miércoles, 10 de agosto de 2016

Costumbre

¡Qué fácil es acostumbrarse! Es algo inevitable, todos nos acostumbramos a todo. No hay nada a lo que no nos podamos acostumbrar. Nos acostumbramos a dormir en una determinada postura, a sentarnos en el sofá de una forma concreta, al ruido de los vecinos, a que no pongan nada interesante en la televisión...

Y, a pesar de conocer nuestras costumbres, muchas veces intentamos desacostumbrarnos y probamos posturas nuevas para dormir o para sentarnos, pero siempre acabamos volviendo a la que sabemos que nos da buen resultado porque incluso nuestro cuerpo es capaz de acostumbrarse.

Solemos acostumbrarnos al frío, aunque nos quejemos de él y también al calor aunque añoremos entonces el frío. Si tenemos que ir a un lugar, solemos utilizar el mismo camino, nos hemos acostumbrado a él, sabemos como entrar en la rotonda, que hacer para no encontrar el semáforo en rojo y cual será el tiempo aproximado que tardaremos en llegar. Estamos acostumbrados a que nos duela la cabeza y a tomarnos una pastilla para que se nos pase, a que nos de el aire en la cara si abrimos la ventanilla del coche, a la gente que nos rodea, a querer y a ser queridos...

Estar acostumbrado a algo no siempre significa estar conforme con esa costumbre, pero también nos acostumbramos a las cosas que no nos gustan. Nos acostumbramos al ruido de los coches, a que la luz de las farolas no nos deje ver las estrellas, a la ausencia. Sí, a la ausencia también nos acostumbramos. Puede ser la ausencia de un algo o de un alguien, si es de un algo es sencillo, porque al no tenerlo nos acostumbramos a no utilizarlo, pero cuando se trata de acostumbrarse a que alguien que estaba ya no esté la cosa cambia, porque tenemos que acostumbrarnos y desacostumbrarnos a la vez y al final, sin darnos cuenta, también nos acostumbrarnos a que ese conflicto viva en nuestro interior.

 A veces me da por pensar que la costumbre se ríe de nosotros porque te puedes acostumbrar a algo la primera vez que lo ves, que lo haces, que lo sientes. Te puedes acostumbrar a unos ojos nada mas verlos, a unos labios nada mas besarlos, a ese escalofrío de cuando se eriza la piel. Te puedes acostumbrar tan rápido a esa primera vez como a la última y es curioso como no nos damos cuenta de que nos hemos acostumbrado a algo, hasta que nos toca acostumbrarnos a que ese algo ya no es una costumbre.

Muchas veces oímos decir “no me acostumbro” y es mentira, porque hasta al no acostumbrarte te acostumbras. Nos acostumbramos de tal manera a las cosas que no somos conscientes de que lo estamos haciendo.

Y, viendo lo rápido que mis dedos se han acostumbrado a escribir la palabra costumbre... Viendo lo rápido que mi cerebro se ha acostumbrado a su significado... Y viendo lo rápido que se me ha olvidado que era lo que quería decir, me pregunto; si la costumbre de acostumbrarnos, será una buena costumbre a la que acostumbrarse.

Adriana Marquina

4 comentarios:

  1. Precioso.Un bonito trabalenguas con reflexión incorporada.Yo si que no me Acostumbro a que tu pluma sea tan asombrosa.;-)

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  2. Precioso.Un bonito trabalenguas con reflexión incorporada.Yo si que no me Acostumbro a que tu pluma sea tan asombrosa.;-)

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  3. Acostumbrarme y desacustumbrarme a la vez dificil será y tendré esa lucha de la que hablás...espero no acostumbrarme a su ausencia...Y si a todo lo demás se acostumbra uno. Un abrazo y salud x tu buena costumbre de escribir

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  4. Tienes razón.Acostumbrarse a ĺa falta de algo es fácil, lo difícil es acostumbrarse a la falta de ALGUIEN.

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