Madrid se despertó especialmente luminosa aquella mañana.
Los rayos de sol se colaron por la ventana de la habitación número veintiuno
del hotel Excélsior, pero allí, ya no había nadie. Celia y Aurora habían
madrugado, aunque en realidad apenas habían dormido, y esperaban en la estación
al tren en el que comenzarían su andadura.
Habían decidido salir temprano para no cruzarse con nadie
que pudiera reconocerlas, pero no les sirvió de nada. En la estación, un grupo
de mujeres, las esperaba con un enorme ramo de flores.
—¿Cómo sabíais…? —comenzó a preguntar Aurora, aunque no la
dejaron terminar.
—Nosotras somos parte de ese sentimiento que os invadió ayer
por la noche, ese que hace que vuestro corazón pertenezca a muchos lugares, a
otros corazones —explicó una de ellas.
—Somos capaces de sentiros porque nosotras fuimos vosotras
en algún momento, algunas incluso todavía lo somos. Sabíamos que no
desaprovecharíais la oportunidad y queríamos desearos suerte. Cuando regreséis,
tened por cuenta que estaremos aquí —añadió otra de las chicas mientras las
demás asentían con rotundidad.
Celia y Aurora se abrazaron a ellas, a medida que habían ido
hablando las habían ido reconociendo y posaron sin dudar para la fotógrafa que
formaba parte del grupo mientras del tren que acababa de entrar en la estación bajaban
un sinfín de pasajeros.
—Os escribiremos —prometió Celia antes de subir.
—Gracias por tanto cariño —añadió Aurora lanzando un beso
por el cual se pelearon las chicas cuando las puertas del vagón se cerraron.
El compartimento que les correspondió, disponía de dos
asientos bastante amplios y una litera que, por lo menos, parecía tener las
sábanas y mantas limpias. Habían decidido cruzar todo el país en tren para
después ir subiendo poco a poco e ir conociendo todas las ciudades que pudieran
así que, aquella estancia, sería su hogar durante unos cuantos días.
—He pensado —comenzó a decir Celia cuando la chimenea del tren
anunció el comienzo del viaje —, que voy a escribir un diario. ¡Quién sabe! A
lo mejor cuando regresemos, a alguien le interesa leerlo.
—¿A alguien dices? —preguntó Aurora señalando hacia el andén
por el que corrían con la mano levantada las chicas que habían ido a
despedirlas —. Seguro que a ellas les encanta. Y a mí, también. Me parece una
idea maravillosa.
Celia besó a Aurora en la mejilla con el cariño con el que
se besa a alguien que siempre está dispuesto a apoyarte. A través de la
ventana, creyeron escuchar una ovación ante el gesto, pero cuando quisieron
girarse para comprobarlo, el andén había terminado y el muro que separaba las
vías de la civilización desvió su atención y con ella, el rubor que se había
apoderado de sus mejillas.
Tras colgar los abrigos en las perchas doradas que emergían
de la madera del hueco que quedaba al lado de la puerta y bajar la cortina
enrollable de la misma para que no pudieran verlas a través del cristal. Aurora
se sentó al lado de Celia que, astutamente, le había arrebatado el asiento
junto a la ventana.
—¡Que morro tienes!
—¿Yo? —preguntó Celia haciendo como que no sabía a qué se
refería, poniendo cara de buena y cogiendo la mano de Aurora para besarla con
la sonrisa más bondadosa que logró poner conteniendo la carcajada.
—Sí, tú —respondió buscando con la mano que le quedaba libre
algo en su bolso —. Que sepas que no pienso darte ni un trocito de esta
maravillosa empanada que nos han preparado en el hotel —añadió retirando el
papel a un pequeño paquete.
Celia, intentó hacerse la digna. Hacer como que no le
importaba, como que le compensaban las vistas, pero el olor que desprendía pudo
con ella y convirtió su rostro en la plegaría de una niña haciendo que Aurora,
que ya contaba con ello pero adoraba la forma de suplicar de Celia, cediera.
—¿Sabes? Acabo de darme cuenta de que viajamos con lo
puesto. Ni siquiera he traído un libro para entretenerme.
—Si quieres entretenerte… —respondió melosa Aurora —A mí se
me ocurre una cosa que podemos hacer.
—¡Sí! —dijo Celia retirando la mano que se perdía por su
cadera —Pero mejor esperamos que pase el revisor ¿No te parece? Debe estar a
punto de venir para comprobar los billetes.
Aurora asintió ante la evidencia y compensó el fastidio
pellizcando otro trozo de empanada. Con la boca llena y los ojos abiertos de
par en par, ambas contemplaban el mar de edificios que había aparecido tras el
muro cuando unos nudillos golpearon la puerta.
—Te lo he dicho —dijo Celia levantándose a abrir, pero se
equivocaba, al menos a medias.
Tal y como había supuesto, el revisor esperaba al otro lado
de la puerta.
—Disculpe, el equipaje, debe ir dentro del compartimento
correspondiente.
Celia, que intentaba averiguar cuantas cosas estaba siendo
capaz de escudriñar aquel hombre con la mirada, se dispuso a corregirle cuando,
al bajar la suya, vio una bolsa de cuero marrón a los pies del revisor. En la
etiqueta que colgaba del asa, pudo leer sus nombres y, aunque no comprendía de
donde había salido, se disculpó, la recogió y se la entregó a Aurora a cambio
de los billetes. Mientras el hombre comprobaba que no se habían equivocado de
vagón, ni de compartimento y que, efectivamente eran dos las personas que
viajaban en él, Celia miró a los lados del pasillo buscando a quien quisiera
haber dejado aquello allí, pero solo atinó a ver el vuelo de un abrigo rojo
desaparecer tras la puerta que daba acceso al vagón contiguo.
—¡Qué raro! —acertó a decir tras despedirse del revisor y
cerrar la puerta.
—Igual me equivoco —dijo Aurora —, pero me da que ahí
adentro vas a encontrar, entre otras cosas, esa lectura que añorabas.
—¿Tu sabes algo? —preguntó Celia al comprobar que, bajo la
ropa, las mudas y dos fiambreras perfectamente cerradas, efectivamente
descansaban un par de libros.
—¡No! —aseguró la enfermera —Pero tampoco me sorprende.
—¿En serio? —preguntó Celia incrédula ante la tranquilidad
de Aurora.
—¡Y tan en serio! ¡Será que no nos han pasado cosas mucho
más extrañas que esta en los dos años que llevamos juntas!
—Hasta donde yo sé, en estos dos años no se nos han
aparecido objetos así, de la nada.
—Puede ser, pero anda que no se han cruzado en nuestra vida
personas que nada tenían que ver con nosotras y que, por desgracia, no eran de
ayuda. Al menos esto nos será de utilidad.
La respuesta de Aurora dejó a Celia sin argumentos. En su
cara se dibujó una mueca de fastidio ante la verdad que acababa de plantear,
pero supo que dentro de la locura que suponía aceptar aquello tenía razón así
que, dejó la bolsa bajo los asientos y se sentó recostándose sobre Aurora para
contemplar el paisaje que alejaba del tren la silueta de los edificios.
—Nunca había viajado en tren así —dijo Celia con la voz
pensativa.
—Así... ¿Cómo? —preguntó Aurora.
—Así. Enamorada.
Aurora no supo que responder. Ni siquiera supo cómo fue
capaz de seguir respirando tras escuchar aquella respuesta. No se lo esperaba,
Celia lo sabía y se reía por dentro imaginando la cara de la enfermera en aquel
instante. No quería moverse para no romper el momento, pero el traqueteo del
tren al tomar una curva hizo que permanecer inmóvil fuera prácticamente
imposible, tanto que Aurora no pudo sujetarla a tiempo y Celia terminó de
rodillas sobre el suelo.
Todo el romanticismo de la escena cayó con ella. Las dos
comenzaron a reírse a carcajada limpia. Aurora intentó levantarla, pero no pudo
y sin saber bien como, terminó en el suelo, sentada a su lado.
—Hay que reconocer que la vibración del tren, tiene su aquel
—dijo Aurora poniendo cara de interesante para insinuar con ello que comprendía
que Celia se excusase en la risa para no levantarse.
—¿Esa puerta tiene pestillo? —preguntó la periodista
siguiéndola el juego.
Sí. Lo tenía y Aurora se estiró para cerrarlo sin pensarlo
dos veces. El revisor acababa de pasar, la estación más próxima se encontraba
al menos a una hora de camino y el ruido de las ruedas sobre los rieles era lo
suficientemente fuerte como para ahogar cualquier sonido que pudiera escaparse
de sus bocas. Celia consiguió, apoyándose en la cama de abajo, sentarse sobre
el colchón, del cual pensó que era mucho más cómodo de lo que esperaba y
Aurora, aprovechó la diferencia de altura para quitarle los zapatos, las medias
y, ya que se había puesto a quitar, también le quitó la ropa interior. Celia la
contemplaba preguntándose cuanto tardaría en levantarse del suelo, pero Aurora
no tenía intención de hacerlo, no sin antes perderse bajo la tela de la falda,
no sin antes, besar cada centímetro de piel que la separaba de su objetivo.
Unos pasos lentos en el pasillo, hicieron que Aurora saliera
de su escondite mucho más rápido de lo que hubiera deseado. Los pasos no se
detuvieron, pero decidieron que sería mejor subir a la litera de arriba,
quedaba mucho más escondida y, aunque estaban seguras de que nadie entraría, prefirieron
no arriesgarse. Mientras Celia subía por la escalerilla que unía los dos
lechos, Aurora se deshizo de toda la ropa que llevaba bajo la falda. Una vez
escondió sus prendas y las de Celia bajo la colcha de la cama de abajo, la
siguió.
Entre besos, caricias y susurros que parecían perderse con
el humo que a veces atravesaba la ventana, ambas consiguieron remangar sus
faldas. Llevar a cabo tan ardua tarea les llevó un rato y las risas que las
acompañaron hasta conseguirlo, se transformaron en tímidos gemidos cuando
Aurora se tumbó sobre Celia y Celia, aprovechando la escasa distancia que las
separaba del techo apoyó los pies en él.
—No sé cómo a nadie se le ha ocurrido poner un tope sobre
las camas de matrimonio en las casas —bromeó Celia.
—¿Estás cómoda? —preguntó Aurora sacando la cabeza de la
camisa desabrochada de la periodista mientras balanceaba su cuerpo a ritmo con
el traqueteo del vagón.
La respuesta de Celia fue afirmativa, pero se lo hizo saber
a Aurora mordiéndose los labios, sujetándola después el cuello para besarla con
pasión, para desabrochar los botones que seguían prendidos en su camisa, para
perder las manos en su cadera, sortear la falda y apretar sus nalgas para
ayudar, porque, aunque Aurora era una experta, no había cosa en el mundo que le
gustase más que sentir cada nueva embestida.
En el último gemido de Celia, gemido que se fundió con el de
Aurora, como si el maquinista hubiera intuido que ya podía anunciar la próxima estación,
la chimenea volvió a ensordecer al pasaje con su peculiar sonido.
—¿Sabes una cosa cariño? —preguntó Celia apartando la mirada
del techo para buscar la de Aurora que descansaba sobre su hombro con una inmensa
sonrisa en el rostro —Creo que viajar en tren, es la mejor idea que hemos
tenido en estos dos años.
Adriana Marquina
Precioso adriana como siempre
ResponderEliminar👏👏👏👏👏👏👏👏👏 Muy bonito Adriana
ResponderEliminar