domingo, 15 de mayo de 2016

En su inmenso corazón

La noticia en el diario de la agresión a una joven de veinticinco años, morena y de una estatura parecida a la de Aurora, alertó a Celia sobremanera nada más leerla. Elisa no había reparado en ella, había comprado el periódico solo para poder caminar sin ser reconocida por las calles de Madrid aunque, estoy segura, que de haberlo hecho tampoco le hubiera dado la importancia que Celia le dio, al fin y al cabo cada quien tiene sus propias preocupaciones y la única que tenía Elisa en esos momentos era la de llegar hasta Arganzuela sin ser vista.

A pesar de que Celia, como hermana mayor que era se vio en la obligación de reprender a la pequeña por su huida, la idea de que la mujer agredida pudiera ser Aurora pesó más y salió de casa rumbo a Madrid sin pensarlo un solo instante. Las elucubraciones que se apoderaron de su cabeza durante el trayecto hicieron que éste pareciera mucho más largo de lo habitual. Por su mente pasaron imágenes de un Clemente colérico y enajenado que, cansado de arrastrar a Aurora hacia un destino al que ella no quería llegar, descargaba ciego de rabia toda su frustración contra ella. Tan reales fueron aquellas visiones que, al girar la esquina que daba acceso a la entrada del hospital, echó a correr dejando a un lado sus modales, su estatus y todo comportamiento que se esperaba de una señorita de buena familia como ella. Casi sin aliento preguntó a una de las enfermeras cual era la habitación de la mujer agredida de la que hablaba el periódico y cuando obtuvo la respuesta no dudó en acceder a ella sin tan siquiera llamar a la puerta. Necesitaba saber si la mujer que luchaba por su vida dentro de aquellas cuatro paredes era la mujer a la que amaba y haciendo caso omiso de las indicaciones de las enfermeras que estaban atendiéndola junto a Cristóbal y del otro hombre que insistía en que saliera de allí, permaneció dentro de la habitación hasta que pudo comprobar que no era así.
Una vez fuera, la cordura que había perdido en la apresurada carrera hasta el hospital consiguió alcanzarla y, a pesar del alivio que sintió al comprobar que no era Aurora la mujer que mal herida luchaba por su vida sobre aquella cama, no pudo evitar preocuparse por el motivo que había llevado a esa joven hasta allí al igual que el hombre que estaba dentro de la habitación y que salió tras ella sin dudarlo, no pudo evitar interesarse por la preocupación de nuestra querida Celia.

Reticente y escarmentada, dudó si confiar en el joven que se presentó como el inspector Velasco del cuerpo de policía de Madrid pero lo hizo al darse cuenta de que no había mentido al sugerir que no era un policía cualquiera. Velasco pareció interesarse de verdad por el destino de su amiga Aurora y en un intercambio de confianza que ambos parecían añorar, el inspector le confesó sus sospechas acerca de que un asesino andaba suelto por Madrid aunque decidieron posponer los detalles de ambos casos hasta estar en un lugar más tranquilo.

Mientras ambos esperaban ese momento, Celia volvió a Arganzuela con su hermana. La pequeña, malacostumbrada como estaba a que todo se lo dieran hecho, no daba crédito a los requisitos que la maestra puso como condición para dejar que se quedase con ella un par de días más aunque, a regañadientes, los aceptó siendo consciente de que si Diana se enteraba de que no había cogido el tren que debería haberla llevado al internado las consecuencias serían mucho peores.

La revelación de que un asesino obsesionado con la Biblia estaba dedicándose a asesinar a mujeres de alta cuna con hermanas, dejó a Celia de lo más preocupada. Tanto que, a pesar de que el inspector le había pedido que no dijera nada sobre el caso ya que se jugaba su puesto de trabajo, no pudo evitar hacérselo saber a sus hermanas. Celia había perdido ya a demasiadas personas y no estaba dispuesta a que un loco le arrebatase a ninguna más aunque les pidió a ellas la misma discreción que ella no había tenido. Velasco parecía un hombre en el que se podía confiar y teniendo en cuenta que era el único policía que se estaba tomando en serio el secuestro de Aurora no quería arriesgarse a perderlo.

El asesino del Talión que así era como lo había bautizado la policía, arrancaba una página de la biblia y la enviaba a cada posible víctima haciendo así más difícil saber a cual de todas las hermanas atacaría. Leyendo la cita elegida estaba Celia cuando Elisa irrumpió en el salón con el chal de Aurora rodeándole los hombros. Al verlo, un sentimiento de rabia se apoderó de ella, aunque más que rabia era miedo o pena, o una mezcla de las tres cosas que hizo que reaccionase de una forma desmesurada que desconcertó a la pequeña por completo. La cara de la Elisa al sentir que había hecho algo terrible que no alcanzaba a comprender, conmovió a Celia, al fin y al cabo ella no tenía porque saber que esa prenda era de Aurora aunque, una vez que lo supo, no dudó en disculparse de inmediato. Sus disculpas fueron aceptadas aunque la maestra, abatida, supo que debía ser ella quien tenía que disculparse, quien tenía que explicarle a su hermana el porqué de su reacción, quien tenía que hacerle comprender que era la frustración de no conseguir encontrar a Aurora la que había hecho que reaccionase de esa manera. Elisa comprendió el dolor de la ausencia de la enfermera y no pudo evitar que el recuerdo de José María se colase entre las palabras de su hermana. No era lo mismo, pero a ambas les dolía por igual y en un abrazo que les unió como nunca antes encontraron una paz en la que descansar unos minutos, el tiempo que tardó en sonar el teléfono.

La llamada de Velasco a casa de la señorita Celia le hizo creer a la maestra que quizá el inspector tendría noticias de Aurora por lo que no dudó en acudir a la cita propuesta pero se equivocaba. Aquel hombre ajetreado que llegó tarde, quería pedirle un favor. Necesitaban hacer pública la presencia en las calles del asesino del Talión, necesitaban que las damas de Madrid estuvieran atentas, que avisasen en caso de recibir alguna amenaza y a Velasco no se le había ocurrido mejor persona para redactar la noticia que la señorita Silva cuyas crónicas sociales habían dado tanto de que hablar y cuya prosa admiraba desde la primera vez que se topó con sus palabras. Bajo la promesa de que seguiría buscando a Aurora en cuanto ese caso quedase resuelto, Celia aceptó sin dudar, al fin y al cabo redactar esa noticia podría evitar alguna muerte más y seguramente consiguieran capturar al malnacido que sin remordimiento alguno estaba llevando a cabo tales atrocidades.

Antes de poder salir de casa en busca del periódico en el que se había publicado el artículo, Celia no pudo evitar reprender a Elisa por lo poco que le había durado la promesa de ayudar con las labores del hogar. En ello estaba cuando llamaron a la puerta. Era Diana, su visita inesperada hizo que Elisa tuviera que esconderse detrás de la cortina que tantas veces había protegido a Aurora de Clemente aunque ninguna de las dos cayó en la cuenta que dejar dos servicios de desayuno preparados llamaría la atención de la empresaria. Reconociendo una locura incierta, Celia aceptó que su hermana creyera que la ausencia de Aurora la tenía trastocada y que el motivo de que hubiera preparado desayuno para dos personas no era otro que la añoranza que sentía por ella. Una añoranza a la que recurrió para volver a negar su vuelta a Madrid y de la que ambas se deshicieron de golpe cuando la torpeza de Elisa casi las delata. Celia argumentó que una ventana abierta había tirado el jarrón que casi había paralizado el corazón de Diana, el tema del asesino la tenía preocupada pero la maestra supo tranquilizarla a la par que se deshacía de ella de la forma menos brusca posible. Aquella situación no podía seguir así, pero a Elisa le libró de otra reprimenda el hecho de que su hermana tuviera que ir a clase y que después hubiera quedado en Madrid con Velasco.

El inspector de policía alababa el artículo mientras Celia escuchaba con atención los motivos por los cuales le había pedido que lo escribiera. Si ese monstruo decidía volver a atacar ellos estarían preparados para intervenir y aunque el hecho de que utilizar a una mujer como cebo no convencía mucho a la escritora, que Velasco hubiera sido capaz de averiguar el mensaje que entrelineas había dejado para Aurora la dejó tan abstraída que no fue capaz de reacionar. Celia había supuesto que Clemente compraría la prensa para enterarse de lo acontecido en la ciudad y confiaba en que Aurora tuviera acceso a ese mensaje que aunque genérico e impersonal albergaba en cada palabra la esperanza que la firmante no perdía, el tesón con el que estaba buscándola y el amor del que no se desharía ocurriera lo que ocurriese a su alrededor porque, como le había confesado el día anterior a Elisa, Aurora era la primera persona en quien pensaba al despertar y en la última en la que se perdía antes de dormir y es que, sin la caricia de sus manos acompañando a los primeros rayos de sol o sin el beso de buenas noches que no era sino la llave que abría sus sueños Celia no sería capaz de seguir adelante y otra cosa no, pero seguir tenía que seguir porque en su inmenso corazón, la idea de dejar a su suerte al amor de su vida, no tenía cabida.


Adriana Marquina

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