miércoles, 13 de enero de 2016

Deja ver pero no ser visto

¿Quién no se ha derrumbado alguna vez en medio de la calle? ¿Quién no ha sentido de repente que el mundo se le viene encima y que haga lo que haga no lo puede frenar?
A Celia Silva le estaba pasando. A medida que avanzaba sin rumbo junto a Víctor Dumas por las calles nevadas de aquel Madrid de 1914 que, engalanado, saludaba al año nuevo, iba sintiendo como las miradas de los viandantes de vidas sin vida, se clavaban en su espalda como un estoque que no busca más que la muerte. A Celia ya no le deseaban ese mal, pero su cabeza aturullada visualizaba aquella metáfora a la perfección, tanto, que tuvo la necesidad de volver a casa para encerrarse y evitar los cuchicheos afilados lanzados sin piedad, sin permiso y sin la más mínima precaución. Tenía la sensación, que fuera por lo que fuese, en aquella ciudad que no dejaba de parecer un pueblo en el que todos conocen a todos sin conocer a nadie en realidad, siempre había un motivo para hablar mal de las hermanas Silva y su entorno. En esa ocasión lo había provocado la detención de Salvador, pero sentía que el nombre de ese hombre que estaba pagando por los pecados de su tío, solo era una excusa barata más.
Pero a Celia no le preocupaba eso, no solo eso quiero decir. Ella tenía su madeja propia, atada al extremo de un laberinto del que necesitaba salir y en el que, debido al gran enredo de aquel fino hilo que no quería romper, se encontraba atascada sin poder avanzar. Ella ya había pasado por aquello, ella sabía desde hacía mucho tiempo que nunca podría ser feliz con un hombre, pero a excepción de Diana, todo el mundo lo negaba y tras la marcha de Aurora, su encarcelamiento y de más desgracias por las que prefirió pasar de largo, se había cansado de nadar a contracorriente. Víctor era el hombre perfecto para ella, lo sabía, lo veía y lo sentía, pero tenía un defecto y es que, era un hombre. Había intentado amarle, amarle como debe amar una pareja, amarle como se amaba entonces, de una vez y para siempre, pero no podía. Sus besos, insolentes y atrevidos como él, no provocaban en ella nada, ni siquiera repulsión y aunque Francisca le había contado que poniendo voluntad podría llegar a quererlo como ella quería a Luis, a Celia no le bastaba. Había tocado el cielo con la punta de los dedos y no estaba dispuesta a renunciar a volver a hacerlo, o al menos, a intentarlo y con Víctor, por más que había apartado nubes con las manos abiertas, ni siquiera había llegado a verlo. No podía negar que le parecía un hombre divertido, con la palabra justa en el momento preciso, con la alegría y demencia suficiente como para no aburrirse a su lado jamás, pero ella no estaba buscando un bufón y cada vez veía mas claro lo injusto de rebajarle a ese nivel sin su permiso. Él parecía sincero, veía en sus ojos el brillo inocente que recordaba de cuando ella se miraba al espejo pensando en Petra, la llama encendida cuando lo hacía pensando en Aurora, lo veía, y sabía que si lo quería, era para ella, pero no podía aceptarlo. No podía robarle a Dumas algo tan íntimo para dárselo a los demás en lo que dura un encuentro fortuito o un acto social encumbrado. Tal vez, sus hermanas, Francisca y Blanca si que fueran capaces de hacerlo, incluso de ceder el suyo propio, pero ella no era como sus hermanas, por lo menos no como ellas dos. Pensó en Diana, a medida que Víctor unía palabras en frases hermosas y convincentes cuyo punto final era un beso, pensó en ella y envidió su fortaleza para luchar por sí misma, en todo lo que la había apoyado en su proceso de aceptación, en su comprensión, en sus palabras siempre amables y recordó aquella vez que estando a solas en su habitación le dijo claramente que a ella le gustaban las mujeres. Se vio sentada frente a su hermana sobre el baúl colocado a los pies de su cama, abriéndole el corazón aún dañado, un corazón al que por fin había decidido escuchar y que llevaba pidiendo ser libre demasiado tiempo. Cuando los labios de Dumas se posaron sobre los suyos sintió como una enorme jaula de cristal caía sobre él. Sus barrotes, fuertes y fríos, formaban un amasijo retorcido y transparente que dejaba ver pero no ser visto. Se sintió culpable y sucia, tanto que tuvo que limpiarse los restos de aquel beso, tanto que su mirada se perdió en su interior para asegurarse de que ella, seguía estando ahí. Algo había cambiado, lo sintió de repente, como una corazonada de esas que te impulsan ligeramente hacía delante; Tuvo ganas de gritar, de gritarle al mundo entero que ella amaba a las mujeres, que lo llevaba dentro, que no podía seguir luchando contra eso porque era como luchar contra ella misma una y otra vez en una batalla en la que nunca ganaba. Quiso liberarse, desprenderse de ese peso que seguía llevando a pesar de haberlo disfrazado de pluma, pero no podía hacerlo. No podía abrir la puerta de casa y ponerse a gritar como una loca, tampoco explicárselo a Víctor porque no hubiera sido una explicación sino un reproche y él, no tenía la culpa de nada. Así que lo apartó y se disculpó y volvió a intentarlo por compasión, pero tampoco podría estar con él por pena.
Víctor no la comprendió, ella tampoco y en un acto de autoprotección se abrazó a sí misma mientras los pasos de Dumas se alejaban y desaparecían tras la puerta. Sintió miedo, el miedo que provoca la búsqueda de la felicidad, ese miedo que se extiende por el cuerpo, que aprieta los labios y hiela la piel. Tragó saliva y se quedó mirando al frente. Ella ya había sufrido su pasado y no estaba dispuesta a vivir en él en el presente, así que, aunque no lo hayamos visto en pantalla; De un puñetazo ha roto la jaula, recogido los pedazos, curado los cortes y liberado, de nuevo y para siempre, a ese corazón que, en el fondo, es de todas.

Adriana Marquina

1 comentario:

  1. No se qué decir para no cansarte con mis halagos.
    Quizá gracias por reconfortarnos, por ser capaz de mostrar todo lo que la pantalla no nos enseña, por ver dentro de los personajes y colocarnos la sonrisa, la lágrima o la emoción en cada momento.
    Hay muchas cosas que destacaría, una de ellas la he puesto en Twitter.
    Un gran abrazo. Raquel

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