Hoy he vuelto a leer aquellas impresiones (Impresiones de La Distancia) porque el viernes me
senté de nuevo sobre la hierba del campo que me esperaba al otro lado de las
puertas del teatro Kamikaze, que más que un teatro, a mí me pareció una milonga
de paredes azules en la que se escuchaba la tragedia de un tango lastimero sin
que en realidad se escuchase nada. Solo que ayer, ya sabía a lo que iba. Iba a
confirmar mi teoría, a reafirmarme en el hecho de que no pudimos hacer nada y,
sin embargo, nada más apagarse las luces, me di cuenta de que no era necesaria
una segunda vez para saber que ya, y gracias a los cuatro personajes que como
en otra dimensión se adueñaban del aire, no había herida. Y como no me hacía falta,
calmé a mi cicatriz, me relajé sobre mi asiento y me dispuse a disfrutar del
baile de tiempos que pararon el mío cuando una cuarta inmóvil fuera de lugar,
anunció que Amanda y David, estaban listos para comenzar la coreografía.
“Son como gusanos” Esas son las tres palabras con las que se
pone en marcha el metrónomo que marcará el ritmo de los últimos cinco minutos
de Amanda. Que se acelera en cuanto David la obliga a recordar a Carla. Y es
que Carla es una de esas personas que viven lo que están contando con tanta
intensidad que las ganas de preguntarle a dónde quiere llegar se silencian en
el nerviosismo de la necesidad que siente por ser comprendida. Coherentemente
acelerada, le explica a su nueva amiga, como perdió a su hijo sin perderlo
dentro de las paredes de una casa azul a la que llegó después de que el caballo
de montas que le habían prestado a su marido, decidiera saltar la valla que
delimitaba el jardín de su harén. Ella le cuenta su vida, esa cuyas
expectativas se esfumaron con el alma de David y que Amanda no comprende. ¿Cómo
va a comprender una madre que ha sido educada para medir la distancia de
rescate, que otra sea capaz no solo de no medirla sino casi de ignorarla? Y es
que Amanda vive, aun muriendo, para salvar a su hija de sus propios miedos.
Unos miedos que le atormentan, que le hacen preguntarse quién es, como ha
llegado allí y que pasará cuando se vaya. Que vive en cosas que no son
importantes y que chocan una y otra vez contra un telón de acero irrompible que
no la deja ver el otro lado, que mantiene a Carla encerrada, a Nina
desconcertada y a David mucho más cerca de lo que nadie podría imaginar. Y que,
a mí, como simple espectadora de la escena, me hacía mirar constantemente hacía
arriba con la esperanza de que tras él brillase en algún momento un sol que
secase el maldito campo sobre el que quería arrastrarme para limpiar la culpa
de mi impasibilidad ante la verdad que esconden los hechos.
Como ya he dicho antes y como ya dije en su momento, si queréis
descubrir de lo que hablo deberíais ir a ver la obra. Tanto si ya la visteis en
el Galileo, como si no. Porque si no la visteis aún estáis a tiempo y si sí que
lo hicisteis, os aseguro que no es lo mismo. Nada es lo mismo. La adaptación a
este nuevo escenario es maravillosa, magistral me atrevo a decir sin temor a
estar exagerando. El texto ha sido revisado, la gestualidad de los
protagonistas pulida hasta ser convertida en un diamante en el que
inevitablemente te ves reflejado en algún momento. Carla, Nina y David no han
cambiado y, sin embargo, no son los mismos. Es como si en estos ocho meses se
hubieran perdido más para que el espectador pudiera encontrarlos mejor. Ni
siquiera la Chamana que habita la casa azul es la misma, porque es como si por
ella hubieran seguido pasando las almas, como si la experiencia en la migración
se hubiera perfeccionado bajo ese turbante que perturba con la luz del mechero
con el que enciende el primer cigarrillo y que refleja en su sombra la
grandeza, la importancia y la necesidad de lo que va a ocurrir a continuación.
Porque, en este nuevo espacio del que el director, Pablo Messiez, ha conseguido
que se adueñen María Morales, Luz Valdenebro, Estafanía de los Santos y Fernando
Delgado como si de verdad fuese su propio hogar aunque, un hogar debería ser seguro,
hay que estar atento no solo a lo que te “dicen” que tienes que ver, si no a lo
que se escucha, a lo que se huele, a lo que se siente, a lo que se cuenta y a
lo que no. A los gestos, las miradas, las caricias, los temblores, los pasos
firmes, las carreras desesperadas, las respiraciones agitadas, las calmadas… En
definitiva, hay que estar atento, no solo a la vida que se escapa, a la que fue
o a la que será, sino a la que es y esa, solo puede ser la tuya propia. Tu
propia distancia de rescate.
Adriana Marquina
No te quedes sin verla. Horarios y venta de entradas aquí.
Ya me gustaría ir a verla Adriana pero a ver si hacen gira y vienen a Canarias para poder verla gracias por compartir ese sentimiento de un tango lastimero, porque ese sentimiento es el que tengo yo en mi alma no he tenido una semana fácil y me evado con el baile y ver a mis compañeros de tango bailar es como una sensación de libertad y de erotismo que da ver bailarlo porque es un baile muy sensual y yo soy bailarina de contemporáneo y tenemos más energía cuando nos movemos porque hacemos bailes más movidos saludos
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