lunes, 19 de diciembre de 2016

Argentina, segunda parte


La primera noche que Celia y Aurora pasaron en su nuevo hogar, hubiera podido caerse el cielo parte a parte sin que ninguna de las dos se hubiese dado cuenta. Estaban tan cansadas del viaje, tan relajadas por el baño y tan nerviosas a la vez por ver que tenía que ofrecerles aquel maravilloso país, que sus cabezas no pudieron con la presión y cayeron en un sueño tan profundo que, de no haber sido porque el teléfono sonó a mediodía, habrían empalmado una noche con otra.

Tras recuperarse del sobresalto inicial, pues aún no conocían bien el departamento y ni siquiera se habían planteado recibir llamadas, Celia le explicó a Aurora que Cecilia, la amiga de Carmen que junto a su esposo Matías las recogió el día anterior al desembarcar, había concertado una cita para esa misma tarde con el director de un periódico local. Al parecer, estaban buscando a una mujer joven que relatase con perspectiva el estilo de vida de la mujer argentina y cuando les comunicaron que una conocida de Carmen de Burgos acababa de llegar a la ciudad desde España, no dudaron en querer conocerla.

La alegría de Aurora fue mayúscula. Celia tuvo que sentarse porque la prontitud de la suerte le dio vértigo, pero había llegado hasta allí dispuesta a comerse el mundo que intentaba comérsela a ella y con ayuda de Aurora recopiló todos los artículos que había escrito en Madrid para que supieran desde el principio a qué clase de pluma se enfrentaban.

—¿Y bien? ¿Le ha gustado lo que ha leído? —preguntó Aurora según vio a Celia entrar por la puerta.

—¡Les ha encantado cariño! —respondió entusiasmada colgándose de su cuello — Me han dado una semana para conocer un poco el barrio y escribir una crónica en la que se compare la participación social de la mujer de aquí con la de España así que, si estás lista, nos vamos de paseo.

Aurora no dudó un instante. Se vistió su mejor sonrisa, su felicidad y el orgullo que sentía por la mujer que no podía dejar de sonreír y acompañó a Celia en sus primeras impresiones.

El artículo fue un éxito. La forma de escribir de Celia, directa y sin remilgos, encandiló al señor Mansilla y esté le concedió una columna social que se publicaba, en principio, una vez por semana pero que, dada la repercusión que tenían las palabras de la escritora, pronto pasaron a ser dos.

En una de las columnas, a Celia se le ocurrió explicar la importancia que tenían en la sociedad las enfermeras. Con ayuda de Aurora, elaboraron una lista de las tareas que llevaban a cabo, no solo como profesionales, si no como personas que, en muchas ocasiones, debían actuar como familiares y amigas de los enfermos que, por una u otra causa, no recibían visitas de nadie. La exactitud con la que describió los sentimientos que Aurora le fue detallando, hizo que la jefa de enfermeras de uno de los hospitales de la zona, se interesase en saber por qué conocía tan bien su profesión. Cuando Celia le comentó que su amiga era enfermera, esta no dudó en ofrecerle un puesto junto a su equipo.

—¡Y pensar que en un principio no quería venir…! –comentó la enfermera un día en el que la felicidad de haber ayudado con éxito en una operación complicada le iluminaba la mirada de manera especial.

—¡Llevamos aquí más de medio año cariño! No deberías pensar en eso. Tuviste dudas, es normal, yo también las tenía, pero ahora estamos aquí y somos felices. Las dos tenemos un buen trabajo y hemos hecho muy buenos amigos que saben quiénes somos y que nos respetan, deja que la vida nos sonría tranquila —respondió Celia sentándose sobre sus rodillas, rodeándole el cuello y besándola los labios sin miedo a que nadie pudiera descubrirlas.

Aurora sonrió asintiendo, Celia tenía razón, así que dejó de lado aquel pensamiento y se levantó tras ella. La sujetó la mano para que no se alejase demasiado y se la llevó entre carcajadas y pereza fingida hasta la habitación. La cama, bastante más grande que la que habían dejado en Arganzuela y mucho más agradecida, las esperaba. Se desprendieron de la ropa poco a poco, como la primera vez que iban a verse desnudas, como si nunca hubieran tocado la piel que aparecía ante sus brillantes ojos. Ambas pensaban que sentirse así, tenía que ser cosa del clima, de la altitud o de la comida, pues desde que habían llegado a Argentina les invadía esa misma sensación cada vez que hacían el amor, pero en realidad eran sus almas aprendiendo que el miedo a amarse ya no existía. Porque sí, llevaban allí bastante tiempo, pero nada comparable al tiempo que arrastraban.

Acostadas sobre la colcha, Aurora volvió a contar a besos los centímetros que separaban el cuello de Celia de su ombligo. En nada había variado la distancia y, sin embargo, a ella siempre le gustaba añadir algún beso más. Tenía la teoría de que; aunque el camino siempre fuera el mismo, continuamente había algo bello que descubrir en él. Celia, mientras tanto, contenía la respiración esperando el siguiente paso, la siguiente caricia, confiando en que las manos de su amante se perdieran entre sus piernas con el mismo cariño con el que lo estaban haciendo por sus pechos. Deseando que volviera a hacer que tocase el cielo para después corresponderla con el trocito que en su lengua tenía reservado para ella. Se amaban, se amaban más que nunca porque la vida comenzaba a amarlas también y cuando la vida te ama todo es nuevo, todo está por descubrir, aunque lo conozcas de memoria.

Los meses siguieron pasando. La vida siguió sonriéndoles. La jefa de enfermeras que había contratado a Aurora tuvo que marcharse de la ciudad porque a su marido le había surgido una oportunidad laboral que no pudo desaprovechar y decidió que la profesionalidad con la que trabajaba aquella mujer que en apenas unos meses se había ganado el cariño y respeto de médicos, pacientes y compañeras, sería la mejor para hacerse cargo del puesto que dejaba. Celia por su parte, había conseguido que le publicasen un artículo bastante controvertido sobre el sufragio femenino y, al contrario de lo que esperaba, tuvo tan buena aceptación que un periódico de tirada nacional se interesó de inmediato por ella, ya no como columnista, sino como periodista y la mandaban a cubrir eventos en los que no solo disfrutaba, sino en los que, además, aprendía.

Argentina estaba siendo muy generosa con ellas. El trabajo les iba bien y el futuro se presentaba a diario envuelto en un papel brillante con un lazo que daba gusto deshacer. Los contactos que Celia hacía como periodista les abrían las puertas a eventos de los que no podrían haber disfrutado de otra manera y algunas de las personas a las que Aurora había cuidado habían pasado a ser buenos amigos. Podían permitirse el lujo de salir de casa a menudo. Siempre que los horarios de la enfermera se lo permitían acudían al teatro, a la opera o a cenar a casa de alguien cuando no, acudían a cenar a la suya. Habían decorado el departamento a su gusto e incluso habían comprado cilindros de fonógrafo con distintas melodías. Adoraban hacer las labores de casa escuchando música, aunque esta se repitiera una y otra vez.

Todo era maravilloso. Estaban encantadas. De vez en cuando Celia podía permitirse el lujo de poner una conferencia a Madrid para hablar con sus hermanas, aunque era más habitual que les escribiera cartas contándoles como era aquel país, invitándolas a ir, plasmando en ellas sus deseos de volver a verlas. En noviembre, cuando ya llevaban allí casi un año, recibieron una carta de casa Silva. Diana había pensado que quizá podrían reunirse todas de nuevo para celebrar las fiestas de Navidad pero, a pesar de las ganas que tenía de volver a verlas, la respuesta que tuvo que enviar de vuelta, fue negativa. ¡Ninguna de las dos podía ausentarse del trabajo tanto tiempo! Dos meses era pedir demasiado para lo bien que se había portado todo el mundo con ellas. A finales de ese mismo mes, como si el mar que habían conocido en su viaje hasta allí se hubiera elevado por encima de sus cabezas y se hubiera desplomado de repente, una fortísima tormenta sorprendió a toda la ciudad. Los destrozos ocasionados fueron muy importantes, pero sin duda las zonas más afectadas fueron las pequeñas poblaciones de alrededor ya que, como sucedía en Madrid con Arganzuela, parecían haber sido olvidadas. De la noche a la mañana, sus callejuelas se convirtieron en un lodazal por el que resultaba casi imposible desplazarse. Los escasos recursos de que disponían fueron arrastrados por el agua que desbordaba de los riachuelos junto a los que se habían construido las humildes casas. Las huertas quedaron arrasadas y encontrar agua potable en la zona se convirtió en una tarea casi imposible.

Celia, que se había enterado de la situación que estaba viviendo parte de la población porque la madre de uno de sus compañeros seguía viviendo en una de las zonas afectadas, le dedicó al gravísimo problema un artículo en el periódico con intención de conseguir voluntarios que pudieran ayudar a los afectados fuera de la manera que fuera. Su artículo conmovió al médico para el que trabajaba Aurora y decidió habilitar una planta del hospital para los enfermos que llegasen desde allí. Como no podía ser de otra forma, también pidió voluntarios que quisieran ayudarle a organizar todo el trabajo que había que hacer y evidentemente Aurora, no dudó en ser uno de ellos. Estuvo días curando heridas, alimentando a aquellos que ya de por sí estaban a falta de alimento, cambiando cuñas, sábanas y limpiando vómitos. Muchos de los enfermos se habían visto en la necesidad de rescatar víveres del lodo o de cocinar como bien habían podido a los animales muertos que encontraban en él. Fue un desastre que nadie esperaba, que desbordó a todo el mundo, que se llevó por delante a muchas personas y que necesitó de mucho trabajo, mucho más del que Aurora pudo soportar. A los tres días comenzó a encontrarse mal. Al principio pensaba que era el cansancio que estaba pudiendo con ella, pero se equivocaba. Aconsejada por su compañero y amigo se fue a casa, para él ya había hecho más que suficiente y se merecía descansar al menos un día para poder continuar, pero al llegar a casa, supo que algo más grave le ocurría.

Las pruebas lo confirmaron, apenas se habían dado un par de casos más en el hospital y ya los tenían aislados, pero la mala suerte no se aleja de las personas buenas durante mucho tiempo y a Celia y Aurora ya les había dado demasiada tregua. Aurora, se había contagiado de cólera, casualmente fue la enfermera que se hizo cargo de los dos pacientes antes de que obtuvieran un diagnostico fiable y como hacía muchos años que aquella enfermedad no se daba en aquel país, a nadie se le ocurrió pensar que los síntomas que presentaban fueran provocados por la mortal bacteria.

Celia, escribió a sus hermanas en cuanto supo de la afección que padecía Aurora. Se estaba enamorando de aquel país, pero no podía dejar a la mujer a la que amaba en un lugar en el que, bajo su punto de vista, los tratamientos y conocimientos estaban mucho menos avanzados que en España. Movió cielo y tierra para conseguir dos pasajes de vuelta, para conseguir que las autoridades dejasen viajar a una mujer en el estado en el que se encontraba Aurora, para que Cristóbal lo tuviera todo preparado en Madrid y el capitán del barco dispusiera para ellas un camarote grande, limpio y con alimento y agua potable suficiente para aguantar todo el viaje. Se dejó la piel en ello. La piel y todo lo que habían conseguido ahorrar. Celia estaba dispuesta a todo y de todo hizo para mantenerla consciente durante la travesía de vuelta. Durante una travesía en la que los delfines no saltaron delante del barco, en la que las ballenas azules no se asomaron a saludar a los pasajeros que sanos se aferraban a la barandilla esperando a los monstruos de los que les habían hablado. Una travesía en la que las puestas de sol y los atardeceres fueron oscuros, en la que las estrellas no brillaron, en la que, sin embargo, los deseos cubrieron por completo el agua del mar.

 Adriana Marquina

3 comentarios:

  1. Precioso adriana como siempre por fa en el siguiente paralelo si tienes ánimos no termines con la muerte de Aurora porfa ponles el final feliz que ellas se merecen

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  2. Adriana TU pluma logra que mi amor hacia Celia & Aurora CREZCA; siempre que leo un paralelo tuyo veo su ESENCIA y recuerdo porque estoy enamorada de ambos personajes. PASE LO QUE PASE, me quedo principalmente con haber descubierto a una escritora tan GENIAL, por que SEGUIRE tu trayectoria muy de cerca en un futuro(me encanto tu primer libro el cementerio de las musas, lo he leìdo 2 veces ), no puedo confiar en los guionistas de esta serie, pero se que SOLO TU PUEDES DARLES EL FINAL QUE MERECEN, saludos desde Mèxico

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  3. MARAVILLOSA👏👏, como siempre. Lo que más me ha gustado es esta frase «pero había llegado hasta allí dispuesta a comerse el mundo que intentaba comérsela a ella »😍😍.El mundo es así, duro, y siempre hay que luchar. Es más fácil cuando te encuentras gente como tú. 👍👏👏. Gracias por iluminar nuestras vidas con tus relatos. 😘😘

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