—No sé hasta qué punto podremos evitar la denuncia de este
animal. Legalmente tiene las de ganar.
Gabriel, que estaba a su lado, apoyó la mano sobre el hombro
de su amigo intentando tranquilizarlo. Si Camilo decidía denunciar o no, no era
lo importante en aquel momento.
—Esperadme en el salón —dijo Cristóbal mientras comenzaba a
ascender las escaleras —. Voy a ver qué tal esta Aurora.
Todos los allí presentes asintieron. Cabizbajas, las
hermanas tomaron asiento primero. Los hombres se quedaron de pie a su
alrededor, como si ese acto fuera a protegerlas de sus propios pensamientos.
Rosalía y Benjamín bajaron a la cocina. La mujer pensó que una tila iría bien
para soportar la espera y que de paso templaría los cuerpos temblorosos y
congelados por la tensión acumulada.
Cristóbal llamó con cariño a la puerta de la habitación. Un
susurro le suplicó que pasase. Celia, apoyada en el cabecero de la cama,
sujetaba a Aurora entre sus brazos.
—¿Cómo está? —preguntó el médico procurando hacer el menor
ruido posible.
—Muy débil Cristóbal —sollozó Celia —. Demasiado débil.
—Celia no creo que… —comenzó a decir el doctor mientras
sujetaba la muñeca de su amiga para palpar un pulso casi inexistente.
—No lo digas. Por favor, no lo digas.
La suplica de Celia hizo que Cristóbal guardase silencio.
Ambos sabían que a Aurora apenas le quedaban unos minutos de vida y que nada se
podía hacer ya por salvársela.
—Estaré abajo para lo que necesites. Todos estaremos ahí
—aseguró antes de marcharse y tras besar la frente incandescente por la fiebre
de su amiga.
—¡Cristóbal! —lo detuvo Celia antes de que cerrase la puerta
—El que gritaba hace unos minutos era Camilo ¿verdad?
—No te preocupes por él ahora. Tus hermanas han hecho lo que
tenían que hacer. Podéis estar tranquilas.
La puerta se cerró con la misma delicadeza con la que se
había abierto y, sin embargo Celia, sintió que aquel había sido el mayor
portazo que había escuchado jamás. El portazo que la dejaba a solas con una
vida que se le escapaba entre los brazos sin que pudiera hacer nada por
evitarlo.
Intentando contener las lágrimas que asomaban a sus ojos,
apretó con cuidado el cuerpo de Aurora contra el suyo. Los parpados de la
enfermera se despegaron ligeramente. Desde ellos, a través de una fina línea
por la que solo pudieron colarse los ojos de Celia, quiso hacerle entender a su
compañera que la próxima vez que los cerrase, sería para siempre. Sacando
fuerzas de donde no las tenía, Aurora acarició la mejilla empapada del amor de
su vida.
—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —musitó
conteniendo la tos que el esfuerzo de hablar le suponía.
—Lo sé cariño. Lo sé porque siento exactamente lo mismo que
tú, pero no hace falta que digas nada mi amor. Guarda esas fuerzas para mañana,
1916 te necesita. Yo te necesito.
Los labios de Aurora dibujaron una ligera sonrisa. Sabía que
aquel año que acababa de comenzar tendría que continuar sin ella y sin embargo,
la mirada llena de amor de su otra mitad, conseguía que pareciera que estaba
equivocada.
—Está bien —volvió a susurrar haciendo caso omiso del
silencio que le rogaba Celia sabiendo que las fuerzas que las palabras sin
decir le ahorrarían no serían suficientes —. Ya no te digo nada más —la maestra
sonrió encandilada ante una cabezonería en la que depositó toda su esperanza —,
pero necesito que sepas que no quiero morirme Celia. Que no voy a morirme. Que
cuando cierre los ojos lo que voy a hacer es despertar. Despertarme del mejor
sueño que nadie ha podido imaginar jamás.
—Para mí será una pesadilla —sollozó negando con la cabeza
mientras le besaba con cariño el reverso de la mano.
—No sé dónde voy a ir, pero te juro mi vida que vaya donde
vaya, volveré a dormirme, volveré a buscarte. Volveré para salvarte de esa
pesadilla, de este mundo injusto, de cada juicio de amor que pretenda
encarcelarte. Te prometo que volveré por ti mi amor, siempre vuelvo por ti.
—Yo te prometo, mi vida, que estaré esperándote —respondió
Celia acariciándole el rostro mientras los parpados de Aurora se cerraban
despacio, como lo hace el telón del escenario de un teatro cuando acaba una
maravillosa función.
El corazón de Celia se paró en aquel momento. La mano que
sujetaba la mejilla de Aurora también. Ambos se congelaron ante la muerte. Ante
la injusta muerte de quien lo único que quería hacer en la vida era vivir. Todo
se detuvo un instante. El aire buscaba la respiración que le faltaba. La luz
tenue de la lámpara de la mesilla de noche se apagó tras los ojos cerrados de
la maestra. Las sábanas de la cama dejaron de dar calor. El colchón se convirtió
en una roca. En el salón, un vaso de agua estalló sobre la mesa. Aurora se
había ido y las sombras que Camilo había enviado para recoger su alma pecadora
se doblegaron ante el grito ahogado de Celia. A Aurora no la esperaba el
infierno. A ella le correspondía el cielo azul, las nubes puras, el aire libre.
A ella le correspondía ser un ángel. El ángel de la guarda que con sus alas
blancas impediría que Celia se estampase contra el suelo del abismo que acababa
de abrirse bajo sus pies.
Diana y Blanca se pusieron en pie en cuanto el lamento de
Celia atravesó la puerta y descendió las escaleras, pero Elisa las detuvo.
—Ya bajará ella —murmuró dejando que las lágrimas que le
atravesaban el rostro le quemasen la delicada piel —. Lo hará cuando esté
preparada.
Como si entre sus brazos descansase un bebé recién nacido
que no puede conciliar el sueño. Celia mecía el cuerpo inerte de Aurora.
—Descansa Meine Liebe. Descansa y vuela. Recorre el mundo y
por las noches, cuando veas que no puedo dormir sin el calor de tu cuerpo, sin
tu respiración a mi lado, cuélate por mi ventana. No llames, aunque la veas
cerrada estará abierta. Entra. Siéntate a mi lado. Acaríciame la cara. Dame un
beso en los labios y cuéntame un cuento. Uno con final feliz, uno que haga que
vivir, sea un poco más sencillo sin ti.
El reloj anunciaba las tres de la madrugada cuando Celia,
por fin, se vio capaz de separarse del cuerpo de su amada. Con cuidado la
recostó sobre la cama, la arropó y le besó los labios fríos empapándolos con
las lágrimas que se detenían en los suyos. Cuando llegó a la puerta del salón,
no hizo falta que dijera nada. Sus hermanas fueron a su encuentro de inmediato.
El cansancio, el sueño y los nervios de la espera las habían dejado traspuestas
en el sofá, pero se levantaron a arroparla sin dudarlo un instante. Rosalía les
acercó una manta para que la envolvieran en ella. Cristóbal la miró pidiéndole
un permiso que le fue concedido con una mirada agradecida que rompió a llorar
de nuevo. Los demás permanecieron en silencio, inmóviles, como si no quisieran
ser culpables de nada que pudiera hacer más duro aquel momento, aunque Velasco,
asomado a la ventana, intentaba contener las lágrimas que le empañaban los ojos.
El resto de la noche transcurrió en apenas un instante.
Celia no fue consciente de cuando se quedó a solas con Diana en el sofá.
Cristóbal se encargó de todo. Llamó al hospital para informar que Aurora
Alarcón había fallecido y para que fueran ellos desde allí quienes avisasen al
hermano. Él no tenía nada más que hablar con aquel despreciable ser. El cuerpo
lo aseó y preparó Rosalía. Puso más cariño en aquella tarea del que nadie podía
haber imaginado. Por un instante sintió que volvía a preparar a su hija, aunque
sabía que aquella mujer era más noble que ella. Cuando la tuvo vestida con la
ropa que Celia había sugerido, su falda verde y su camisa de cuadros, avisaron
a los servicios fúnebres para que pasasen a recogerla. Todos sabían que en
cuanto Camilo pudiera decidir le quitaría esa ropa y le pondría un vestido
negro, pero para Celia era importante y nadie quiso llevarla la contraría.
Las campanas de la iglesia repicaron más enfadadas que nunca
al ver que entre los asistentes al funeral de Aurora, no estaba Celia Silva. Retumbaron
de tal manera que muchos miraron hacia arriba para asegurarse de que seguían
siendo dos. A la persona que más quería a la fallecida, se le había prohibido
asistir y, aunque estuvo a punto de tentar a la suerte, prefirió hacer caso a
su amigo y esperar a que todo el mundo se hubiera ido para acercarse hasta la
tumba que le había correspondido a su otra mitad, a depositar una preciosa rosa
blanca que, a pesar del frío invierno, había florecido como un milagro en el
rosal del jardín de casa Silva.
Los pasos de Celia eran lentos. Sabía que se dirigía hacia
el final de todo en cuanto había creído hasta ese momento. Bajo la tierra
removida, encerrados en un ataúd de madera y vestidos de negro, el amor, la
esperanza y las ilusiones de los últimos años, la recibieron tan abatidos como
ella. En la tumba no había lapida, ni epitafio, tan solo un Aurora Alarcón
Marco que la hacía parecer una más de cuantos allí había, aunque la mujer que
de rodillas se disculpaba por la falta de fuerzas que sentía, sabía que no era
así. Que su Aurora había sido grande, que le había dado sentido a su vida y a
la de mucha gente, que quería cambiar las cosas, que el mundo era un poco mejor
después de que ella hubiera pasado por él. Para Celia, Aurora estaría a su lado
toda la vida y como tal se dirigió a ella para recitarle un verso de uno de sus
poemas favoritos.
Cuando el dulce Cazador,
me tiró y dejó herida,
en los brazos del amor
mi alma quedo rendida;
Y, cobrando nueva vida,
de tal manera he trocado,
que mi ser Amado es para mí,
y yo soy para mi ser Amado.
Aquellas palabras no eran suyas, pero desde que Aurora le
mostró el poema decidió quedárselas. En ellas podía ver su historia, podía
sentir los brazos de la enfermera que levantándola de la camilla la alejó de la
muerte en vida. La mano tendida que le dio sentido a todo, la sonrisa limpia de
quien ama desde el alma. En ellas podía ver el beso que la liberó de sí misma,
el cuerpo que la enseñó que el amor no se hace, que el amor nace. Y, sobre
todo, a través de ellas podía volver a escuchar el Meine Liebe susurrado, el
primero, ese cuyo secreto, le acarició el corazón sentadas en el banco de un parque
por el que ya nunca volvería a pasear igual.
Celia cerró el libro al terminar de leer el verso. Al
hacerlo, los colores del mundo parecieron quedarse atrapados en él. Todo
comenzó a fundirse en gris, todo menos una rosa del mismo color que su nombre,
pero Celia no pudo verla. El dolor era tan intenso que por no morirse allí
mismo se levantó y se dio la vuelta en dirección a una vida que se mostraba
inalcanzable sin la mujer que la complementaba. Se giró y no pudo verla, pero
una mano la detuvo antes de que comenzase a andar tras el suspiro con el que
acababa de convencerse de que no le quedaba más remedio. Volvió el rostro hasta
su hombro para intentar averiguar quién detenía sus pasos. Hubiera reconocido
aquella mano incluso en la noche más oscura.
Meine Liebe, le susurraron al oído, y con los ojos
preparados para ver a través de un fantasma volvió a darse la vuelta. Pero allí
no había un fantasma. Allí estaba ella. Aurora, su Aurora. Con el corazón
encogido se cruzó de brazos para pellizcarse con disimulo, no sabía que estaba ocurriendo,
pero no quería parecer una loca ante el amor de su vida que se mostraba ante
ella con su tumba de fondo.
—Aurora tu…
Pero Aurora no la dejó continuar. Con cariño la sonrió
mientras cogía una de sus manos y la dirigía hacia el lado derecho de su pecho.
En la palma Celia pudo sentir el latido de un corazón fuerte, de un corazón vivo,
de un corazón que estaba dispuesto a abandonar el pecho que lo protegía para
mostrarle que era real.
—No puede ser… —murmuró mientras los ojos se le
cristalizaban de alegría.
—Celia, en esta vida nuestra en la que todo cuanto existe no
es real, todo puede ser.
Celia la miró sin comprender a qué se estaba refiriendo.
—Anoche morí en tus brazos. No se me ocurrió mejor lugar en
el que hacerlo y puedo asegurarte que lo último que escuché fue tu corazón.
Cuando todo se tornó oscuridad, cuando me alejaba de mi cuerpo, cuando parecía
haberlo perdido todo, el latido roto de tu corazón destrozado apareció al final
del túnel en el que me había adentrado para hacerme comprender todo cuanto en
vida se me escapaba. Tú y yo no existimos Celia. No somos reales. Celia, tu y
yo somos un sentimiento, pero no nuestro. Somos el sentimiento de miles de
personas que aman como nos amamos nosotras. Somos la esperanza de que algún día
el mundo dejará de juzgar el amor por el simple hecho de no ser el amor que
dicta parte de una sociedad que nunca se ha detenido a amar. Anoche, cuando me
alejaba de ti dando por hecho que no podría volver porque eso es lo que nos han
enseñado, que cuando se muere no se regresa, comprendí que hay demasiadas
personas que nos necesitan, que hay demasiados corazones pendientes de que tú y
yo seamos felices el resto de la vida para que quienes no las comprenden puedan
dejar que lo sean el resto de las suyas. Comprendí que hemos sido el pasado de
muchos presentes y que esos presentes merecen recordar en su futuro que el
amor, si puede con todo. Hasta con la muerte, al menos con la mía que ha sido
tan injusta, que vino porque me negué a dejar de ser yo misma, que vino en un
intento desesperado de adoctrinamiento colectivo de quienes pretenden controlar
el mundo a golpe de lecciones de una moral de la que carecen; si andas en dirección
contraria, mueres. Y yo podía no haber muerto, pero entonces no sería yo,
serían ellos y ahora que ya no les pertenezco vengo a cumplir la promesa que te
hice anoche. Vengo a dormirme a tu lado, a regalarte mi mano. Agárrate a ella y
ven conmigo. Vamos a vivir la vida que se nos ha negado.
Adriana Marquina
Bravo 👏👏👏
ResponderEliminarBravo 👏👏👏
ResponderEliminarNo hay otra reacción más que levantar las manos y aplaudir este final. Bravo por esta manera de cerrar esta historia que nos había herido y que ahora nos cura un poco y nos regresa el alma al cuerpo.
ResponderEliminarBravo este si es un final de verdad sin duda escribes excelente Adriana
ResponderEliminarBravo este si es un final de verdad sin duda escribes excelente Adriana
ResponderEliminarprecioso final adriana como siempre tu pluma llega por fa haz un epilogo de una boda entre ellas o lo que se te ocurra
ResponderEliminar..." Vamos a vivir la vida que se nos ha negado."...
ResponderEliminarLo sabia, Celia&Aurora desde que los escritores o quien quiera que marque su destino en la serie las abandono(por decirlo de alguna manera), Adriana SOLO en tus manos estos personaje están a salvo y como los conoces haces que brille su esencia en cada paralelo. Este si es un FINAL DIGNO .... GRACIAS!!!!
Precioso
ResponderEliminarPrecioso
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