domingo, 13 de diciembre de 2015

IMPRESIONES DE: EN EL ESTANQUE DORADO

Aviso importante: NO es paralelo Aurelia, pero seguro merece la pena que lo leáis. Espero os guste.


Ayer fue un día de esos en los que te levantas y tienes ganas de vivir. Parecía que no, porque cuando te despiertas con la sensación de haber dormido mucho pero no haber descansado nada, todo te parece que no, pero me di cuenta al ver que En el Estanque Dorado iba a abrir el telón por última vez. Miré a mi derecha y propuse la locura; ¿Nos vamos a Madrid a ver la función? Un “Vamos” fue la respuesta y compré las dos últimas entradas libres y juntas que había. Llevé el coche al taller corriendo (tenía ligeramente suelto el parachoques delantero), comí, saqué a mis tres perros, eché gasolina y comprobé que las ruedas tuvieran la presión adecuada, íbamos justas de tiempo, pero hay cosas que no se pueden dejar de hacer. ¡Todo listo, carretera y a Madrid!

A las siete y media aparcamos y a las ocho menos veinte entrábamos por la puerta del teatro José María Rodero. Directas al baño, los viajes y las vejigas no se llevan bien. Una puerta que no cierra y otra que no quería abrir. ¡Si! Me quedé encerrada en el váter mientras el teatro se llenaba y mi mujer, no hay alianzas pero como si las hubiera, intentaba, sin dar crédito, sacarme de allí. Objetivo cumplido, es asturiana pero cuando se lo propone parece vasca. Cigarro rápido y al volver vemos como unas entrañables ancianas entran en la sala donde en breve se levantaría el telón. Las seguimos, linterna de móvil en mano porque una arrastraba un carrito con oxígeno (verídico), intento explicarles que aún no se puede entrar y que nos vamos a matar a oscuras, me confunde tres veces con un “amable chaval” , le explico que soy una chica, se disculpa, la “justifico” bromeando sobre mi voz y la oscuridad y por fin una persona del teatro aparece e intenta hacer que entren en razón y salgan, aunque dejaron que se quedasen dentro. Aquí añadiré, que como para sacarlas.

Fuera luces, arriba telón, música y Héctor Alterio con su exquisito acento argentino, a un teléfono que me recordó a Gila y que automáticamente me hizo sonreír. Ochenta y siete años de talento sobre un escenario al que en minutos se le unieron otros ochenta años más, culpables de lo mismo, y que ya quisiera yo para mis treinta. Lola Herrera, katiuskas en pies, irrumpió en el escenario con una fuerza, una vida y una elegancia que, quién más o quién menos, envidió, sana o insanamente. Saboreamos sus fresas recién cogidas, vimos a través de sus prismáticos como una pareja de patos se besaba en el estanque y alucinamos cuando, con pasmosa agilidad se quitó las botas y los calcetines. Juntos nos presentaron a Norman y  a Etel, juntos nos llevaron por la vida, amada por ella y por la muerte, amada por él. Juntos nos hicieron reír con un diálogo que estoy segura se repetirá en miles de casas de esas en las que las estanterías albergan recuerdos de una juventud que ya no regresará y que sin embargo se recuerda como si hubiera sido ayer.

Con una carta se anunció la llegada de Chelsea, la hija de ambos y la de su novio, un dentista por el que sintieron compasión dejando entrever que el futuro entre ambos nunca llegaría a buen, diré , estanque.

Un coche a lo lejos y Luz Valdenebro a escena. Chelsea había llegado y yo estaba dispuesta a no entenderla, a que no me cayera bien después de haber oído a Luz describirla en una entrevista y sin embargo, amé su sonrisa, el cariño hacia su madre y su entusiasmo desde el segundo uno y quise bajar a abrazarla cuando todo eso se desvaneció ante los comentarios impertinentes y sarcásticos de un padre que ya había dejado claro que había pagado con ella su incapacidad para gestionar la labor que como tal le correspondía. Conocimos al hijo del novio, Adrián Lamana, un adolescente sin más aspiraciones que ser el centro de atención de una sociedad vacía y al novio, Camilo Rodríguez, un hombre con la vida resuelta que vuelve a la edad de su hijo ante un Norman que no da tregua y al que intenta, sin lograrlo, frenarle los pies.
Billy hijo se queda en el estanque, con unos abuelos que no son sus abuelos y que poco a poco le inculcan unos valores que le cambian la sonrisa, las  ganas y las inquietudes, aunque en realidad vemos como es él quien consigue lo imposible. Levantar a Norman del sofá y alejarle de esa muerte que impregnaba el terciopelo de su tapizado.

Con la tormenta regresa Chelsea. Con Chelsea una alianza y una escena que, tras el susto inicial, en el que Lola Herrera fue al suelo mientras Luz intentaba sin éxito levantarla (no ocurrió nada grave pero esa anécdota que me llevo), nos dejó a todos el corazón en un puño. Norman, el entrañable y divertido Norman, había marcado la vida de su hija que, abrazada a las rodillas de su madre, lloraba intentando comprender porqué su padre disfrutaba con Billy de una vida por la que ella lo habría entregado todo.

Tras la tormenta, una mujer luchadora y competente, que confiesa sentirse nada dentro de las paredes de esa casa, intenta expresar sus sentimientos a un padre que no quiere, bien porque no sabe, bien porque ya no le interesa, bien porque para con ella ha sido un inútil emocional toda la vida, escucharla.

La escena final, indescriptible, con un Norman acariciando una muerte que ansiaba y a la que sin embargo teme tanto como le temen a él al tenerla cara a cara. Una Etel cediéndole parte de su vida y un baile en el que se mueven al son del reflejo de sus cuerpos en el estanque al que, ahora si, ambos ansían volver al año siguiente. Se bajó un telón, se levantó el público y se ovacionó a cinco artistas que, después, llorarían de alegría despidiéndose del estanque, de los patos y del muñeco que, desde la balda llena de recuerdos, se guardará para si, sesenta y cinco años de una vida que los espectadores disfrutamos en algo menos de dos horas.

Salimos y fuimos viendo como la calle se vaciaba, como los que esperaban se iban, como se cerraban las puertas del teatro. Nos quedamos solas, apoyadas en un coche mientras quienes pasaban de largo se detenían a mirar los carteles de las próximas funciones. Esperamos y de pronto vi a Fran Perea asomarse a una de las puertas y como estaba yo en mi nube, no asocié que Luz estaría cerca. Salieron ambos, buscaban a alguien que habían “perdido” y se encontraron con nosotras. Besos, saludos, yo personalmente me vi atacada por un dolor mandibular que desapareció ante su cercanía y allí, en medio de la calle, mantuvimos una conversación que fue más allá del; admiro vuestro trabajo ¿nos hacemos una foto?. Es más, casi se me olvida lo de la foto, porque ¿para que quieres una foto con alguien a quien esperas volver a ver? Llamadme loca, Luz, tú la primera porque parece que estoy hablando de una amiga con la que me tomo cientos de cafés al año, pero tienes algo, en realidad, lo tenéis ambos, que os hace diferentes, que se pega dentro y te deja una sensación de buenrrollismo que encandila. Fue un placer, inmenso. Mereció la pena cada kilómetro, los de ida y los de vuelta, en los que la niebla nos envolvió sin darse cuenta de que viajábamos con una luz propia a la que no sé bien como expresarle mi agradecimiento.

Adriana Marquina

1 comentario:

  1. No me extraña que Luz se haya emocionado al leer ésto. No es para menos
    No quiero que suene a peloteo, ni mucho menos, porque no tengo motivos para ello, es sencillamente que a mi también me emociona todo lo que cuentas y tu manera de narrarlo.
    Me has sacado la sonrisa y emocionado a la vez, y no suele ser tan frecuente.
    Tienes tantas anécdotas de ayer, que seguro no olvidarás fácilmente.

    Muchas gracias por compartir esa vivencia.

    Un abrazo. Raquel

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