miércoles, 16 de diciembre de 2015

Voy a tener que contárselo

El amor y la locura suelen ir de la mano. Lo digo porque cuando me he sentado ante el ordenador y he abierto la página en blanco. Me he dado cuenta de que tal vez, Aurora, también ande necesitada de un poquito de esta demencia mía.
Ha sido curioso, porque a pesar de que el folio brilla ante mí completamente blanco, su silueta, apoyada sobre los codos en el alféizar de una ventana que no soy capaz de reconocer, ha aparecido tras él difuminado. He supuesto que será la ventana de su casa en Cáceres, aunque por el grosor de la piedra que la enmarca, no diría que pertenece a una casa adinerada.
--¿Qué haces Aurora?
No me ha respondido, tal vez sea porque he preguntado con tanta suavidad que ni siquiera me ha escuchado. No he querido asustarla, ni interrumpir sus pensamientos, pero una corriente de aire frío venido del norte, lo ha hecho por mí.
Ha cerrado la ventana y ha salido de una habitación que no he alcanzado a vislumbrar. Todo a su alrededor parece estar envuelto por esa bruma amarillenta típica en los sueños que solo te deja ver lo que de verdad es importante. Al parecer, ella y la chimenea ennegrecida ante la que se ha sentado, lo son.
--¿Estás bien? --he insistido y parece que esta vez sí que me ha escuchado, porque ha mirado hacía la puerta donde me había parado a observar y me ha invitado a sentarme junto a ella en un sofá bastante incómodo con los reposabrazos de madera desgastados por el uso.
--Estoy bien.
No la he creído, sus palabras no han ido acordes al brillo de sus ojos. Cuando he hablado con ella en otras ocasiones brillaban de una manera especial, como si tras ellos una vela encendida diera vida a todo cuanto miraba.
--¿No me crees?
He bajado el gesto, cuando alguien afirma algo y después siente la necesidad de recalcar esa afirmación, es que hay algo más tras ella.
--Digamos que te he visto mejor.
Su gesto de resignación me ha dado la razón, pero se ha hecho un ovillo y se ha abrazado a un cojín blanco que ya no es blanco.
No puedo ver sus manos, ni su vientre. No sé si lleva alianza o si de verdad está embarazada, como he dicho antes, tal vez sea porque cuando trato de escribir sobre ellas solo veo lo importante y ando demasiado esperanzada con que todo eso sea mentira como para ser consecuente incluso conmigo misma.
El crepitar del fuego de la chimenea que nos calienta las manos y sonroja las mejillas, es casi tan hipnótico como el esbozo de sonrisa que esta comenzando a curvar la fina línea de sus labios. Es... ¿Cómo describirla? Es la sonrisa del anhelo, esa que sobreviene en el momento más inesperado y se apodera de ti sin saber bien ni como, ni porqué. Esa que te deja en el mismo lugar en el que estas físicamente pero que lleva tú mente a ese pasado en el que fuiste feliz. Es una sonrisa extraña, parece una petición de auxilio y un "no me molestes" al mismo tiempo. Y yo, como sé de lo que hablo, voy a esperar a que hable ella, porque cuando esa sonrisa aparece estando acompañado, anuncia una confesión que precisa unos minutos de calma.
--Estaba acordándome de la primera vez que viniste a verme. Estaba dormida y tú te acercaste a mí cama para después describirme en el sueño de Celia ¿Lo recuerdas? --no he hablado, solo he sonreído, porque sé que si abro la boca ahora mismo se desvanecerá su recuerdo y no puedo permitirlo. Lo necesita --Fue divertido sentir que me estabas analizando, me recordaste a mí misma el día que vi a mi primer amor durmiendo a mi lado. Es curioso que diga esto, porque ahora, cuando cierro los ojos y pienso en ello, soy incapaz de recordar otro cuerpo que no sea el cuerpo de Celia. No sé que tiene esa niña, pero no hay noche que no sueñe con ella, con su pelo rizado, con esa sonrisa tan suya que lo envuelve todo de paz, con el temblor que invadió su cuerpo cuando comencé a deshacerme de su ropa. ¡Que nerviosa estaba! Y aunque pudiera parecer que no, yo estaba igual. En mis sueños, recorro de nuevo sus lunares y me pierdo en su boca que sabe... que sabe a ella. No puedo describírtelo. No sabes cuanto añoro nuestras charlas, nuestras conversaciones, siempre tan interesantes...
--Supongo que no estará siendo fácil.
--Supones bien. La vida que llevo ahora sí que lo es, pero no es la mía y aunque mi familia me sonría, mis amigas de la infancia me inviten a cafés o tenga esta maravillosa chimenea ante la que sentarme, sigo paseando por la calle con la sensación de que las personas que se cruzan conmigo saben que oculto un secreto, que soy diferente.
--Es que eres diferente. Tú no eres una mujer como las demás, no naciste para complacer a tu marido, para estar encerrada en casa o para asistir a fiestas y reuniones en las que lo más importante es que la tela de tu vestido no coincida con la del vestido de la de al lado. No naciste para ser una más, sino para ser única y eso, la gente lo sabe y lo envidia, te lo aseguro.
--No me refería a eso.
--Sé a lo que te referías, pero eso no es lo que te define, te sentirías igual de desdichada si hicieras todas esas cosas al lado de una mujer. Tú no has nacido para estar encerrada, eso es lo que te hace diferente, no a quién ames o dejes de amar.
--Puede que tengas razón, pero no he sido consecuente con ello.
--A veces no somos consecuentes con nosotros mismos, pero eso no implica que no sepamos quienes somos y creo que tú lo sigues teniendo muy claro. Aunque ahora mismo no te encuentres, estoy segura de que sigues estando ahí.
La sonrisa, que había empezado a desvanecerse entre tanta profundidad, ha resurgido de sus cenizas cuando ha notado la palma de mi mano sobre su corazón. Un corazón que late despacio, tanto que parece que va a pararse de un momento a otro, tanto que he clavado mis ojos en sus ojos tan abiertos que no ha podido evitar soltar una carcajada.
--Estoy viva --ha afirmado sujetando mi mano.
--Me alegro --he acertado a responder --, porque hay mucha gente que espera que vuelvas ¿sabes?
--¿Mucha gente?
--Muchas mujeres.
Acaba de mirarme con la mueca de quien no se esta enterando de nada, de quien tiene la sensación de haber perdido el hilo de una conversación que en un principio parecía sencilla. Me rio y niega con la cabeza en un recorrido muy corto que viene y va interrogante. Voy a tener que contárselo, no quería, pero voy a tener que hacerlo. Hubiera preferido preguntarle si lo que ponía en la carta que le envió era cierto, si de verdad está embarazada, si su marido es tan buen hombre como quiso hacerla entender, si... Eso, lo dejaré para otra ocasión, ahora, no puede hacerle ningún bien.
--¡Verás!...
Para que os pongáis en situación, esa entrada a la explicación ha provocado que me siente sobre mi pierna izquierda, dejando la derecha apoyada en el suelo y mi cuerpo inclinado hacía una Aurora expectante que aunque no ha soltado el cojín, también se ha girado hacía mí cediéndome su máxima atención.
--...Cuando cruzaste la puerta de aquella consulta y abrazaste a Celia, no solo ella recibió ese abrazo, muchas estábamos esperándolo. Sé que no puedes comprender lo que te digo y siento no poder explicarte más, pero no estás sola aunque pueda parecértelo. Tú, Aurora, abriste una ventana de esas a las que tanto te gusta asomarte que será difícil de cerrar. Así que ve al lavabo, lávate la cara y mírate al espejo, sonríe y siente nuestro abrazo, un abrazo que te debemos y del que no podrás desprenderte jamás.

3 comentarios:

  1. A mi también me dio un vuelvo el corazón cuando vi a Aurora dando ese abrazo protector a Celia. Como si me abrazara a mi con todas mis cobardías.
    No te voy a preguntar si has hablado con Aurora, porque se que viste a Luz y puede que le comentaras algo.
    Sí me planteo como nos lees la mente a todas nosotras, a mi en concreto, parece que me vieras los ojos y observaras como mi carita melancólica refleja todo lo que me turba o alegra los días.
    ES un alivio que al menos tengamos a Aurora latente gracias a tu creatividad.
    Millones de gracias por todo, eres genial mujer, de verdad. Un abrazo muy grande.

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    1. Me alegro de que te haya gustado y sí, estuve con Luz, pero ya sabéis que no puede decir nada. Una lástima porque hubiera sido de gran ayuda en esta ausencia jeje

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    2. Claro que ella no puede decir nada, tiene deber de mantener la confidencialidad, el secreto, así que no te preguntaré por algo que nunca me responderías aunque supieras. Yo tampoco lo haría. Ya te dije que jamás desvelo aquello que he de callar. Gracias por tu respuesta, bonita. Un besazo

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