Oculta tras la espesura de un arbusto que hacía desaparecer
el banco que tenía detrás, rompió a llorar al recordar que sus pasos nunca
podrían llevarla ante un altar junto a la mujer a la que amaba. No podía
creerse lo que acababa de hacer. Ni siquiera sabía muy bien porque lo había
hecho. Su corazón le había dicho que debía hablar con Velasco. Sabía que
convencer a Celia para que apartase la idea que se le había metido en la cabeza
no iba a ser fácil y pensó que el inspector, dentro de lo malo que podría traer
que una de las dos volviera a casarse con un hombre, sería la opción menos
peligrosa. Haber visto a Celia dispuesta a aceptar a cualquier otro hizo que
sintiera en su cuerpo el dolor que le habían dejado los golpes de Clemente y,
al menos con Velasco, no tendrían la necesidad de fingir porque ambas partes
conocerían la conveniencia de aquel trato. Aun así, le dolía el corazón solo de
pensarlo, solo de imaginarla dando el “Sí quiero” a otra persona que no fuera
ella.
Se recostó en el respaldo del banco y sintió como las ramas
del arbusto le acariciaban los hombros. Suspiró dándose por vencida y se
abandonó al cielo despejado, al lienzo que su azul le regalaba. Sobre él,
dibujó el camino andado y sin piedad dibujó también el que les quedaba por
andar. Eran muy diferentes, tanto que no puedo evitar sonreír agradecida al
grupo de golondrinas que, ajenas al futuro, comenzaron a bailar por encima
haciendo que se disipase todo. ¡Ella quería ser una golondrina más! Quería
volar libre. Burlarse del mundo con coreografías innatas. Chocar su ala contra
la de Celia en un giro sin temor a que ninguna otra les dijese nada. Construir
un nido al que solo ellas pudieran acceder y acurrucarse dentro de él en los
días de lluvia sin miedo a que el agua entrase para destruirlo todo. Pero ella
no era una golondrina y el nido que creía haber construido con ramas
irrompibles, estaba sufriendo las consecuencias de un temporal social para el
que creía estar preparada y que, sin embargo, estaba rompiendo las ventanas,
tirando las paredes y, con furia, estaba calándole hasta los huesos.
Mientras Aurora intentaba sin demasiado éxito calmarse,
Celia regresaba a casa con las bolsas de la compra cargadas de reproches y
malas miradas. El mundo, ese en el que ella había depositado demasiadas
esperanzas, la estaba fallando de nuevo. La mentira de Flora había servido para
que muchos vecinos supieran que era eso que les extrañaba de las dos mujeres
que vivían solas en uno de los pisos de la corrala. Ellos ya habían elucubrado,
pero el rumor que se había extendido como la pólvora, resultó convencerles más
que ninguna otra cosa y, dado que sus vidas tampoco eran ejemplares, tener un
blanco común al que enfrentarse, hacía que fueran mucho más llevaderas.
Celia estaba cansada. Llevaba estándolo desde que Marina
había irrumpido en sus vidas para desmoronarlas y, aunque lo ocurrido con Flora
nada tenía que ver con ella, la deuda que sentía para con Velasco, no era otra
cosa que la sombra de esa enfermera que vivía para hacer el mal mientras se
camuflaba en el bien. Pero no podía verlo, la culpa por haber recurrido al tío
Ricardo, por haberle ocultado al inspector su participación en el secuestro y
todo lo que eso había supuesto para ese amigo que sentía ya no quería volver a
serlo, se lo impedían.
¡Qué mala consejera es la culpa! ¡Qué cruel puede llegar a
ser! Y es que, con sus garras afiladas y sus manos sucias, había conseguido
cubrir los ojos de Celia con un antifaz que estaba impidiéndole ver más allá de
ese hombre al que sentía que tenía que salvar. No veía que, por salvarlo a él,
estaba destrozando los cimientos que la hacían ser quien era. Que, por querer
salvarlo, estaba “matando” a Aurora. Que la sociedad también tenía obligaciones
para los matrimonios convencionales. Y es que Celia, sentía tanta culpa que no
solo se había olvidado de ella o de Aurora, si no que se había olvidado de las
mujeres sufragistas que luchaban por ser libres. De Caridad y la lucha que
diariamente mantenía por sacar adelante a sus hijos sola. De Lorenza y el miedo
que hizo que abandonase a su bebé. De Carmen de Burgos. De su amada Pardo
Bazán. De las páginas de los libros que el doctor Uribe le había obligado a
arrancar. Parecía haberse olvidado de todas las palabras que utilizó en la
habitación del Excelsior para explicarle a Aurora a qué renunciaba casándose
con Clemente. De todas las mujeres que la admiraban a través de un televisor,
de un ordenador, o de la pantalla de un móvil cien años más tarde de ella. De
la libertad de sus propias hermanas.
No era ella. No recordaba sus principios, sus ideales, sus
convicciones. No recordaba su lucha, ni la lucha de la mujer que hacía tiempo
sentada en un banco oculto de un parque cada vez más solitario para llegar a
casa con los ojos secos. No se recordaba, la culpa que sentía por no poder con
el peso que estaba segura le correspondía soportar, le impedía verse.
Cuando Aurora regresó a casa, Celia se mecía en la mecedora
que en los últimos días había pasado a ser su mejor compañía. Con la mirada perdida
en la nada, ignoró a la enfermera que quiso preguntarle en qué estaba pensando,
pero que no lo hizo porque las ultimas respuestas a esa pregunta no habían
hecho más que empeorar las cosas. En silencio se sentó frente a ella y
agradeció el intento de sonrisa que los labios de Celia simularon, aunque no
consiguieran llevarla a cabo. La miró a los ojos y Celia le devolvió la mirada,
Aurora estaba segura que tras la tristeza que mantenía su ceño fruncido seguía
estando la mujer de la que se había enamorado, así que la cogió y la llevó ante
el espejo de la habitación.
—Sonríe —le pidió con la barbilla apoyada en su hombro
izquierdo mientras le rodeaba la cintura con los brazos —. Sonríe y convéncete
de que, pase lo que pase, yo siempre voy a estar a tu lado.
—No puedo sonreír Aurora. ¿Por qué tiene que ser todo tan
difícil?
—Porque ser feliz no es fácil.
—¡Y ser libres menos!
—Piensa que nunca podrán encerrar a nuestros pensamientos.
—¿Y en qué piensas ahora?
—Pienso: ¡Que es una lástima que estés pensando en casarte
con otro porque me sigue encantando este huequito de aquí!
Aquel comentario y el hecho de que Aurora hundiera sus
labios en el cuello de Celia, consiguieron lo que parecía imposible. Una sonrisa
sincera se dibujó en el espejo. Casi diría que fue una carcajada, pero cuando su
dueña la vio, la culpa golpeó con fuerza todos los pilares que la habían construido.
—¿Por qué lloras ahora? —preguntó Aurora al levantar la
cabeza y descubrir que una lágrima descendía por la mejilla sonrosada de Celia.
—¿Y por qué no?
—Pues porque no me gusta verte así. Velasco accederá a
perdonarte, ya lo verás. Seguro que Gabriel habla con él y lo convence. Podrás
casarte con él por mucho que a mí me duela. Después, cuando hayas recuperado tu
trabajo como maestra y encontremos la forma de vivir los tres sin que a nadie
le parezca extraño, todo volverá a ser como hasta ahora.
—Hasta ahora no es que nos haya ido muy bien la verdad.
Celia volvió a sonreír, Aurora lo hizo con ella y las curvas
saladas de sus labios, se fundieron en un beso detenido del que no se separaron
hasta que no dejaron de llorar.
—Yo no quiero casarme con…
—Ya lo sé amor mío. Ya lo sé.
—…pero es que…
—No piensen en eso ahora ¿vale? Creo que por hoy ya hemos
pensado suficiente.
Celia volvió a mirarse al espejo. No sabía lo que buscaba,
pero no esperaba verse desnuda. En la imagen que le estaba siendo devuelta
faltaba su otra mitad. Aurora se había sentado sobre la cama, ya no estaba
apoyada en su hombro. Apenas les separaban un par de metros y un escalofrío le
recordó lo que se sentía al perderla. Ella no quería eso. Ella estaba luchando
precisamente por no hacerlo, pero sabía que no lo estaba haciendo bien y, sin
embargo, tampoco había dado con otra solución.
Sujetando las solapas de la bata que llevaba puesta por
encima del camisón, se sentó a su lado, respetando el silencio de Aurora que se
dejó caer hacía atrás con la mirada fija en el techo. Ella hizo lo mismo, pero
con los ojos cerrados.
—¿Ya has dejado de pensar? —preguntó Celia pasados unos
minutos mientras buscaba por la cama la mano de Aurora.
—En todo, menos en ti.
Adriana Marquina
Precioso adriana se me han saltado las lágrimas pero lo mismo me paso el viernes con la conversación entre Aurora y Velasco no es que me guste mucho la idea de ver a Celia y a velasco casados y es más me pone mala pero no nos queda otra que aguntar el temporal
ResponderEliminarPreciosa tu forma de expresar los sentimientos de ambas👍😍, pero al igual que el capítulo del viernes muy doloroso.😉😢.Por qué tiene que ser tan injusta la vida?? Ficción o realidad todos nos merecemos un final feliz,No es fácil dar el paso que dieron ellas, muchas aún intentamos armarnos de valor 😏,y sólo por eso yo creo que ellos o tu nos daréis un final digno a esta historia. 😉😘😘
ResponderEliminarCon el mío cuenta seguro.Gracias. A ti y a las que siempre escribís aquí cosas tan bonitas.
Eliminarmaravilloso!!
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