lunes, 4 de julio de 2016

Ángel

Cuando el Inspector Velasco llegó hasta Arganzuela, el manto negro de la noche ya cubría por completo el cielo. Celia, que se disponía a cenar cuando éste llamó a la puerta, había hecho algunas averiguaciones en cuanto a la relación de Juan Morandeira con su familia y aunque había intentado ponerse en contacto con el inspector para ponerle al día, le había sido imposible.

La actitud de la maestra al abrir la puerta, enojada y ligeramente irascible, era completamente opuesta a la de él que, para su desconcierto, sonreía como nunca antes con el brillo de un orgullo incomprensible en la mirada que terminó de colmar el vaso de su paciencia. Interrumpiendo constantemente a Velasco que, una y otra vez se acercaba hasta la puerta con intención de mostrarle a quien esperaba tras ella, le soltó de golpe las nuevas pesquisas, las dudas y, ya que se había puesto a hablar, le hizo saber que estaba bastante descontenta con la nueva conducta del inspector. Eso de que llevase días evitando que le acompañase a sus interrogatorios, a la comisaría o a cualquier otro sitio al que él hubiera podido ir, le había llevado a sospechar que algo malo pasaba, que algo había hecho para que él renegase de su presencia, que algo había cambiado en su relación, tanto en la profesional, como en la de amistad que, al fin y al cabo, era la que más le importaba a ella. Velasco había pasado a ser algo más que el policía que se encargaba del caso del asesino del Talión, ella ya lo consideraba su amigo y sentirlo tan alejado le había hecho plantearse la posibilidad de perderlo y solo pensarlo, la tristeza que se apoderaba de ella se convertía en una rabia que le carcomía las entrañas. Celia nunca había sido mujer de muchas amigas y con todos los problemas familiares que habían tenido desde que su padre falleciera las pocas que tenía fueron alejándose con discreción. Velasco apareció en su vida en su momento más duro y no solo se quedó con ella cuando supo que amaba a otra mujer sino que además le abrió su corazón para hacerle saber que era capaz de comprenderlo perfectamente ya que él también se sentía atraído por los hombres.
Juntos habían hecho mucho más que perseguir a un malnacido que sin escrúpulos asesinaba a mujeres de alta cuna, juntos habían encontrado en el otro al confesor perfecto y Celia, fuera lo que fuese lo que le ocurría al inspector, no estaba dispuesta a perderle por callarse un sentimiento que llevaba días haciendo que se sintiera tan sola como antes.

Malhumorada, esperando una explicación que le diera sentido a la cara de felicidad de Velasco, cruzó los brazos poniéndose a la defensiva mientras que él le hablaba de unas pesquisas que podían no haber dado su fruto pero lo dieron y que sin embargo, hasta que él no abrió la puerta, no tuvieron sentido alguno.

Bajo el umbral de aquella puerta, con los nervios aprisionándole el labio, la mirada iluminada y la ilusión contenida entre las manos apareció, como lo había hecho en alguno de sus sueños, Aurora. Celia, que no podía creer lo que estaba viendo, fue incapaz de reaccionar, incapaz de mantener su corazón en funcionamiento, incapaz de articular una sola palabra, incapaz de dar un solo paso hasta que la luz de la sonrisa de aquella mujer que hizo que todo cuanto había a su alrededor desapareciera se acercó hasta ella para demostrarle que era real, que estaba allí y que había vuelto. Velasco, que por primera vez en mucho tiempo sintió la satisfacción del trabajo bien hecho, cerró la puerta para darles la intimidad que el momento requería y, sonriéndole a un orgullo que añoraba, contempló como aquellas dos mujeres que se abrazaban y acariciaban incrédulas, despertaban de una pesadilla que ya había durado demasiado tiempo.

Cuando Celia consiguió ser consciente de que Velasco aún seguía allí, se disculpó por haber dudado de él y le agradeció, reconociendo el mérito de la dificultad que debía haber supuesto llevar los dos casos a la vez, que la hubiera encontrado y llevado de vuelta. Aurora, por su parte hizo lo mismo, si Velasco no hubiera intervenido Clemente aún seguiría teniéndola a su merced pero, cuando Celia preguntó, la enfermera prefirió dejarlo para más tarde, disfrutar del momento y volver a hacer que el mundo desapareciera entre unos besos que se alargaron más allá de la hora de una cena que se quedó fría mientras escuchaba como ambas recuperaban el tiempo perdido recostadas sobre una cama a la que ya no le faltaba la otra mitad.

La penumbra de la habitación fue una perfecta compañera para que Celia le contase a Aurora todo lo que había sucedido durante su ausencia. Sin dejar de acariciarle el rostro, de colocarle con cariño los mechones de pelo que se le escapaban a la cara y sin dejar de darle un beso fugaz cada vez que terminaba una frase, le contó como Blanca había conseguido superar su enfermedad, como Elisa se le había instalado en casa haciéndoles creer a sus hermanas que estaba en el internado de Alemania, cómo había conseguido ser la ayudante de Velasco en el caso del asesino del Talión y como la desgracia se había cebado con Adela después de que la dicha la hubiera convertido en la mujer más feliz sobre la faz de la tierra. Le contó tantas cosas que Aurora no pudo evitar bromear ante tan larga retahíla y decidió hacerse la dormida para ver si así volvía a centrar la atención de la pequeña investigadora que de tanto que se había emocionado parecía haberse olvidado de ella. Se hizo la dormida y la respuesta fue inmediata, pero Celia no intentó despertarla con un ataque de cosquillas cómo ella esperaba sino que se subió a horcajadas sobre su cadera y se deshizo del camisón que le cubría el cuerpo en un movimiento tan rápido que Aurora no tuvo tiempo de reaccionar, no al menos del modo en que la maestra esperaba que lo hiciera. Se quedó paralizada, mirándola sin parpadear, con las manos tan inmóviles como su rostro, se quedó bloqueada y Celia se dio cuenta de inmediato.
-- ¿Estás bien cariño? --preguntó recostándose con suavidad sobre ella dejando que su cabello cayese hacia un lado mientras la miraba a los ojos intentando averiguar que le ocurría.
-- Celia... Yo... Yo...

Un nudo se apoderó de su garganta, un nudo que le estaba impidiendo disfrutar de aquel cuerpo con el que tantas veces había soñado, un nudo que Celia saboreó como propio al recordar la primera vez que Aurora se deshizo de su ropa. Un nudo de miedo al sentirse incapaz de dejar que la persona a quien amaba amase un cuerpo que a pesar de estar curado seguía sintiendo el dolor de los golpes de quien no la había amado jamás.

Celia lo vio en su mirada, sintió cómo aquella mujer se avergonzaba de sí misma. Sintió como se amarraba al camisón que la mantenía a salvo y con toda la delicadeza que pudo recordar de su primera vez con ella, se levantó de la cama y la ayudó a levantarse. Le sujetó el rostro y le regaló toda la paz de una mirada tan limpia que Aurora pudo reflejarse en ella. Despacio desabrochó los botones de aquella tela blanca que se había convertido en una venda y dejó que cayera al suelo.
-- Deja que te cure las heridas -- susurró ante el cuerpo tembloroso de la enfermera mientras le sujetaba las manos para llevarlas a su pequeño pecho erizado --. Deja que sea yo quien te salve esta vez.

Aurora cogió todo el aire que pudo en un suspiro, cerró los ojos y dejó que Celia la recostase de nuevo sobre la cama impaciente pero, fueron tan largas sus caricias, tan lentas y sutiles, tan suaves los besos con los que cubrió cada centímetro de aquella piel que incluso ella desapareció. Ambas habían soñado con aquel momento pero la Aurora que había regresado aún no estaba preparada para dejarse amar en la tierra así que Celia se la llevó a una nube que olía a lluvia y le mostró el camino hacía la libertad de volver a ser ella misma deslizando de nuevo sus manos hacía una cintura que se entregó ligera como una pluma.
-- Agárrate y no te sueltes --volvió a susurrar mientras comenzó a balancearse tan despacio que Aurora no pudo evitar dejarse llevar para sentir contra su pubis el roce del pubis de Celia --. No te sueltes porque voy a llevarte hasta el cielo amor mío y allí, allí nadie podrá volver a hacerte daño.

Como si la posibilidad de alejarse del mundo fuera real, como si de verdad Celia tuviera la capacidad de acercarla hasta el cielo con sus caricias, Aurora volvió a abrir los ojos para buscarse en los ojos de Celia. En ellos vio su cuerpo completamente curado y, en el cuerpo de la maestra que seguía balanceándose al compás de un viento inexistente, descubrió el paraíso ansiado. Confiada siguió la curva de la cintura con las manos, ya no tenía miedo de caerse aunque cuando cubrió con ellas los pechos de la maestra sintió en el estómago el vértigo de quien se asoma a un precipicio del que no se ve el final. Celia, que había evitado cualquier movimiento brusco con el que pudiera asustar sin querer a Aurora, se recostó de nuevo sobre ella para saciarle la sed con sus besos y cuando lo hubo hecho, cuando los labios se les habían dormido y las lenguas reclamaron volver a su hogar, Celia se tumbó despacio a su lado invitando con aquel movimiento a que fuese ella quien se pusiera encima. Aurora se dejó llevar del mismo modo en que la niña con pajarita de la que se había enamorado lo hizo en su momento y sonrió al ver en el mordisco pícaro de Celia cuales eran las intenciones de la maestra.
-- ¿Ahora que ya estamos en el cielo te parece si tocamos las estrellas con las yemas de los dedos?

Aurora, que sentía como con cada palabra que ella susurraba desaparecía de su cuerpo un golpe, no dijo nada, simplemente sonrió ante aquella ocurrencia y separó ligeramente las piernas para que la mano de Celia pudiera encontrar sin problemas la estrella que ella escondía, la que creía perdida, la que volvió a cubrirse con la suavidad de una sensación que creía recordar pero que supo no recordaba cuando la primera caricia le hizo olvidarse del cielo, de la tierra, de las estrellas y de los mares. Cuando con la segunda sintió que su volcán seguía vivo, cuando a medida que se moría renacía entre las manos del amor más puro que había sentido jamás y que tanto añoraba. En aquel instante se sintió tan viva, tan afortunada y tan libre que, aún sabiendo que los fantasmas no desaparecen de la noche a la mañana, los desafió gimiendo hasta el alba entre las manos de un ángel al que en ese momento le hubiera entregado sin dudar hasta el último aliento de vida.

Adriana Marquina

6 comentarios:

  1. Magnífico, nunca nos defrauda tu pluma. Que pena que tu no seas una de las guionistas de Seis Hermanas. Aunque si lo fueras nos harías muy felices, pero tendrían que cambiar el horario.

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  2. Magnífico, nunca nos defrauda tu pluma. Que pena que tu no seas una de las guionistas de Seis Hermanas. Aunque si lo fueras nos harías muy felices, pero tendrían que cambiar el horario.

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  3. Precioso Adriana como siempre no se como lo haces pero tu pluma me enamora más de Celia y Aurora

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  4. Precioso, sensible y sentido una maravilla como transmitís. Mil gracias por (al menos a mi) dejarnos VER lo que no nos pueden mostrar en la serie

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  5. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  6. Muchísimas gracias Adriana por regalarnos éstos paralelos tan bellamente escritos. Los descubrí por accidente pero ha sido el mejor accidente que haya tenido. Me has inspirado a volver a escribir e incluso a tener un blog propio. Nuevamente gracias por enseñarnos la otra parte de Celia y Aurora. ;D

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