Qué triste es ese momento en el que te alegras de que algo
que te ha hecho feliz, termine. Aunque sepas que lo había hecho hace tiempo,
aunque lo estuvieras esperando. Y no es que te alegres por maldad, si no que te
alegras porque prefieres que dejen en paz tus recuerdos, que dejen de reírse de
ellos, de pisarlos, de menospreciarlos, venga de quien venga. Porque sí, eso es
lo que ha pasado con seis hermanas, o al menos lo que me ha pasado a mí, pero
antes de daros mis motivos y de decir algunas cosas que necesito decirles a las
Aureliers y a quien quiera haya sido el responsable de llevar a pique el barco,
quiero agradecerle al equipo que hizo posible el maravilloso comienzo y a todas
las personas que se involucraron y creyeron en la fuerza de la mujer y, sobre
todo en lo que a mi concierne, en la fuerza de la mujer lesbiana, que nos
regalaseis tantos y tantos momentos que nunca olvidaremos. A las seis actrices
que han llevado estos dos años el apellido Silva quiero darles la enhorabuena
porque, me gustase más o menos el personaje, siempre los habéis defendido con
la profesionalidad y el cariño que merecían. Ha sido un auténtico placer veros
trabajar, tanto a vosotras como al resto del elenco que rodeaba la vida de las
Silva, pero tengo que centrarme en Candela y Luz, que espero ya sean
conscientes de lo que han supuesto para muchas su Celia y su Aurora. Gracias,
una vez más y de todo corazón, por vuestras interpretaciones y por vuestra implicación.
Por la constancia y el apoyo. Por cada una de las sonrisas que nos habéis regalado
fuera y dentro de la pantalla. Ojalá podamos veros juntas en un futuro, ya sea
en otra serie o en un teatro que os aseguro llenaréis porque os merecéis todo
lo bueno que pueda depararos esa profesión que amáis. ¡Qué placer haberos visto
trabajar juntas! ¡Qué placer haberos podido conocer! ¡Qué, Placer!
Y ahora sí voy a hablaros de lo que he venido a hablar
porque como era de suponer, no podía no decir nada en este último día de Seis
Hermanas. Tengo la sensación de que se han reído de “mi vida”, de mi forma de
amar, de la “batalla” en la que llevo peleando desde que con doce años supe que
me gustaban las mujeres, desde que con diecisiete decidí dejar de esconderme y
puse en una balanza lo que me hacía feliz y lo que estaría dispuesta a pagar
por serlo, porque sí, ser lesbiana muchas veces implica pagar un precio y ese
precio a veces es mayor de lo que creemos vamos a poder soportar. A veces se
hace cuesta arriba, bueno miento, siempre es cuesta arriba, pero al final las
piernas se acostumbran y llega un momento en el que te das cuenta de que subir,
merece la pena.
Digo que tiene un precio, pero no hablo de dinero, nada de
lo que he hecho nunca por mi o por los demás, ha sido por eso. Hablo de la
familia, de los amigos, de los trabajos, de la gente que te cruzas por la
calle. De todos los que aparecen y se van porque no llegan a comprender que
seas capaz de amar a otra mujer. Y no lo entienden porque nadie se lo ha
explicado, no al menos de la forma en la que deberían haberlo hecho. Las
lesbianas llevamos el estigma del pelo corto y la camisa de cuadros (aunque
alguna nos haya robado el corazón), de la tijera y el consolador, de no saber
lo que es una buena polla, de ser mujeres frustradas llenas de desilusiones
heterosexuales o peor, de abusos. Lo que el mundo enseña del amor homosexual,
lo que la historia cuenta, lo que el presente sigue enseñando en más ocasiones
de las que debería, es que estamos enfermas, que somos viciosas, que nunca
podremos ser felices porque no nos lo merecemos, porque somos antinaturales.
¡Naturales! ¡Madre mía! Y podría entender que esto pasase hace cien años, que
la gente tuviera miedo a lo desconocido porque era lo que les decían que tenían
que hacer, pero ¿ahora que ya se ha demostrado por activa y por pasiva que nos
somos eso que demonizan? ¿Qué hay cientos de plataformas con cuya ayuda se
podría reeducar esa imagen? ¿Por qué no se hace? ¿Por qué no se enseña? ¿Por
qué no se educa? Y lo más importante, ¿Por qué nos tienen miedo? Yo nunca me he
metido en la cama de nadie, no al menos con prejuicios morales de lo que está
bien o está mal (entiéndase claro siempre que ambas partes estén de acuerdo y
tengan capacidad para tomar libremente esa decisión), sin embargo, en mi cama
se mete todo el mundo y me juzgan y me critican y me dicen que no está bien y
me amenazan con el infierno sabiendo que me someten a él. Evidentemente
teniendo la edad que tengo me es completamente indiferente ver en televisión
una pareja lésbica estereotipada, ver que un hombre (o varios) se meten en la
relación, ver cómo se las juzga, insulta o incluso agrede porque, en mi cuesta
arriba, he aprendido que las cosas que no merecen la pena, resbalan y que las
que sí, suben contigo.
Eso me pasó con seis hermanas, con Celia y con Aurora, que
de pronto, dos personajes de televisión subían conmigo y entonces decidí que
no, que eso no debía serme indiferente. No por mí, sino por todas las mujeres
que veían la cuesta desde abajo, que subían sí, pero a gatas, que se daban de
frente con lo que va cayendo una y otra vez y llegan a pensar que el ascenso es
imposible. Yo también estuve ahí y tuve gente que me tendió la mano, no mucha,
pero me aferré a ellas porque tenía claro que mi objetivo era la cima, pero no
del éxito para con los demás, si no para conmigo y me di cuenta que teniendo
dos manos libres, porque hace tiempo que dejé de subir a gatas, no podía no
ayudar, o al menos intentarlo porque, al igual que en su momento mis referentes
se fueron, sabía que estos también se irían y no me parecía justo que al
hacerlo, hubiera quienes volvieran a subir en solitario o que, sencillamente,
volvieran a dejarse caer. Había que hacer que entendieran que por muy solas que
creyeran estar en el mundo, hay cientos, miles, millones de mujeres en su misma
situación y en ello me involucré, con más o menos tino, pero esperando
conseguir un corazón libre más, capaz de soltarse y unirse para ayudar, o al
menos, uno con un eslabón menos en su cadena. No esperaba nada y, sin embargo,
me llevé algo que buscaba hacia mucho, algo a lo que tenía miedo. Me llevé
palabras de personas que necesitaban mis palabras. Palabras que pensaba no
servían para nada, que había llegado a creer no merecían la pena que, en cierto
modo, tiraban de mi hacía atrás sin que me diera cuenta y que gracias a quienes
las leyeron con cariño, con el de verdad, hoy me han liberado de ese peso. Os estaré eternamente agradecida. Pero
volvamos al tema que nos atañe, al tema por el cual estoy escribiendo esto y
ese no es otro que el final de seis hermanas, el definitivo, el, como decía,
agradecido.
Agradezco que se termine, aunque para muchas de nosotras
terminase hace tiempo; aquel día en el que alguien hizo oídos sordos a palabras
sabias que supieron ver la necesidad del motivo por el que empezó todo; una visibilidad
positiva, educativa, necesaria, en un horario y en una cadena de la que nadie
lo hubiera esperado jamás y de la mano de dos actrices que se dejaron la piel,
los ojos y los oídos en hacer algo digno que representase lo que muchas
reclamábamos desde hacía mucho tiempo. Lo agradezco porque no puedo, ni podré,
aplaudir nunca el giro que le dieron a algo maravilloso, no porque desee que la
gente que ha trabajado en el proyecto tenga que buscar ahora otro trabajo. No
sé si sería porque no supieron seguir, porque no les dejaron o porque
sencillamente no les interesaba que la gente desde sus casas pudiera comenzar a
comprender que el amor entre dos mujeres no tiene nada oscuro u obsceno, que
es, simplemente amor. Un amor como otro cualquiera, con su inicio tembloroso,
sus miradas vergonzosas y sus roces inocentes. No les interesaba que hubiera
quienes descubrieran lo duro que es darse cuenta de lo que te sucede y pudieran
ponerse una hora al día en nuestra piel. Ni que se viera el trato que se
recibía por él (escenas durísimas pero necesarias), que aun hoy se sigue recibiendo
en muchos países, porque lo mismo se llevaban las manos a la cabeza pensando cómo
es posible que a un ser humano se le torture solo por amar o peor, que vieran
que eso se puede superar porque no hay tortura que pueda evitar que sintamos y,
además, que es posible encontrar ese amor que anhelamos hasta hundidos en la más
bochornosa mierda. El miedo es el arma más poderosa y estoy segura de que hubo
alguien con miedo que se encargó de difundir ese miedo de tal manera que pronto
llegase de nuevo hasta nuestras televisiones para barrer la esperanza, la
naturalidad, la ilusión, el sueño, el puño en alto. Para barrer el amor que transmitía
una verdad que la gente no tiene por qué conocer porque entonces perderían el
miedo que tantas bocas alimenta. Un miedo convertido en hombres reclamando sus
trofeos, en vecinas escandalizadas que apedrean a quienes les ayudaron, en
seres sin corazón capaces de utilizar el amor para venganzas sin sentido. En
palizas, violaciones, embarazos, secuestros, insultos… Porque eso es lo que te
esperaba si eras lesbiana en mil novecientos catorce, porque ese es el legado
que te han dejado, el que tienes que asumir, el que utilizan para decirte que
tienes que permanecer callada y nosotras no nos estábamos callando.
Estábamos gritando de alegría, aplaudiendo de corazón,
sonriendo de esperanza. Estábamos diciéndole a las mujeres que no se atrevían
que se atrevieran, que no estaban solas, que se sentasen acompañadas a ver la
historia de Celia y Aurora porque estaba tan bien llevada que las iba a ayudar
a que ellos las comprendieran. Estábamos diciéndoles que podían ser libres
respaldadas por una cadena que no ha sido libre jamás. ¿Cómo no íbamos a apoyar
algo así?
Porque sí, podemos ayudarnos entre nosotras, a nivel individual
o colectivo, pero siempre desde la utopía, desde la experiencia de las que ya
se han atrevido y esa experiencia, desgraciadamente a veces ha sido tan
negativa que no se ha podido superar y se manifiesta con la intención de que al
resto no le suceda lo mismo que a ti y en algunos casos, da miedo. Miedo. De
nuevo el miedo. No sé si sería capaz de recordar todas las veces me metieron
miedo a mí. Y no digo que fuera con mala intención, no se me ocurriría juzgar a
quienes intentan ayudar aunque su ayuda, no ayude en nada. Por ese miedo, o por
todo lo contrario, porque haya sido demasiado bonita que, aunque en menor
medida, también hay quienes pintan la andadura como un camino de rosas sin
espinas sin tener en cuenta que no todas las semillas tienen la suerte de ser
plantadas en las mismas tierras.
Celia y Aurora tenían esa mezcla que hace que la decisión de
ser o no ser la tomes por ti misma, esa que te hace pensar, valorar lo bueno y
lo malo, que consigue que te des cuenta que a veces perder también te puede
hacer ganar y que ganar no implica necesariamente que no puedas perder. No eran
ni blancas, ni negras, eran neutras, eran esa parte que te dice; “Como salgas
del armario vas a perder” para después hacer que esa pérdida merezca la pena. Que
ponen en una balanza el valor que le damos a lo que nos hace felices. Ellas
representaban la naturalidad que hace que quienes se alejan vuelvan, o no, pero
que si lo hacen, lo hacen para siempre, para quedarse, para apoyarte, para
tratarte de una u otra forma por quien eres, no por lo que eres. Y sí, a veces
hay que dar segundas oportunidades a las personas que quieren enmendar un
error. Enseñaban que las cosas por las que vale la pena luchar duelen con
alegría, que no todo es malo o bueno. Bajo mi punto de vista, ayudaban a que la
flor indefensa se convirtiera en un hermoso fruto capaz de elegir que boca se
lo podría comer y cual no. Sencillamente, eran mujeres amándose aprendiendo
juntas como vivir la vida.
Pero llegó ese miedo del que os hablaba y con él los
intereses de personas que son incapaces de ver más allá de sí mismos aunque
presuman de girar la cabeza trescientos sesenta grados y es que siempre hay
quien le saca provecho al miedo de otro porque vende más una paliza que un
beso, un violador en libertad que una mujer insumisa, un matrimonio de
conveniencia que el amor, una manipuladora ruin, un tío malvado, un músico
drogadicto, un muchacho despechado, un marido maltratador, una venganza sin
sentido, una asesina en libertad que se hace millonaria como recompensa a sus
acciones y un sinfín de etcéteras que seis mujeres fuertes, valientes y luchadoras
capaces de comerse un mundo que no deja de ser de los hombres. Llegó y se las
comió y se jugó con algo con lo que todavía no se puede jugar porque sigue
siendo de cristal y puede romperse. Y se rompió, o lo rompieron. Rompieron la magia,
el encanto, las despertaron de golpe, nos despertaron de golpe y las niñas y no
tan niñas empezaron a ver como la compañía que tenían al lado se levantaba del
sofá porque no querían ver lo que el mundo tenía para su hija lesbiana. Eso que
por un momento, pudo llegar a hacerle dudar sobre si todo lo que le habían
enseñado, era mentira, Y empezaron otra vez “los te lo dije”, los “estás
enferma”, los “te vas a quedar sola”, los “¿qué hemos hecho mal?” y los golpes
en la mesa, las puertas que se cierran, las lágrimas que caen, los timbres que
no suenan y las palabras que no se dicen porque ¿Quién en su sano juicio le
diría a quien está viendo eso a tu lado que eres lesbiana?
Y muchas no queríamos creerlo, no entendíamos que estaba
pasando, como era posible que estuvieran ignorando los aplausos externos y lo
que es peor, los internos. Pero ahí seguíamos, explicándoles a quienes
necesitaban explicación que lo importante es lo que habían dejado, que no
pasaba nada, que su momento llegaría, que sería difícil pero que pasase lo que
pasase con Celia y Aurora no dejaban de ser dos personajes de televisión, que
lo son, pero las entiendo. Entiendo que cuando estas apolillándote dentro de un
armario cerrado a cal y canto, la luz que entra cuando alguien abre para meter
una bolita de alcanfor te llame la atención y que metas el dedo en la puerta
para no volver a quedarte a oscuras y que respires aire limpio y te aferres a
él como si no hubiera mañana y que no quieras que nadie toque tu dedo por si
cierran sin querer, que incluso en tu inocencia quieras capturar la luz que ves
para meterla en un bote de cristal y dejarla ahí para siempre. Yo también puse
el dedo y siento deciros que me lo pillé, ese y los otros nueve, porque si hubo
algo que hice bien fue enfrentarme a mí misma, al yo que empujaba desde fuera
con fuerza y no dejé que nadie me dijera que no podía vencerme, ni nadie, ni
nada. Tiré mis puertas sabiendo que otras se abrirían, pero para no dejarme
volver y que otras se cerrarían, pero para no dejarme marchar y me refugié en
ellas hasta que comprendí que las personas que se habían quedado al otro lado
de las abiertas también lloraban, que la preocupación que sentían era la misma
que me había mantenido luchando contra mí misma, el “qué dirán” que tanto daño
puede hacer, pero es que es lo que nos han enseñado. Así que volví y entré sin
llamar y levanté la cabeza y les hice entender que lo único importante para mí
era lo que decían ellos. Obviamente hablo de mi familia, de la que me alejaron
y a la que tuve que enseñar que, si estaban cerca, nada malo podría pasarme,
nada de eso que les habían dicho que me pasaría. No fue fácil, claro que no,
pero lo que conseguí lo conseguí ganándome algo que nunca hubiera logrado ganar
a gritos, su respeto. Eso es lo único que le debemos enseñar a quienes ruegan
aprender, respeto y es que es muy común escuchar frases como “no me entienden”
o “no lo entienden” y yo me pregunto; ¿Qué tienen que entender? Yo no nunca
necesité entender por qué mis padres se enamoraron y se casaron, pero respeto
(y agradezco), que lo hicieran. No necesito entender por qué hay quienes creen
en dios, pero lo respeto. O porqué hay quienes manipulan, engañan, utilizan y después
tiran a otras personas, pero también lo respeto, aunque me defienda, porque con
el paso del tiempo he aprendido que el respeto es lo único que necesitamos para
ser felices, pero una tonta, tampoco es que sea. Respeto, propio y ajeno,
aunque no siempre tiene porqué ir acompañado de palabras amables. Hay quienes
reparten amor y te hablan bonito mientras te ponen la zancadilla y quienes te
ponen la zancadilla y dicen lo que no quieres oír para demostrarte su amor.
Parece contradictorio, pero no lo es, porque los primeros pretenden que te
partas la boca contra el suelo para venir después con el “te lo dije” odiado,
con el “yo ya lo sabía” y los segundos pretenden haciendo lo mismo que no te
cruces con los primeros sin llegar a comprender que de lo primero te recuperas
y que, sin embargo, de lo segundo, podrías no hacerlo. Iba a poner un ejemplo,
pero el otro día leí que cuando escribimos para los demás solemos menospreciar
la inteligencia de los lectores y yo confío en la vuestra, siempre lo he hecho
y siempre me la habéis demostrado.
Y la conclusión de todo esto, que ya no sé ni si tiene
sentido, es sencilla:
PODÉIS SER QUIENES QUERÁIS SER, independientemente de lo que
diga una serie de televisión, de lo que digan vuestros padres, de lo que hagan
o dejen de hacer vuestros amigos, de las veces que os caigáis, de las que os
tiren, de lo que os juzguen u os critiquen porque siempre habrá quien lance
piedras desde arriba, pero no todas llevaran la palabra lesbiana grabada,
aunque haya quienes crean que sí. A mí, me ha dado más quebraderos de cabeza
dar mi opinión y demostrar que soy capaz de pensar sola, que ser lesbiana, pero
no supe que era eso y no lo otro hasta que no dejé de pelearme contra la rabia
que sentía al no comprenderme. Fue entonces cuando dejé de culpar a los demás
de mi condición sexual, de utilizarla como excusa para todo, “esto me lo dices
porque soy lesbiana” “esto me lo hace porque soy lesbiana” y un sinfín de
cabreos más que no me llevaban a nada más que discusiones absurdas con personas
que no merecían mi tiempo y que encima se llevaban la razón porque mi
argumentación era bastante escasa. Así que me detuve y me conocí y al hacerlo empecé
a disfrutar de ella, de mí, porque sí, disfruto enormemente de mi lesbianismo,
lo mismo que de mis ojos de diferente color, de la lectura o de una buena
película. Las “cosas”, tienen para los demás la importancia que nosotros le
damos y claro que empezar a ser consciente de que amas “diferente” es
importante ¡Y claro que quita el sueño y atrae a las pesadillas! ¡Y claro que
cuesta conocerse y quitarse el escudo de la rabia! Pero llega un día en el que te
das cuenta de que eso ya no importa, solo que ese día no depende de nadie más que
de ti y si me aceptáis un consejo os diría, que dejéis de pensar que sois
lesbianas, que dejéis de compararos con otras lesbianas, que dejéis de “excusaros”
en que sois lesbianas y empecéis a disfrutar de ser lesbianas. Si no lo hacéis
por vosotras (que por dios espero que sí), hacedlo por todas las mujeres que
como Celia y Aurora, se dejaron la piel y casi la vida por una libertad que
sabían nunca llegarían a conocer.
Adriana Marquina
Hoy no puedo por menos de escribir por aquí mi respuesta.
ResponderEliminarJamás hubiera sido capaz de plasmar en unas letras, todo lo que has dicho tu aquí, y q siento como algo propio.
No te quiero aturdir o aburrir con mi palabrería.
Solo gracias por representarme, porque todos mis miedos, y mi estancia en un armario acorazado bajo 7 llaves tan solo tiene desahogo en este pequeño gran mundo.
Un abrazo y mil gracias
Mil gracias a ti! Ya sabes de donde salen y a donde van tus palabras.
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