domingo, 13 de marzo de 2016

Parecía algo sencillo

Cuando Adela llamó para darles la noticia de que Lorenza ya había aparecido y que estaba bien a pesar de haber pasado la noche a la intemperie, Aurora le propuso a Celia que intentase descansar un rato. Celia estaba agotada y a pesar de ello, parecía dispuesta a aceptar la compañía que la enfermera le propuso de manera insinuante. Hacia semanas que no estaban a solas, que no habían tenido ni un segundo para su propia intimidad. Ayudar a Lorenza había sido muy gratificante para ambas, pero añoraban tener su cama para ellas solas y su cama las añoraba a ellas del mismo modo.
Sonrientes, con esa mirada que anuncia que la piel, el alma y el cuerpo necesitan la piel, el alma y el cuerpo de la persona amada, se disponían a ir hacia la habitación cuando llamaron a la puerta con impaciencia. Era Caridad, su vecina, estaba muy nerviosa, su marido se había desplomado en medio de la calle y no sabía a quien recurrir. Sabía que Aurora era enfermera, los niños se lo habían contado y recurrir a ella fue la única esperanza que encontró en el caos de los peores presagios. Su marido no reaccionaba, los temblores que agitaban su cuerpo cada vez eran más fuertes y ante aquella descripción, ni Aurora, ni Celia que salió corriendo tras ellas, dudaron en acudir en su ayuda.
Cuando llegaron al lugar, unas cuantas vecinas rodeaban a Eugenio y Aurora tuvo que abrirse paso entre ellas para poder atenderlo y viendo la gravedad decidieron trasladarlo. Caridad vivía demasiado lejos como para ir cargando con él hasta su casa y tampoco quería que sus hijos vieran a su padre en aquel estado, por lo que la mejor opción fue subirlo al piso de la maestra. Entraron y lo tumbaron en la cama y aunque ésta no esperaba que el cuerpo de un hombre descansase sobre ella, se prestó y se amoldó a él intentando que estuviera lo más cómodo posible.
Mientras Aurora intentaba estabilizarlo, Celia corrió al teléfono para llamar al médico pero nadie respondió a su llamada y en la habitación precisaban de su ayuda para contener las convulsiones que atacaban de nuevo a aquel pobre hombre y que dispararon la ansiedad, la angustia y la impotencia de la enfermera que no sabía bien que más podía hacer para tratar lo que ella creía era epilepsia y que, sin embargo, resultó ser una apoplejía.
Cristóbal Loygorri, había accedido sin pega alguna a acercarse hasta Arganzuela para ayudar a su cuñada, pero por desgracia, ese fue el diagnóstico que dió tras examinar al paciente y escuchar el detallado informe de Aurora. Eugenio había sufrido una apoplejía cerebral y su esperanza de vida era mínima, casi nula. Apenas le quedaban unas horas de vida y Cristóbal creyó oportuno que avisasen a su mujer para que se despidiera de él como merecía, como merecían ambos.
Cuando Caridad llegó, Celia y Aurora tuvieron que darle la mala noticia, ninguna de las dos sabía bien como hacerlo, pero fueron tan cautelosas y mostraron tanto cariño hacia aquella mujer a la que se le vino el mundo encima en un instante, que su agradecimiento por toda la ayuda prestada a punto estuvo de hacer saltar las lágrimas de ambas. Unas lágrimas que tuvieron que contener al escuchar como Caridad se despedia de un Eugenio que agonizaba y que falleció tras sentir el amor que viajaba en la rabia de las palabras que nacían desde el dolor más profundo del corazón de aquella humilde mujer.
Eran pobres y solo por ello no parecían tener derecho a nada, ni tan siquiera a un médico, pero Aurora no estaba dispuesta a que aquello siguiera siendo así. Lo pensó tras la cortina, mientras consolaba a Celia que parecía estar reviviendo el momento en que ella tuvo que despedirse de su padre y se lo hizo saber cuando vió a todas las amigas de Caridad resignadas ante lo ocurrido. Tenían que hacer algo que mejorase las condiciones de vida de la gente del barrio, algo que le hiciera comprender a los que pensaban que en aquel lugar solo vivían delincuentes que estaban equivocados, tenían que hacerlo por ellos y por ellas también, Aurora estaba embarazada y si en el momento del parto el médico tampoco se encontrase en la zona, podría poner en riesgo su vida y la de su hijo. Celia estaba de acuerdo con ella, volver a ver a la Aurora de la que se había enamorado, la luchadora, la sufragista, a esa mujer que le había salvado la vida y que ahora le daba sentido, había vuelto a despertar en ella las ganas de intentar cambiar y mejorar el mundo porque, a su lado, todo parecía posible. Pero Caridad no estaba segura de que lo que la enfermera proponía fuese a funcionar y aunque sus palabras eran convincentes y los motivos por los que les invitaba a la lucha más que necesarios, la resignación con la que llevaban años viviendo impidió que se unieran a ella.
La moral de Aurora estaba tocada, comprendía la negativa de aquellas mujeres, entendía que no pudieran permitirse perder un día de trabajo, que no quisieran arriesgarse a que la policía las detuviera o peor, a que las pegase una paliza por protestar, pero no iba a cesar en su empeño y se le ocurrió una idea con la que poder reivindicar las necesidades del barrio sin que nadie tuviera que arriesgar nada.
Parecía algo sencillo, hablarían con Caridad y Celia escribiría su historia, la enviarían al periódico para que la publicasen y de ese modo conseguir que todo Madrid se enterase de las penurias a las que estaban sometidos los habitantes de los barrios más humildes y así lo hicieron. Llamaron a su vecina y le contaron lo que pretendían hacer, a ella le pareció buena idea y aunque no comprendía a quien podría interesarle su vida, les abrió el corazón igual que ellas le habían abierto las puertas de su casa. La vida de Caridad era sobrecogedora, la muerte de su marido no había sido el único golpe que había recibido, tampoco el peor. Celia y Aurora la escuchaban atentas, admirando la fortaleza de una mujer en apariencia débil que estaba a punto de demostrarles que en realidad era lo suficientemente fuerte como para seguir viviendo después de haber enterrado a su marido y a dos de sus hijos que, al igual que había pasado con Eugenio, habían muerto esperando a un médico que no llegó a tiempo de salvarlos.

Adriana Marquina

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