domingo, 13 de noviembre de 2016

Ya hemos pensado suficiente

Aurora salió de comisaria manteniendo las formas y el decoro como pudo, pero, cuando atravesó la calle que desembocaba en el parque que debía cruzar para llegar hasta la parada del tranvía que la llevaría de vuelta a casa, se derrumbó.

Oculta tras la espesura de un arbusto que hacía desaparecer el banco que tenía detrás, rompió a llorar al recordar que sus pasos nunca podrían llevarla ante un altar junto a la mujer a la que amaba. No podía creerse lo que acababa de hacer. Ni siquiera sabía muy bien porque lo había hecho. Su corazón le había dicho que debía hablar con Velasco. Sabía que convencer a Celia para que apartase la idea que se le había metido en la cabeza no iba a ser fácil y pensó que el inspector, dentro de lo malo que podría traer que una de las dos volviera a casarse con un hombre, sería la opción menos peligrosa. Haber visto a Celia dispuesta a aceptar a cualquier otro hizo que sintiera en su cuerpo el dolor que le habían dejado los golpes de Clemente y, al menos con Velasco, no tendrían la necesidad de fingir porque ambas partes conocerían la conveniencia de aquel trato. Aun así, le dolía el corazón solo de pensarlo, solo de imaginarla dando el “Sí quiero” a otra persona que no fuera ella.

Se recostó en el respaldo del banco y sintió como las ramas del arbusto le acariciaban los hombros. Suspiró dándose por vencida y se abandonó al cielo despejado, al lienzo que su azul le regalaba. Sobre él, dibujó el camino andado y sin piedad dibujó también el que les quedaba por andar. Eran muy diferentes, tanto que no puedo evitar sonreír agradecida al grupo de golondrinas que, ajenas al futuro, comenzaron a bailar por encima haciendo que se disipase todo. ¡Ella quería ser una golondrina más! Quería volar libre. Burlarse del mundo con coreografías innatas. Chocar su ala contra la de Celia en un giro sin temor a que ninguna otra les dijese nada. Construir un nido al que solo ellas pudieran acceder y acurrucarse dentro de él en los días de lluvia sin miedo a que el agua entrase para destruirlo todo. Pero ella no era una golondrina y el nido que creía haber construido con ramas irrompibles, estaba sufriendo las consecuencias de un temporal social para el que creía estar preparada y que, sin embargo, estaba rompiendo las ventanas, tirando las paredes y, con furia, estaba calándole hasta los huesos.

Mientras Aurora intentaba sin demasiado éxito calmarse, Celia regresaba a casa con las bolsas de la compra cargadas de reproches y malas miradas. El mundo, ese en el que ella había depositado demasiadas esperanzas, la estaba fallando de nuevo. La mentira de Flora había servido para que muchos vecinos supieran que era eso que les extrañaba de las dos mujeres que vivían solas en uno de los pisos de la corrala. Ellos ya habían elucubrado, pero el rumor que se había extendido como la pólvora, resultó convencerles más que ninguna otra cosa y, dado que sus vidas tampoco eran ejemplares, tener un blanco común al que enfrentarse, hacía que fueran mucho más llevaderas.

Celia estaba cansada. Llevaba estándolo desde que Marina había irrumpido en sus vidas para desmoronarlas y, aunque lo ocurrido con Flora nada tenía que ver con ella, la deuda que sentía para con Velasco, no era otra cosa que la sombra de esa enfermera que vivía para hacer el mal mientras se camuflaba en el bien. Pero no podía verlo, la culpa por haber recurrido al tío Ricardo, por haberle ocultado al inspector su participación en el secuestro y todo lo que eso había supuesto para ese amigo que sentía ya no quería volver a serlo, se lo impedían.

¡Qué mala consejera es la culpa! ¡Qué cruel puede llegar a ser! Y es que, con sus garras afiladas y sus manos sucias, había conseguido cubrir los ojos de Celia con un antifaz que estaba impidiéndole ver más allá de ese hombre al que sentía que tenía que salvar. No veía que, por salvarlo a él, estaba destrozando los cimientos que la hacían ser quien era. Que, por querer salvarlo, estaba “matando” a Aurora. Que la sociedad también tenía obligaciones para los matrimonios convencionales. Y es que Celia, sentía tanta culpa que no solo se había olvidado de ella o de Aurora, si no que se había olvidado de las mujeres sufragistas que luchaban por ser libres. De Caridad y la lucha que diariamente mantenía por sacar adelante a sus hijos sola. De Lorenza y el miedo que hizo que abandonase a su bebé. De Carmen de Burgos. De su amada Pardo Bazán. De las páginas de los libros que el doctor Uribe le había obligado a arrancar. Parecía haberse olvidado de todas las palabras que utilizó en la habitación del Excelsior para explicarle a Aurora a qué renunciaba casándose con Clemente. De todas las mujeres que la admiraban a través de un televisor, de un ordenador, o de la pantalla de un móvil cien años más tarde de ella. De la libertad de sus propias hermanas.

No era ella. No recordaba sus principios, sus ideales, sus convicciones. No recordaba su lucha, ni la lucha de la mujer que hacía tiempo sentada en un banco oculto de un parque cada vez más solitario para llegar a casa con los ojos secos. No se recordaba, la culpa que sentía por no poder con el peso que estaba segura le correspondía soportar, le impedía verse.

Cuando Aurora regresó a casa, Celia se mecía en la mecedora que en los últimos días había pasado a ser su mejor compañía. Con la mirada perdida en la nada, ignoró a la enfermera que quiso preguntarle en qué estaba pensando, pero que no lo hizo porque las ultimas respuestas a esa pregunta no habían hecho más que empeorar las cosas. En silencio se sentó frente a ella y agradeció el intento de sonrisa que los labios de Celia simularon, aunque no consiguieran llevarla a cabo. La miró a los ojos y Celia le devolvió la mirada, Aurora estaba segura que tras la tristeza que mantenía su ceño fruncido seguía estando la mujer de la que se había enamorado, así que la cogió y la llevó ante el espejo de la habitación.

—Sonríe —le pidió con la barbilla apoyada en su hombro izquierdo mientras le rodeaba la cintura con los brazos —. Sonríe y convéncete de que, pase lo que pase, yo siempre voy a estar a tu lado.

—No puedo sonreír Aurora. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?

—Porque ser feliz no es fácil.

—¡Y ser libres menos!

—Piensa que nunca podrán encerrar a nuestros pensamientos.

—¿Y en qué piensas ahora?

—Pienso: ¡Que es una lástima que estés pensando en casarte con otro porque me sigue encantando este huequito de aquí!

Aquel comentario y el hecho de que Aurora hundiera sus labios en el cuello de Celia, consiguieron lo que parecía imposible. Una sonrisa sincera se dibujó en el espejo. Casi diría que fue una carcajada, pero cuando su dueña la vio, la culpa golpeó con fuerza todos los pilares que la habían construido.

—¿Por qué lloras ahora? —preguntó Aurora al levantar la cabeza y descubrir que una lágrima descendía por la mejilla sonrosada de Celia.  

—¿Y por qué no?

—Pues porque no me gusta verte así. Velasco accederá a perdonarte, ya lo verás. Seguro que Gabriel habla con él y lo convence. Podrás casarte con él por mucho que a mí me duela. Después, cuando hayas recuperado tu trabajo como maestra y encontremos la forma de vivir los tres sin que a nadie le parezca extraño, todo volverá a ser como hasta ahora.

—Hasta ahora no es que nos haya ido muy bien la verdad.

Celia volvió a sonreír, Aurora lo hizo con ella y las curvas saladas de sus labios, se fundieron en un beso detenido del que no se separaron hasta que no dejaron de llorar.

—Yo no quiero casarme con…

—Ya lo sé amor mío. Ya lo sé.

—…pero es que…

—No piensen en eso ahora ¿vale? Creo que por hoy ya hemos pensado suficiente.

Celia volvió a mirarse al espejo. No sabía lo que buscaba, pero no esperaba verse desnuda. En la imagen que le estaba siendo devuelta faltaba su otra mitad. Aurora se había sentado sobre la cama, ya no estaba apoyada en su hombro. Apenas les separaban un par de metros y un escalofrío le recordó lo que se sentía al perderla. Ella no quería eso. Ella estaba luchando precisamente por no hacerlo, pero sabía que no lo estaba haciendo bien y, sin embargo, tampoco había dado con otra solución.

Sujetando las solapas de la bata que llevaba puesta por encima del camisón, se sentó a su lado, respetando el silencio de Aurora que se dejó caer hacía atrás con la mirada fija en el techo. Ella hizo lo mismo, pero con los ojos cerrados.

—¿Ya has dejado de pensar? —preguntó Celia pasados unos minutos mientras buscaba por la cama la mano de Aurora.

—En todo, menos en ti.

Adriana Marquina

4 comentarios:

  1. Precioso adriana se me han saltado las lágrimas pero lo mismo me paso el viernes con la conversación entre Aurora y Velasco no es que me guste mucho la idea de ver a Celia y a velasco casados y es más me pone mala pero no nos queda otra que aguntar el temporal

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  2. Preciosa tu forma de expresar los sentimientos de ambas👍😍, pero al igual que el capítulo del viernes muy doloroso.😉😢.Por qué tiene que ser tan injusta la vida?? Ficción o realidad todos nos merecemos un final feliz,No es fácil dar el paso que dieron ellas, muchas aún intentamos armarnos de valor 😏,y sólo por eso yo creo que ellos o tu nos daréis un final digno a esta historia. 😉😘😘

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    1. Con el mío cuenta seguro.Gracias. A ti y a las que siempre escribís aquí cosas tan bonitas.

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