domingo, 11 de septiembre de 2016

Vulnerables

A veces, cuando estamos enfadados o no entendemos el porqué de los actos de los demás, decimos muchas cosas que ni pensamos, ni sentimos de verdad y en Arganzuela, en los últimos días, se habían dicho demasiadas.

Aurora se había negado una y otra vez a responder a las preguntas de Celia. Ésta, por su parte, había entrado en el bucle de la desconfianza y el sabor amargo que le dejaba en el paladar hacia imposible que al mirar a la enfermera no sintiera que la estaba traicionando. La coartada que le había proporcionado a Marina seguramente la dejase en libertad mas pronto que tarde y para Celia eso suponía aceptar que de nuevo, tanto ellas como sus hermanas, estarían en peligro.

Estaba enfadada, tanto que salió de casa sin tan siquiera despedirse, dejando tras el portazo a una Aurora destrozada a la que no volvió a ver hasta que tuvo que acudir con Velasco al hospital. Gabriel le había pegado una buena tunda y aunque ambas sabían que no era el momento ni el lugar, la tensión hizo que Aurora tomase la determinación de echar a la maestra de la sala mientras curaba las heridas del inspector.

Celia no entendía nada. Sabía de sobra que Aurora mentía. Que la noche en que Carolina fue asesinada no estuvo con Marina pero, los motivos se le escapaban igual que sentía cómo se le escapaba la fe ciega que hasta el momento las había mantenido unidas. Igual que se le escapó la esperanza de que el testimonio de Elisa fuera suficiente para que el Juez declarase culpable a Marina cuando Velasco le comunicó que su hermana no solo se había retractado de su declaración si no que, además, parecía convencida de que de verdad había intentado salvarle la vida.

Hablar con la pequeña no sirvió para nada. La nueva actitud de Elisa, basada en el perdón, la bondad y el amor. Basada, básicamente en todo cuanto la joven postulante había pisoteado durante toda su vida, había hecho imposible el entendimiento entre ambas pero Celia, comprendía el dolor que las consecuencias del ataque podía haber dejado en ella y contuvo la dureza con la que le hubiera recriminado que estuviera protegiendo a quien lo había provocado.

Dadas las nuevas circunstancias, el balance de lo que tenían en contra de la mujer que a pesar de llevar días encerrada en el calabozo no había desfallecido lo más mínimo, era poco alentador. Lo único que les quedaba era la huella parcial que habían encontrado junto al cuerpo de Germán y con ella, poco podían hacer.

Al hecho de que Aurora siguiera sin querer dar marcha atrás con su decisión de ser la coartada de Marina y de que Elisa no fuera a acusarla de intento de asesinato, tuvieron que sumarle la desaparición del informe. Velasco no lo había echado en falta pero se dio cuenta de que no lo tenía mientras reunía lo necesario para un juicio que, sin él, definitivamente estaba más que perdido.

Celia, en un intento desesperado, decidió bajar a hablar con la detenida. Sabía que las probabilidades de que ésta dijese algo que la relacionase con el robo eran escasas pero, la insinuación de que había sido Aurora quien lo había hecho por ella la pilló desprevenida y fue más que suficiente para que Celia, que había intentado por todos los medios aguantar el tipo, perdiera los nervios.

Al contrario de lo que la maestra esperaba, Aurora mantuvo su testimonio frente al Juez. Confiaba en que haberla echado de casa después de que la enfermera confirmase con su negativa que había sido ella quien había robado el informe psiquiátrico de Marina de la comisaría, hubiera servido para hacerla cambiar de opinión pero no fue así. Velasco se había acercado hasta Arganzuela para comunicarle que era muy probable que no tardando mucho la asesina quedase en libertad lo que, a pesar del dolor que le provocaba, hizo que Celia se reafirmase en la decisión que había tomado. No reconocía a Aurora aunque, si se paraba a pensar, que prefería no hacerlo, tampoco se reconocía a sí misma. Marina estaba acabando con ellas, con la relación por la que tanto habían luchado y, dado que Aurora no parecía tener intenciones de volver a casa por su propia voluntad, cosa que por otra parte comprendía, decidió hacerle llegar una nota. Dura, sí, pero necesaria para hacer que regresase, para agotar la última gota de la última gota de esperanza que le quedaba aunque tuviera que hacerlo a gritos, aunque para llegar a ella tuviera que fingir que no le importaba lo más mínimo dejarla en la calle permanentemente.

Celia, que sabía perfectamente que Aurora aún seguía dentro de casa, entró fingiendo que no esperaba verla y confiando en lo desesperado de su plan, volvió a recriminarle lo que con su declaración había conseguido y fue tan duro para Aurora sentir cómo Celia le arrancaba de las manos la maleta y tan duro para Celia abrir la puerta sabiendo que si aquella mujer salía ya no volvería a entrar, que el mundo decidió pararse para las dos un segundo. El segundo en el que Aurora, sabiendo cumplido el pacto que mantendría alejado al diablo de ellas, decidió por fin contarle toda la verdad.

Las lágrimas impotentes de Aurora, calaron el hombro de la camisa de Celia mientras ésta la abrazaba con la fuerza con la que se abraza a quien se creía perdido. Sabía que tenía que haber algún motivo de peso para que la enfermera hubiera estado dispuesta incluso a asumir el fin de su relación, pero no se le había pasado por la cabeza que Marina pudiera haber ordenado desde la celda su asesinato en caso de que Aurora siguiera negándose a colaborar.

El sentimiento de culpa de ambas las mantuvo el resto de la tarde entre besos y abrazos. Entre "perdones", "lo sientos" y miradas apenadas que intentaban recuperar el brillo que habían ido perdiendo con el miedo a perderse.

Se acostaron con la idea de recuperar el cariño perdido pero les fue imposible. Aurora estaba metida en un buen lio. Ambas lo sabían pero cuando Velasco se lo confirmó la salida se alejó aún más de ellas. Sí decidía cambiar su testimonio el Juez podría acusarla de perjurio y entonces sería ella a quien tendrían que ir a visitar a la celda. Estaban entre la espada y la pared. La asesina estaba libre y Aurora podría acabar presa, para evitarlo, trazaron un plan en el que, para su desgracia, Marina no cayó. Y no solo no cayó si no que, además, se permitió el lujo de presentarse en Arganzuela para devolverle a Aurora la ropa que le había prestado con la prepotencia que le caracterizaba, con la seguridad que le daba saber que si alguna de las dos decidía hacer algo en su contra, la caída, la haría acompañada.

La casa se quedó helada cuando Celia cerró la puerta. Como si la sombra de Marina se hubiera apoderado de cada rincón. Ambas sabían que tenía razón, pero se negaron a que la red de la vileza las atrapase, a que el ansia de venganza oscureciera sus corazones, a que ese ser que no sabía lo que era el amor, les robase el que tanto les había costado conseguir. Se negaron y aunque tenían muchas cosas que hablar y mucho que pensar, decidieron no pensar más que en ellas. Adelantándose a la noche que comenzaba a reclamar su momento, cerraron todas las cortinas de la casa, necesitaban amarse, se necesitaban y convencidas de que el amor puede acabar con todo, aunque solo sea durante unos minutos, se desnudaron sin prisa para recuperar de golpe el calor que les pertenecía.

Cerraron los ojos para borrar con sus besos la imagen distorsionada con la que la desconfianza había cubierto el maravilloso lienzo de su historia y entraron en la habitación para volver a colocarlo en el lugar que le correspondía, el cabecero de la cama que las recibió como si nada hubiera ocurrido. El colchón se amoldó a sus cuerpos que eran uno. Las sábanas se empaparon con el perfume del sudor que ama, del sudor que perdona, de ese que resbala por la piel como un grito desesperado cuando se hace el amor con premura. Y es que en sus caricias tensas se notaba que se habían echado de menos. Las manos subían por las piernas, bajaban por el vientre, se amarraban a la cadera, al costado. Perdida en el centro de la maraña del deseo, Celia luchaba como podía contra el filo de unas uñas que ansiaban desquitarse de la rabia que le había atenazado el cuerpo durante días contra la espalda de Aurora mientras que, la culpa que había martirizado a la enfermera, no solo hubiera estado dispuesta a asumir ese castigo si no que lo esperaba con anhelo. Se mordieron los labios, el lóbulo de la oreja, el cuello tenso que adivinaba que el camino del próximo beso pasaba por encima del pecho. Daba igual del de quien porque llegó un momento en el que se habían enredado de tal manera que subir o bajar llevaba al mismo lugar. Y en él perdieron sus bocas y labio a labio terminaron con cualquier reproche, con toda la rabia, con el miedo, el pasado, el presente y el futuro. Con el frío y el calor. Con el bien y el mal. La luz y la oscuridad. Perdidas entre sus piernas, aprisionadas por ellas, terminaron con todo, incluso con ellas mismas porque, una vez más, la dura realidad les había obligado a ser más fuertes que la vida aunque, en ese momento en el que se amaban sin mesura, fueran conscientes de que eran completamente vulnerables a la muerte.

Adriana Marquina

3 comentarios:

  1. "el mundo decidió pararse para las dos un segundo" , está frase me ha encantado. 👏👏, Eres magnífica como siempre,tus relatos son maravillosos, nos llevan a donde queremos ir 😍😍 y no volver. 😂😂

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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