sábado, 7 de mayo de 2016

Impresiones El Jurado

Lo primero que quiero decir es que todo lo que leeréis a continuación es una opinión propia que quizá en nada se ajuste a la realidad aunque, ésta es tan relativa que si queréis averiguarlo solo os queda acercaros a las naves del Matadero en Madrid e ir a ver El Jurado.
Yo tuve el placer, el sábado pasado, de disfrutar de esta maravillosa obra de teatro que hizo que me levantase de mi asiento para aplaudir a una compañía de teatro que, tal y como están las cosas en este país y bajo mi punto de vista, ha apostado fuerte por un tema tan manido como es la corrupción y a un elenco de actores que lejos de sentirse intimidados por él, se crecen regalando un espectáculo de aproximadamente hora y media en el que yo me hubiera quedado hora y media más.


"Los que saben hacen las leyes y los que no impartimos justicia"


¿Es justa la justicia? Esta pregunta que seguro alguna vez todos nos hemos hecho viendo el telediario, leyendo algún periódico o escuchando la radio, es el reclamo principal de la obra y lo cierto es que la respuesta es muy sencilla o al menos yo la tenía muy clara cuando me senté a esperar a que Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Cuca Escribano, Pepón Nieto, Isabel Ordaz, Canco Rodríguez, Luz Valdenebro, Eduardo Velasco y Usun Yoon aparecieran en el escenario; No. Y es que yo me pregunto: ¿Cómo va a ser justa una justicia que encierra a una madre que tras encontrarse una cartera decide gastarse cuatrocientos euros en pañales y comida para sus hijos mientras deja en libertad a maltratadores, pederastas, ladrones e incluso me atrevería a decir a algún que otro asesino? Así que no, mí respuesta era no pero quería saber que tenían que decirme o que iban a demostrarme, las nueve sombras que se intuían al fondo del escenario cuando las luces se apagaron.


Dispuesta a no perder detalle, disfruté de su entrada a escena, reconozco que quizá Luz llamó mi atención más de la cuenta, pero eso nada tiene que ver con la justicia por lo que dejaré a un lado esa impresión. Así que diré que disfruté de como fueron tomando asiento tras presentarse sin tan siquiera hablar y de la iluminación que debo decir que es magnífica, tanto que en alguna ocasión mi cerebro paralizaba la escena para capturar alguna fotografía que, por desgracia para vosotros y por suerte para mí, solo pude guardar en mi cabeza.


La cosa empezaba bien, bien hasta que comienzan a hablar y tienes la sensación de que la obra apenas va a durar dos minutos porque, al igual que tú y sin más detalles que el hecho de que se esté juzgando a un político por un caso de corrupción, todos tienen clarísimo que es culpable. Bueno, todos menos uno, que no es que no opine igual, sino que opina que el destino de una persona no puede depender de los prejuicios de otras nueve, diez si incluimos mi pregunta anterior como un prejuicio en sí misma, y que tal vez deberían profundizar un poco más en el caso. Y claro que profundizan, profundizan tanto que constantemente te entran ganas de levantar la mano y estar de acuerdo, o no, con las opiniones que van exponiendo así, como que no quiere la cosa y que sin embargo van definiendo a los personajes de un modo que hace imposible no identificarse con alguno o con varios, o con todos que es lo más intrigante porque... ¿Cómo se puede estar de acuerdo con dos opiniones diferentes? Y para mí, aquí radica el éxito de la obra, porque llega un punto en el que estas completamente de acuerdo con la mesa que gira hacia la izquierda pero sientes la necesidad de acompañar a la presunta conciencia que lo hace hacia la derecha. Un punto en el que te ríes mientras el trasfondo social te abofetea sin que te des cuenta. Un punto en el que el señor Quirós desaparece porque el acusado eres tu mismo aunque la responsabilidad, la honradez, la soberbia, el ego, el pasotismo, la desfachatez, la sensatez, el miedo o la ideología política, cada uno sabrá que número le corresponde, te impida ver cual de los dos veredictos te correspondería a ti.


Adriana Marquina

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