domingo, 25 de septiembre de 2016

Aniversario Aurelia


Celia salió de casa con la excusa de la madre enferma sobre la conciencia. Necesitaba decirle a Aurora la verdad, confesarle que no había cocinado para ella sino para Marina, que la tenían prisionera, que no podía soportarlo más pero que haber involucrado al tío Ricardo no estaba facilitando su arrepentimiento. Lo necesitaba, pero supo al entregarle a Luis, que esperaba abajo, la tartera con la cena que había preparado para ella, que aquella no sería la mejor noche para hacerlo. Aurora le había pedido, con esa sonrisa suya a la que nada podía negarle que, al regresar, en vez de utilizar las llaves, llamase a la puerta y supuso que algo tendría preparado para celebrar el aniversario.

No se equivocaba. Mientras subía las escaleras de la corrala, vio como Aurora cerraba las cortinas del salón y como, tras ellas, la luz brillante del pequeño piso se apagaba dejando paso a la tenue luz que dan las velas, esa que, ilumine lo que ilumine, lo deja todo bañado de amor.

Celia sonrió al ver el reflejo de Aurora pasar por delante de la ventana, les había costado tanto llegar hasta allí que saber que ella estaba al otro lado seguía pareciéndole un sueño. No pudo evitar detenerse para ver si volvía a pasar, no pudo evitar recordar la primera vez que soñó con ella, el rubor que se apoderó de sus mejillas cuando al día siguiente le contó que lo había hecho, el calor que sintió mientras lo hacía frente a aquella ventana en la que Aurora, también adoraba soñar. Aquella mujer era la mujer de su vida, de una vida imperfecta sí, pero de su vida, al fin y al cabo, la única que podía ofrecerle, la misma que Aurora, encantada, estaba más que dispuesta a compartir.

Esperó, pero Aurora no volvió a pasar, supuso que estaría detrás de la puerta esperándola y no quiso alargar esa agonía que se siente cuando la ilusión te invade. La conocía, sabía y había aceptado que era mucho más romántica que ella, pero no por ello se había resignado a no poder sorprenderla y, aunque le había hecho creer que se había olvidado de que hacía un año que Aurora le hizo el mejor regalo que nadie podía haberle hecho jamás, aquel en el que la libertad de hacerla sentir como era venía envuelta en la carne suave de sus labios entregados, no lo había hecho. Con cuidado llamó a la puerta de la casa de Caridad, no quería despertar a los niños y recogió de las manos de aquella mujer que luchaba día a día por seguir adelante con una sonrisa en los labios, una pequeña cajita.

Cuando consiguió esconderlo en los bolsillos de su falda sin que se notase, se plantó delante de la puerta, respiró profundo para dejar tras de sí todos y cada uno de los problemas que le rondaban la mente y llamó con los nudillos con la determinación que da saber que, a partir de ese momento, nada malo puede ocurrir.

Aurora abrió la puerta despacio, tanto que Celia no pudo evitar asomarse por la rendija que tanto se hacía de rogar. Cuando por fin se abrió del todo, una mesa decorada al detalle, la esperaba con la cena humeante encima.

—Sé que la cena la has preparado tú, pero…

Celia no dejó que Aurora terminase aquella frase. Cerró la puerta, se abrazó a su cintura y calló el resto con un beso lento, cómo el primero.

—Es perfecto cariño.

Aurora sonrió, retiró la silla lo justo para que Celia pudiera sentarse y después se sentó delante, cómo aquella vez en el Excélsior, cómo aquella noche en la que el latir de sus corazones puso la banda sonora.

—Hacía mucho tiempo que no teníamos una noche para nosotras y esta, no voy a dejar que nos la robe nadie.

Aurora estaba dispuesta a deshacer el hielo que últimamente cubría la mirada de Celia con halagos, con promesas, con susurros y sonrisas, con todo su ser y ella, ella decidió dejar que lo hiciera, ayudar a que sucediera. Aquella mujer había luchado ya suficiente y, si había una noche en la que se merecía dejar de hacerlo, era aquella, la noche de su aniversario.

Sonrió alzando la copa que Aurora amablemente había llenado de vino y propuso brindar por todo lo vivido, por todo lo que les quedaba por vivir. La enfermera estuvo de acuerdo y tras el trago con el que sellaron el futuro que les aguardaba, propuso añadir otro por todo lo que les quedaba por soñar.

—A veces no podremos vivir como queramos, pero nadie podrá robarnos los sueños.

Celia se quedó pensativa antes de llevarse la copa a la boca. Los sueños que no se habían cumplido se arremolinaron sobre su mirada como las ánimas que esperan a los que caen en el infierno. Los huecos oscuros de sus rostros inexistentes comenzaron a definirse, pero el calor de las sábanas amadas de la primera vez que hicieron el amor, acudió corriendo a protegerla alejando, de su cabeza a Miguel, a Joaquín, al Doctor Uribe, a Clemente e incluso a Marina, que seguramente, en aquel momento, estaría negándose a probar bocado mientras ella se disponía a comérselo todo. Parpadeó y como si de sus ojos hubiera brotado el polvo mágico de las alas de las hadas, también se olvidó de ella.

Aurora la conocía bien, sabía que, al igual que le estaba pasando a ella, estar celebrando su primer aniversario lo estaba llenando todo de recuerdos. En su caso, Diana, Francisca, Adela, Elisa y Blanca, ocupaban los suyos. Cuando la primera patata llegó a su boca, se vio de pronto en la mesa del comedor de la casa Silva. La primera noche que durmió allí, un inmenso plato lleno de ellas presidía la mesa. De aquella solo Diana conocía su secreto, pero sonriendo entre una y otra, fue pasando de hermana en hermana, de abrazo en abrazo, de aceptación en aceptación. ¡Qué lástima sintió por la partida de Adela!

—Estaba acordándome de tus hermanas… —Celia la miró confundida —No me preguntes porqué, pero el sabor de estas patatas me ha hecho recordar el miedo que tenía a que se enterasen de lo nuestro ¡Quien me iba a decir a mí que las cinco terminarían aceptándolo de este modo!

La maestra asintió divertida para quitarle peso al asentimiento de cabeza con el que intentaba decirle a Aurora, sin decir, ese “te lo dije” que todos odiamos tanto.

—Tienes una familia maravillosa —añadió acariciándole la mano antes de inclinarse sobre la mesa para ayudar a aquella contención con un beso. 

Familia. ¡Como pesó de repente aquella palabra! Ninguna de las dos se libró de lo que pudo haber sido y no fue. Por la cabeza de Celia pasó el cuerpo destrozado de Aurora tendido sobre la cama después de haber dado a luz a un bebé al que los palos de su padre le negaron la posibilidad de recibir todo el amor que ambas tenían para dar. Por la de Aurora, pasó el abrazo que Celia le dio a su vientre cuando sintieron la primera patadita y no pudo evitar imaginar cómo hubieran sido sus noches si todo hubiera salido bien, si en una madrugada insomne, al abrir los ojos, su mujer y su pequeño durmieran tranquilos a su lado. Ambas sintieron que hubiera sido algo parecido a aquel día en el que la pequeña Eugenia se despertó mientras ellas se besaban con ternura, parecido, pero mejor porque aquel bebé sería suyo. Porque entonces sí, serían una familia.

—¿En qué piensas?

Aurora preguntó para romper el silencio triste que se interpuso entre ellas. Sabía que Celia iba a mentir en su respuesta, sabía que ella también lo haría al hacer como que la creía, pero, aunque aquel dolor había dejado una cicatriz difícil de sortear, tenían suficientes momentos buenos como para hacer un puente momentáneo y ambas, supieron cómo construirlo.

—Estaba acordándome de aquella fiesta en el Ambigú. Fue la primera vez que bailamos en público. ¡Anda que no me costó convencerte!

Aurora se rio avergonzada. No por haber bailado con ella, sino por haber estado a punto de no hacerlo.

—¿Cuántas cosas habremos dejado de hacer por el que dirán?

Celia se quedó mirándola, analizando la pregunta, recopilando momentos.

—Creo que menos de las que hubiéramos debido. Hemos estado en un hotel juntas, nos hemos manifestado casi de la mano y huido de la policía. Convocamos una reunión sufragista, conseguimos que cientos de mujeres luchasen por algo que era justo, que era necesario. Nos hemos besado en público, con las manos sí, pero besado al fin y al cabo. Hemos estado detenidas, ¡qué mal lo pasé hasta que te liberaron! y tan libres como para acudir a un local regentado solo por mujeres. ¿Recuerdas aquel día en el que me llevaste al Palacio de Cristal? “Hay paredes que no impiden ver el mundo” me dijiste…

—Ahora te diría que hay paredes que no impiden ver el amor.

—Yo creo que, si hay amor, no hay pared que pueda frenarlo.

Ambas se rieron ante aquel comentario con el que Celia, ayudada por un gesto rápido de la mano, quiso hacer referencia, sin mencionarlos, a todos los impedimentos que habían superado, Aurora, inmediatamente, recordó las paredes de la casa que Clemente convirtió en una prisión, pero, se deshizo de ellas de inmediato. La sonrisa de Celia hizo que todo desapareciera.

Estaba siendo una velada maravillosa. Tanto que cuando volvieron a mirar el reloj ya eran las doce pasadas. Aurora, se limpió apurada con la servilleta que descansaba sobre sus rodillas y se levantó como un resorte. Comenzó a recoger los platos de la cena impidiendo que su compañera se levantase. Celia la miraba divertida, le encantaba verla pulular de un lado a otro de la casa, le recordaba la primera noche que pasaron juntas allí, en su hogar. Cuando la mesa estuvo recogida y sobre ella solo quedaron las tres velas que adornaban el centro, Aurora levantó el teléfono;

—Sí. Abajo en quince minutos. Gracias.

—¿A quién has llamado? Y… ¿Por qué has quedado abajo?

—Es una sorpresa —respondió Aurora abrazándose a su espalda —. ¡Y no insistas, porque no te lo voy a contar!

Celia sonrió ante la predicción de la mujer que lo inundaba todo con su peculiar aroma, cerró los ojos con el calor de los brazos que le rodeaban y viajó con todo por un pasado antojadizo. El beso con el que se despidieron cuando Aurora se fue a Cáceres, le encogió el estómago. Petra acababa de fallecer y en aquel momento sintió que se quedaba tan sola que el mundo se convirtió en una canica en la que solo cabía ella. ¡Cuánto añoró sus labios! ¡Cuánto su compañía! Sintió que aún lo saboreaba cuando Aurora regresó, cuando le confesó que no podía vivir sin ella. Escuchó de fondo la ovación de un planeta que volvía a recomponerse, que juntaba las piezas como lo hacía ella, que volvió a romperse cuando Clemente las descubrió, cuando Aurora se enfrentó a él provocando con ellos una ira indescriptible que volvió a destruirlo todo y que se ensambló para siempre cuando Velasco se la devolvió, cuando aseguró que, el carcelero, estaba ahora encarcelado. ¡Besos! Por la cabeza de Celia pasaron todos sus besos, los que ya se habían dado y los que les quedaban por disfrutar.

—¿Sabes? —preguntó Celia girando ligeramente la cara para poder mirar a Aurora a los ojos.

—Dime.

—Ya te lo dije una vez, pero volvería a pasar por todo con tal de que este momento volviera a repetirse. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

—Y lo peor —respondió Aurora cogiendo el testigo de los malos momentos.

—Incluso lo peor es lo mejor sabiendo que me amas.

—Te amo Meine Liebe. Te amo.

Celia se levantó para poder besarla bien. Para susurrarle que ella también lo hacía, para preguntarle a quien había llamado…

—¡Será posible! Eres una chantajista —respondió Aurora entre risas —. Coge el abrigo, ahora mismo lo descubrirás.

El reloj marcaba las doce y media en punto cuando salieron por la puerta de casa. Celia no estaba muy convencida de ir a ninguna parte a aquellas horas, pero confiaba en Aurora y se dejó llevar.

Descendieron las escaleras de la corrala despacio. No querían despertar a nadie y tampoco que nadie les preguntase donde iban dos señoritas a tan intempestivas horas. Celia acarició con discreción el bolsillo de su falda sin darse cuenta de que Aurora estaba haciendo lo mismo con el bolsillo de su abrigo. Cuando abrieron la puerta de la calle, un landó, negro como los dos caballos que inmóviles esperaban órdenes, las esperaba al otro lado.

—Buenas noches señoritas.

El cochero, que no era otro que Fermín, el amigo de Aurora, el que se hizo pasar por novio de Celia para que ésta pudiera librarse de las terapias correctivas del Doctor Uribe, les abrió la puerta con una ligera reverencia. Cuando se hubieron sentado, Fermín ocupó su lugar y azuzó a los dos caballos que, raudos, emprendieron la marcha.

Madrid comenzó a dejarse ver pasados unos minutos. Su silueta quedaba iluminada por el aura amarillenta que mantenía en calma la ciudad. Celia, aprovechando la intimidad del camino de ida, se recostó sobre el hombro de Aurora que la rodeó con el brazo.

—¿De qué te ríes? —preguntó Celia elevando los ojos para poder ver el rostro de Aurora sin tener que moverse.

—Estaba acordándome de todas las veces que me insinué sin que tú te dieras cuenta. Estabas tan obcecada con tus problemas de amor…

—Que no vi que lo tenía delante.

—Creo que me enamoré de ti nada más verte porque no era normal lo que sufría cada vez que te veía regresar a la consulta sabiendo que nada podía hacer por evitar tu sufrimiento.

—No pienses en eso ahora.

—El día que me confesaste que no podías más, que te derrumbaste sobre mi… aquel día te hubiera cogido en brazos y…

Celia no dejó que Aurora continuase hablando, se incorporó, la besó y desvió su atención al vacío de una ciudad que parecía existir solo para ellas. Apenas había gente por las calles. Algún que otro borracho perdido seguido por el buen sereno que se aseguraba de que el señor llegase a casa sano y salvo. Madrid parecía una ciudad fantasma y la luna, en cuarto menguante, parecía sonreír en el cielo ante su llegada.

Fermín detuvo el coche pasados unos minutos, descendió y colocó la escalerilla para que ambas pudieran bajar de él sin problema. Aurora bajó primero y le tendió la mano a Celia para que le fuera más sencillo. Cuando la maestra levantó la vista, su rostro se iluminó casi tanto como las farolas que adornaban el paseo.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó con la entonación ilusionada.

—No podíamos celebrar nuestro aniversario sin sentarnos en nuestro banco —comenzó a decir Aurora mientras se dirigían a él —. ¿No crees?

Celia asintió con la cabeza y se sentó en su sitio. Aurora hizo lo mismo después de indicarle a Fermín que las avisase si veía acercase a alguien, por aquel lugar de noche, no solía transitar nadie, pero la enfermera hacía tiempo que había escarmentado con respecto a la suerte.

—Aquí te confesé que a mi también me gustaban las mujeres…

—Aquí fue donde me enseñaste a comprender que no estamos enfermas…

—Donde me hiciste celarme de tu amiga…

—Donde quise besarte hasta que se nos secasen los labios…

—Pero no podías…

—¡Ya! Pero ahora sí que puedo.

La sensación de libertad que les dio el hecho de estar besándose en plena calle, invadió sus cuerpos y se apoderó de cada uno de los poros de su piel. Era como un sueño hecho realidad. De nuevo uno en el que solo estaban ellas, bueno, y Fermín, que vigilaba discreto concediéndoles la intimidad que necesitaban, pero uno más que borrar de la lista de sueños por cumplir, aunque no de la de sueños que lograr. Hacer eso a plena luz del día aún seguía siendo impensable, pero ambas estaban convencidas de que más mujeres lucharían por ello. Aurora porque, aunque la vida le hubiera llevado por otros derroteros, aún sentía dentro el espíritu sufragista, Celia, porque desde que conoció a Carmen de Burgos, dejó de sentir que sus ideales de libertad eran inalcanzables.

Un carraspeo de Fermín anunció que iba siendo hora de irse. Cogidas de la mano volvieron a subir al coche y mecidas por el traqueteo del empedrado se alejaron de allí con la sensación de haber dejado en la madera de aquel banco la impronta del amor libre.

El sonido de los cascos de los caballos cesó cuando el repicar de las campanas de las iglesias cercanas anunciaron las dos de la madrugada. Fermín, volvió a apearse, volvió a colocar la escalerilla y volvió a tender la mano a Aurora para que ésta después hiciera lo mismo con Celia.

—¿Tienes la llave? —preguntó la enfermera.

Fermín no respondió, metió la mano en el bolsillo y extendió el brazo para entregársela a Aurora.

—¿Es la que te pedí?

—Esa misma. Me he asegurado de que lo tuvieran todo preparado. Pasadlo bien.

Celia los miraba sin comprender bien qué era lo que se traían entre manos, pero, tras despedirse de aquel hombre que tanto había hecho por ellas y después de que él retirase el coche, todo tomó sentido.

La fachada del Excélsior apareció ante ellas para deleite de Aurora y sorpresa de Celia. Hacía mucho que no volvían al hotel que fue testigo de sus primeros encuentros. Mucho que no pisaban aquella habitación en la que habían conseguido crear un mundo propio. La habitación número veintiuno. Su lujosa libertad.

Tal y como Fermín había dicho, todo estaba preparado. Cuando abrieron la puerta, un camino de pétalos de rosas las llevó hasta una mesa iluminada por las velas de un candelabro plateado que se reflejaba en las copas de champán que esperaban el brindis que hiciera que se sintieran útiles. Se quitaron los abrigos, dejaron los sombreros sobre ellos, se desprendieron de los zapatos y descorcharon la botella que esperaba ansiosa en una cubitera de pie.

—¿Por qué vamos a brindar?

—Por nosotras Celia, por nosotras. Porque este año no sea el último, porque pase lo que pase, sé que me amarás siempre, porque espero que tú también lo sepas. Eres mi amor, mi vida entera y aunque ahora no estemos en nuestro mejor momento…

—No pienses en eso ahora cariño.

–…lo superaremos y seguiremos cumpliendo sueños.

Las burbujas de aquel licor recorrieron sus gargantas una y otra vez. Cambiaban cada nuevo brindis por una prenda de ropa, cada trago por un beso, por una sonrisa y cuando ya no quedó nada en la botella, abrieron la cama y se fundieron en un beso que hizo que el somier crujiera de puro placer al sentir de nuevo su peso.

—¿Recuerdas que fue aquí donde te prometí que “las siguientes” serían mejores? —Celia asintió mientras levantaba la cadera para que Aurora pudiera deshacerse de la única prenda de ropa que quedaba sobre su piel —. ¿Me equivocaba? 

El “no” de Celia no fue contundente, la lengua de Aurora perdiéndose bajo su vientre lo convirtió en un gemido acallado. La enfermera subía y bajaba las manos por los costados de la maestra. Se detenía en sus pechos y volvía a descender para aferrarse a una cadera que no podía dejar de balancearse. De arriba abajo, despacio, marcando un ritmo que Aurora conocía bien, un ritmo que a veces variaba para arrebatarle un gemido inesperado, para que aquella mujer se deshiciera en su boca como se deshace una onza de chocolate. Los puños cerrados de Celia aprisionaban la sábana, pero, cuando Aurora comenzó a ascender hacia el ombligo, cuando sin avisar se abrió paso entre los labios de la mujer que se entregaba, la liberó para aferrarse a su espalda, para sujetarle la cabeza mientras sus lenguas se fundían, para después perderla entre sus vientres y llegar hasta el manantial contenido que más tarde, también saciaría su sed.

—¿Puede haber un lugar en el que me sienta más segura que sobre tu cuerpo desnudo?

—No es mi cuerpo si no mi alma la que queda desnuda ante ti amor.

—¿Puede entonces haber un lugar en el que me sienta más segura que sobre tu alma desnuda?

El abrazo jocoso con el que retozaron de un lado a otro de la cama lo terminó Aurora de repente, con el dedo en alto y los ojos tan abiertos que Celia pudo ver en ellos el reflejo de las velas que ya empezaban a consumirse.

—¿De qué te has acordado? –preguntó divertida.

—De que tengo algo para ti —respondió mientras se enroscaba en una de las sábanas en dirección a la silla donde había dejado el abrigo.

—Yo también tengo algo para ti —añadió Celia, solo que ella no necesitó levantarse, su falda había caído justo a los pies del lecho.

Se sentaron la una frente a la otra, al borde de la cama. Aurora, con la sábana, parecía una diosa griega y Celia, que había decidido cubrirse con la colcha, blanca también, no se quedaba atrás. Estaban preciosas, el blanco puro de aquellas telas, la rojiza luz de las velas, los cabellos cayendo por sus espaldas y el aroma a amor de la habitación, hicieron que ambas se quedasen inmóviles durante unos segundos. El tiempo que tardaron en deleitarse con la imagen que tenían delante, esa que, estaban seguras, ni el mejor de los mejores pintores, podría haber retratado.

—¿A la de tres? —preguntó Aurora con las manos a la espalda al ver que Celia tampoco se atrevía a ser la primera.

¿Por qué nos dará siempre tanto miedo que nuestros regalos no sean lo suficientemente buenos? ¿Qué no estén a la altura del que lo va a recibir? ¿Cuándo comprenderemos que lo importante no es el “que” sino el “quien”?

—Una…

—Dos…

—¡Y tres!

Dos cajitas exactamente iguales aparecieron en las palmas de sus respectivas manos. Ambas se miraron incrédulas, negando con la cabeza, sin dar crédito a esa coincidencia que, tras el beso agradecido, lo fue aún más. Mirándose, sonriendo de puro amor se intercambiaron las cajas. Al abrirlas, sus ojos se encontraron de nuevo, en ellos se había quedado grabado el brillo del colgante que aguardaba inquieto asirse al cuello que le correspondía. El de Aurora era un corazón de oro con una “C” grabada, el de Celia, era exactamente igual, pero con una “A”. ¡No podían creerse lo que estaban viendo! Lo que había sucedido. Ambas habían tenido la misma idea, ambas habían decidido, volver a entregarse el corazón.
Adriana Marquina

11 comentarios:

  1. Adriana, esto es magnífico!! Escribes y describes tan perfectamente sus sentimientos que me vuelto a enamorar mas de ellas. Grácias por este paralelo!!

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  2. Adriana, solo puedo quitarme el sombrero , ponerme de pie ,aplaudirte hacerte la ola jaja y no sería suficiente, es que tú escribes y me vuelvo a enamorar profundamente de Celia&Aurora se me olvida todo su sufrimiento, haces que recuerde su esencia y su amor y porque admiro a estos personajes , solo puedo agradecer a TI y tu pluma por existir

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  3. Sólo puedo decir que acabó se morir de amor😍😍, por favor no dejes de escribir nunca👏👏.Tu pluma es capaz de transportarnos a donde quieren ir nuestros corazones, y hacernos pensar que todo es posible y todo cambiará. 😜😘

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  4. Qué bien escribes!! Es que es todo tan bonito...tanto sentimiento... el amor es amor sea como sea y si es sincero es precioso. Voto por una segunda parte si fuera posible. Van a tener que hacer una serie de tu paralelo.

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  5. Es increíblememte maravilloso!!! Es un lujo leerte y en cada línea consigues una y otra vez que nos enamoremos más de Aurora y Celia.
    Gracias.

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  6. Adriana, ésto és precioso. Me ha hecho llorar, reír, amar y pensar q la história de las dos vivirá para siempre en nuestros corazones y en tus palabras magníficas de luz, de sombras e incluso de amor. Muy, però muy bonito lo q escribiste.

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  7. Precioso adriana me has transportado a todo lo que ellas pueden haber sentido a lo largo de este año

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  8. Piel de gallina desde la primera palabra hasta la última. Eres genial Adriana. Gracias!!!

    Angela

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  9. A corazón abierto, la entrega y el amor es posible mostrarlo de forma mas dulce? Me parece que no. Gracias por regalarnos tan hermoso presente Aurelia. Abrazo grande!!

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  10. Me enamore me pongo de pie Adriana sin palabras simplemente hermoso

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  11. Simplemente hermoso, muchas felicidades. Gran paralelo, desearía que tu fueses la guionista y poder ver esta historia en Seis Hermanas ������

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