sábado, 7 de enero de 2017

El Final que yo le hubiera dado (parte II)

Cuando Rosalía cerró la puerta de casa Silva, todos los allí presentes respiraron con alivio. Velasco, que no era muy dado a enfrentamientos, se apoyó en la barandilla de la escalera con aire preocupado.

—No sé hasta qué punto podremos evitar la denuncia de este animal. Legalmente tiene las de ganar.

Gabriel, que estaba a su lado, apoyó la mano sobre el hombro de su amigo intentando tranquilizarlo. Si Camilo decidía denunciar o no, no era lo importante en aquel momento.

—Esperadme en el salón —dijo Cristóbal mientras comenzaba a ascender las escaleras —. Voy a ver qué tal esta Aurora.

Todos los allí presentes asintieron. Cabizbajas, las hermanas tomaron asiento primero. Los hombres se quedaron de pie a su alrededor, como si ese acto fuera a protegerlas de sus propios pensamientos. Rosalía y Benjamín bajaron a la cocina. La mujer pensó que una tila iría bien para soportar la espera y que de paso templaría los cuerpos temblorosos y congelados por la tensión acumulada.

Cristóbal llamó con cariño a la puerta de la habitación. Un susurro le suplicó que pasase. Celia, apoyada en el cabecero de la cama, sujetaba a Aurora entre sus brazos.

—¿Cómo está? —preguntó el médico procurando hacer el menor ruido posible.

—Muy débil Cristóbal —sollozó Celia —. Demasiado débil.

—Celia no creo que… —comenzó a decir el doctor mientras sujetaba la muñeca de su amiga para palpar un pulso casi inexistente.

—No lo digas. Por favor, no lo digas.

La suplica de Celia hizo que Cristóbal guardase silencio. Ambos sabían que a Aurora apenas le quedaban unos minutos de vida y que nada se podía hacer ya por salvársela.

—Estaré abajo para lo que necesites. Todos estaremos ahí —aseguró antes de marcharse y tras besar la frente incandescente por la fiebre de su amiga.

—¡Cristóbal! —lo detuvo Celia antes de que cerrase la puerta —El que gritaba hace unos minutos era Camilo ¿verdad?

—No te preocupes por él ahora. Tus hermanas han hecho lo que tenían que hacer. Podéis estar tranquilas.

La puerta se cerró con la misma delicadeza con la que se había abierto y, sin embargo Celia, sintió que aquel había sido el mayor portazo que había escuchado jamás. El portazo que la dejaba a solas con una vida que se le escapaba entre los brazos sin que pudiera hacer nada por evitarlo.

Intentando contener las lágrimas que asomaban a sus ojos, apretó con cuidado el cuerpo de Aurora contra el suyo. Los parpados de la enfermera se despegaron ligeramente. Desde ellos, a través de una fina línea por la que solo pudieron colarse los ojos de Celia, quiso hacerle entender a su compañera que la próxima vez que los cerrase, sería para siempre. Sacando fuerzas de donde no las tenía, Aurora acarició la mejilla empapada del amor de su vida.

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —musitó conteniendo la tos que el esfuerzo de hablar le suponía.

—Lo sé cariño. Lo sé porque siento exactamente lo mismo que tú, pero no hace falta que digas nada mi amor. Guarda esas fuerzas para mañana, 1916 te necesita. Yo te necesito.

Los labios de Aurora dibujaron una ligera sonrisa. Sabía que aquel año que acababa de comenzar tendría que continuar sin ella y sin embargo, la mirada llena de amor de su otra mitad, conseguía que pareciera que estaba equivocada.

—Está bien —volvió a susurrar haciendo caso omiso del silencio que le rogaba Celia sabiendo que las fuerzas que las palabras sin decir le ahorrarían no serían suficientes —. Ya no te digo nada más —la maestra sonrió encandilada ante una cabezonería en la que depositó toda su esperanza —, pero necesito que sepas que no quiero morirme Celia. Que no voy a morirme. Que cuando cierre los ojos lo que voy a hacer es despertar. Despertarme del mejor sueño que nadie ha podido imaginar jamás.

—Para mí será una pesadilla —sollozó negando con la cabeza mientras le besaba con cariño el reverso de la mano. 

—No sé dónde voy a ir, pero te juro mi vida que vaya donde vaya, volveré a dormirme, volveré a buscarte. Volveré para salvarte de esa pesadilla, de este mundo injusto, de cada juicio de amor que pretenda encarcelarte. Te prometo que volveré por ti mi amor, siempre vuelvo por ti.

—Yo te prometo, mi vida, que estaré esperándote —respondió Celia acariciándole el rostro mientras los parpados de Aurora se cerraban despacio, como lo hace el telón del escenario de un teatro cuando acaba una maravillosa función.

El corazón de Celia se paró en aquel momento. La mano que sujetaba la mejilla de Aurora también. Ambos se congelaron ante la muerte. Ante la injusta muerte de quien lo único que quería hacer en la vida era vivir. Todo se detuvo un instante. El aire buscaba la respiración que le faltaba. La luz tenue de la lámpara de la mesilla de noche se apagó tras los ojos cerrados de la maestra. Las sábanas de la cama dejaron de dar calor. El colchón se convirtió en una roca. En el salón, un vaso de agua estalló sobre la mesa. Aurora se había ido y las sombras que Camilo había enviado para recoger su alma pecadora se doblegaron ante el grito ahogado de Celia. A Aurora no la esperaba el infierno. A ella le correspondía el cielo azul, las nubes puras, el aire libre. A ella le correspondía ser un ángel. El ángel de la guarda que con sus alas blancas impediría que Celia se estampase contra el suelo del abismo que acababa de abrirse bajo sus pies.

Diana y Blanca se pusieron en pie en cuanto el lamento de Celia atravesó la puerta y descendió las escaleras, pero Elisa las detuvo.

—Ya bajará ella —murmuró dejando que las lágrimas que le atravesaban el rostro le quemasen la delicada piel —. Lo hará cuando esté preparada.



Como si entre sus brazos descansase un bebé recién nacido que no puede conciliar el sueño. Celia mecía el cuerpo inerte de Aurora.

—Descansa Meine Liebe. Descansa y vuela. Recorre el mundo y por las noches, cuando veas que no puedo dormir sin el calor de tu cuerpo, sin tu respiración a mi lado, cuélate por mi ventana. No llames, aunque la veas cerrada estará abierta. Entra. Siéntate a mi lado. Acaríciame la cara. Dame un beso en los labios y cuéntame un cuento. Uno con final feliz, uno que haga que vivir, sea un poco más sencillo sin ti.



El reloj anunciaba las tres de la madrugada cuando Celia, por fin, se vio capaz de separarse del cuerpo de su amada. Con cuidado la recostó sobre la cama, la arropó y le besó los labios fríos empapándolos con las lágrimas que se detenían en los suyos. Cuando llegó a la puerta del salón, no hizo falta que dijera nada. Sus hermanas fueron a su encuentro de inmediato. El cansancio, el sueño y los nervios de la espera las habían dejado traspuestas en el sofá, pero se levantaron a arroparla sin dudarlo un instante. Rosalía les acercó una manta para que la envolvieran en ella. Cristóbal la miró pidiéndole un permiso que le fue concedido con una mirada agradecida que rompió a llorar de nuevo. Los demás permanecieron en silencio, inmóviles, como si no quisieran ser culpables de nada que pudiera hacer más duro aquel momento, aunque Velasco, asomado a la ventana, intentaba contener las lágrimas que le empañaban los ojos.

El resto de la noche transcurrió en apenas un instante. Celia no fue consciente de cuando se quedó a solas con Diana en el sofá. Cristóbal se encargó de todo. Llamó al hospital para informar que Aurora Alarcón había fallecido y para que fueran ellos desde allí quienes avisasen al hermano. Él no tenía nada más que hablar con aquel despreciable ser. El cuerpo lo aseó y preparó Rosalía. Puso más cariño en aquella tarea del que nadie podía haber imaginado. Por un instante sintió que volvía a preparar a su hija, aunque sabía que aquella mujer era más noble que ella. Cuando la tuvo vestida con la ropa que Celia había sugerido, su falda verde y su camisa de cuadros, avisaron a los servicios fúnebres para que pasasen a recogerla. Todos sabían que en cuanto Camilo pudiera decidir le quitaría esa ropa y le pondría un vestido negro, pero para Celia era importante y nadie quiso llevarla la contraría.



Las campanas de la iglesia repicaron más enfadadas que nunca al ver que entre los asistentes al funeral de Aurora, no estaba Celia Silva. Retumbaron de tal manera que muchos miraron hacia arriba para asegurarse de que seguían siendo dos. A la persona que más quería a la fallecida, se le había prohibido asistir y, aunque estuvo a punto de tentar a la suerte, prefirió hacer caso a su amigo y esperar a que todo el mundo se hubiera ido para acercarse hasta la tumba que le había correspondido a su otra mitad, a depositar una preciosa rosa blanca que, a pesar del frío invierno, había florecido como un milagro en el rosal del jardín de casa Silva.

Los pasos de Celia eran lentos. Sabía que se dirigía hacia el final de todo en cuanto había creído hasta ese momento. Bajo la tierra removida, encerrados en un ataúd de madera y vestidos de negro, el amor, la esperanza y las ilusiones de los últimos años, la recibieron tan abatidos como ella. En la tumba no había lapida, ni epitafio, tan solo un Aurora Alarcón Marco que la hacía parecer una más de cuantos allí había, aunque la mujer que de rodillas se disculpaba por la falta de fuerzas que sentía, sabía que no era así. Que su Aurora había sido grande, que le había dado sentido a su vida y a la de mucha gente, que quería cambiar las cosas, que el mundo era un poco mejor después de que ella hubiera pasado por él. Para Celia, Aurora estaría a su lado toda la vida y como tal se dirigió a ella para recitarle un verso de uno de sus poemas favoritos.

Cuando el dulce Cazador,

me tiró y dejó herida,

en los brazos del amor

mi alma quedo rendida;

Y, cobrando nueva vida,

de tal manera he trocado,

que mi ser Amado es para mí,

y yo soy para mi ser Amado.



Aquellas palabras no eran suyas, pero desde que Aurora le mostró el poema decidió quedárselas. En ellas podía ver su historia, podía sentir los brazos de la enfermera que levantándola de la camilla la alejó de la muerte en vida. La mano tendida que le dio sentido a todo, la sonrisa limpia de quien ama desde el alma. En ellas podía ver el beso que la liberó de sí misma, el cuerpo que la enseñó que el amor no se hace, que el amor nace. Y, sobre todo, a través de ellas podía volver a escuchar el Meine Liebe susurrado, el primero, ese cuyo secreto, le acarició el corazón sentadas en el banco de un parque por el que ya nunca volvería a pasear igual.

Celia cerró el libro al terminar de leer el verso. Al hacerlo, los colores del mundo parecieron quedarse atrapados en él. Todo comenzó a fundirse en gris, todo menos una rosa del mismo color que su nombre, pero Celia no pudo verla. El dolor era tan intenso que por no morirse allí mismo se levantó y se dio la vuelta en dirección a una vida que se mostraba inalcanzable sin la mujer que la complementaba. Se giró y no pudo verla, pero una mano la detuvo antes de que comenzase a andar tras el suspiro con el que acababa de convencerse de que no le quedaba más remedio. Volvió el rostro hasta su hombro para intentar averiguar quién detenía sus pasos. Hubiera reconocido aquella mano incluso en la noche más oscura.

Meine Liebe, le susurraron al oído, y con los ojos preparados para ver a través de un fantasma volvió a darse la vuelta. Pero allí no había un fantasma. Allí estaba ella. Aurora, su Aurora. Con el corazón encogido se cruzó de brazos para pellizcarse con disimulo, no sabía que estaba ocurriendo, pero no quería parecer una loca ante el amor de su vida que se mostraba ante ella con su tumba de fondo.

—Aurora tu…

Pero Aurora no la dejó continuar. Con cariño la sonrió mientras cogía una de sus manos y la dirigía hacia el lado derecho de su pecho. En la palma Celia pudo sentir el latido de un corazón fuerte, de un corazón vivo, de un corazón que estaba dispuesto a abandonar el pecho que lo protegía para mostrarle que era real.

—No puede ser… —murmuró mientras los ojos se le cristalizaban de alegría.

—Celia, en esta vida nuestra en la que todo cuanto existe no es real, todo puede ser.

Celia la miró sin comprender a qué se estaba refiriendo.

—Anoche morí en tus brazos. No se me ocurrió mejor lugar en el que hacerlo y puedo asegurarte que lo último que escuché fue tu corazón. Cuando todo se tornó oscuridad, cuando me alejaba de mi cuerpo, cuando parecía haberlo perdido todo, el latido roto de tu corazón destrozado apareció al final del túnel en el que me había adentrado para hacerme comprender todo cuanto en vida se me escapaba. Tú y yo no existimos Celia. No somos reales. Celia, tu y yo somos un sentimiento, pero no nuestro. Somos el sentimiento de miles de personas que aman como nos amamos nosotras. Somos la esperanza de que algún día el mundo dejará de juzgar el amor por el simple hecho de no ser el amor que dicta parte de una sociedad que nunca se ha detenido a amar. Anoche, cuando me alejaba de ti dando por hecho que no podría volver porque eso es lo que nos han enseñado, que cuando se muere no se regresa, comprendí que hay demasiadas personas que nos necesitan, que hay demasiados corazones pendientes de que tú y yo seamos felices el resto de la vida para que quienes no las comprenden puedan dejar que lo sean el resto de las suyas. Comprendí que hemos sido el pasado de muchos presentes y que esos presentes merecen recordar en su futuro que el amor, si puede con todo. Hasta con la muerte, al menos con la mía que ha sido tan injusta, que vino porque me negué a dejar de ser yo misma, que vino en un intento desesperado de adoctrinamiento colectivo de quienes pretenden controlar el mundo a golpe de lecciones de una moral de la que carecen; si andas en dirección contraria, mueres. Y yo podía no haber muerto, pero entonces no sería yo, serían ellos y ahora que ya no les pertenezco vengo a cumplir la promesa que te hice anoche. Vengo a dormirme a tu lado, a regalarte mi mano. Agárrate a ella y ven conmigo. Vamos a vivir la vida que se nos ha negado.  

Adriana Marquina

9 comentarios:

  1. No hay otra reacción más que levantar las manos y aplaudir este final. Bravo por esta manera de cerrar esta historia que nos había herido y que ahora nos cura un poco y nos regresa el alma al cuerpo.

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  2. Bravo este si es un final de verdad sin duda escribes excelente Adriana

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  3. Bravo este si es un final de verdad sin duda escribes excelente Adriana

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  4. precioso final adriana como siempre tu pluma llega por fa haz un epilogo de una boda entre ellas o lo que se te ocurra

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  5. ..." Vamos a vivir la vida que se nos ha negado."...
    Lo sabia, Celia&Aurora desde que los escritores o quien quiera que marque su destino en la serie las abandono(por decirlo de alguna manera), Adriana SOLO en tus manos estos personaje están a salvo y como los conoces haces que brille su esencia en cada paralelo. Este si es un FINAL DIGNO .... GRACIAS!!!!

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