jueves, 21 de abril de 2016

Celias y Auroras

El reloj de pared del salón de casa Silva anunciaba las dos y media de la madrugada en el preciso instante en que comencé a subir las escaleras. Puede que esas no sean horas de ir a visitar a nadie pero, en uno de esos paseos oníricos de los que a veces os he hecho participes y que tanto me gusta dar, me vi contemplando la fachada de aquella monumental casa y no pude evitar la tentación de entrar a comprobar de quien era la silueta que se dibujaba en la ventana del dormitorio de nuestra querida Celia.

Tras el sobresalto horario y unos cuantos minutos de pasos sigilosos que no fueron capaces de esquivar las tres o cuatro tablas de madera sueltas del suelo con las que me topé y que hicieron que me detuviera para asegurarme de que el silencio de la noche seguía siendo silencio, llegué a aquella puerta que tanto añoraba tener delante y que se abrió ligeramente antes de que me diera tiempo a coger el picaporte.
-- Pasa, pero no hagas mucho ruido que Celia duerme --dijo Aurora en un susurro que se alejó de mí antes de que pudiera reaccionar.

Efectivamente Celia, abrazada como una niña a su almohada, dormía plácidamente en su cama mientras Aurora la observaba desde la silla del escritorio que había colocado delante de la ventana.
--¿Es preciosa verdad? --preguntó sin tan siquiera mirarme con las manos apoyadas sobre su vientre, como si le hablase al bebé que en él se gestaba y no a mí.
--Sí que lo es --respondí acercándome a ella con el mismo sigilo con el que había recorrido toda la casa mientras intentaba contener los halagos que pasaron por mi cabeza y que no hubieran sido del todo apropiados en ese momento.

Al responder aquello, Aurora me miró como si pudiera haberme leído el pensamiento y sonrió ligeramente cubriéndose la boca con la mano mientras negaba con la cabeza algo que parecía estar pensando y que tuve la sensación ni ella misma comprendía.
--¡Y pensar que he estado a punto de cometer una locura!
Al decir aquello volvió a mirar a Celia, a negar con la cabeza mientras sonreía y me ofrecía como asiento el arcón que vigilaba los pies de aquella cama.
--Pero no lo has hecho --respondí apoyando mis manos sobre sus rodillas --. Estás aquí Aurora, las dos estáis aquí.
--¿Sabes? --preguntó sin cambiar el gesto -- Cuando Adela ha propuesto que nos quedásemos a dormir aquí al enterarse de que ya habíamos perdido el último tranvía hacia Arganzuela, no he sentido miedo, he sentido alivio. Alivio porque no me he sentido como una invitada extraña sino como parte de esta familia que tanto ha hecho por mí y que tan poco ha recibido a cambio.
--¿Tan poco? Aurora, mírame. Haces que Celia sea feliz, que sea libre dentro de esa jaula en la que tenéis que encerrar lo que sentís la una por la otra. Haces que sea ella misma y eso no es poco, es lo contrario, lo es todo. ¿Acaso has olvidado que fuiste tú quien en esta misma habitación le ofreció la libertad de que sintiera como es? Aquel día le hiciste el mejor regalo que nadie podría haberle hecho.
--¡Claro que no lo he olvidado! ¿Por qué crees que no puedo dormir? Atravesar esa puerta ha sido como reencontrarme conmigo misma, con esa Aurora valiente que le dio aquel regalo y no dejo de preguntarme como fui capaz de abandonarla una vez, como he podido pensar en volver a hacerlo de nuevo, como pude perderme tanto.
--El miedo es el peor consejero Aurora pero ahora te miro a los ojos y ya no lo veo, no dejes que vuelva a vencerte.
--No lo hará porque ahora... ¡Ahora vamos a tener un hijo!

Aquella frase volvió a iluminarle la sonrisa, la mirada y casi podría decir que el corazón. Fue decirla y llevarse las manos al vientre de nuevo, como si con ellas volviera a hablarle de Celia a la pequeña personita que, por su reacción, pareció moverse en aquel mismo instante.

--Entre el camisón de Aurora, los susurros y la sombra que os da la ligera luz que entra por la ventana parecéis dos espíritus --dijo de pronto Celia incorporándose sobre sus brazos con la voz aun adormilada --Solo espero que de ser así, seáis el del presente y el del futuro que de pasado ya he tenido suficiente.
--¿Te hemos despertado? --pregunté algo apurada conteniendo las ganas de sonreír ante aquella reflexión.
--No. En realidad llevo despierta desde que Aurora te ha abierto la puerta pero me ha parecido interesante la conversación y no he querido interrumpiros.

Aurora comenzó a reír de amor en silencio y, en ese preciso instante, caí en la cuenta de lo que la había echado de menos porque pude reconocer de inmediato a la mujer que dejó de ser por intentar ayudar a una familia que nunca sería. La reconocí por la alegría con la que enmarcó sus dientes y es que debéis saber que; nadie es tan uno mismo, como cuando ríe de amor.

La visita fue breve. Me había acercado hasta allí para sentir de cerca la energía de esa casa en la que a veces los milagros deciden plantarle cara a la dura realidad y, a riesgo de invocar sin querer con alguna pregunta inoportuna a ese fantasma del pasado del que Celia, y probablemente Aurora, no quería oír hablar en la primera noche del resto de su nueva vida, decidí dejarlas tranquilas. Sabía que querían coger el primer tranvía de vuelta a Arganzuela para que Celia pudiera llegar a tiempo a sus clases y aunque insistieron en que me quedase un rato más, no quise abusar de una confianza que pedía a gritos descansar.

No voy a negaros que me quedé con unas ganas inmensas de decirle a Celia lo valiente que me había parecido su decisión de presentar a Aurora a sus hermanas. Lo sencillo y fácil que había hecho que pareciera el que probablemente ella sintiera como uno de los momentos más delicados de su vida. Lo que haber podido ver esa imagen, esa reacción esperanzadora, esa complicidad para con sus hermanas y a esa Aurora emocionada sintiéndose al fin parte de algo, ha supuesto para nuestro pequeño gran grupo de Celias y Auroras de hoy en día. Tampoco diré que no quise regañar un poco a Aurora por el mal trago que nos hizo pasar en esa cocina que de pronto se convirtió en un infierno, o preguntarle como había sido capaz de salir de casa de las hermanas en dirección a ese tren que finalmente no cogió sabiendo que en el camino no se encontraría de nuevo con Celia porque acababa de dejarla atrás. Y, por supuesto, no negaré que en este paralelo me he quedado con ganas de hacer que el tiempo retroceda unas horas, con ganas de ir a buscaros a vuestras casas y llevaros a todas conmigo a ese salón en el que saboreamos junto a Celia las lágrimas rotas de la amargura para, después de abrazarla, ovacionar la entrada de Aurora que en realidad era el único consuelo que necesitaba. Sabed, además, que me quedé con las ganas de aplaudir junto a vosotras, gritando en silencio para no interrumpir, el momento en el que Aurora dijo aquella frase que tanto deseo poder decirle yo a mi mujer algún día, la de "vamos a tener un hijo" y es que, estoy segura, de que al igual que me pasó a mí, todas visteis con claridad como Aurora abrazaba por detrás a una Celia embobada que sujetaba entre sus brazos, con el cariño más sincero y frágil del mundo, a una pequeña personita que envuelta en una manta blanca y pura como su inocencia, sonreía al ver ante sí a las dos madres más valientes de todo Madrid.

Adriana Marquina

3 comentarios:

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  2. ¡¡ Oinss que bonito Adriana !! Eres una crack hija mía, sigue así. Acabo de leerlo mientras escuchaba a uno de mis compositores de piano favoritos, Ludovico Einaudi, y, con una canción de lo más dulce y suave, ha conseguido que leer tu paralelo e imaginarme la escena haya estado lleno de magia y amor. Enhorabuena por todo esto, y también por tu novela por cierto. Espero que tengas mucha suerte y muchos éxitos. Un beso guapa. Tu mujer debe de estar muy orgullosa de ti, al igual que todas las Aureliers, y yo también claro esta jajaja ;)

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  3. Buenas noches, hace tanto que no comento, que no me sumerjo..
    Solo decirte, muchas gracias por hacernos vivir la ilusión de contemplar sus vidas, sus momentos de descanso, por representarnos en esos sueños y acompañar sus regocijos y sinsabores.

    También quiero agradecerte la dedicatoria de tu libro, y que menciones al ejército Aurelier, haces que me sienta un poco importante.

    Un abrazo muy grande. Raquel

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