jueves, 11 de agosto de 2016

Sin palabras

Dos horas. Ese es el tiempo que llevo intentando escribir este paralelo. Escribo y borro, borro y escribo. Hablo de Marina, de lo que les costó a Celia y a Velasco obtener la huella correcta que corroborase definitivamente que la enfermera era la asesina que estaban buscando y como no me gusta la forma en que lo narro me deshago de ello sin piedad y me frustro. Me frustro y me imagino a Velasco en su mesa tras recibir los análisis de la huella que obtuvieron de la primera taza de café igual de frustrado que yo. Cabizbajo, pensando en cómo decirle de nuevo a su amiga que habían fracasado, que no había coincidencia porque tenían las huellas de la mano izquierda y necesitaban las de la derecha. Lamentando que su ingenio hubiera vuelto a chocarse contra una pared, maldiciendo las horas perdidas e imaginando a su padre en una sombra de su despacho, con el puro humeante entre los dientes relucientes, riéndose de él, señalándole con el dedo mientras el brillo orgulloso de la decepción que sentía hacia su hijo le daba de nuevo la razón. Me lo imagino y me apiado de él del mismo modo en el que él se está apiadando ahora de mí concediéndome este párrafo que, no me gusta demasiado, pero que es lo mejor que he escrito hasta ahora.

Me frustro y me imagino lo que sintió Celia al recibir la noticia. La incredulidad ante el hecho de que todo el esfuerzo no hubiera servido de nada, otra vez. Aquella mujer había intentado asesinarla, a ella y a la persona a la que amaba, a su amiga. Ella lo sabía, Velasco la creía con firmeza, tenían los informes que detallaban el inestable estado mental de la susodicha, coincidían con las descripciones de los libros en los que el Inspector se había refugiado buscando la salida de aquel laberinto que ya lo tenía agotado. El hecho de que la reacción al anónimo fuese acudir a la cita había dejado claro que a Marina le interesaba conocer a quien conocía su otra cara y, sin embargo, Velasco tenía razón, con una buena excusa aquella mujer podría justificar su presencia en la terraza de El Continental tirando por tierra todo lo conseguido que, al igual que esto no era demasiado, pero que por primera vez los mantenía en la dirección correcta.

Me frustro y escribo a la desesperada, confiando como puedo en las palabras que van llenando el maldito folio en blanco que tantas veces me atormenta y comprendo a la Celia que igual de desesperada que yo acudió a desayunar con Aurora sabiendo que había quedado con Marina para ver si de ese modo podía, por su cuenta, conseguir la ansiada huella de la maldita mano derecha, la mano de la asesina, esa que impoluta estaba manchada con la sangre de quienes se habían interpuesto en su camino de odio.

Veo otro párrafo y siento cómo el corazón se me desacelera, cómo la mandíbula se relaja, que los dedos ya comienzan a pensar por si solos y sonrío sin sonreír, disimulando como cuando Celia vio a Marina quitarse los guantes, orgullosa pero precavida porque, al igual que ella, yo tampoco olvido que la musa tal y como viene puede irse aunque, en aquella ocasión, a ella la jugada le salió redonda.

Marina, con esa confianza que tienen quienes piensan que son más inteligentes que nadie, sujetó la taza con la mano derecha. ¡Por fin! Por fin iba a conseguirlo y se puso tan nerviosa al pensarlo que se levantó con el temple que surge cuando intentas disimular que tu corazón late dos o incluso tres veces más rápido de lo normal para instruir al camarero que, habiendo sido testigo de la intervención policial del día anterior, no dudó en colaborar bordando un papel del que no podría hablarle a nadie.

Celia lo tenía, pero yo todavía no y aunque ya no siento la frustración de la que os hablaba porque la banda sonora de mi serie de televisión favorita parece estar surtiendo efecto, sigo cargando con sentimientos encontrados. Supongo que parecidos a los que lleva Aurora a la espalda, a los que a pesar de la alegría de haber obtenido la prueba que la policía no había conseguido obtener seguía llevando Celia, ambas sabiendo que saben algo que la otra debería saber sabiendo a su vez que de decirlo, que de contarlo, estarían traicionando a quienes habían confiado en ellas ciegamente. Aurora porque no podía decirle a Celia que su hermana pequeña estaba esperando el bebé de un hombre que aprovechando su condición se había aprovechado de ella (Sé que más tarde Elisa confiesa que mintió pero, verdad o mentira estaba embarazada y tampoco podía contárselo porque había prometido no hacerlo y, Aurora, aparte de ser una mujer de palabra, contaba con los errores suficientes como para ponerse en la piel del origen de aquella mentira. El miedo). Celia porque aun sabiendo que había sido Marina quien había intentado matarlas, aun siendo consciente de que aquella no sería la última vez que Aurora quedaría a desayunar con ella con el riesgo que eso conllevaba, no podía contarle los avances de la investigación, no al menos de golpe, no sin confirmar que la taza que escondía en el bolso era en realidad la llave que abriría la celda tras la que confiaba ver a Marina (También sé que una vez confirmado se lo cuenta a Francisca y a Adela en vez de a ella pero... ¿Cómo no hacerlo?).

Marina, ahora que ya estoy confiada puedo hablar de Marina, ponerme en su segura piel, en su altiva mirada, en ese soy más lista que tú con el que se siente superior a Celia sin serlo, ese con el que ahora miro a las palabras aun siendo consciente de que en un segundo pueden descubrir mi necesaria mentira. Marina era consciente de que Celia también podía hacerlo pero algo nos diferencia y es que yo me dejaría asesinar por mis enemigas sin dudarlo porque, morir de la mano de quienes me dan la vida, no sería una batalla perdida sino un sueño cumplido, pero ese, es otro tema y a Marina y a mí nos separan, aparte de cien años, un corazón. A lo que iba, que me confío y me pierdo y, ahora que me he encontrado no puedo permitírmelo.

Marina, la enfermera que al ver la herida en el labio de Velasco no comprendió la urgencia, la misma que habiendo fracasado dos veces no se había dado por vencida, esa a la que Aurora le había servido sin saberlo, en bandeja de plata, la vida de la hermana que ya se le escapó una vez. La niña mimada de un prestigioso médico que se había encargado de mantener limpio el nombre de su hija sin pararse a pensar en que ni el trabajo, ni el nombre, ni la educación conseguirían salvarla de sí misma. El detonante había sido Blanca porque Cristóbal fue quien se cruzó en su camino pero, si no hubiera sido ella hubiese sido otra, con otro nombre, otra piel, otras hermanas, otro nivel, otra con otra vida, tal vez en otra ciudad, pero otra al fin y al cabo porque Marina había nacido para odiar aunque hubiera vivido luchando contra ello. Era una batalla perdida que en su mente creía ganada. Se mentía para sonreír cuando en realidad aborrecía hacerlo y sabía cómo parecer una amiga solo para ser la enemiga que sabía podía llegar a ser.

¿Enemiga? Para enemigas las palabras que, vengándose de mí, han decido abandonarme en el último momento y, al igual que Velasco a su padre, las veo alejarse en el cielo de la oscura noche que entra por la ventana, que lo ha dejado todo en penumbra porque no he sido capaz ni de levantarme a dar la luz. Todo menos la brillante línea blanca que vacía termina mis frases riéndose de mí, de la hora que es, de lo que madrugo mañana y de lo que me gusta un buen final para el cual, sintiéndolo mucho, me he quedado sin palabras.

Adriana Marquina

4 comentarios:

  1. Tu pluma me impresiona y me inspira cierto temor porque pintas a Celia y Aurora con una gran nobleza y corazón y a Marina cómo la oscuridad que puede haber en el mundo una vez más me dejas sin palabras y nunca mejor dicho jejeje

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    1. Son el contraste de la vida... aunque debemos quedarnos con lo que aportan las primeras jjejeje. GRACIAS de corazón!

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  2. Si eres capaz de escribir esto sin tus musas, cuando ellas acudan a ti nos matarás de amor.

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    1. Espero que no porque si no a ver quien me lee ejjeje Gracias.

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