miércoles, 20 de enero de 2016

La luna no va a irse

Podía parecer que Celia Silva se contemplaba a sí misma en su pequeño espejo de mano mientras su hermana Adela le peinaba el cabello, pero no era así. En realidad la contemplaba a ella. Le encantaba hacerlo, a través del espejo, su hermana parecía estar dentro de un cuadro vivo. A Víctor le hubiera encantado esa comparación, seguro que hubiera sacado de ella un poema o una alegoría con alguna loca teoría sobre la complicidad entre hermanas. La observaba y pensaba en lo hermosa que era incluso estando preocupada y a pesar del fastidio que sintió al sentirse descubierta, admiró la capacidad de su hermana para sobreponerse y devolverle con esa sonrisa tan suya el valor que por culpa del miedo al fracaso y al éxito, no lo tenía muy claro, había perdido. Adela no era una mujer valiente y sin embargo pocas mujeres tenían su valor.
--Tienes que saber donde estás para saber donde quieres ir -- argumentó Adela ante sus dudas y fueron tan tajantes y a la vez tan cariñosos el tono y la mirada, que no pudo evitar agradecer con una sonrisa su ayuda pues, a pesar de que no siempre daba en el clavo, en aquella ocasión tenía más razón que uno de esos santos que tanto le gustaba mencionar.




Fue a la escuela. Esperó paciente su turno jugando con los dedos de sus guantes vacíos en los que descargó sin piedad su nerviosismo y sintió como el pecho se le llenaba de un orgullo que añoraba y que hizo que saliera corriendo rumbo a casa para darles la buena nueva a sus hermanas. Diana la esperaba en la habitación y supo nada más verla que había aprobado. Hacía tiempo que no necesitaban hablar para entenderse. El abrazo, uno de esos abrazos que traspasan la ropa, la piel y que llegan al alma más escurridiza, hizo que Celia recuperase la autoestima que le rondaba desde hacía semanas pero de la que sentía la necesidad de huir. Todas confiaban en ella, todas menos ella y aunque hubiera tenido que esperar a tener el aprobado en la mano para darse cuenta, ahora también podía permitírselo. Aliviada comenzó a recoger el escritorio. Sobre él, el caos ordenado que solo comprende quien lo ha provocado y entre ese caos una vida, una vida, buenos recuerdos y una nostalgia, la nostalgia de un pasado al que volvía en los momentos difíciles, en esos momentos en los que las letras de los libros se tornan aburridas y pierden el sentido. Una nostalgia que Diana comprendió y que utilizó para explicarle a su hermana que refugiarse en el pasado iba a impedirle mirar hacia delante y que por mucho que doliera, Aurora, ya lo había hecho.
Diana tenía razón, ahora su sueño ya era una realidad y estaba dispuesta a vivirla en plenitud, por lo menos las horas que durase el día, porque, a pesar de que su hermana acababa de salir por la puerta con parte del corazón de Aurora en las manos, escondido, bajo un libro cómplice y discreto, se quedó un pedacito que latía sin darse cuenta que se había quedado solo.


Fue fuerte y dejó la carta sobre la mesa, pero la curiosidad por saber que parte de Aurora había logrado esconderse y quedarse con ella era tal, que le parecía escuchar los gritos de las palabras llamarla con desesperación. Encendió todas las luces de la habitación. La principal, la del tocador, la de su mesa y la de la mesilla. Intentaba volver la noche día, porque de día aquellas palabras tenían menos poder, pero a pesar del brillo no lo consiguió.
-- La luna no va a irse por muchas luces que enciendas --pensó y con su influjo sobre el mar de sentimientos en que se convertía su interior cada vez que la letra de Aurora aparecía ante sus ojos, comenzó a leerla.




La primera vez que te vi, tu no me viste...
Celia supo que carta tenía entre las manos nada más leer la primera frase. Las conocía de memoria, conocía cada coma, cada punto, cada uno de los espacios sin llenar que quedaban entre las palabras y no pudo evitar reconocerse en ese patito feo, solo y triste que Aurora vio desde la rendija de aquella puerta que en una dirección accedía al infierno y en la otra, al parecer, al cielo. Y en ese cielo se perdió para llenar los espacios vacíos, para sentirse cisne y dejarse mecer por la corriente que las manos de aquella enfermera, de la que no había podido evitar enamorarse, inventaban para ella con cada caricia. Cerró los ojos y se fue al Excélsior. Sintió como la caricia de los labios de Aurora se dibujaba en su espalda y no pudo evitar añorar el escalofrío que su calor provocaba en ella. Se movió al ritmo del Meine Liebe susurrado, ese del que todavía no conocía el significado y que sin embargo sentía en el corazón como un "te amo" disfrazado para pasar desapercibido ante los ojos de una sociedad que parecía vivir en un carnaval constante. Un carnaval al que Aurora había acabado sumándose, a pesar de sus palabras, de asegurar con ellas que cuando la vio por primera vez en aquella sala de espera supo que no tenían más remedio que estar juntas. Un carnaval del que estaba cansada y al que quiso enfrentarse de la única forma en la que podía hacerlo. Cogió un folio, su pluma y se sentó en ese escritorio que a pesar de haberla tenido a diario la echaba de menos.


Aurora. Mi siempre amada y querida Aurora.
Las cartas que te envié fueron devueltas, por eso esta no la enviaré, al menos no esta noche, mañana, con el alba, quizá la mire con otros ojos, con los ojos de la mujer valiente en la que me convertiste y con la que acabaron tu marcha y una dolorosa lección.
He tirado tus cartas, esas que me escribías cuando estábamos juntas, cuando pasábamos más de un día sin vernos y que dejabas en la puerta para que Merceditas las recogiera. Las he tirado porque he aprobado el examen. Ya soy Maestra Aurora y aunque no entiendas la relación que puede tener lo que te escribo tiene una explicación lógica. Necesito seguir adelante, con tu recuerdo y el amor que aun siento hacia ti pero sin ti. Porque ya no estás y aunque albergo la esperanza de que regreses a buscarme, de que me quites de nuevo este disfraz que tanto pesa y me devuelvas la libertad que te llevaste, sé que es un improbable tan probable como que nunca voy a poder dejar de quererte.

Es mentira Aurora. No puedo seguir adelante sin ti. Miento de nuevo, sí puedo pero no quiero y me dan ganas de coger el primer tren que pase por Cáceres y ser yo quien vaya a rescatarte. 
Debería hacerlo porque tu idílica felicidad me suena a farsa, porque tengo la sensación de que haces conmigo lo que yo hice con Uribe, contarle un cuento para que se olvidase de mí, para que fuera feliz en su ignorancia.
Debería presentarme allí con mi pajarita granate, igual que lo hiciste ante mí con la cruz roja de tu uniforme de enfermera, con tu capa de heroína, con esa sonrisa tuya que convierte los abismos en baches y los muros de piedra en jardines frondosos en los que tumbarse a contemplar el cielo despejado reflejado en tu mirada.
Quiero ese cielo, ese jardín, la capa de tu piel cubriendo mi cuerpo cada noche.
Te quiero y no sé como, pero tú y yo, volveremos a estar juntas, porque, al parecer, no tenemos más remedio que hacerlo.

Adriana Marquina 

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