—¿Dónde me llevas? —preguntó cuándo atravesaron la puerta
del humilde camposanto.
—La pregunta no es; donde
me llevas, sino donde nos llevamos—respondió Aurora trazando con la mano que le
quedaba libre una línea que acarició todo el horizonte.
Ahora el mundo era suyo. De
su amor. Y podrían haber ido a cualquier lugar. A cualquier ciudad que se les
hubiera antojado, pero ya tendrían tiempo y sus pasos, los de ambas, se
adentraron de nuevo en Madrid. Querían despedirse de ella, al fin y al cabo, sus
calles habían sido testigos de su amor. Había sido ella quien las había
presentado, quien les había mostrado la dicha y la desdicha. Quien las había
separado y vuelto a juntar una y otra vez. Hasta la muerte. Al fin y al cabo merecía
saber que tenían una nueva oportunidad, que a pesar de todo, le estaban
inmensamente agradecidas.
Cuando ante sus ojos
aparecieron los primeros viandantes, Celia hizo amago de soltar la mano de
Aurora, pero la enfermera se la sujetó con fuerza, la miro a los ojos y le
pidió que confiase en ella una vez más. Nadie se giró a mirarlas. Nadie pareció
percatarse de su presencia y es que ninguna de las personas con las que se
fueron cruzando podía haber comprendido que se amaban, así que el amor, decidió
privarles de tal privilegio.
—¿Somos fantasmas Aurora?
—preguntó Celia con una mezcla de inquietud y miedo en la mirada.
—No cariño. Los fantasmas,
son ellos.
—¿Todos? —preguntó mirando
a su alrededor de nuevo sin comprender bien a qué se refería la enfermera.
A Aurora se le escapó una
carcajada de amor. La mirada de Celia, completamente desconcertada, le provocó
una ternura infinita. Había intentado ser sarcástica, pero era evidente que no
lo había conseguido.
—No. Solo aquellos que se
creen con derecho de juzgar las vidas ajenas sin darse cuenta de que las suyas
están vacías. No son fantasmas, nosotras tampoco, pero pudiendo elegir ¿Por qué
dejar que nos hagan daño? Tu y yo podemos ser lo que queramos. Ellos no.
—¿Quién se lo impide?
—Nadie, solo que ellos
todavía no lo saben. Los han educado de tal modo que ser lo que se quiere ser,
lo que se siente ser, es pecado si no entra dentro de lo que les han dicho que
tienen que ser o sentir. Son prisioneros con síndrome de Estocolmo que viven
protegidos en los brazos de un ente al que se le supone libertad cuando en
realidad lo han convertido en cárcel.
—¿Hablamos de dios?
—No. Hablamos del ser
humano. Dios en eso, nada tiene que ver.
—¿Entonces no podremos
hablar con nadie? ¿Nadie podrá vernos?
Aurora, no respondió,
simplemente se detuvo ante un matrimonio de edad avanzada que paseaba alardeando
de estatus y les preguntó con excelente educación si podrían indicarles la hora
que era.
—Las ocho y media señoritas
—respondió el caballero consultando su reloj de bolsillo.
—Gracias muy amable. ¡Ves!
—comenzó a decir Aurora a modo explicativo cuando el matrimonio se alejó —.
Puedes hablar con quién quieras, ellos solo verán, lo que quieran ver. Habrá
quienes vean que vamos cogidas de la mano y habrá quienes no. Ahora somos
libres. Ahora quien nos escribe no dejará que nos juzguen por amarnos, ella, no
nos dejará caer.
A Celia aquel hecho le
pareció magia. El corazón acelerado por las posibles consecuencias de su osado
paseo se tranquilizó cuando, al doblar la esquina que las llevaba a su destino,
una muchacha de unos dieciséis años, las miró a las manos con los ojos llenos
de esperanza.
—Buenas tardes. Quisiera
saber si la habitación número veintiuno estaría disponible esta noche —preguntó
Aurora al recepcionista del hotel mientras Celia miraba a su alrededor como si
todo fuera nuevo.
La respuesta fue afirmativa.
Aurora, para que Celia no pudiera escucharla, apuntó en un papel una petición
especial que fue respondida casi de inmediato, recogió la llave y cedió el paso
a Celia para que subiera las escaleras primero. Le encantaba observarla
mientras ascendía, el contoneo de su cadera la hipnotizaba. Para ella el cuerpo
de su amada era una obra de arte siempre, pero sentía debilidad por aquel
hecho. Celia lo sabía y a medio tramo giró la cabeza para descubrirla con una
sonrisa de aprobación dibujada en los labios que le fue devuelta con picardía.
En el rellano de la primera
planta les esperaba el amable botones que en ocasiones anteriores había sido cómplice
de ambas mujeres. Saludó con amabilidad y les rogó que le siguieran después de
haberle tendido a Aurora un pañuelo de seda con el que cubrió los ojos de
Celia.
La habitación estaba en la
segunda planta, pero no se detuvieron en ella, sino que siguieron ascendiendo.
La Silva se dejaba guiar por la voz dulce de Aurora mientras se sujetaba de su
brazo para no caer. Unos cuantos pisos más tarde, se detuvieron. El sonido de
lo que parecía un enorme y pesado manojo de llaves le dejó claro a la
periodista que, al verse privada del sentido de la vista, los demás se habían
disparado y cuando el joven abrió la puerta que intuyó ante ellas, el aire gélido
que le acarició el rostro lo confirmó erizando cada poro de su piel. Cientos de
sonidos invadieron su cabeza a medida que Aurora la ayudaba a avanzar. Parecían
los sonidos de una ciudad despidiendo el día y algo le dijo que se habían
quedado a solas, ahí donde quisiera que estuvieran. El aire olía a madera
quemada, a comida caliente, a piedra helada. Aurora se colocó tras ella para
deshacer el nudo del pañuelo y Celia aprovechó para palpar con las manos su alrededor,
pero no consiguió tocar nada.
—Queríamos despedirnos de
Madrid y aquí la tenemos, esta noche es toda nuestra —aclaró Aurora cuando al
fin Celia pudo mirar al horizonte y ver que la ciudad se postraba ante sus
pies.
La azotea del Excélsior era
inmensa. La noche lo cubría todo con su manto, pero las luces de las ventanas
de los edificios dejaban adivinar cuan extensa era la ciudad que abandonarían,
al menos por un tiempo, al día siguiente.
—Creo que voy a echarla de
menos —confesó Celia asomándose con cuidado a la cornisa.
—Podremos volver cuando lo
deseemos. Ya comprobamos que Madrid siempre tiene las puertas abiertas, sea
cual sea el estado en el que se regresa a ella.
Tras disfrutar durante un
buen rato de las estrellas que, al igual que ellas no estaban al alcance de
todo el mundo porque no todo el mundo era capaz de comprender que más allá de
la luz artificial de las farolas hay belleza pura, bajaron a la habitación. A
su, habitación.
Se quitaron los abrigos,
los tiraron sobre una butaca que añoraba el aroma de sus telas y mientras
Aurora prendía las velas de toda la habitación, Celia abrió la botella de
champán que esperaba en una cubitera de pie y vertió parte del líquido en las
dos copas que había justo en la mesa de al lado.
—¿Por qué brindamos?
—preguntó Aurora al hacerse con la que le correspondía.
—¡Por todo eso que todavía
no comprendo pero que me hace inmensamente feliz! —alzaron las copas y las
hicieron chocar con cuidado para después dejar que las burbujas revoloteasen
por sus gargantas —. Ayer pensaba que te había perdido para siempre, que no
volvería a verte, que no podría volver a hablar contigo sin parecer una loca,
pero hoy… Hoy ya no me importa si lo estoy o no.
—A mí, tampoco.
Con un gesto armónico, como
si lo hubieran ensayado antes, dejaron las copas sobre la mesa de nuevo y se
fundieron en un beso que supo a prohibido. Alcohol y deseo se apoderaron de sus
carnosos labios, de sus rebeldes lenguas, de sus respiraciones entrecortadas.
Deseo y amor se convirtieron en uno cuando sus manos comenzaron a perderse por
sus espaldas. Amor y pasión se aliaron para deshacerse de la ropa, para
deshacer la cama. Pasión. La pasión de quienes se han añorado tanto en tan poco
tiempo que creen haberlo olvidado todo. Pero no, no habían olvidado nada. Ni el
tacto de su piel, ni el sabor de sus cuerpos. Ni lo dulce de sus pechos. No
habían olvidado ni sus lunares ni sus cicatrices. Ninguna, aunque hubieran sido
provocadas por la inquietud de esas niñas que jugaban en los árboles cuando
nadie las miraba y apenas quedase rastro de ellas. No habían olvidado el aroma
de su cabello, ni el sonido de unos gemidos que se ahogaban comedidos cuando
volvieron a medir con besos la longitud de sus cuerpos desnudos. Nada. Y todo.
De eso se acordaban, en eso se perdieron mientras la ciudad dormía, mientras
algunos de sus habitantes soñaban con anhelos que ellas podrían cumplir al fin.
Ahora podrían recorren el mundo sin miedo al mundo.
—¿Dónde iremos mañana?
—preguntó Celia asomada a la ventana con Aurora abrazada a la espalda cubiertas
ambas por una sábana blanca que le habían robado a la, siempre suya, cama.
—Donde nuestro corazón nos
lleve —respondió la enfermera besándole el huequito del cuello que tanto amaba.
—Siento que mi corazón
quiere llevarme a demasiados lugares.
—A mí me pasa lo mismo —aseguró
Aurora —. Es una sensación extraña. Siento que hay lugares en los que he dejado
una parte de mi sin haber estado.
—Sí —afirmó la escritora girándose
hacia ella –. Es como si parte de mí le perteneciera a alguien más. Como si
alguien me reclamase. Como si alguien me…
—¡Necesitase! —dijeron al unísono,
pues ambas sentían que les ocurría lo mismo.
—Entonces el camino lo
escogeremos asomadas a una ventana. Con los ojos cerrados y el corazón
expuesto. Su palpitar nos dirá dónde ir, que parte de mundo conocer —sentenció
Aurora besándola de nuevo —. Nos asomaremos a él —añadió descorriendo la
cortina con la mano como si pretendiera hacérselo saber—, e iremos allá donde
se completen nuestros latidos. ¿Te parece buena idea?
—Me parece una idea
maravillosa. ¡Viajar donde el corazón nos lleve! —soñó Celia con la mirada— No
creo que exista mayor libertad que esa, pero dejemos eso para mañana, —sugirió
cerrando la cortina casi a la vez que soltaba las esquinas de la sábana dejando
que esta cayera a los pies de ambas mostrando sus cuerpos desnudos—porque esta
noche… —comenzó a susurrar avanzando hacia Aurora hasta que las piernas de la
enfermera se toparon con el borde del colchón obligándola a sentarse sobre la
cama a la vez que Celia se subía sobre ella — ¡Esta noche solo quiero asomarme
al mundo que hay dentro de tus ojos!
Adriana Marquina
Precioso adriana como siempre la verdad está mucho mejor que la serie
ResponderEliminar¡Esta noche solo quiero asomarme al mundo que hay dentro de tus ojos!( me encanto esa frase)
ResponderEliminar"Ahora somos libres. Ahora quien nos escribe no dejará que nos juzguen por amarnos, ella, no nos dejará caer"... G-E-N-I-A-L--Aurora expreso de maravilla lo que yo tambièn pienso de TI con esta frase(TU PLUMA NUNCA LAS DEJARA CAER)...
GRACIAS por "adoptar" a Celia&Aurora soy inmensamente feliz de que su historia de Ahora en adelante este en tus manos, por fin van a vivir toda la felicidad lo que se le negó a estos maravillosos personajes... saludos
todavìa no me recupero del ASESINATO DE AURORA (enojo TOTAL), pero creo que podìa haber sido peor( por ejemplo infidelidad o algo peor de lo de marina, casamiento forzado o el que perdieran mas su esencia los personajes), ese pensamiento me hace pensar que la Aurora de la serie se salvo jaja
ResponderEliminarpero es interesante pensar que pueden existir mundos paralelos incluso de nosotros "que loco" y me alivia que en este Aurora&Celia estèn en manos de una ESCRITORA BRILLANTE ... y que puede seguir el rumbo que trazo Aurora al principio de su apariciòn de la serie ayudar a otras personas y mostrar que no deben tener miedo a mostrarse como son...
y que en la DIFERENCIA està la GRACIA...
ResponderEliminarMil gracias por tu mensaje. De verdad. Gracias.
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