El cristal de la ventana, estaba congelado. El frío de la
noche se había apoderado de él de tal manera que, cuando Aurora apoyó la frente encima, temió que se resquebrajase como lo haría una placa de hielo, pero no
se retiró. El dolor de cabeza que la había desvelado agradeció aquella sensación.
En un segundo sintió como la sangre atorada de pensamientos volvía a fluir con
normalidad, pero tuvo la sensación de que lo hacía en la dirección contraria.
De pronto, y sin saber bien ni cómo ni porqué, volvió a estar
sentada frente a Rosalía. Le curaba con cariño las manos magulladas por el peso
de las maletas con el ajuar de Celia mientras intentaba esquivar las palabras
de una anciana que parecía saber bien lo que estaba diciendo y que no se detuvo
ante el dolor de su mirada. Quiso comprenderla de nuevo, en el fondo sabía que
sus rancias palabras solo pretendían hacer el bien, pero apretó la mandíbula sabiendo
que no podría soportar el silencio del respeto dos veces y prefirió alejar de
su cabeza la soledad que, con malicia, comenzaba a dibujar en el vaho del
cristal un futuro que no deseaba y al que, sin embargo, sentía le empujaba la
vida. No quiso volver a sentirse tan sola como cuando se fue de casa para dejar
que los novios, Gabriel y el sacerdote que acababa de dar la bendición a una
farsa, celebrasen la inminencia de una boda que, aunque ya no iba a celebrarse,
seguía evocando el aroma de una vida feliz. Al menos, para una de ellas.
La impotencia que sintió al recordar aquello, hizo que una vieja
lágrima de duda se congelase a media mejilla. Si no hubiera sido tan cabezona,
si no se hubiera opuesto a la boda, Celia seguiría siendo la maestra de la
escuela de Arganzuela y no la periodista deslenguada que acababa de ponerse en
el punto de mira de todo Madrid.
—¿Por qué piensas eso Aurora? ¿Acaso le dijiste tú que
escribiera ese árticulo? ¿Acaso sabía ella que los tentáculos del director de
una escuela de barrio podrían llegar tan lejos? Hiciste bien en decir lo que
sentías respecto a esa boda que os hubiese hecho unas desgraciadas para el
resto de la vida. Decir lo que se siente nunca puede ser un error, aunque
hacerlo traiga consecuencias.
—Estoy cansada de las consecuencias —susurró asegurándose de
que Celia seguía dormida antes de girarse hacia mí —. Cansada de que nada nos
salga bien. ¿Tanto pedimos? ¿Tanto debemos?
—No debéis nada. No le debéis nada a nadie más que a
vosotras mismas.
—Pero Celia pensaba que se lo debía a Velas…
—Celia pensaba que le debía a Velasco algo que no le
correspondía.
—Pero él…
—Él se perdió porque no supo ponerse en el lugar de su
amiga. No quiso comprender que todo lo que Celia hizo con Marina tenía una
prioridad que no era él, si no tú. Velasco es un buen hombre —dije invitándola a
sentarse en su propio sofá, aunque estuviera en su casa —, no lo pongo en duda,
pero la vida se la arruinó él solito. Celia no le obligó a ir a esos antros, ni
a beber, al contrario, quiso ayudarlo y él se aprovechó de la lástima que provocaba
en ella verlo así para hacer que se sintiera culpable de algo que, como te
digo, no era culpa suya.
—Puede que tengas razón, pero deberías haber visto lo
abatida que se quedó Celia cuando anuló la boda.
—Es normal sentirse abatido cuando crees que le estás
fallando a alguien a quien quieres. ¿Por qué crees que la anuló?
Aurora encogió los hombros, pude ver en su mirada que
conocía la respuesta y que, sin embargo, necesitaba oírsela decir a otra
persona que no fuera la propia Celia. Cuando terminé de hacerlo, de recordarle
que la mujer que dormía en la cama que había tras la cortina que separaba las
estancias, la quería y quería hacerla feliz a pesar de no encontrar el modo,
Aurora se levantó, fue a la cocina y volvió a hurtadillas con dos vasos de vino
que, según ella, merecían estar presentes en la conversación.
—Yo sé que me quiere. Siento que me quiere. Pero no acierto
a comprender por qué todo tiene que ser tan complicado. Yo tenía asumido que lo
nuestro iba a ser difícil. Que encontraríamos mil trabas en el camino. Que habría
quienes intentarían hacernos daño creyendo que su verdad es la verdad absoluta,
pero esta vez pensaba que estaríamos a salvo con Celia en el periódico. Que
volvería a ser ella misma de nuevo. En un periódico se supone que hay
periodistas, gente de mundo, objetiva y leída que no debería escandalizarse
ante la llamada de un hombre que lo único que tiene son sospechas, pero me he
equivocado de nuevo y me da la sensación de que, en esta ocasión, va a ser
mucho más grave de lo que imaginamos.
—Eres buena Aurora, por eso supones cosas buenas, pero no
todo el mundo es igual. Hay quienes se sienten superiores solo porque en
apariencia son moralmente más correctos que los demás, pero esas personas tienen
tan vacía la vida que necesitan llenarla con pecados ajenos. Pecados que, si
fueran capaces de comparar con los suyos, os abrirían las puertas de esa
felicidad que os intentan arrebatar al instante.
—¿Envidia?
—Entre otras cosas.
—¿Dónde tú vives también es así?
—Parecido.
—No me consuela.
—No pretendía que lo hiciera —sonreí —. Saber que la gente
mala existe nunca puede ser un consuelo, pero quizá si lo haga saber que vuestro
destino no depende ni de vuestros actos, ni de vuestros corazones, sino que
depende de otros. De otros que no saben escuchar porque son incapaces de
comprender que ellos pueden cambiar eso de lo que acabamos de hablar.
—No entiendo muy bien eso que dices, pero tiene sentido
—contestó con un brillo en la mirada que anunciaba una carcajada —, si
estuviera en mi mano, nunca hubiera dejado que los alumnos de Celia le
regalasen ese horror.
Ambas tuvimos que taparnos la boca para no despertar a Celia
con nuestra risa. La ensaladera que la Silva había decidido poner en una de las
estanterías como recordatorio del cariño de los niños a los que añoraba, era
tan horrorosa que hasta la noche parecía querer ocultarla entre las sombras.
—¿Crees que podremos con esto? —me preguntó depositando en
una respuesta que no tenía mucha más esperanza de la que merecía.
—Tu misma le dijiste a Celia el otro día que a su lado
podrías con todo lo que viniera.
—Lo sé. ¡Y lo pienso de verdad! Pero en días como el de hoy,
dudo casi hasta de mi nombre.
—Pues no deberías —me miró extrañada —. Tu nombre decora el
cielo antes de que salga el sol. Le da paso al día, a la vida y con ella a lo
bueno y a lo malo que pueda traer, pero siempre alumbra, siempre vuelve y siempre
lo hará. Quizá a veces no puedas verla, no puedas verte, pero eso no
significaría que otra persona, al otro lado del mundo, no pudiera estar
disfrutando de ella, de ti. Tu nombre es belleza. Tu corazón es belleza, lo
sabes, por eso sufres, por eso dudas, por eso lloras y por eso, pase lo que pase,
venga lo que venga, seguirás luchando contra las nubes que quieran tapar el
brillo de tu felicidad, esa que deseas compartir y regalar. Esa que sabes no te
pertenece por completo.
Aurora sonrió ante mi respuesta. Y vi como una luz especial
se apoderaba de sus ojos cansados haciéndome desaparecer.
Se levantó y se acostó al lado de Celia, al lado de su
cielo. Cerró los ojos y se dispuso a ser en un par de horas esa luz rosada que anunciase
la grandiosidad de un nuevo día. Lamentó por un segundo mis palabras. Saber que
su destino no dependía de ellas le provocaba una extraña e incómoda sensación,
pero se durmió preparada para asumir su papel, para luchar contra él en caso de
que fuera necesario. Para ser el paraguas si amanecía lloviendo o la luz
amarilla que se abre camino en la densa niebla si las nubes decidían acariciar
el suelo. Respiró profundo y sintió que podría ser el muro capaz de desviar el
gélido viento. El sol entre las nubes. El segundero de un día fugaz o el reloj
de arena de uno eterno. El recuerdo de un día inolvidable o el olvido de uno
digno de no recordar… Aunque a su calendario terminase por quedarle solo un
día. Aunque a ese día, solo le quedase una noche.
Precioso adriana y como hablas con Aurora para convencerla de que al lado de Celia será feliz pero que no todo depende de ellas
ResponderEliminarDe quién depende?
ResponderEliminarCandela y Luz negándose en rotundo a rodar cualquier cosa que sea digna de sus personajes y de toda la lucha que llevamos.
ResponderEliminarPagamos los sueldos entre las aureliers si hace falta de las dos.
Y punto.
Perdón que no sea digna de sus personajes...
ResponderEliminarGracias Adri por tus relatos.
Precioso como siempre, he leído los dos,tenía el otro pendiente😉.Uno es puro deseo,un sueño que nos gustaría que fuera realidad😍. Y el otro es la dura realidad de la vida😢,suya y nuestra. Pero te equivocas...«Saber que su destino no dependía de ellas le provocaba una extraña e incómoda sensación», lo Único que tenemos nuestro es nuestro Destino👍.Y da igual quien nos lo quiera destrozar y lo que nos cueste luchar.Pero si nos dejamos chafar ya no seremos nosotras,seremos personas vacías.Y eso no lo tenemos que tolerar.😉😘😘
ResponderEliminar