, si Elisa participaba, Elisa ganaba. En la cocina no le decían que no a nada, ni a las galletas, ni al chocolate, ni siquiera al azúcar en el que hundía los dedos antes de salir corriendo escaleras arriba. Si hacían rosquillas ella se quedaba las grandes, si tenía frío, las mantas eran para ella y si en una rabieta rompía una de sus muñecas, su padre le compraba otra casi de inmediato. Todos en la casa se esforzaban por ver sonreír a aquella niña de pelo azabache que, tanto y tan poco a la vez, se parecía a su querida madre, pero ninguno se dio cuenta de que esa sonrisa estaba tan vacía como sus ojos, ávidos de un cariño inmaterial que, aunque presente, quedaba eclipsado por todo cuanto le rodeaba.
Las palabras de Elisa se clavaron en Celia como dardos envenenados. Sabía que toda aquella retahíla de reproches y ataques gratuitos surgía de las pesadillas que atemorizaban a su hermana pequeña, pero, al igual que aquel cariño que recibió y olvidó, quedaban ocultas bajo la maldad que le servía de coraza y Celia no pudo evitar pensar que tal vez, tuviera razón. Se sentía sola a pesar de estar todo el día rodeada de gente. Sus hermanas hacían su vida, sus compañeras de la escuela cumplían a rajatabla los requisitos solicitados a pesar de no tener porqué hacerlo todavía. Se sentía sola, Petra, la única amiga de verdad que había tenido, había acudido mucho más pronto de lo que hubiera debido hacerlo ante la presencia de un dios al que Celia no podía evitar recriminarle su pérdida. Se sentía sola, hacía meses que Aurora se había ido de Madrid, las últimas noticias que recibió de ella habían hecho que cortase toda comunicación, todavía no estaba preparada para asumir las palabras de aquella carta, para apoyarla como sentía que debía hacer, como Diana le había pedido que hiciera. Su recuerdo seguía latente, pero el dolor superaba cualquier intento de pararse a pensar en ella, el reflejo de su sonrisa cuando cerraba los ojos le dolía dentro del pecho y sentía como su corazón se partía un poco más cuando sin querer abría el libro en el que guardaba su fotografía. Se sentía sola, tanto, que aunque alguien le jurase que tras de sí lleva un ejército, hubiera sido incapaz de creerlo.
Yo, lo he intentado, pero hoy, hoy no ha podido escucharme.

1 comentario:

  1. No puede ser que yo no haya reparado en esta hermosura hasta hoy y porque te ha extrañado mi silencio y me has preguntado. Gracias de corazón, eres un cielo.

    Te voy a decir y no es peloteo ni exageración, aquí te veo aún mas escritora, transmites tanto en todos los detalles y descripciones de cada personaje, que los siento como si fueran seres reales.
    La mezcla de ternura e inmadurez de Carlos y Sofía me conmueve, aprecian y valoran a Celia, pero se les escapan los prejuicios que se tienen hacia las personas "raras" porque ellos la ven sola, y creo que no aciertan a comprender el motivo por el que le sucede eso a esta mujer a la que admiran.
    La ven inteligente, bella, buena persona. Pero tengo la sensación de que le piden que sea su dama de honor en cierto modo porque les duele verla sola. Igual estoy equivocada, ya me dirás si estoy en lo cierto.

    Merceditas, que es un pedazo de cielo, y las adora a todas y su primo/novio tan sencillos y rudimentarios, son unos seres maravillosos que si tienen opción evolucionarán.

    Y Elisa, ay esta niña tan prepotente y a la vez tan asustada, no se si tiene mas envidia que rencor hacia sus hermanas.
    No soporto que sea tan cruel con Celia, es injusta con ella e incluso consigo misma, y llegará un momento que vea el absurdo de ese comportamiento y se apoyará en las 5 hermanas que la cuidaron y mimaron en exceso durante años.

    Y el desgarro de Celia por Aurora, su ausencia tan dolorosa, la carta tan cruel para ambas, y tener la seguridad de que lo que decía en la misiva no es cierto, todo eso mas la imposibilidad de disfrutar de esa mirada, de la preciosa sonrisa y del calor de sus abrazos, le destroza por dentro y por fuera.

    Continuaría comentando lo que has escrito, porque me ha llegado a lo mas hondo, pero no te quiero abrumar y menos aún aburrir con mi exceso.

    Solo quiero darte las gracias por ser tan generosa al compartir tu genialidad con nosotras. Tenemos mucha suerte de cubrir las heridas de la serie con tu creación.

    ¡¡¡ FELICES FIESTAS CON TU MUJER Y TODOS TUS SERES QUERIDOS !!!

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